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En el tercer día de templos teníamos una hora y media para llegar al que íbamos a visitar. Hora y media en tuk-tuk atravesando arrozales, campos de cultivo y pueblecitos, por llamar de alguna manera al conjunto de casas a ambos lados de la carretera.
A unos 60 kilómetros de Siem Reap se encuentra el templo que vamos a visitar: Beng Mealea.
Beng Mealea es un templo sin reconstruir, o sea, que te lo encuentras tal y como se encontraron los arqueólogos los ya restaurados: Techos hundidos, paredes derruidas, pirámides convertidas en un montón de piedras, estatuas, relieves y frisos repartidos por el suelo…y reinando sobre todo ello, los árboles de la selva, ya que como he dicho, está sin restaurar y sin despejar en su mayoría.
Aun así, a mí me gustó. Impresiona recorrerlo e imaginar el gran trabajo de reconstrucción que han tenido otros templos.
La entrada a Beng Mealea no está incluida en el ticket general de Angkor. Hay que pagar un nuevo ticket de 5$.
El recorrido se hace por una pasarela, aunque en algunos puntos se puede ir por tierra.
Es del siglo XII y mandado construir por Suryavarman II y está dedicado a Visnú.
Desde este templo nos dirigimos a Kompong Phluk, uno de los pueblos flotantes a orilla del Tonle Sap (lago Sap), bueno más bien a la orilla del rio Tahas que desemboca en el Tonle Sap.
En el camino paramos en un restaurante del que no recuerdo el nombre ni encuentro la tarjeta, pero que fue donde comí el mejor Amol o Amok de pescado.
Tonle Sap, que en lengua jemer significa lago de agua fresca, es la mayor extensión de agua dulce del sudeste asiático y está alimentado por numerosos ríos procedentes de todas las latitudes, que además se utilizan como medio de transporte.
Su superficie en época seca es de 2.590 kilómetros cuadrados, pero alcanza los 24.000 kilómetros cuadrados en la de lluvias. Tonle Sap desagua en el río Sap y éste, a su vez, en el río Mekong.
Este enorme aumento de su superficie es motivado por un fenómeno que solo se produce en Camboya y en Egipto (con el Nilo). Durante los monzones, que comienzan en junio y terminan en diciembre, es tal la cantidad de lluvia caída, que crea un aumento del volumen del agua tan enorme, que provoca el cambio del sentido de la corriente. O sea, que el mar devuelve el agua río arriba inundándolo todo.
De ahí que las casas sean palafitos, viviendas construidas sobre pilares o estacas de madera. Lo que no entiendo es lo de llamarlas flotantes porque no flotan, si no que los pilares están fijados en el lecho del río. Imagino que de alguna forma habría que llamarlas.
Hay aproximadamente unas 200 aldeas rodeando el Tonle Sap y la mayoría de sus habitantes son de origen vietnamita.
Visitar Kompong Phluk tiene un coste que varía según la época: monzónica o no monzónica.
- Entrada general de 20$ por persona en cualquier periodo.
- Si los monzones han inundado el camino de paso de vehículos (por lo que el tuk tuk no puede pasar) pero la inundación no da el suficiente calado como para que lleguen los ¿barcos?, mejor barquitos, hasta ese punto, pues hay que pagar otros 7$ por la ¿lancha?, mejor canoa rápida, que nos acerca al embarcadero principal donde se agolpan más de un centenar de barquitos.
Total 47$ las dos. Desde la canoa vimos circular por el camino motos, coches, bicis, tuk-tuk, vacas…pero la seguridad es la seguridad.
Nos apeamos de la canoa en el embarcadero principal, y nuestro patrón de canoa, de unos veintitantos años, nos adjudica a un patrón de barquito de unos 15 años (igualito que el libro de Julio Verne Un capitán de 15 años), al que acompaña un grumete de unos 10 años.
Tras un corto esprint llegamos a nuestro transporte acuático que aunque tenía asientos para 8/10 personas, íbamos solas. Menos mal, porque con el aforo al completo me veía achicando el agua que seguro se colaba por los diversos agujeros que tenía en la línea de flotación.
Aunque el manejo parecía sencillo: un volante camionero en cuyo eje iban atadas dos cuerdas que salían una por la izquierda y otra por la derecha, hasta llegar al timón trasero y que le hacía girar, tanto en las curvas del río como en esquivar a otras embarcaciones, nuestro capitán no lo dominaba con la suficiente soltura y embestimos una orilla de frente y a una canoa en marcha atrás. Bueno la cosa no fue grave y seguimos flotando. Hay que reconocer a favor del chaval, que el estado ferruginoso de eje y pedales, así como el de la cuerda, no debía facilitar la tarea de los giros.
Tras estos pequeños percances continuamos río abajo contemplando las viviendas a la orilla del rio y los lugareños inmersos en su tarea diaria de pesca y reparación de sus barcas y palafitos.
Paramos en Kompong Khluk a la altura del monasterio y desembarcamos para visitar el monasterio, escuela y dar una vuelta por el pueblo, que en esas fechas se encontraba totalmente seco, motivo por el cual caminamos por el lecho del río. Hicimos fotos, declinamos el ofrecimiento de comprar cuadernos y bolis, y embarcamos nuevamente para continuar ruta.
La segunda parada fue en una plataforma donde nos intentaron vender el paseo de ½ hora por los manglares en una barquita al precio de 5$ por persona. A pesar de utilizar la técnica de somos una ONG, y que todos los ingresos iban íntegros a las mujeres (viudas, ancianas) que remaban, no aceptamos.
Tercera parada en otra plataforma tipo restaurante donde vendían agua, refrescos y alguna otra cosa. Tampoco compramos nada. En esta ocasión no le dimos tiempo ni a amarrar el barquito.
Lo gracioso o curioso de estas paradas es que, excepto la del pueblo que estaba prevista, las otras dos fueron espontaneas, sin avisar ni preguntar si queríamos desembarcar o teníamos interés en pasear en barquita por el bosque inundado, porque, aunque te lo venden como paseo por el manglar, no es tal manglar.
Así que continuamos la navegación hasta salir al Tonle Sap, donde nuestro capi paró el motor dejando la nave al pairo y haciendo compañía a otra cercana y en las mismas condiciones.
Como nadie nos había explicado nada de todo esto, imaginamos que se hacía para disfrutar del silencio y de lo inmenso que es el lago. Para ser sincera, me sentía como un naúfrago en medio del Atlántico. Al cabo de unos 5 minutos, arrancó el motor y nos dirigimos a la desembocadura del río, iniciando el viaje de regreso.
En el trayecto nos cruzamos con otras dos o tres embarcaciones ocupadas casi en su totalidad.
Cuando llegamos al embarcadero de barquitos y como no hubo propina, nuestro capi y su grumete no nos dijeron ni hasta luego. Menos mal que acercaron la nave a la orilla y no nos dejaron en medio del río. Malos hábitos están adquiriendo (o ya han adquirido).
Pues tocaba buscar y encontrar al…¿cómo se llama al que pilota una canoa? ¿canoero?, con la pista de que llevaba puesto un sombrero de paja. ¡Anda que como se lo haya quitado!
Pero no, no se lo había quitado, y no, no lo encontramos…nos encontró él. Subimos a la canoa y a toda velocidad hacia donde nos esperaba Synat.
Felices de que esta experiencia acuática terminara sin más percances que un par de embestidas, nos dirigimos a la siguiente tanda de templos: el grupo Rolous, formado por Preah Ko, Bakong y Lolei.
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