Cuando por fin, a pocos kilómetros ya de llegar a nuestro hotel en la capital, el guía nos confirmó que aquella noche saldríamos a la búsqueda de auroras boreales, confieso que mi primera reacción fue quedarme embobado mirando por la ventana tratando de averiguar qué clase de señal del cielo, y nunca mejor dicho, habían visto estos islandeses para estar seguros de que, a pesar de la enorme tormeta de nieve en la que nos encontrábamos, en apenas unas horas se darían unas condiciones favorables para el avistamiento de ese precioso fenómeno. Simplemente, retrasaron la hora de salida a las 22:30, de modo que aproveché para salir a cenar algo por el centro con la idea de mantenerme activo hasta el momento fijado.
Y finalmente llegó. Puntual, como siempre durante todo el viaje, el pequeño minibus apareció en la puerta del hotel. El grupo se había divivido puesto que algunos de los que habían confirmado la excursión antes de llegar, y además lo habían hecho hace ya meses, tuvieron el bonito regalo de hacer dicho avistamiento desde un barco. En mi caso, como todo lo dejo para el último momento, pues en un bus tan pequeño que llegó un momento en que ni nos quitábamos los abrigos de lo incomodo que resultaba tratar de maniobrar en el interior.
La idea era simple. Aunque nos estaban vendiendo que aquello era una aventura impredecible, lo cierto es que en cada parada que hacíamos nos juntabamos como mínimo dos grupitos. Y por fortuna, la caza fue exitosa. Curiosamente, el más entusiamado de todo el grupo fue el chófer. En cada parada, y fueron por lo menos diez durante la noche, yo me quedaba con el miedo de que el tipo saliera tan deprisa con su cámara y trípode a tomar una gran foto que se olvidara de poner el freno de mano. Pero al final todo fue estupendamente...
La aurora boreal se produce cuando una eyección de masa solar choca con el campo magnético de la Tierra. Lo que vemos no es más que radiaciones solares circulando sobre la ionosfera, una capa de la atmóstfera. El espectáculo es grandioso, porque el cielo nocturno se ilumina con haces de diferentes colores, desde rojizos hasta verdes, en función de los gases que haya en la capa atmostférica donde se proyecte la radiación. Así que básicamente tenemos unos preciosos rayos de luz que se mueven, parpadean, se returcen y a veces parece que cruzan el cielo. Al menos así recuerdo los que viví hace unos años en el centro de Finlandia. Los que vimos en Islandia eran líneas, principalmente verdosas, que surcaban el cielo en línea recta sobre el horizonte y con muy poco moviento. Las auroras tienen un índice que va del cero al diez y no se qué nivel tendrían aquellas, pero no creo que pasaran del dos. Aunque, eso si, en cualquier caso es una experiencia que personalmente recomiendo a todo el mundo porque, aunque sean tenues y pequeñas, es algo inolvidable para cualquiera que tenga el privilegio de contemplarlas.
Bueno, corrijo, para la mayoría. La familia de la parte alta de Barcelona salieron del autobús sólo una vez, con la mala suerte de que esa fue la única que no vimos nada. De modo que ni mama, ni papa ni los dos cachorros volvieron a salir en toda la noche. Lo que viene siendo 150 euros tirados a la basura. Aunque oyendo los ronquidos de placer del padre durante la mayoría del trayecto, no tengo tan claro que eso pudiera llamarse "malgastar el dinero". Hasta envidia llegó a darme de dormir tan en paz con el mundo.
Después, ya digo, de realizar muchas paradas, nos quedamos contemplando la que finalmente sería la última, la más larga y espectacular, y a eso de las 1 de la mañana regresamos al hotel, muy cansados, pero realmente satisfechos por haber vivido una de esas experiencias de "una vez en la vida". Y a la cama. Al día siguiente ya nos separábamos y yo aun no había preaparado mi ruta. Menudo previsor estoy hecho...
Y finalmente llegó. Puntual, como siempre durante todo el viaje, el pequeño minibus apareció en la puerta del hotel. El grupo se había divivido puesto que algunos de los que habían confirmado la excursión antes de llegar, y además lo habían hecho hace ya meses, tuvieron el bonito regalo de hacer dicho avistamiento desde un barco. En mi caso, como todo lo dejo para el último momento, pues en un bus tan pequeño que llegó un momento en que ni nos quitábamos los abrigos de lo incomodo que resultaba tratar de maniobrar en el interior.
La idea era simple. Aunque nos estaban vendiendo que aquello era una aventura impredecible, lo cierto es que en cada parada que hacíamos nos juntabamos como mínimo dos grupitos. Y por fortuna, la caza fue exitosa. Curiosamente, el más entusiamado de todo el grupo fue el chófer. En cada parada, y fueron por lo menos diez durante la noche, yo me quedaba con el miedo de que el tipo saliera tan deprisa con su cámara y trípode a tomar una gran foto que se olvidara de poner el freno de mano. Pero al final todo fue estupendamente...
La aurora boreal se produce cuando una eyección de masa solar choca con el campo magnético de la Tierra. Lo que vemos no es más que radiaciones solares circulando sobre la ionosfera, una capa de la atmóstfera. El espectáculo es grandioso, porque el cielo nocturno se ilumina con haces de diferentes colores, desde rojizos hasta verdes, en función de los gases que haya en la capa atmostférica donde se proyecte la radiación. Así que básicamente tenemos unos preciosos rayos de luz que se mueven, parpadean, se returcen y a veces parece que cruzan el cielo. Al menos así recuerdo los que viví hace unos años en el centro de Finlandia. Los que vimos en Islandia eran líneas, principalmente verdosas, que surcaban el cielo en línea recta sobre el horizonte y con muy poco moviento. Las auroras tienen un índice que va del cero al diez y no se qué nivel tendrían aquellas, pero no creo que pasaran del dos. Aunque, eso si, en cualquier caso es una experiencia que personalmente recomiendo a todo el mundo porque, aunque sean tenues y pequeñas, es algo inolvidable para cualquiera que tenga el privilegio de contemplarlas.
Bueno, corrijo, para la mayoría. La familia de la parte alta de Barcelona salieron del autobús sólo una vez, con la mala suerte de que esa fue la única que no vimos nada. De modo que ni mama, ni papa ni los dos cachorros volvieron a salir en toda la noche. Lo que viene siendo 150 euros tirados a la basura. Aunque oyendo los ronquidos de placer del padre durante la mayoría del trayecto, no tengo tan claro que eso pudiera llamarse "malgastar el dinero". Hasta envidia llegó a darme de dormir tan en paz con el mundo.
Después, ya digo, de realizar muchas paradas, nos quedamos contemplando la que finalmente sería la última, la más larga y espectacular, y a eso de las 1 de la mañana regresamos al hotel, muy cansados, pero realmente satisfechos por haber vivido una de esas experiencias de "una vez en la vida". Y a la cama. Al día siguiente ya nos separábamos y yo aun no había preaparado mi ruta. Menudo previsor estoy hecho...