Recorreremos las maravillas del Sur de India con dos enanos (7 y 5 años): los increíbles templos de Tamil Nadu, Pondicherry, nos bendecirán los elefantes sagrados en Trichy y Madurai, cruzaremos a Kerala por las montañas del Sur (Thekaddy y Periyar), visitaremos en barco las Backwater, la colonial Fort Cochin, las montañas de Munnar y volveremos a entrar en Tamil Nadu para subir a Ooty para acabar en la sorprendente Mysore, ya en Karnataka.
Veremos cosas maravillosas: templos esculpidos en piedra, templos vivientes que son ciudades, montañas cubiertas de especias, selvas, lagunas y canales, vestigios del pasado colonial, palacios de ensueño y la anarquía reinante en un país que a nadie deja indiferente y en el cual cada paso que das, es candidato a una increíble sorpresa.
No hay aventura sin sufrimiento: nos quemaremos los pies con las piedras ardientes por el sol, sufriremos el calor y no siempre encontraremos un plato de comida decente o, al menos, poco picante.
India no es para cobardes, ni para pusilánimes, es un país complicado de planificar y más difícil de llevar aún adelante tus planes, con lo que te verás obligado a replanificar sobre la marcha.
Muchos piensan que ir a India es una locura. Muchos más que con dos niños pequeños, es demencial… pero solo con ver la cara de ilusión de mis hijos, con los ojos abiertos ante una de esas experiencias increíbles que nos sucedían a diario, me compensa soportar cualquier crítica. Mi señora dirá que en realidad las ignoro, aunque no es cierto: simplemente no veo las cosas con la misma perspectiva.
Sé cómo quiero educar a mis hijos. Desde pequeños les he enseñado que la base de toda relación es el respeto, que abran los ojos y analicen, que escuchen las palabras pero que busquen detrás de ellas la verdad y no se dejen engañar por cortinas de humo.
Les he explicado que hay una riqueza que nadie les puede quitar: sus experiencias y conocimientos.
Que se puede vivir 100 años en una burbuja de cristal aislado profilácticamente de la vida, pero que para mí vale más vivir la mitad y experimentar el frío, el calor, el amor, el desamor, el viento cuando sopla con dureza y te araña o la brisa del mar cuando te acaricia la cara.
Esos dos enanos han cruzado el Atlas nevado, han conducido un camello por el desierto, se han bañado en los arrecifes de coral, les han picado los mosquitos de la selva… y han vivido ya más que la mayoría de los adultos.
Cuando íbamos a comenzar el viaje, les dije: podéis venir y veréis cosas que nunca olvidareis, pero hará mucho calor, habrá mosquitos, no sabemos dónde dormiremos algún día, la comida a veces picará horrores… y no se puede llorar. Vosotros elegís: India o quedaros con las abuelas.
Ninguno de los dos dudo un instante. Ambos gritaron con ilusión: ¡India! Y yo me sentí orgulloso de mis pequeños aventureros.
Imitando a Indiana Jones
Un viaje como éste para mi no es un gasto, sino una inversión en la formación y educación de mis hijos. Es el mejor modo que conozco, de abrirles los ojos y enseñarles que existen muchas realidades muy diferentes a la nuestra. Que la verdad absoluta no existe, excepto en la imaginación del fanático, que cree estar en su posesión y derecho de convencer al resto de la humanidad.
Sé que mucha gente no comparte mis puntos de vista.