Con el impacto de los recuerdos, lo irreal de las últimas vivencias y el reflejo del lago Tekapo en nuestras retinas, emprendimos camino. 360 kilómetros nos separaban del camping de Rangiora, parada y posta que nos acercase al verdadero destino del día siguiente: Kaikoura.
El viaje desde Rangiora a Kaikoura fue de un par de horas. Ninguna de las dos nos imaginábamos lo mucho que este pueblo costero nos iba a ofrecer
Inicialmente en Kaikoura buscábamos lo que la mayoría de viajeros ansía, ver ballenas y otro tipo de cetáceos.
Es uno de los mejores lugares para observarlas porque estas gélidas y profundas aguas forman un cañón marino donde la riqueza y biodiversidad permiten alimentarse a las ballenas sperm, que es la especie que habita estos mares.
Reservamos con la compañía que hace las excursiones, Whale watch, y por unos "módicos" 290 NZ$, te garantizan ver ballenas, además de otros cetáceos, vida marina y aves. Si no las encuentran en tu salida, como fue nuestro caso, te ofrecen otro tour gratuito o el 80% del dinero que has pagado, si no quieres volver.
Ese día vimos delfines, focas, leones marinos y todo tipo de aves, pero como sólo intuímos a las ballenas nos ofrecieron una nueva visita. En vista de que íbamos a disfrutar de Kaikoura y su zona varios días lo aceptamos gustosamente.
Sí he de decir, que te advierten que el barco tiene una potencia enorme y el viaje se va a hacer a una velocidad que no es apta para personas enfermas, embarazadas o que se mareen fácilmente.
Os aseguro que yo nunca me mareo y que botar en cualquier vehículo me encanta y he subido a toda clase de vehículos acuáticos y sólo os puedo hacer una recomendación: biodramina. El que avisa no es traidor
Normalmente se acude a Kaikoura uno o dos días para ver su vida marina, sus colonias permanentes de focas y leones marinos en Point Kean son una garantía de éxito, así como las ballenas sperm.
También se pueden hacer excursiones para nadar y bucear con delfines o leones marinos, en alta mar. Y hacer muchas otras actividades de ecoturismo en un entorno único.
Es tal la presencia de los cetáceos en estas aguas que, en varias ocasiones, recorriendo la carretera o en alguna de las rutas de senderismo vimos saltar y juguetear desde la costa a miles de delfines.
Para que entendáis la importancia del ecoturismo en Kaikoura, ésta se ha convertido en la primera comunidad neozelandesa y la segunda del mundo en alcanzar por parte de Green Globe este status.
Es una certificación turística a nivel mundial que nació de los principios de la Agenda 21 propuesta por la Acción de las Naciones Unidas para el cambio climático.
En Kaikoura hay una política de Cero Desperdicios que implica que no hay rellenos sanitarios y que la recolección de residuos reciclables se realiza casa por casa.
Entre otros proyectos, buscan la eficiencia energética y desde el gobierno local han adoptado un plan de acción para reducir las emisiones de carbono haciendo que las calles estén iluminadas por energía solar, redujeron el uso de coches y aumentaron los lugares por donde poder desplazarse a pie y en bicicleta, y hasta 300 hogares fueron aislados para optimizar la energía.
Por eso las empresas con las que se hacen los tours de avistamiento, por ejemplo, garantizan el respeto y protección. Hecho que nosotras buscamos para intentar llevar a cabo un turismo responsable.
En este foro hay un hilo estupendo de la compañera Isla74 sobre Ecoturismo y turismo responsable que os recomiendo visitar.
Otro de los imprescindibles en Kaikoura es comer langosta. Un lugar cuyo significado etimológico es el resultado de unir "kai", que significa comida, y "koura", que significa cangrejo de río, lanza señales luminosas para indicar que una no se puede ir de allí sin catar ese delicioso manjar
Una, que es gallega, tiene el paladar exquisito en cuanto a la degustación de frutos de mar, y superar a nuestros bogavantes es algo prácticamente imposible, pero he de admitir que quizás las de Kaikoura son las mejores langostas que he tenido la suerte de saborear fuera de la tierra.
No penséis que este manjar se ofrece en refinados, y a la postre carísimos, restaurantes de cinco tenedores. Nada más alejado de la realidad!
Os encontraréis a lo largo de la costa con una especie de casetas insignificantes y de puestos móviles, tipo los de hamburguesas y perritos calientes de cualquier gran ciudad. Y allí una hilera de locales y turistas ávidos de una langosta que elijes allí mismo y te la preparan a la plancha en unos minutos.
La comes frente al mar, en alguna de las mesas o rocas que salpican las zonas aledañas, y degustas esa mezcla de sabor a mar, limón y felicidad absoluta.
También puede que las casualidades existan y te encuentres de nuevo con los amigos mallorquines que conociste tiempo atrás en el Fiordo Doubtful Sound
Es caprichoso el azar y a 20.000 kilómetros de casa compartir unas langostas y unas cervezas con unos amigos de viaje recién reencontrados se antoja algo surrealista y muy gratificante. En su Autocaravana, más lujosa y grande que la nuestra, pasamos unas horas riendo, recordando y poniéndonos al día de nuestros planes futuros.
No quedaron ahí las curiosas casualidades, sino que paseando otro de los días por el pueblo de Kaikoura volvimos a oír que gritaban nuestros nombres y no eran los mallorquines. ¿Quién más puede ser, pensamos? Pues nada más y nada menos que María “Cairns” y su familia, que empezaban su primer viaje a Nueva Zelanda, después de tantos años viviendo en Australia.
Pasar tres días disfrutando con calma de los últimos momentos de un agotador viaje de dos meses en un rincón como Kaikoura fue un regalo.
Os imagináis lo que supone ver pasar la vida en uno de los rincones más aislados del mundo, rodeadas de una naturaleza casi mística, sin más ocupación que observar como esas montañas majestuosas de los Alpes del Sur, de las que nos enamoramos en Aoraki, se funden elegantemente en el océano Pacífico?
Esos días además de abandonarnos a la contemplación de tanta belleza, paseamos a lo largo de la costa en rutas tan espectaculares y sencillas como Kaikoura Peninsula Walkway.
Es un sendero que durante unas tres horas te permite disfrutar del mar, de formaciones de piedra caliza y de una colonia de lobos marinos y otra de aves marinas.
Para sacaros de este sopor de paz y tranquilidad, no penséis que me abandoné a la vida contemplativa esos últimos días en Kaikoura, sino que también cumplí uno de mis sueños perpetuos: lanzarme en paracaídas
Esta actividad tan costosa en general, me ofrecía en Kaikoura un precio razonable y la certeza de que pocos paisajes en el mundo se podrían comparar para volar en este bautismo de adrenalina.
Así que acudimos a Skydiving Kaikoura y me informaron que esa mañana las condiciones de viento no acompañaban para realizar el salto con seguridad. Me pidieron que volviese por la tarde para comprobar si había más suerte. Horas esperando ansiosa y, por fin, me confirman que podía saltar!!
No sé si recordáis que un año antes la selección de fútbol española había ganado en un bronco partido la final a los holandeses. Bien, pues allí que se presenta mi socarrón instructor y al preguntarme de dónde soy me suelta: “yo soy holandés y muy seguidor de mi equipo de fútbol y no sé si allí arriba podré controlarme”
Era un cachondo total, pero si llega a ser otra persona menos animada a saltar igual se lo piensa. De hecho, me comentaron que una de cada cuatro personas que suben a la avioneta una vez arriba se echan para atrás! Y que en esas circunstancias no devuelven el dinero, así que me instan a pensármelo bien. Llevo 3 décadas deseando hacerlo, creo que me lo he pensado bien, respondo, estoy deseando que llegue el momento.
Y con esa mezcla de excitación y alegría me subí a la avioneta tras la clase preparatoria
Ahí veis la pequeña plataforma donde te sitúas antes de saltar al vacío.
Qué os puedo explicar de la experiencia? Es algo brutal, pura adrenalina. Sientes una gran emoción, la libertad de volar, la curvatura de la tierra y un paisaje insuperable. Las palabras no pueden expresar lo que sentí y las fotografías tampoco, pero al menos reflejan un poco mi estado de ánimo.
Pudiera parecer que éste era el boche definitivo al viaje, pero aún quedaban un par de guindas al pastel antes de despedirnos de Nueva Zelanda.