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11er día: de PLOVDIV a LOVECH
Este es otro trayecto que, aún siendo fácil de planificar sobre el mapa, no hemos conseguido realizar en la práctica tal como lo habíamos pensado. Desde Plovdiv hay transporte frecuente hasta la pequeña ciudad de Karlovo, en la ruta de Sofia a Burgas (carretera 6). Y desde Karlovo no hay mucha distancia a la carretera que, pasando por Troyan, nos llevaría sin grandes desvíos a Lovech. Sin embargo no hemos podido constatar que circulen autobuses entre Karlovo y Lovech... ¿Y por qué no los habría? Pues esa es una duda que persiste, aunque seguramente tiene una explicación: la carretera 35, antes de llegar a Troyan atraviesa una de las sierras más altas de los Balcanes Centrales; sin duda debe salvar allí un collado importante y hay que suponer que será un vía sinuosa y muy estrecha.
El caso es que, a falta de mejores opciones, decidimos ir dando un largo rodeo por Sofia, cuya única ventaja estriba en que las salidas para los dos trayectos que haremos son bastante frecuentes. Nuestro tren (9 BGN) sale de Plovdiv al filo de las 8h y tarda casi 3 horas en llegar a Sofia Tsentralna. En la vecina avtogara tenemos tiempo para comer un bocadillo antes de coger un autobús (14 BGN) que sale hacia Lovech a las 12h. En realidad sólo somos un puñado los viajeros que subimos a bordo; no nos debe sorprender que los transportes sean escasos en muchas rutas, ya que la demanda tampoco ha de ser muy alta.
En unas dos horas y media hemos llegado a destino; nos bajamos antes de llegar a la avtogara, en una avenida que cruza la parte moderna de la ciudad, puesto que los demás viajeros lo hacen así. Hemos elegido Lovech como etapa intermedia entre Plovdiv y Veliko Tarnovo sin muchas expectativas, igual podíamos haber parado en Kazanlak o en otro sitio, sin embargo esta tranquila ciudad nos causa una buena impresión desde que llegamos. Atravesamos el famoso puente de madera y nos detenemos a observarlo también desde la orilla en Varosha, el barrio antiguo. Pero son pasadas las 15h y hace mucho calor, por lo que decidimos comer en un sitio a la sombra y a continuación ir al hotel a descansar un par de horas.
Aparte del famoso puente de madera, construído hacia 1872 y reformado varias veces para, finalmente, retornar a su aspecto original, no se puede decir que Lovech atesore muchos puntos de interés. En el tranquilo Varosha se conservan bastantes casas del estilo del Renacimiento Búlgaro; también hay un hamam turco restaurado, un par de iglesias no muy vistosas, una galería de arte pública y un museo, de horrible aspecto funcionarial, consagrado al héroe del siglo XIX Vasili Levski. No entramos en ninguno de estos lugares, ni tampoco subimos a las ruinas de Hisar, la fortaleza otomana de glorioso pasado. Más arriba aún, en lo alto de la colina Stratesh, existe un parque que sin duda ofrece buenas vistas sobre el valle del río Osem, pero al comprobar que la entrada es de pago nuestro humor se enfría y volvemos abajo para contemplar el puente al atardecer.
Alojamiento y comidas en Lovech
Nos alojamos en el "family hotel" Varosha 2003 (37€ con desayuno), una bonita casa en la zona más tranquila del barrio antiguo, cerca del río. Lo de "family hotel" hay que traducirlo como guesthouse familiar, ya que se trata de una residencia cuyos propietarios alquilan 4 o 5 habitaciones, reservándose para uso propio una sección separada. Las habitaciones son sencillas pero están bien y lo mejor es el cuidado jardín donde sirven los desayunos.
Al llegar a Lovech nos quedamos a comer en el Restorant Drakata, un viejo café elegante con terraza, en la plaza situada frente a la entrada del puente. Ofrece un menú variado y ecléctico, aunque al final su cocina nos resultó algo indigesta. Por la noche tomamos algo ligero en una mejana instalada en una de las casas mejor conservadas de Varosha; éstas parecen casas de labranza y no residencias urbanas, por tanto son muy a propósito para convertirlas en tabernas tradicionales.
12º día: Monasterio de TROYAN y llegada a VELIKO TARNOVO
Desayunamos en el florido jardín de nuestra pensión y pedimos que nos guarden las maletas hasta la tarde. Es una delicia recorrer las calles de Lovech bajo el sol de la mañana, pero al ser un pueblo tan pequeño el placer dura poco. Llegamos a la avtogara justo a tiempo de tomar el autobús de las 10h a Troyan; al llegar saltamos a un taxi (8 BGN) y vamos directamente al monasterio.
Si Rila es el primero y Bachkovo el segundo, el Monasterio de Troyan es el tercero más grande de Bulgaria; conserva elementos de su primitiva planta del siglo XVI pero, al igual que los otros, fue ampliamente reconstruído en el XIX. El portal del recinto da paso a un patio de casas, desde cuyas ventanas se derraman los alegres colores de cientos de geranios. En el centro se alza la Iglesia de la Santísima Virgen, profusamente pintada en 1840 por.... Zahari Zograf, evidentemente. Aunque sólo los murales de la fachada posterior se pueden ver con cierta nitidez, ya que el interior de la iglesia está muy oscuro; si los monjes se gastaran algunas de las limosnas en bombillas, tal vez los fieles podrían admirar el magnífico iconostasio en lugar de chocar con él. También aquí se venera un icono "milagrero" que representa a una Virgen "con tres manos"; ese tipo de imagen no es nada raro en la iconografía ortodoxa, pero este de Troyan no lo podríamos ver ni aunque encendieran alguna luz, ya que sólo lo exhiben una vez al año, en la fiesta del 15 de agosto.
En el patio hay bancos y estamos muy a gusto sentados a la sombra, pero por lo demás ya nada nos retiene aquí. Frente a la entrada del monasterio hay una parada de autobús, que según la guía está en la ruta de un lugar llamado Cherni Osem; sin embargo no hay horario y nadie parece saber si el próximo autobús tardará mucho. Más lejos vemos una tienda abierta y entramos a preguntar si pueden llamar a un taxi; es una tienda multiservicios como las que hay en cualquier pueblo y en el mostrador encontramos a una mujer de mediana edad, que nos mira como si fuéramos simples insectos mientras le ofrecemos 2 o 3 BGN a cambio de que haga una llamada... La situación es kafkiana; es posible que ella no disponga de teléfono, pero en el fondo eso es lo de menos, está claro que no va a hacer el menor esfuerzo por entendernos y menos aún por explicar nada.
En casos como este, se hace necesario recurrir directamente a la autoridad. Regresamos a la puerta del monasterio, donde hemos visto un orondo pope sentado en medio de un grupo de "hermanos legos"; les encontramos entregados a una piadosa tarea: devorar grandes racimos de uvas. Saludo en ruso y pregunto en inglés al religioso si podrían llamar a un taxi, él no entiende ni jota pero hace un simple gesto e inmediatamente aparece un intérprete; cuando le informan de lo que queremos, el santo hombre rescata un teléfono de las profundidades de su hábito y hace una llamada. Asunto solucionado.
De vuelta en Troyan, esta vez tampoco nos detenemos a ver la ciudad sino que cogemos el primer autobús de regreso a Lovech. Apenas son las 13h30', tenemos tiempo para admirar por última vez el puente y para comer en la mejana de la Galería. Nos fascina la antológica cara de mala hostia que exhibe la camarera que atiende la terraza; parece ser un rasgo típico del gremio y nos preguntamos si los camareros y camareras de Bulgaria compiten en torneos de malafollá granaína igual que los de París organizan carreras por los bulevares, portando bandejas.
Hacia las 16h30' abordamos una maxifurgoneta (10 BGN) que en un par de horas nos deja en Veliko Tarnovo. Desde la avtogara un corto trayecto en taxi nos acerca a las estrechas calles de Varusha Sur, el barrio en el que hemos reservado hotel, allí donde la urbe termina y da paso a la colina de Tsarevets. Nos instalamos para tres días en una ciudad que desde el primer momento nos desconcierta bastante.
13er día: VELIKO TARNOVO
Así es como la presenta la guía de Lonely Planet:
La sublime y evocadora capital de los zares medievales de Bulgaria se halla en un lugar imponente entre un anfiteatro de colinas boscosas dividido por el río Yantra. Domina las vistas la magistral y restaurada fortaleza de Tsarevets, ciudadela del Segundo Imperio búlgaro. La complementan numerosas iglesias y otras ruinas, muchas de ellas aún por desenterrar.
Como ejercicio literario no está mal, pero si los redactores fueran algo más objetivos, la habrían descrito más o menos así: Veliko Tarnovo es una ciudad soñolienta, sucia y destartalada que agoniza miserablemente entre colinas desérticas (al menos a finales del verano). Mal planificada y peor conservada, no ha logrado digerir bien los efectos de su potencial turístico, de por sí escaso. La "restauración" de Tsarevets es una auténtica tomadura de pelo, al igual que la de las iglesias de Asenova; de hecho no hemos visto nada que pueda merecer la admiración del visitante a excepción de las pinturas de las iglesias de Arbanasi, que están fuera de la ciudad.
En fin, dicho esto me puedo ahorrar algunas explicaciones y limitarme a los datos prácticos. Desde el hotel hay apenas 5 minutos hasta la entrada de Tsarevets; pagamos 6 BGN para dar un largo paseo por una colina pedregosa que no ofrece ningún interés; creo que lo más bonito del lugar es el puente de piedra que da acceso a la muralla, ya que al menos parece auténtico. De allí bajamos por la carretera que lleva al suburbio de Asenova; antes de cruzar el puente sobre el Yantra nos encontramos con la Iglesia de los Cuarenta Mártires, donde volvemos a pagar 6 BGN. La situación junto al río de esta iglesia es chula, pero lo único que hay en su interior son una colección de tumbas de cemento hechas en serie, unos murales modernos horrorosos (aunque no tanto como los del Patriarca, en Tsarevets) y algún fragmento minúsculo de los frescos originales. Tras esto renunciamos a pagar por ver nada más ya que todo nos parece un timo descarado. En Asenova hay otras 3 o 4 iglesias o monasterios, una pasarela de madera y un puñado de calles tranquilas; puesto que estamos en la carretera de Arbanasi, decidimos esperar junto al puente hasta que pase un taxi libre. Cuando por fin para uno, tenemos un momento divertido de confusión con el taxista, que nos hace gestos mientras no deja de hablar por teléfono; entendemos que nos quiere decir que no puede llevarnos, pero esto es Bulgaria y claro, en realidad está diciendo justo lo contrario xD.
El taxi nos deja en un lugar en el que hay una parada con una caseta; no sabemos donde estamos porque la verdad es que no hay indicaciones de ningún tipo. Arbanasi es un pueblo pequeño, pero no es fácil orientarse cuando no lo conoces porque no hay puntos de referencia visibles y los caminos que lo surcan son tortuosos. Lo primero que encontramos en nuestro camino es una taberna con una terraza que parece agradable, de modo que decidimos sentarnos a comer. No nos fijamos en el nombre, podría tratarse de la Mejana Arbat, que también ofrece alojamiento, pero no estoy seguro de que fuera esa. Comemos tranquilamente y a continuación seguimos buscando las famosas iglesias. La primera que encontramos es la Iglesia del Nacimiento de Cristo (Roshdestvo Jristovo, o algo así); el achaparrado edificio es de aspecto sencillo, como para pasar desapercibido en tiempos de escasa libertad religiosa, pero la anchura del perímetro ya anuncia que se trata de una iglesia de gran importancia. Unos contrafuertes de hormigón rompen la armonía de los muros, luego veremos que sirven para sujetar unas vigas que aseguran la bóveda, cuyo hundimiento sería un auténtico desastre. Pagamos la entrada de 6 BGN y entramos a admirar las dos naves decoradas con frescos del siglo XVI muy bien restaurados, que producen un asombroso efecto envolvente. Vistas con más detalle, las pinturas nos parecen menos elaboradas que las de los monasterios de Bucovina, que son de la misma época, pero aún así siguen siendo una maravilla. Continuamos el paseo y damos con la Iglesia de los Santos Arcángeles Gabriel y Miguel; sus frescos parecen del mismo estilo que los de la anterior, además aquí la vigilante nos deja solos y podemos hacer alguna foto (sin flash, naturalmente).
Al parecer hay otras iglesias y además el entorno parece agradable, pero nosotros nos damos por satisfechos y volvemos a buscar un taxi (5 BGN) para regresar a Tarnovo.
Nos cambiamos de hotel y aprovechamos para descansar un rato mientras baja el sol. Cuando salimos, empezamos a explorar las partes de la colina que caen hacia los distintos meandros del río. Seguimos calles de muy difícil acceso para los coches y que quizá por eso conservan un ambiente rural. Las casas son en general muy pobres, pero en conjunto reflejan un pasado con cierto carácter. Por fin vemos a nuestros pies un gran edificio en medio de un parque, acompañado de un obelisco flanqueado por esculturas épicas; para acercarnos hasta allí cruzamos una pasarela y descubrimos que se trata del Museo Nacional de Arte, que por las descripciones no tiene mucho interés. Anochece y el lugar adquiere una atmósfera fantasmal, a pesar de que hay un bar abierto en el edificio y varios grupos de jóvenes sentados por allí, charlando.
Para cenar volvemos a subir a la calle General Gurko, donde hemos detectado un restaurante con buen aspecto.
Alojamiento y comidas en Veliko Tarnovo
A causa de unos cambios de fechas que hicimos a última hora tuvimos que alojarnos en dos hoteles distintos, ambos en la zona que está frente a la colina Tsarevets. Pasamos una noche en el Hotel Studio (38€ con desayuno) y dos en el Boutique Hotel Tsarevets (34,50€ con desayuno); el primero está muy bien, es moderno y tiene un diseño original en las habitaciones, lo malo es que no tiene ascensor y hay muchos escalones para llegar hasta la terraza y también hasta nuestra habitación. El Tsarevets es una casa más grande de estilo antiguo, pero apenas está reformada y resulta algo cutre e incómoda, además no tiene azotea.
La noche que llegamos cenamos en Shtastlivetsa, el restaurante que atrae a casi todos los visitantes. No había sitio en la terraza con vistas al río, cenamos en la calle y la cocina no nos pareció nada extraordinario. Las dos noches siguientes elegimos la mejana del Hotel Gurko, en la tranquila y pintoresca calle del mismo nombre. Es una casa con todo el aspecto de una taberna tradicional, sin mucha quincalla pero con detalles de buen gusto; la cocina también es tradicional, sabrosa pero algo indigesta (lo habitual en Bulgaria), y el servicio muy eficaz a pesar de que sólo había un camarero que corría de una punta a la otra sin descanso.
14º día: VELIKO TARNOVO
Mientras desayunamos planeamos cómo ir a la ciudad-museo de Tryavna. Al parecer el viaje en tren es directo y uno de ellos sale a las 11h, mientras que en autobús habría que hacer transbordo en Gabrovo, y no sabemos con certeza de dónde salen.
En cualquier caso pensamos que nos dará tiempo a ir primero al Monasterio Preobrazhenski, que está a tan sólo 7 kilómetros de aquí.
Sin salir de Varusha nos apostamos en el cruce que hay junto al Grand Hotel Yantra, donde está señalado el camino al monasterio; esta salida de la ciudad es un atajo para tomar la carretera 5 o E85, que lleva a Ruse y también hasta Bucarest, cruzando el puente sobre el Danubio. Abordamos a un taxista y por una vez nos pregunta si queremos que vuelva a buscarnos, cosa que habríamos intentado de todas formas; cuando llegamos, el taxímetro marca poco más de 6 BGN.
El Monasterio de Preobrazhenski (Transfiguración) es el cuarto más grande de Bulgaria, lo cual no significa que sea muy grande. Y data del siglo XIV, lo que significa que fue destruido y reconstruído en el XIX, igual que los otros. Quizá la diferencia con los que hemos visto hasta ahora (a excepción de Rozhen) es su aislamiento: está en un paraje realmente solitario, en la falda de una montaña poblada de bosques de coníferas y cerca de un par de acantilados. Aparte de una ardilla que corre a trepar a los árboles, nuestra llegada no sobresalta a nadie; sin embargo hay un coche aparcado en el patio, por eso no nos sorprende encontrar a dos personas ocupadas en restaurar los frescos del interior. Oficialmente el monasterio debe estar cerrado a las visitas, porque nadie se molesta en pedirnos los 2 BGN de la entrada, pero vemos el edificio tan necesitado que acabamos dejando el dinero en una caja. Ah, por supuesto las pinturas en cuestión son obra de Zahari Zograf, que quizá no fue un artista muy dotado pero no se puede negar que era trabajador; en sus apenas 40 años de vida consiguió decorar prácticamente todas las iglesias de Bulgaria.
Cuando nos cansamos de admirar los parajes salimos caminando por la solitaria pista que desciende entre grandes árboles. Antes de llegar a la carretera nos cruzamos con nuestro taxista y le pedimos que nos lleve a la estación de trenes de Tarnovo. Allí nos llevamos una decepción, porque los horarios no son como creíamos y resulta que el tren a Tryavna sale a las 13h45'. A la salida vemos una parada de autobús urbano, hay gente esperando y comprobamos que una de las líneas va a la Estación Sur de autobuses; al cabo de un rato llega el autobús y lo abordamos, por suerte se puede pagar el billete al conductor.
Nos hemos vuelto a equivocar, en la Estación Yug sólo recalan autobuses de rutas más largas. El interior de la terminal está en plena reforma, invadida por carpinteros, cristaleros y albañiles que no dan tregua, mientras las oficinas de las compañías se obstinan en seguir operando en medio de todo el follón. Nos arriesgamos a penetrar sin casco y vamos leyendo las rutas que se anuncian; por fin encontramos la que nos interesa y compramos nuestros billetes para mañana: transporte combinado a Ruse y Bucarest por 36 BGN cada uno. El trámite dura unos minutos porque tienen que apuntar nuestros números de pasaporte; mientras esperamos siguen cayendo cascotes de todas partes.
Más tranquilos ya por haber resuelto la etapa de mañana (la falta de información nos estaba resultando algo angustiosa) hacemos un último intento para ir a Tryavna. Un taxi nos lleva a la Estación Zapad (oeste) pero allí tampoco encontramos un autobús que salga hacia Gabrovo; en realidad no vemos autobuses que vayan a salir a ninguna parte, están todos vacíos y ociosos. Son las 12h30' y estamos bastante hartos, así que renunciamos a la excursión y cogemos otro taxi de vuelta al centro. Por el camino, en mitad de la Avenida Vasili Levski, vemos un gran mercado y nos quedamos a explorarlo; tiene una zona abierta con puestos de productos frescos, como los mercados de toda la vida, y otra cerrada con tiendas de ropa y cachivaches. Esta última no tiene mucho interés porque casi todo lo que se vende son baratijas chinas, pero aprovechamos para hacer acopio de cosméticos con esencias de rosas, que son muy propios de Bulgaria y hasta cierto punto valen la pena por su calidad. Luego nos tomamos una cerveza en el bar del mercado, que nos recuerda a las duras pero entrañables cantinas de la época socialista.
Decidimos seguir a pie por la avenida hasta el centro de la parte moderna de Tarnovo; pasada la Plaza Nezavisimost encontramos un parque, con un bar que sirve las típicas ensaladas y kyufte. Después de comer nos acercamos con otro paseo a Varosha y nos refugiamos en el hotel.
Se nos acaba el tiempo, mañana abandonaremos Bulgaria y no tenemos precisamente la sensación de dejarnos cosas por ver. Por cumplir el trámite paseamos por el "barrio artesanal" de Samovodska Charshiya; las calles son bonitas pero no encontramos ningún objeto que nos atraiga y en general las tiendas parecen tener poca actividad. Cuando está a punto de anochecer encontramos una terraza con buenas vistas sobre las colinas; tratamos de hacer balance del viaje mientras saboreamos una cerveza Bolyarka, antigua marca que es una de las señas de identidad de Tarnovo.
Los dos coincidimos en que la experiencia de Bulgaria no nos ha resultado gratificante. Por un lado, hemos encontrado pocas cosas atractivas y ninguna excepcional; hay bonitos paisajes de montaña, aunque el más famoso de todos (los lagos de Rila) ha resultado un fiasco completo; pero en cuanto al patrimonio artístico, todo lo que hemos visto nos parece de un valor insignificante y sobre todo mal conservado y restaurado, como si los propios habitantes del país consideraran inútil ponerlo en valor. Algo parecido se puede decir del equipamiento de las ciudades y de las infraestructuras en general; casi todo es de un nivel ínfimo, casi tercermundista. Y por último, los búlgaros nos han parecido unos tipos raros de narices, cosa que incluso alguno de ellos nos ha reconocido; para los que viajamos de forma autónoma llega a ser muy frustrante el no poder interactuar normalmente con los habitantes de los países que visitamos, porque eso es algo que dificulta mucho moverse y disfrutar de los sitios.
Volvemos a cenar en la misma mejana de anoche; pasando por la calle del General Gurko nos cruzamos con un gato que cojea penosamente por los duros adoquines y caemos en la cuenta de que hemos visto unos cuantos en la misma situación. Llegamos a la conclusión de que, si ya es una tortura para cualquier humano que no disponga de botas con gruesas suelas, el pavimento de las ciudades y pueblos búlgaros tiene que resultar fatal para los pobres animales. A partir de ahora me temo que siempre recordaremos a Bulgaria como "el país de los gatos cojos".
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