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Último día en Praga. Intentamos salir temprano del hotel para poder pasear tranquilamente antes de que se congregase la multitud. Antes de las 9 estábamos en el Puente de Carlos y, aunque había gente, nada comparado con lo que encontramos los días anteriores. Ni siquiera estaban los tenderetes de recuerdos y de pinturas. Aprovechamos este momento para fijarnos en las estatuas y hacer algunas fotos.
Pensamos subir a alguna de las torres (creo que se puede subir a la del lado de Mala Strana), pero no abría hasta las 10, y teníamos planes para esa hora. Nos fuimos al Ayuntamiento para subir a la torre. La entrada cuesta 130 coronas. Se sube una parte por escalera y el tramo final se puede hacer andando, viendo una exposición de fotos sobre Praga y su ayuntamiento, o en ascensor. Nosotros subimos en ascensor y bajamos andando. En la planta baja hay una sala con un mosaico muy bonito en el techo y las paredes, y algunas de las puertas que te encuentras según subes merecen pararse a mirarlas. Una vez arriba, se tienen las mejores vistas de la Iglesia de Tyn y de la ciudad en general. Había gente, pero no era agobiante. Aunque las infinitas sesiones de fotos de algunas turistas asiáticas eran un poco desesperantes. Cuando bajamos ya agobiaba la cantidad de gente que había en un sitio tan reducido. Y mientras bajábamos solo veíamos subir más y más gente. Así que como recomendación, procurad subir antes de las 10.
La siguiente visita fue a la Iglesia de Tyn, que tiene unos horarios bastante restringidos. Ojo con la entrada, que nosotros el día anterior le dimos una vuelta sin saber cómo entrar, hasta que ya vimos que se entra por un pasadizo entre los restaurantes situados en los arcos de la plaza. Esto es porque la fachada principal no da a la plaza, quedó encajonada dentro de un patio (en checo antiguo "tyn" significa acorralado), y muchos turistas dan vueltas intentando encontrar la puerta principal.
La entrada es gratuita, aunque un sacerdote se encarga de “agradecerte” el donativo. En el interior hay una mezcla de estilos bastante desconcertante, aunque no se puede negar que es bonita, a pesar de que hay elementos que parecen un poco pegote. Lo más llamativo son una serie de pinturas dispuestas por todo el templo, sepulturas de familias de la aristocracia checa, y el órgano más antiguo de Praga. No se pueden hacer fotos en el interior.
De allí fuimos a ver el otro edificio destacado de la plaza, la Iglesia de San Nicolás, del mismo estilo que la de San Nicolás de Mala Strana, pero más modesta. Se utiliza como sala de conciertos, y en su interior destaca una impresionante lámpara.
Después fuimos al Josefov, el barrio judío. Hay varias opciones para visitar las distintas sinagogas, que generalmente incluyen varias de ellas. Solo hay dos sinagogas que se pueden visitar con entrada individual, la sinagoga Vieja-Nueva y la Sinagoga Española. Esta última es la más bonita según la mayoría de las opiniones, y no teníamos tiempo de visitarlas todas, así que decidimos entrar solamente en la Sinagoga Española. La entrada cuesta 70 coronas.
Es realmente bonita, la decoración en tonos dorados es deslumbrante, las lámparas con la estrella de David, el órgano,… Hay una exposición de paneles y objetos que te ayudan a entender la historia de los judíos en República Checa. Aunque ya estábamos al tanto después de la visita a Terezin, resultó muy interesante.
Paseamos por el barrio judío siguiendo el recorrido que hicimos el día del tour, viendo algunas otras sinagogas y el cementerio judío por fuera. Hubiera sido interesante visitarlas todas, pero cuando el tiempo es limitado no se puede ver todo.
Después de una parada para darnos un respiro y tomar una cerveza, fuimos a recorrer la Plaza Wenceslao, que es un bulevar muy largo con edificios de estilo neoclásicos y también de sobria arquitectura comunista.
Fuimos a comer al restaurante U Jindrisske, junto a la torre del mismo nombre. Pedimos salmón a la plancha y goulash, muy buenos ambos, y de postre strudel de manzana. La cuenta con 3 cervezas fue de 633 coronas. Este restaurante fue el único en el que nos incluyeron la propina, pero no protestamos ya que era menos del 10 %, más o menos la cantidad que solíamos dejar.
Muy cerca está la Sinagoga de Jerusalén o del Jubileo, que es donde empezaron a oficiar los judíos que quedaron en Praga una vez se demolió el barrio judío. La entrada cuesta 80 coronas. Es un edificio muy colorido, tanto por dentro como por fuera, con arcos estilos árabes. Es muy bonita, aunque no le llega a la Sinagoga Española, que me encantó. En la parte de arriba hay exposición de paneles sobre la situación de los judíos una vez finalizó la II Guerra Mundial.
Dimos un paseo hasta la famosa Casa Danzante, la representativa obra de arquitectura moderna de Praga. Está bien verla, pero tampoco es nada imprescindible para los no entendidos en arquitectura. Fuimos junto al río hasta el Teatro Nacional, y desde el puente hicimos unas fotos, antes de coger el metro por allí cerca hasta nuestro hotel.
Descansamos un rato y salimos a cenar. No llevábamos ningún restaurante apuntado esa noche, ya que nuestra prioridad era intentar ver el partido España-Estados Unidos de baloncesto en los Juegos Olímpicos. Después de dar una vuelta vimos que lo estaban echando en el Lokal de la calle Dlouha, pero una vez más no había mesa, además el partido solo estaba en el bar. Nos tomamos una cerveza allí de pie viendo la primera parte y luego buscamos un sitio para cenar rápido en el descanso. Unas hamburguesas y unas porciones de pizza en el cercano restaurante Lucerna y volvimos para ver el último cuarto en el bar del restaurante U Templaru. Lástima de resultado, perdimos de 6, pero España hizo muy buen partido.
Era nuestra última noche en Praga, así que para despedirnos nos fuimos al puente de Carlos a hacer unas fotos nocturnas. Me sorprendió la gran cantidad de gente que había, pensaba que a esas horas habría un poco más de tranquilidad. Aun así, mereció la pena el paseo nocturno, despedida ideal de una ciudad muy bella aunque masificada.
Al día siguiente, nuestro vuelo de vuelta salía a las 14:00 horas, así que solo nos dio tiempo a hacer el check-in en la web de Iberia, hacer un poco de compra en el supermercado para comer ese día y para traernos a casa e irnos al aeropuerto. Utilizamos el transporte público, un billete de 90 minutos (32 coronas), metro línea B hasta la última parada y allí el autobús 100 que lleva al aeropuerto.
Nos gastamos nuestras últimas coronas en una cerveza y una botella de agua, el viaje a la República Checa había llegado a su fin.
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