Aquí estaba le excursión pospuesta. Nuestro tren salía a las 7:30, pero teníamos clara la ruta en metro hasta la estación, que no era larga, y habíamos descansado bien. ¿Seríamos capaces de ir y volver de una Rusia más rural donde absolutamente nadie habla inglés? Veríamos. Por si acaso, llevábamos anotados en ruso las palabras “Vladimir”, nuestro destino en tren y “Suzdal”, el final.
Aún nos quedaban provisiones de los días anteriores así que nos las llevamos para desayunar el en tren y fuimos en metro hasta Kurskaya no sin antes detenernos en Ploschad Revolyutsii durante el transbordo para observar sus impresionantes estatuas.
Llegamos a Kursky Vozkal en Kurskaya para coger el tren. Aparte de los billetes también llevábamos una nota a mano de la señorita de la taquilla que se había molestado en resumir los detalles mas importantes: hora, andén, coche y asientos, lo cual facilitó bastante las cosas.
Subimos a la planta superior y en los andenes, le enseñamos el billete a un trabajador que nos indicó perfectamente y subimos al tren. Como se trataba de un regional más lento, yo me esperaba algo más popular, pero lo cierto es que era igual o mejor que cualquier tren español. Nuevo, limpio y cómodo. Las dos horas largas de camino las pasamos entre cabezadas y miradas al paisaje.
Cuando llegamos a Vladimir, nos encontramos una escena de lo más peculiar. Aquello era una verdadera estación del interior ruso, con trenes de todo tipo… aunténticas joyas ferroviarias, pero lo más curioso fue un vagón cerrado a cal y canto del que empezaron a descender varios presos a los que un grupo de perros y policías se encargaba de esposar y custodiar manteniéndolos en cuclillas.
Una vez fuera de la estación, hay que dirigirse al edificio de enfrente, que es la estación de autobuses. El que va a Suzdal sale cada media hora y llegamos justo 5 minutos antes. Con la cola, nos tocó esperar al siguiente y fuimos a comprar unos snacks al supermercado de al lado por 200R. Mi novio ya se había aprendido las preguntas típicas de las cajeras al cobrar, la primera era que si quería bolsa y la segunda si iba a pagar en efectivo. Él, a esas alturas ya las contestaba en ruso y yo me partía de risa porque nadie notaba que no lo era.
Los billetes nos costaron 86,50R cada uno para la ida hasta Suzdal y no esperéis que os toque ir sentados. El autobús se abarrotó de locales y turistas que apenas cabían de pie. Por suerte yo me fui al final y fui sentada tranquilamente en las escaleras de la puerta de emergencia, y mi novio decía que arriba era un agobio de calor y se tambaleaban por la conducción brusca. Una señora mayor comenzó a reírse y hablar con él en ruso, y el contestaba en español… y así se tiraron casi todo el trayecto…. Una situación absurda pero graciosísima. A saber que saldría de ahí.
Cuando llegamos a la estación de Suzdal, se bajaron muchos locales pero todos los turistas íbamos con la lección aprendida y nos quedamos dentro del autobús. El conductor pasó a recoger un suplemento de 16R por persona y arrancó para dejarnos en el centro del pueblo.
Bajamos en la Plaza Lenin. No llevábamos una ruta definida aunque asíamos qué era lo que había que ver, así que nos dejamos llevar.
Primero paseamos entre el Monasterio Aleksandrovsky, justo al lado de donde nos dejó el autobús.
En lugar de seguir por la calle Lenin, la principal, fuimos paseando entre las preciosas casitas de cuento que abarrotan el pueblo.
Después de explorar un rato las calles menores, volvimos a la principal y continuamos hasta dar con el Kremlin que alberga Monasterio del Salvador y San Eutimio, que forma parte de los Monumentos considerados Patrimonio de la Humanidad en Suzdal y Vladimir.
Hacía un día precioso, con un sol espléndido que realzaba todo aquel idílico paisaje. Cruzamos el río por un pequeño puente y callejeamos algo más por las calles de esa zona, que sin duda, eran las mejores.
Llegamos así al Convento de la Intercisión, lugar en el que vivieron todas aquellas mujeres que fueron rechazadas por los zares.El interior irradiaba paz, un silencio sólo interrumpido por los cantos de los pájaros con un paisaje salpicado de coloridas flores contrastando con el blanco de las paredes.
Una vez fuera, fuimos paseando por la orilla del río Kamekam donde observamos familias que se zambullían en sus aguas y jóvenes pescando.
Así llegamos al monasterio de San Lázaro y Antipas.
De vuelta en la calle Lenin buscamos un sitio para comer. El que nos pareció más típico estaba abarrotado así que nos fuimos a otro más o menos situado en el número 69 de la calle Lenin. El nombre no os lo podemos decir porque veía en ruso, pero seguro que elijáis el que elijáis, comeréis bien.
La comunicación fue toda por signos, nos trajeron un menú inglés con la transcripción en ruso debajo, así que se lo señalamos al camarero. Pedimos para compartir salmón al limón, pollo a la Kieve y ensalada Kalembur, compuesta de pollo, champiñón, queso, tomate, lechuga, mayonesa y cebollino. Las racione no eran muy grandes, pero fue suficiente. Nos gustó mucho el pollo a la Kiev, que es una pechuga deshuesada y enrollada alrededor de un trozo de mantequilla con ajo, para después empanarse y hornearse. Muy, muy bueno.
De postre, uno blini estilo “Suzdal” y otro de leche condensada, aunque los sabores no diferían mucho. El total fue de 1355R, bebidas incluidas.
Seguimos con la ruta, esta vez, recorriendo la calle Lenin en el sentido opuesto al de la mañana y llegamos a la flamante Iglesia de San Nicolás.
Uno no sabe si está en el castillo de Fantasía de Disney, en el palacio de Aladdín, las cúpulaz azules y estrelladas no dejan indiferente a nadie.
Paseamos por sus idílicos alrededores, con el rio Kameka al lado y las reproducciones arquitectónicas de madera desperdigadas aquí y allá.
Eran bastante parecidas a las que habíamos visto en Kolomenskoye, pero el entorno esta vez no era comparable.
De vuelta al centro del pueblo, entramos a varios mercados que habrían sido ideales para visitarlos en fechas navideñas... pero sin el frio del invierno ruso.
Compramos una botella de medovuja, una bebida con miel típica el la ciudad por 80R y un par de imanes para nuestra colección.
Aunque nuestro tren no salía de Vladimir hasta las 8, empezamos a plantearnos la vuelta a partir de las 5 más que nada para ir con tranquilidad y no tener ningún problema. Pasamos por un parque de columpio de madera y nos quedamos en la Plaza del Mercado a la espera de autobuses. Los conductores de los 3 que paramos preguntando por Vladimir, nos mandaban por un camino que se alejaba del centro y no nos dio mucha confianza. Teníamos entendido que pasaban por esa plaza. Tras el mismo resultado otra vez, fuimos por el camino que nos indicaron y cuando vi a una señora le pregunté si sabía inglés. Con su respuesta negativa, me tocó tirar del poco ruso aprendido en esos días y dije: “Marshrutka Vladimir” (Furgoneta Vladimir). Nos indicó en la misma dirección que nos habían dicho los conductores. No teníamos muy claro hacia dónde íbamos, pero supusimos que era hacia la estación de autobuses de la mañana. Por suerte, encontramos a un par de canadienses que, móvil y GPS en mano, nos confirmaron que íbamos bien. En ese momento pasó una furgoneta y nos subimos en ella por 16R hasta la estación de la mañana, donde volvimos a sacar el billete de vuelta a Vladimir por 86,50. Todo arreglado.
Llegamos a Vladimir con bastante tiempo de antelación pero gran alivio. Fuimos de nuevo a por provisiones al supermercado y nos las tomamos frente a la estación (200R). Después de merendar y descansar las piernas nos metimos en la estación y nos pusimos a explorar por los hangares y alrededores para ver todos los modelos de trenes.
A la hora indicada, llegó el tren, igual de limpio y cómodo que la ida pero esta vez más rápido. Sobre las 9:30 regresamos a Moscú y fuimos en metro a la estación de Teatralnaya, la nuestra. Salimos por una salida que no era la habitual con la esperanza de ver el edificio del Bolshoy, que aún estaba pendiente, y tras un rato de desorientación dimos con él.
Hay que tener cuidado con las distintas salidas de las estaciones, así como las correspondencias. La que escogimos ese día estaba a más de 500 metros de la habitual, siendo la misma estación.
Antes de subir al hotel, pasamos por la sección de comidas preparadas del 24 horas y nos dimos un festín caliente en la habitación por 475R. Después, ducha y tetris de objetos en las mochilas para que nos entrara toda la ropa y souvenirs.
Aquel día también caímos rendidos pero quizá algo más emocionados. Una de las cosas que más me llenan cuando viajo es llegar a remotos lugares por tu cuenta. El trayecto y preparación ya son aventuras en sí mismas, y en la mayoría de los casos surgen grandes anécdotas para el recuerdo como fue en esta ocasión, desde la señora de Toulouse ayudándome a sacar los billetes a verme en necesidad de utilizar pequeñas palabras en ruso aprendidas en estos días para volver a la estación de autobuses, pasando por nuestra exploración de los hangares de tren y el encuentro con los presos. Nos habíamos internado en una Rusia algo más profunda y menos turística y habíamos regresado con una aventura más en la mochila.
Podríamos haber elegido otros pueblos del Anillo de Oro más cercanos y accesibles, pero quisimos ir al más remoto y auténtico y sin duda, había merecido la pena y no sólo por lo que habíamos visto allí. Nuestro paso por Rusia terminaba de la mejor manera.
GATOS DEL DÍA PARA 2 PERSONAS
- Billetes de tren i/v a Vladimir: 2350R
- Autobús i/v Vladimir-Suzdal con suplemento al centro del pueblo: 410R
- Comida: 1355R
- Snacks: 400R
- Cena: 475R
Total Gastos: 4990R
Aún nos quedaban provisiones de los días anteriores así que nos las llevamos para desayunar el en tren y fuimos en metro hasta Kurskaya no sin antes detenernos en Ploschad Revolyutsii durante el transbordo para observar sus impresionantes estatuas.
Llegamos a Kursky Vozkal en Kurskaya para coger el tren. Aparte de los billetes también llevábamos una nota a mano de la señorita de la taquilla que se había molestado en resumir los detalles mas importantes: hora, andén, coche y asientos, lo cual facilitó bastante las cosas.
Subimos a la planta superior y en los andenes, le enseñamos el billete a un trabajador que nos indicó perfectamente y subimos al tren. Como se trataba de un regional más lento, yo me esperaba algo más popular, pero lo cierto es que era igual o mejor que cualquier tren español. Nuevo, limpio y cómodo. Las dos horas largas de camino las pasamos entre cabezadas y miradas al paisaje.
Cuando llegamos a Vladimir, nos encontramos una escena de lo más peculiar. Aquello era una verdadera estación del interior ruso, con trenes de todo tipo… aunténticas joyas ferroviarias, pero lo más curioso fue un vagón cerrado a cal y canto del que empezaron a descender varios presos a los que un grupo de perros y policías se encargaba de esposar y custodiar manteniéndolos en cuclillas.
Una vez fuera de la estación, hay que dirigirse al edificio de enfrente, que es la estación de autobuses. El que va a Suzdal sale cada media hora y llegamos justo 5 minutos antes. Con la cola, nos tocó esperar al siguiente y fuimos a comprar unos snacks al supermercado de al lado por 200R. Mi novio ya se había aprendido las preguntas típicas de las cajeras al cobrar, la primera era que si quería bolsa y la segunda si iba a pagar en efectivo. Él, a esas alturas ya las contestaba en ruso y yo me partía de risa porque nadie notaba que no lo era.
Los billetes nos costaron 86,50R cada uno para la ida hasta Suzdal y no esperéis que os toque ir sentados. El autobús se abarrotó de locales y turistas que apenas cabían de pie. Por suerte yo me fui al final y fui sentada tranquilamente en las escaleras de la puerta de emergencia, y mi novio decía que arriba era un agobio de calor y se tambaleaban por la conducción brusca. Una señora mayor comenzó a reírse y hablar con él en ruso, y el contestaba en español… y así se tiraron casi todo el trayecto…. Una situación absurda pero graciosísima. A saber que saldría de ahí.
Cuando llegamos a la estación de Suzdal, se bajaron muchos locales pero todos los turistas íbamos con la lección aprendida y nos quedamos dentro del autobús. El conductor pasó a recoger un suplemento de 16R por persona y arrancó para dejarnos en el centro del pueblo.
Bajamos en la Plaza Lenin. No llevábamos una ruta definida aunque asíamos qué era lo que había que ver, así que nos dejamos llevar.
Primero paseamos entre el Monasterio Aleksandrovsky, justo al lado de donde nos dejó el autobús.
En lugar de seguir por la calle Lenin, la principal, fuimos paseando entre las preciosas casitas de cuento que abarrotan el pueblo.
Después de explorar un rato las calles menores, volvimos a la principal y continuamos hasta dar con el Kremlin que alberga Monasterio del Salvador y San Eutimio, que forma parte de los Monumentos considerados Patrimonio de la Humanidad en Suzdal y Vladimir.
Hacía un día precioso, con un sol espléndido que realzaba todo aquel idílico paisaje. Cruzamos el río por un pequeño puente y callejeamos algo más por las calles de esa zona, que sin duda, eran las mejores.
Llegamos así al Convento de la Intercisión, lugar en el que vivieron todas aquellas mujeres que fueron rechazadas por los zares.El interior irradiaba paz, un silencio sólo interrumpido por los cantos de los pájaros con un paisaje salpicado de coloridas flores contrastando con el blanco de las paredes.
Una vez fuera, fuimos paseando por la orilla del río Kamekam donde observamos familias que se zambullían en sus aguas y jóvenes pescando.
Así llegamos al monasterio de San Lázaro y Antipas.
De vuelta en la calle Lenin buscamos un sitio para comer. El que nos pareció más típico estaba abarrotado así que nos fuimos a otro más o menos situado en el número 69 de la calle Lenin. El nombre no os lo podemos decir porque veía en ruso, pero seguro que elijáis el que elijáis, comeréis bien.
La comunicación fue toda por signos, nos trajeron un menú inglés con la transcripción en ruso debajo, así que se lo señalamos al camarero. Pedimos para compartir salmón al limón, pollo a la Kieve y ensalada Kalembur, compuesta de pollo, champiñón, queso, tomate, lechuga, mayonesa y cebollino. Las racione no eran muy grandes, pero fue suficiente. Nos gustó mucho el pollo a la Kiev, que es una pechuga deshuesada y enrollada alrededor de un trozo de mantequilla con ajo, para después empanarse y hornearse. Muy, muy bueno.
De postre, uno blini estilo “Suzdal” y otro de leche condensada, aunque los sabores no diferían mucho. El total fue de 1355R, bebidas incluidas.
Seguimos con la ruta, esta vez, recorriendo la calle Lenin en el sentido opuesto al de la mañana y llegamos a la flamante Iglesia de San Nicolás.
Uno no sabe si está en el castillo de Fantasía de Disney, en el palacio de Aladdín, las cúpulaz azules y estrelladas no dejan indiferente a nadie.
Paseamos por sus idílicos alrededores, con el rio Kameka al lado y las reproducciones arquitectónicas de madera desperdigadas aquí y allá.
Eran bastante parecidas a las que habíamos visto en Kolomenskoye, pero el entorno esta vez no era comparable.
De vuelta al centro del pueblo, entramos a varios mercados que habrían sido ideales para visitarlos en fechas navideñas... pero sin el frio del invierno ruso.
Compramos una botella de medovuja, una bebida con miel típica el la ciudad por 80R y un par de imanes para nuestra colección.
Aunque nuestro tren no salía de Vladimir hasta las 8, empezamos a plantearnos la vuelta a partir de las 5 más que nada para ir con tranquilidad y no tener ningún problema. Pasamos por un parque de columpio de madera y nos quedamos en la Plaza del Mercado a la espera de autobuses. Los conductores de los 3 que paramos preguntando por Vladimir, nos mandaban por un camino que se alejaba del centro y no nos dio mucha confianza. Teníamos entendido que pasaban por esa plaza. Tras el mismo resultado otra vez, fuimos por el camino que nos indicaron y cuando vi a una señora le pregunté si sabía inglés. Con su respuesta negativa, me tocó tirar del poco ruso aprendido en esos días y dije: “Marshrutka Vladimir” (Furgoneta Vladimir). Nos indicó en la misma dirección que nos habían dicho los conductores. No teníamos muy claro hacia dónde íbamos, pero supusimos que era hacia la estación de autobuses de la mañana. Por suerte, encontramos a un par de canadienses que, móvil y GPS en mano, nos confirmaron que íbamos bien. En ese momento pasó una furgoneta y nos subimos en ella por 16R hasta la estación de la mañana, donde volvimos a sacar el billete de vuelta a Vladimir por 86,50. Todo arreglado.
Llegamos a Vladimir con bastante tiempo de antelación pero gran alivio. Fuimos de nuevo a por provisiones al supermercado y nos las tomamos frente a la estación (200R). Después de merendar y descansar las piernas nos metimos en la estación y nos pusimos a explorar por los hangares y alrededores para ver todos los modelos de trenes.
A la hora indicada, llegó el tren, igual de limpio y cómodo que la ida pero esta vez más rápido. Sobre las 9:30 regresamos a Moscú y fuimos en metro a la estación de Teatralnaya, la nuestra. Salimos por una salida que no era la habitual con la esperanza de ver el edificio del Bolshoy, que aún estaba pendiente, y tras un rato de desorientación dimos con él.
Hay que tener cuidado con las distintas salidas de las estaciones, así como las correspondencias. La que escogimos ese día estaba a más de 500 metros de la habitual, siendo la misma estación.
Antes de subir al hotel, pasamos por la sección de comidas preparadas del 24 horas y nos dimos un festín caliente en la habitación por 475R. Después, ducha y tetris de objetos en las mochilas para que nos entrara toda la ropa y souvenirs.
Aquel día también caímos rendidos pero quizá algo más emocionados. Una de las cosas que más me llenan cuando viajo es llegar a remotos lugares por tu cuenta. El trayecto y preparación ya son aventuras en sí mismas, y en la mayoría de los casos surgen grandes anécdotas para el recuerdo como fue en esta ocasión, desde la señora de Toulouse ayudándome a sacar los billetes a verme en necesidad de utilizar pequeñas palabras en ruso aprendidas en estos días para volver a la estación de autobuses, pasando por nuestra exploración de los hangares de tren y el encuentro con los presos. Nos habíamos internado en una Rusia algo más profunda y menos turística y habíamos regresado con una aventura más en la mochila.
Podríamos haber elegido otros pueblos del Anillo de Oro más cercanos y accesibles, pero quisimos ir al más remoto y auténtico y sin duda, había merecido la pena y no sólo por lo que habíamos visto allí. Nuestro paso por Rusia terminaba de la mejor manera.
GATOS DEL DÍA PARA 2 PERSONAS
- Billetes de tren i/v a Vladimir: 2350R
- Autobús i/v Vladimir-Suzdal con suplemento al centro del pueblo: 410R
- Comida: 1355R
- Snacks: 400R
- Cena: 475R
Total Gastos: 4990R