Ufff, nos levantamos molidos. Llevamos unos días durmiendo fatal xq parece que el colchón debe de haberse pinchado y por más que lo inflemos cada día, durante la noche va perdiendo aire y la cosa cada vez va a peor, hoy amanecemos casi tocando el suelo. Imperativamente hoy tendremos que sacar tiempo para ir a comprar uno.
Nuestra excursión de hoy es Cannes, tengo muchas ganas de conocer tan glamuroso destino. La parada del bus está delante del camping, es el nº200 y pasa cada 20 minutos. El trayecto hasta Cannes es interminable, tiene cientos de paradas y tarda casi 1h para poco más de 20 km. Pero claro, el precio es irrisorio, tan sólo 1.50€.
Atravesamos la bulliciosa Juan-les-Pines, donde tiene lugar en el mes de julio un festival de jazz de renombre internacional.
Por fin llegamos a Cannes, Nos bajamos en la última parada y casi sin darnos cuenta estamos delante del Palais des Festivals, donde todo el mundo se hace la codiciada foto sobre la alfombra roja emulando a los astros del celuloide.
En los bajos se encuentra la oficina de turismo, en la que hay wifi gratis, nos conectamos un rato para recibir noticias de casa. Recorremos en parte la Allée des Étolies, paseo de la fama en versión europea, donde un buen número de actores dejaron estampadas sus huellas.
Paseamos por el mundialmente conocido Boulevard de la Croissette. Hay una playa pequeña que es pública y que tiene la rareza de ser de arena, y el resto de las playas son privadas.
Alucinamos con los precios ya no de las comidas, sino con los de un refresco o un simple café. Al otro lado de la calle se encuentran los edificios de superlujo y los hotelazos, como el legendario Martínez, sólo al alcance de unos pocos privilegiados.
Aparcados delante de ellos todo un muestrario de los cochazos más caros, casi todos matriculados en algún Emirato, y un enjambre de gente haciéndoles fotos. Es el lujo elevado a la enésima potencia. Invierto un buen rato escudriñando los escaparates de cada una de las boutiques y joyerías, pero me tengo que conformar con verlas por afuera. C´est la vie!
Abandonamos la milla de oro superlativa y nos vamos hacia la parte antigua, donde está el vieux port, colmado, como no, de exclusivos yates, y el empinado barrio de le Suquet. Muchos de los restaurantes y locales exhiben las fotos dedicadas de las estrellas de cine que alguna vez se sentaron en sus mesas. En la cima se encuentra el Castillo de la Castre y la diminuta capilla de Notre-Dame d'Espérance. Desde lo alto se obtiene una panorámica increíble de toda la bahía y las cumbres del Estérel. Después de unos cuantos paseos y un torrente de fotos damos por terminada la vista a esta ciudad de cine.
lh3.googleusercontent.com/ ...76-h657-no
Cogemos de nuevo el bus infernal hacia Antibes, nos cambiamos a toda velocidad en el camping y nos dirigimos como dos misiles a la playa. Nos comemos unos bocatas y pasamos el resto de la tarde entre chapuzón y chapuzón, siempre con un ojo alerta por si alguna medusa osa acercarse.
Nos da rabia, pero tenemos que interrumpir nuestra tarde playera para ir a comprar el colchón de marras. Habíamos localizado un Decathlón y aunque damos alguna que otra vuelta y nos comemos un buen atasco, conseguimos llegar antes de la hora de cierre, a las 20h.
Después de cenar nos acercamos a AntibesLand, una especie de feria/ parque de atracciones veraniego que se encuentra detrás del camping. Hay un montón de atracciones para todas las edades, cuya estrella es el “Adrenaline”, espectacular montaje que consiste en una caída libre desde 60m sujetados tan solo por una cuerda elástica. Nosotros no nos atrevimos, nos pareció too much. Sin embargo, nos lanzamos a experimentar alguna que otra menos arriesgada.
Antibesland fue un grandísimo descubrimiento. Vimos un ambiente muy “sano”, muchas familias con niños pequeños, de nuevo franceses que trasnochan y eso sí, nada de borracheras. Los precios de las atracciones más que asequibles, entre los 4-8€, excepto el mencionado Adrenaline que cuesta 20€. Pero lo más chocante, al menos para nosotros, es lo limpio que está todo (nadie arroja al suelo ni un palillo) y lo poco ruidoso. En cada atracción cuelga un cartel rogando controlar los gritos para no molestar a los vecinos. Y podemos dar fe que se esto se cumple, ya que nuestro camping está a pocos metros y apenas si se oye nada dentro de la tienda de campaña.
Nuestra excursión de hoy es Cannes, tengo muchas ganas de conocer tan glamuroso destino. La parada del bus está delante del camping, es el nº200 y pasa cada 20 minutos. El trayecto hasta Cannes es interminable, tiene cientos de paradas y tarda casi 1h para poco más de 20 km. Pero claro, el precio es irrisorio, tan sólo 1.50€.
Atravesamos la bulliciosa Juan-les-Pines, donde tiene lugar en el mes de julio un festival de jazz de renombre internacional.
Por fin llegamos a Cannes, Nos bajamos en la última parada y casi sin darnos cuenta estamos delante del Palais des Festivals, donde todo el mundo se hace la codiciada foto sobre la alfombra roja emulando a los astros del celuloide.
En los bajos se encuentra la oficina de turismo, en la que hay wifi gratis, nos conectamos un rato para recibir noticias de casa. Recorremos en parte la Allée des Étolies, paseo de la fama en versión europea, donde un buen número de actores dejaron estampadas sus huellas.
Paseamos por el mundialmente conocido Boulevard de la Croissette. Hay una playa pequeña que es pública y que tiene la rareza de ser de arena, y el resto de las playas son privadas.
Alucinamos con los precios ya no de las comidas, sino con los de un refresco o un simple café. Al otro lado de la calle se encuentran los edificios de superlujo y los hotelazos, como el legendario Martínez, sólo al alcance de unos pocos privilegiados.
Aparcados delante de ellos todo un muestrario de los cochazos más caros, casi todos matriculados en algún Emirato, y un enjambre de gente haciéndoles fotos. Es el lujo elevado a la enésima potencia. Invierto un buen rato escudriñando los escaparates de cada una de las boutiques y joyerías, pero me tengo que conformar con verlas por afuera. C´est la vie!
Abandonamos la milla de oro superlativa y nos vamos hacia la parte antigua, donde está el vieux port, colmado, como no, de exclusivos yates, y el empinado barrio de le Suquet. Muchos de los restaurantes y locales exhiben las fotos dedicadas de las estrellas de cine que alguna vez se sentaron en sus mesas. En la cima se encuentra el Castillo de la Castre y la diminuta capilla de Notre-Dame d'Espérance. Desde lo alto se obtiene una panorámica increíble de toda la bahía y las cumbres del Estérel. Después de unos cuantos paseos y un torrente de fotos damos por terminada la vista a esta ciudad de cine.
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Cogemos de nuevo el bus infernal hacia Antibes, nos cambiamos a toda velocidad en el camping y nos dirigimos como dos misiles a la playa. Nos comemos unos bocatas y pasamos el resto de la tarde entre chapuzón y chapuzón, siempre con un ojo alerta por si alguna medusa osa acercarse.
Nos da rabia, pero tenemos que interrumpir nuestra tarde playera para ir a comprar el colchón de marras. Habíamos localizado un Decathlón y aunque damos alguna que otra vuelta y nos comemos un buen atasco, conseguimos llegar antes de la hora de cierre, a las 20h.
Después de cenar nos acercamos a AntibesLand, una especie de feria/ parque de atracciones veraniego que se encuentra detrás del camping. Hay un montón de atracciones para todas las edades, cuya estrella es el “Adrenaline”, espectacular montaje que consiste en una caída libre desde 60m sujetados tan solo por una cuerda elástica. Nosotros no nos atrevimos, nos pareció too much. Sin embargo, nos lanzamos a experimentar alguna que otra menos arriesgada.
Antibesland fue un grandísimo descubrimiento. Vimos un ambiente muy “sano”, muchas familias con niños pequeños, de nuevo franceses que trasnochan y eso sí, nada de borracheras. Los precios de las atracciones más que asequibles, entre los 4-8€, excepto el mencionado Adrenaline que cuesta 20€. Pero lo más chocante, al menos para nosotros, es lo limpio que está todo (nadie arroja al suelo ni un palillo) y lo poco ruidoso. En cada atracción cuelga un cartel rogando controlar los gritos para no molestar a los vecinos. Y podemos dar fe que se esto se cumple, ya que nuestro camping está a pocos metros y apenas si se oye nada dentro de la tienda de campaña.