Hace menos de seis meses, el 1 de marzo de 2014, un grupo de unas diez personas vestidas de negro entraron violentamente en la estación de Kunming y, armados de sables y cuchillos, mataron a 29 personas e hirieron a unas 130 más. Esta imagen, que precavidamente hemos querido mantener oculta en la memoria, se no hace muy presente cuando hoy vamos camino de la estación para tomar el tren hacia Dali, en el que es el trayecto más largo en ferrocarril de nuestro viaje por China.
Llueve considerablemente, como, en un momento u otro, ha llovido en los tres días que llevamos por Yunnan, no es un buen presagio pero no vamos a entristecernos porque todavía llevamos la sonrisa dibujada en la cara después de la enésima sorpresa que nos ha deparado este maravillo país.
Para llegar a la estación de tren, y como es normal en todo el mundo, hemos pedido un taxi en la recepción el hotel. “Por supuesto, ningún problema” nos contestan, pero no vemos a nadie llamar por teléfono, lo que vemos es al botones tomar un paraguas y salir a la calle, distante unos veinte metros de la entrada del hotel, para esperar que pase uno y pararlo para nosotros.
Nuestro asombro deja paso a los nervios cuando vemos que va pasando el tiempo y que por allí no pasa ningún taxi. Tras cerca de media hora de espera, aparece por fin uno libre y hacia la estación que nos vamos. Por fin respiramos tranquilos.
Cuando nos disponemos a entrar en la estación, el semblante se nos oscurece y el corazón se encoge un poquito al hacerse presente el recuerdo del atentado. Sin ninguna duda, las medidas de seguridad son las mayores que hemos visto hasta ahora. La estación es grande, muy grande pero no es difícil orientarse. Hacemos tiempo en la sala de espera, pero antes pasamos por una farmacia donde, después de señalarme la garganta y toser un poco, me venden una especie de Ricolas chinas, que me ayudan a calmar la sequedad que desde hace un par de días tengo en la garganta.
Una vez en el tren, nos esperan seis horas de camino que vamos a compartir con nuestros compañeros de departamento, un matrimonio joven y su hija pequeña. Si bien el marido realiza prácticamente todo el viaje en el pasillo, la mujer chapurrea el inglés y tiene ganas de conversación.
Se interesa por saber donde hemos estado y hacia dónde vamos, nos explica lo hermosos que son los lugares hacia donde nos dirigimos y no puede ocultar su orgullo cuando sabe que es el segundo viaje que hacemos por China y le explicamos nuestra admiración por la belleza de su país.
El viaje no se hace pesado y casi sin darnos cuenta llegamos a Dali. A la salida de la estación nos espera la escena típica de otras veces, docenas de personas gritando, empujando y ofreciendo servicios de transporte. Afortunadamente, en medio de la muchedumbre divisamos un hombre alto y fuerte, cuadrado como un armario, que sujeta un cartel con nuestro nombre. Nos dirigimos hacia él y en un suspiro nuestras maletas están en la furgoneta, y nosotros con ellas, camino de la ciudad vieja de Dali y de nuestro hotel.
Se trata del Yinfeng Hotel, uno de los alojamientos con más encanto de los que hemos conocido en nuestros viajes por China. Estamos en el primer piso y, como es habitual en muchos alojamientos tradicionales, no hay ascensor, pero no importa, son unas pocas escaleras que nos conducen a una enorme y acogedora habitación. El servicio de recogida y traslado desde la estación es gratuito, tan solo hay que concretarlo con el hotel facilitándoles el número de tren y la hora de llegada, además de un número de teléfono (de nuevo se nos demuestra la utilidad de disponer de un número chino).
No podemos esperar a salir a conocer la ciudad. Gracias a la amabilidad y buen hacer de las chicas de la recepción apenas tardamos unos minutos en concretar el recorrido por el lago Erhai que queremos hacer mañana. Por 200 yuanes, un conductor nos llevará hasta el embarcadero y después nos recogerá en el final del trayecto del barco para acompañarnos en el coche por diferentes pueblecitos de la ribera del lago. El recorrido en barco supone otros 120 yuanes por persona.
Salimos del Yinfeng y nos adentramos por las calles de Dali, repletas de gente, color movimiento, tiendas… y con una presencia destacada de personas vestidas a la manera de los bai, la minoría mayoritaría en toda la zona del lago Erhai.
A pocos metros nos topamos con una de las grandes curiosidades de Dali, la iglesia de las misiones, construida por los franceses en 1938, al estilo de la arquitectura tradicional china, recuerda más a un templo budista que a una iglesia católica. Durante la Revolución Cultural sufrió diversos daños, pero en 1984 fue renovada y está catalogada y protegida por el Departamento de bienes culturales.
Toda la ciudad antigua de Dali, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es una auténtica maravilla, un pequeño laberinto de callejuelas que esconden pequeños tesoros de la arquitectura tradicional bai.
Caminamos por la calle Renmin Lu (la calle del Pueblo), hasta acercarnos a la “Puerta de las Cinco Glorias”, desde lo alto de la cual se divisa toda la ciudad, las imponentes montañas verdes, las Cang Shan, el lago, la mezquita con su magnífica cúpula de color verde y el templo de las Tres Pagodas, la imagen más característica de Dali.
Subimos por la muralla y recorremos una parte en un agradable paseo que compartimos con numerosas familias que hacen lo propio. Vamos a buscar un sitio para cenar y en el camino nos topamos con el imponente Monumento al Héroe del Pueblo en la primera muestra -no será la única- de realismo socialista que nos encontramos por Yunnan.
Nos apetece descansar un poco de la comida china y cenamos una pizza en un restaurante cercano a Yangren jie (la calle de los extranjeros) donde aprovechamos para degustar la cerveza Dali, muy suave y refrescante y de reconocida fama en todo Yunnan.
La noche es terriblemente animada en Dali, centenares de personas recorren las calles y abarrotan los restaurantes y tiendas, la vida no parece tener fin en la vieja ciudad. Regresamos poco a poco al Yinfeng y en nuestro camino nos topamos con un pase de cine al aire libre, ante el edificio del Cinema Dali, y ya, casi al llegar a nuestro alojamiento, saludamos al anciano que en la calle, con una antigua máquina de coser, se gana algunos yuanes haciendo arreglos en las ropas de vestir. Es de noche, pero la vida continua en Dali.