DÍA 10 EN GRECIA, 4º DE CRUCERO. ISLA DE CRETA. ESCALA DE MAÑANA.
Entre unas cosas y otras habíamos llegado a nuestra última jornada de crucero. ¡Qué deprisa había transcurrido el tiempo! Menos mal que nos quedaban dos platos muy atractivos para el postre… Cuando nos despertamos, estábamos amarrados en el Puerto de Heraclion, en la isla de Creta.
Evidentemente, es una tontería pensar en nada más, teniendo en cuenta lo grande que es la isla de Creta, un destino que tengo apuntado para pasar al menos diez días, en el curso de unas vacaciones completas, con lo cual no contaré nada de la isla en general, ni de sus destinos turísticos. El atractivo principal de la escala era la visita al Palacio minoico de Cnosos, que pese a las controversias en cuanto a las restauraciones llevadas a cabo (o, quizás, precisamente por eso), me apetecía mucho visitar.
Cnosos o Knossos se encuentra a unos 8 kilómetros del Puerto de Heraklion, pero la carretera no es buena y hay mucho tráfico (eso nos dijeron, al menos). Nos enteramos que había autobuses, pero el tiempo de la escala era muy justito en este caso y tratándose de “piedras” yo a veces pierdo un poco la “olla”, así que decidimos coger un taxi para evitar cualquier tipo de problemas, no la fuésemos a liar el último día. Había tráfico y tardamos algo más de un cuarto de hora. Tuvimos que esperar unos minutos a que abrieran el yacimiento, pero ya había bastante gente esperando. El calor iba a apretar también durante esta jornada. En verano, mejor acudir temprano, aunque aquí había más sombras que en otros sitios arqueológicos griegos.
Ticket de entrada al Palacio de Cnosos.
Cnosos fue la ciudad más importante de la isla de Creta durante la civilización minoica y se cree que estuvo habitada desde el año 7000 a.C. pues se han encontrado restos del neolítico. Alcanzó su apogeo en el segundo milenio antes de Cristo y, concretamente, en torno al 1600 (Minoico Medio) sus reyes controlaban el comercio en el Mar Egeo y las rutas marítimas hacia Egipto. Aunque no hay pruebas tangibles, se cree que la caída de la civilización minoica se debió a la creciente prosperidad de la micénica en Grecia, cuyos reyes atacaron y destruyeron las ciudades cretenses, quizás aprovechando alguno de los frecuentes terremotos por la zona, como el que destrozó parte de la isla de Thera (Santorini). De todas formas, se desconoce el momento exacto y la forma en que todo esto sucedió: hay quien sitúa la destrucción del palacio en torno al 1400 y otros alargan su existencia hasta el 1200 antes de Cristo, cuando fue utilizado por dorios y romanos.
En cualquier caso, la fama actual de Cnosos se debe a su Palacio y la relación de éste con el mítico rey Minos y el laberinto del Minotauro. Se le considera el palacio más antiguo de Europa pues se piensa que ya existía en el año 2000 a.C. Fue dañado por un terremoto y reconstruido en torno al 1700 a.C. El recinto no estaba fortificado, lo que hace pensar que sus reyes no temían invasiones extranjeras, tenía más de mil habitaciones (se habla de hasta 1.500), estaba construido en piedra sobre una estructura de madera en torno a un patio central y contaba con las más sofisticadas comodidades para la época, incluyendo sistemas de alcantarillado. Las paredes contaban con numerosas pinturas murales, entre las que destacan las relacionadas con el toro, animal al que se rendía culto en Creta.
Se cree que en el Palacio de Cnosos pudo estar ubicado el famoso laberinto de Creta, citado por la mitología griega, y que fue construido por Dédalo por orden del rey Minos para esconder al Minotauro, un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, cuya ira solo podía ser aplacada con sacrificios humanos. Según la leyenda, el rey Egeo de Atenas perdió una guerra con el rey Minos de Creta, que impuso a los atenienses como castigo la entrega anual de siete doncellas y siete mancebos para ser devorados por el Minotauro. Para evitar semejante humillación, el príncipe ateniense Teseo se hizo pasar por uno de esos jóvenes, dispuesto a enfrentarse con el Minotauro y darle muerte. Ariadna, hija del rey Minos y de la reina Pasifae, se enamoró de Teseo y le enseñó la forma de no perderse en el laberinto: ella sujetó un extremo de una enorme bobina de hilo, que Teseo fue desenrollando según se adentraba en el laberinto hasta encontrar al Minotauro, lo mató y volvió junto a su amada siguiendo el camino que marcaba el hilo suelto; luego, ambos huyeron de Creta.
Aparte de la mitología, poco se supo del palacio durante más de tres mil años, hasta que en 1878, un griego aficionado a la arqueología, llamado Minos Kalokairinós, empezó a realizar excavaciones en un montículo llamado Kéfala. Sin embargo, tras los primeros hallazgos, las autoridades no le dieron permiso para continuar su búsqueda. También lo intentó el alemán Heinrich Schliemann, que acababa de descubrir los restos de Troya, pero finalmente fue el británico Arthur Evans quien compró los terrenos y obtuvo las licencias para las excavaciones, que comenzaron en 1900 y duraron más de treinta años. Este periodo dilatado de tiempo, provocó que los restos que aparecieron se fuesen deteriorando hasta que Evans se decidió a restaurarlos, emprendiendo una serie de trabajos de consolidación de estructuras y reconstrucción de los edificios que fueron objeto de una gran polémica, ya que se emplearon materiales como el hierro o el hormigón y, según los expertos, se sacrificó la exactitud histórica para premiar la imaginación y el atractivo visual, favorecido por los fuertes colores, las columnas de rojo oscuro y los capiteles negros con ribetes ocres. El caso es que, por unos motivos u otros, este yacimiento lo visitan más de medio millón de personas al año.
No voy a entrar en la polémica de la reconstrucción porque no soy una entendida en la materia, pero lo cierto es que lo que vi me gustó y, más o menos, me llevé una idea (no sé si equivocada) de lo que pudo ser el palacio minoico en sus buenos tiempos, aunque muchas de las piezas encontradas en el yacimiento se encuentran en el Museo de Heraclion, al igual que las pinturas, ya que las que están en los edificios son copias. También se encuentran en el museo las tabillas de barro con escritura lineal A y B, que todavía no ha podido ser completamente descifrada.
A la entrada, vimos los restos de una especie de pozas de piedra y otras construcciones que pudieron pertenecer a edificios anteriores al propio palacio, y también un pequeño teatro con capacidad para unas 400 personas.
Después, el recorrido comprende varios edificios, como el propileo sur, donde el rey recibía a sus invitados, y un corredor, llamado de las procesiones, en el que figura la copia de una pintura con portadores de ofrendas.
Los edificios se organizaban alrededor de un patio central, en el que se supone que se llevaban a cabo ceremonias rituales y, quizás, el salto sobre los toros.
El salón del trono se llama así por el trono de alabastro que lo preside, con bancos a los lados y un gran cuenco en el suelo, en el centro de la estancia. Las paredes presentan frescos de colores blancos y rojizos, con criaturas mitológicas llamadas grifos (cuerpo de león y cabeza de ave). Además, tiene una antesala con un trono de madera. A estas dos estancias no se puede entrar y se ven desde fuera, a través de unas cristaleras.
Muy vistosos son también los aposentos del Rey Minos, que cuentan con una sala principal y varias entradas, con ventanas y pinturas en las paredes.
En los aposentos de la reina se pueden ver las copias de los famosos frescos de los delfines. Tenían varias estancias y un pasillo, y tanto las habitaciones del rey como de la reina contaban con cuarto con baño de agua corriente.
El propileo norte es, quizás, la estampa más conocida del palacio, con sus columnas de color rojo vivo con bases y capiteles negros, y, al fondo, la pintura del toro de color rojo sobre fondo azul. Imposible resistirse a la tentación de hacerse una foto aquí.
Detalle del famoso toro.
Los niveles inferiores de la escalera monumental son originales y los superiores han sido restaurados. También existen varios almacenes sin ventanas, donde se pueden ver enormes tinajas que contenían aceite y vino.
Además, está expuesto uno los ornamentos empleados en el palacio, en forma de cuerno de toro, símbolo en la cultura minoica. Por cierto que el paisaje alrededor era más verde de lo que podíamos imaginarnos.
Volvimos a Heraclion, donde lo único que pudimos ver fue la fortificación veneciana que protegía la entrada de su antiguo puerto. Mientras esperábamos el momento de zarpar, pudimos ver varios pequeños aviones despegando de un aeródromo, apenas a unos metros de nosotros.
Puerto de Heraclion y fortificación veneciana.