DÍA 6 EN GRECIA.
Era domingo y nos lo tomamos como un día de transición, ya que al siguiente iniciaríamos el crucero. Decidimos ir hacia el norte de la ciudad, una zona que no habíamos visitado todavía. Lo primero, nos detuvimos ante el edificio del Parlamento, frente al cual todavía se encontraban asentadas numerosas personas con sus pancartas, si bien su actitud era completamente pacífica.
El Parlamento Nacional ocupa el frontal de la Plaza Sintagma, es de estilo neoclásico y se construyó entre 1836 y 1842 para residencia del primer monarca griego, el rey Otto. En este lugar se sancionó la constitución en 1843. En el patio se encuentra la tumba del soldado desconocido, vigilada por los guardas presidenciales. Los domingos se celebra una ceremonia de cambio de guardia a las 11:00 con trajes de gala y banda de música a la que acuden muchos turistas.
Como no teníamos prisa, decidimos ir caminando hasta el Museo Arqueológico, pues así podríamos ver algunas zonas nuevas. Continuamos hacia Kolonaki, uno de los barrios más elegantes de la ciudad, con numerosas tiendas y restaurantes de lujo.
Caminando hacia el Museo Arqueológico.
La calle Panepistimiou es una de las más señoriales de Atenas pues en ella se encuentran una serie de bellos edificios construidos en la segunda mitad del siglo XIX en estilo neoclásico. Los edificios que constituyen la llamada “trilogía de Atenas”, diseñada por Theofil Hansen, y son la Universidad de Atenas, la Biblioteca Nacional y la Academia de Atenas, diseñados por el arquitecto danés Theofil Se encuentran prácticamente juntas y forman un conjunto bastante atractivo pues además de los edificios hay varias esculturas interesantes que representan a Atenea, Apolo, Platón… Merece la pena dar un paseo tranquilo por allí.
Academia de Atenas.
Biblioteca Nacional.
Universidad.
Universidad.
Al llegar a los alrededores de la Plaza Omonia, el ambiente cambio casi bruscamente y lo que nos habían advertido se hizo realidad. Existía degradación, suciedad y, lo que es peor, bastante droga por la zona. Daba bastante pena ver a muchos jóvenes en estado lamentable y traficantes ofreciendo de todo abiertamente. También es verdad que, al menos de día, no sentimos una especial inseguridad ya que cada uno iba a lo suyo y no parecía el típico sitio donde temieras sufrir un asalto, una agresión o ni siquiera un robo, aunque siempre hay que guardar las debidas precauciones, naturalmente. Por la zona hay muchos hoteles y a buen precio y aunque no creo que exista peligro físico para las personas, lo cierto es que no parece un sitio agradable para gente que quiere disfrutar de sus vacaciones, sobre todo de noche. Aquí no saqué fotos. Caminando otro ratito, llegamos hasta el Museo Arqueológico Nacional.
Museo Arqueológico Nacional.
Ticket de acceso:
Se inauguró en 1891 para reunir los objetos arqueológicos que se encontraban diseminados por varios museos de la ciudad. Resultó muy dañado durante la II Guerra Mundial, aunque las colecciones fueron enterradas y diseminadas para evitar su espolio y pérdida. Consta de dos plantas, en la baja, colocados siguiendo un orden cronológico, se encuentran piezas de arte neolítico, cicládico, micénico, geométrico, arcaico, escultura clásica, romana y helenística.
Entre lo que más me gustó, sin duda destaco los tesoros micénicos y, en concreto, las joyas y las máscaras, en particular la máscara funeraria de oro de Agamenón, que se encontró en Micenas y que data nada menos que de mediados del siglo XVII a.C. Pese a su nombre, es poco probable que se hiciese para el celebre rey de Micenas de los relatos de Homero, ya que esos acontecimientos, de ser ciertos, sucedieron siglos después a la fecha en que se fabricó la máscara. Claro que al ser la máscara anterior, Agamenón igual hasta la utilizó...
También me llamaron la atención los puñales, las dagas, las vasijas, las jarras de vino y una completa colección de instrumental médico.
En la primera planta se encuentra una gran exposición de cerámica y dos de los frescos recuperados en Thera (Santorini), donde algunos sitúan la mítica Atlántida. Los frescos restaurados datan del año 1500 a.C. y muestran a niños boxeando, animales y flores.
Las visitas a los museos son muy particulares ya que dependen de los gustos de cada cual. Este me gustó bastante, pero si no se es muy aficionado y no se dispone de tiempo o solo se quiere visitar un museo en Atenas, quizás recomendaría el de la Acrópolis.
Estaba permitido hacer fotos, así que todas las que pongo las hice yo.
Tras visitar el Museo Arqueológico, fuimos caminando hacia Monastiraki, uno de los barrios más animados de Atenas, con mercadillos y tiendas tradicionales, muchos de cuyos vendedores ofrecen sus mercancías en plena calle. Su nombre significa “pequeño monasterio” y el lugar más concurrido es su famosa plaza, crisol de culturas y lugar de reunión favorito de atenienses y, sobre todo, de turistas. En la plaza se encuentra la Iglesia Bizantina de Pantanassa, la mezquita otomana de Tzistarakis y una importante estación de metro que en esta ocasión sí estaba abierta. Ojo con billeteras y bolsos por esta zona. Volvimos a dejarnos llevar por la tentación de la heladería y compramos unas camisas de algodón en una de las tiendas. Como corona incomparable sobre la cúpula bizantina, aparece la Acrópolis. Sin duda, un lugar imprescindible en cualquier visita a Atenas.
Colina de Filopapo.
Después de almorzar por la zona, mi marido se fue al hotel a descansar y yo me acerqué hasta la Colina de Filopapo, cuyo acceso se encuentra frente a la Acrópolis. A mediodía hacía bastante calor, el tiempo había cambiado respecto a los días del tour por el Peloponeso y el sol y las altas temperaturas empezaban a hacerse notar en el verano griego. Por fortuna, la colina está arbolada y abundaban las sombras, lo que hizo menos pesada la ascensión por los senderos que recorren el parque y llevan a la cima. Con sus 147 metros es la colina más alta del sur de Atenas, por lo que desde siempre ha constituido un punto defensivo vital para la ciudad, donde ya existía un fuerte en el año 294 a.C. Debe su nombre al monumento que hay en la cumbre, que data de 116 a.C. y está dedicado al cónsul romano Cayo Julio Antíoco Filopapo. Es de mármol, mide 12 metros de altura y contiene nichos con estatuas y lo rodea un friso que representa al cónsul llegando en cuadriga a la ciudad para ocupar su cargo de cónsul.
Colina y Monumento a Filopapo.
Las vistas desde aquí son espectaculares hacia todos los lados. Se alcanza a ver con toda claridad los barrios atenienses y los municipios que forman su área metropolitana hasta el Puerto del Pireo y, sobre todo, las vistas sobre la Acrópolis son fantásticas, seguramente las mejores que se pueden obtener, incluso la grúa del Partenón parece difuminarse en la distancia.
Cuesta un poquito llegar arriba, sobre todo si hace calor, pero merece mucho la pena si os gustan las vistas panorámicas. Lástima que el lugar estuviera un poco dejado, con latas de refresco, botellas y basura tirada por allí. Y no faltaban algunas pintadas junto al propio monumento. No sé cómo estará ahora, espero que haya mejorado su aspecto, aunque no había ningún problema de inseguridad ni nada por el estilo.
La Colina de las Ninfas con el Planetario.
El Partenón y la Colina de Likabitós.
Atenas se extiende hacia el mar Egeo: las vistas alcanzan al Puerto del Pireo.
El Partenón y la Colina de Likabitós.
Atenas se extiende hacia el mar Egeo: las vistas alcanzan al Puerto del Pireo.
Colina de Likabitós.
Después de descansar un rato en el hotel, fuimos hacia el norte porque queríamos ver la puesta de sol desde uno de los lugares más recomendados de Atenas para tal fin. Creíamos que estaba más cerca, teniendo en cuenta las distancias hasta Plaka, Monastiraki y la Acrópolis, pero en esta zona de la ciudad todo está más extendido, las calles son más largas y las distancias engañan. Al final, llegamos, claro. Al noroeste de la ciudad y visible desde casi todos los puntos altos de la misma, se encuentra esta colina, la más alta del entorno con sus 277 metros y cuyo nombre significa “camino de luz”. Se puede subir a pie por una serie de senderos o en un funicular. Naturalmente después del día que llevábamos y de la caminata desde el hotel, optamos por la comodidad del funicular, que en unos pocos minutos nos dejó en la cima, donde habíamos quedado con mi amiga.
Hay varios miradores, un restaurante y una cafetería con terrazas que se encontraban a tope de gente; creo que también había un teatro. Y, como no, una multitud parapetada en los miradores para ver el atardecer y la esperada puesta de sol sobre Atenas.
Ni que decir tiene que las vistas son fantásticas que incluso van mejorando según va cayendo el sol. Se ve absolutamente toda la ciudad y se pueden identificar hasta cada uno de sus monumentos, antiguos y modernos, y la perspectiva alcanza hasta el Puerto del Pireo. A esas horas, el recinto de la Acrópolis ya estaba cerrado y se podían contemplar sus piedras, rotas y solitarias, con un encanto nuevo.
Al estar más al norte, este mirador ofrece perspectivas nuevas sobre Plaka, Anafiotika, con sus casas encaladas que trepan por la ladera de la Acrópolis y Monastiraki. Quizás sea cierto lo que dicen algunos, que Atenas es una ciudad fea, pero también lo es que las vistas que ofrecen sus colinas son magníficas. Lástima que mi cámara de entonces no fuese lo bastante buena para captar con la menguante luz las espectaculares perspectivas más nítidamente, pero para muestra creo que valen estas fotitos.
Lo dicho: pese a las masas, totalmente recomendable este mirador al atardecer.
Ya de noche, fuimos a cenar a un restaurante al que nos llevó mi amiga, a una zona nada turística. No recuerdo dónde. Después de un par de horas de charla, en especial sobre la complicada situación política griega (y también la española), nos volvimos al hotel para descansar: estábamos completamente agotados y al día siguiente nos íbamos de crucero.