Con los temas resueltos, a las 12h tomo el autobús en dirección a Gorkha, el segundo destino más próximo a Kalesti, de los lugares que la guía de viaje recomienda visitar. Es un lugar importante por haber nacido allí Pithvi Narayan Shan, el hombre que unificó los reinos rivales de Nepal en el siglo XVIII y cuya dinastía reinó el país hasta 2008, fecha en que se abolió la monarquía, después de que los maoístas lograran la mayoría en el Parlamento.
Cambio de transporte en Damauli y en Abu Khaireni, donde no puedo resistirme a tomar un sabroso té nepalí con leche. En la calle se empieza a percibir el ambiente festivo, con las aceras llenas de puestos vendiendo tika de mil colores.
Desde las rampas de la carretera se distinguen grandes terrazas de arrozales que arrancan desde una población que debe ser Gorkha. Llego al atardecer y desde la parada del autobús se ven las fachadas de las modestas casas iluminadas de un intenso color dorado. Me asomo a ver cómo los aldeanos cuidan de los campos, mientras el sol se pone tras las montañas del otro lado del valle.
En la penumbra del ocaso me dirijo al alojamiento que he reservado, algo retirado del centro. De las fachadas de las casas cuelgan luces de colores para reclamar la visita de Lakshime, la diosa de la riqueza. Allí me recibe Joshi, el propietario, quien me ofrece una habitación con vistas, sin aumentar el precio acordado.
Acostumbrado a despertarme a las 6h, no me sorprendió el amanecer, aunque sí el panorama despejado que se veía desde la ventana de la habitación. Sencillamente espectacular. Desde los 1100m de Gorkha se observa cómo el frío de la mañana agrupa las nubes al fondo del valle, que van ascendiendo a medida que el sol calienta. En las alturas, despejado, se observa nítidamente el horizonte que en el fondo está vetado.
Impactado por la belleza de las montañas y después de desayunar té y fideos en un chamizo al lado del albergue, doy un paseo por el camino que lleva al Durbar, el centro histórico donde se encuentra el recinto palaciego. Grupos de gente conversando de espaldas a las montañas, pequeños templos, ropa tendida son las escenas cotidianas que se observo mientras asciendo. Dos mujeres amasan unos dulces que después un hombre fríe. Khurma, me dice una de ellas, mientras el hombre me extiende un plato para que las deguste.
Atravieso un denso bosque para llegar a lo alto de la colina donde están los palacios algo dañados por el terremoto. Allí las vistas son igualmente espectaculares, aunque algo difuminadas por la bruma que se va levantando a medida que avanza el día.
Regreso a la ciudad por una escalinata que vuelve a atravesar el bosque. La arquitectura newar de la ciudad es parecida a la vista en Bandipur, aunque menos cuidada y más auténtica.
Cae la tarde y camino hacia los límites de la ciudad en busca de una buena puesta de sol. Los niños acuden a mí vestidos de llamativas indumentarias tradicionales y empezando a bailar cuando saco la cámara. Están empezando a celebrar el Tihar.
El camino al albergue está jalonado de pujas en las entradas de las casas, es la forma de indicar a Lakshimi dónde tiene que distribuir su riqueza. Allí me encuentro con Joshi, quien, interesado en mi experiencia de voluntariado, me invita a tomar roksi, el licor tradicional nepalí acompañado de soja frita. Se incorpora Flo, un alemán que se ha establecido en el edificio. Está casado con una nepalí a quien ve cada dos meses, ya que trabaja en Afganistán. De fondo se oye a la puerta una comparsa de vecinos que cantan y bailan una danza tradicional de nombre Bhailo y los tres nos incorporamos.
Al día siguiente vuelvo a despertarme pronto y esta vez contemplo el amanecer desde el tejado. Allí me vuelve a acompañar Joshi, quien me ofrece un sabroso té de citronela y jengibre mientras me pide opinión sobre sus planes de mejora del local, que ya habían comenzado con la plantación de árboles.
Allí, sobre las nubes del valle, me despido dibujando un croquis sobre cómo creía que ampliaría el negocio.