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Al estrés de la conducción por el lado izquierdo debo sumar el debido a tener que parar en cada cruce para verificar el camino, pues son pocas las indicaciones que aparecen en las carreteras sudafricanas. Enseguida se hace negra noche y tardo lo mío en llegar a Stellenbosch. Una vez allí, compruebo que el hospedaje no se encuentra donde indica la app que me hace de guía. Paro al lado de un bar. Son las 21h y hablo con Marie, una chica guapa y simpática que atiende un restaurante. A esta hora aquí ya es tarde y el ajetreo en el local es menor. Parece haber tomado alguna que otra copa de los vinos famosos de la comarca y me hecha una mano. Pregunto a que hora cierran la cocina y contesta que en media hora. Encargo la hamburguesa que me recomienda y me voy al hostal, al que llego después de llamar por teléfono, ya que en la dirección facilitada no figura letrero alguno y no responden al telefonillo.
Vuelvo al restaurante. Ceno la hamburguesa acompañada de una copa de vino sin etiquetar, cortesía de Marie. La comida estaba de lujo.
Al día siguiente deshago parte del camino realizado la noche anterior, esta vez de día. La luz del sol permite ver lo que la noche oculta, los suburbios donde residen los negros y que siguen existiendo en la actualidad, cerca de las ciudades principales. Son casas pequeñas de mala calidad, perfectamente ordenadas dentro de un recinto vallado. Y fuera del recinto chabolas de chapa metálica apiñadas a su alrededor.
Enseguida llego a Muizerberg, un pueblo costero de veraneo donde destacan las casetas de baño victoriano que todavía perduran y donde los jóvenes novatos practican surf, siguiendo las advertencias de los paneles informativos de avistamiento de tiburones.
Tras la playa, sigo mi camino hacia el Cabo de Buena Esperanza, parando en la pingüinera de Simon’s Town, una localidad de tantas que serpentean la costa siguiendo la carretera, desde la que se ve en todo momento el extremo de Cape Point.
La carretera finalmente vira y enseguida conduce al acceso al Parque Nacional. El camino al cabo se estrecha pasando por el conocido paisaje autóctono del fynbos, sin rastro de edificaciones.
Llego al final de la carretera, a una zona de aparcamiento al pie del primer faro erigido en 1860. Hay un par de senderos, uno que lleva al nuevo faro, construido en 1919 para corregir la ineficacia del primero que, localizado a una altura de 249, a menudo no resultaba efectivo por la habitual presencia de niebla.
Inicialmente llamado ‘cabo de las Tormentas’, el cabo recibe su actual nombre de los navegantes portugueses, quienes descubrieron que pasando este cabo se podía poner rumbo al este, hacia la India. Por este motivo denominaron a este cabo de Buena Esperanza. Allí conduce el otro camino, al punto que tantas veces he señalado en los mapas.
Regreso a Stellenbosch con el ánimo de repetir velada, pero esta vez no está Marie. Lástima.
Stellenosch es el segundo asentamiento europeo más antiguo en Sudáfrica y eso se aprecia enseguida. Paseo por la mañana entre las construcciones encaladas y los espacios ajardinados. Apenas se oyen los coches, en su lugar destacan los trinos de los pájaros y la fragancia de las flores.
Y de la ciudad, al campo, lo típico aquí es hacer una ruta de cata de vinos, como la que hacen los protagonistas de la película ‘Entre Copas’. Como debo conducir, sólo me dirijo a una bodega, la que me recomendó Marie, Rainbow’s End.
Cuando llego me encuentro la cancela echada y una puerta abierta con un letrero donde figuran tres nombres y sendos teléfonos de contacto para concertar visitas. Decido aparcar el coche a la entrada y entrar. Subo una rampa entre viñedos y al final me encuentro un hombre que me atiende, me da la bienvenida y se excusa por tener que marcharse. Me presenta a Jana, que me guía por las instalaciones.
Jana me explica que llevan sólo trece años y que todo es muy artesanal. Todo el proceso me recuerda a las explicaciones del hermano de Eli. Me pregunta que cuantas catas he realizado y le contesto que esta es la única. ¡Oh, esto es muy halagador!, me responde.
Cuando acabamos el recorrido por las instalaciones, saca seis botellas y explica pormenorizadamente el proceso de cada una de ellas, acabando con la Reserva de la Familia. Estamos de suerte, dice, esta botella no suele estar entre las opciones de cata, pero ayer el propietario ceno con su novia y decidió abrir una de estas. Soy afortunado, contesto. Yo también, responde ella, mientras apuramos nuestra segunda copa del selecto vino.
Tras la cata, me dirijo a Franschhoek, otro pueblo de la región de los viñedos, bastante más pequeña que Stellenbosh y, en mi opinión, menos interesante. Me dirijo a dos bodegas de las recomendadas por Jana. Como en Rickety Bridge y hago una cata con maridaje de chocolate en LaBri.
De allí vuelvo a dirigirme a la costa, donde acabo el día en Hermanus, un pueblo costero de pescadores que se ha vuelto un centro turístico con el reclamo del avistamiento de ballenas. En su bahía pueden llegar a congregarse hasta 70 especies en la actual época de cría.
Día 7, Hermanus.
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