La carretera hasta Walvis Bay transcurre por pleno desierto, cambiando el paisaje de terrenos baldíos de escasa vegetación a los arenales de inmensas dunas en los kilómetros más cercanos a la costa. Se atraviesa dos puertos esculpidos en la roca y se cruza el Trópico de Capricornio. El único núcleo poblado que se atraviesa es Solitaire.
Cuando preparas el viaje, te formas una idea de cómo va a ser a partir de la información que obtienes. En ese sentido, había hecho una idea romántica de mi parada en Solitaire, un minúsculo pueblo de camino a Swakopmund, compuesto poco más que por una gasolinera de museo al lado de una panadería que realiza el mejor pastel de manzana del país. La realidad es que el puesto es una moderna gasolinera al lado de un gran comedor donde sirven una buena tarta de manzana sobre bandejas individuales de porexpan y café de termo. ¡Tantos kilómetros para acabar en La Panadella 2.0!
Los trayectos son largos y las carreteras irregulares, de manera que son muchas las horas que paso al volante. Cuando no pienso en el paisaje, pienso en la gente que quiero, la gente que me importa, en qué estarán haciendo, qué me estaré perdiendo por dedicarme este tiempo… Cuando sorpresivamente cruzo el Trópico de Capricornio.
A medida que me acerco a la costa el cielo se nubla y el viento sopla con fuerza levantando la arena y difuminando los colores del paisaje. No se ven los coches, solo los destellos de los faros sobre una alfombra de arena que se mueve de lado a lado sobre la calzada. La imagen parece salida de un cuadro impresionista.
Llego a Walvis Bay y me detengo en un cuidado paseo marítimo vacío. La playa es fangosa y por ella pasan sus picos un numeroso grupo de flamencos ante la vista de pelícanos y gaviotas. La ciudad parece aletargada, esperando momentos de una actividad mayor.
A continuación, me dirijo a Swakopmund. Las dos ciudades están separadas por apenas 35km de la carretera más concurrida de toda Namibia. Se reproduce aquí también la imagen nebulosa de la arena en movimiento desde la playa al desierto.
Llego pasadas la 18h y tras acomodarme en el hotel, ceno en un buen restaurante pescado fresco.
Al día siguiente me levanto a la hora habitual. El desayuno se sirve a partir de las 8h y resulta extraordinario. Me doy un paseo por la ciudad. Hay numerosas tiendas y decido entrar a preguntar por una cajita para la colección de Mireia. No hay suerte, pero converso con Anky. Me pregunta de dónde soy y cuando contesto que de Barcelona, me responde ‘muy buen equipo de futbol’. Se alegra de que el Bayern perdiese el día anterior.
- ¿Cómo quedó el Barça?, pregunto.
- No lo sé, pero mi marido seguro que lo sabe. Acto seguido, lo llama por teléfono delante de mí. 2 – 0, ganó.
Prosigo mi camino y topo con una agencia de vuelos panorámicos. Casualmente tienen previsto volar este atardecer con un grupo de cuatro mujeres, quedando una plaza para mí. Si soy aceptado. Es destino.
Siguiendo la recomendación de la guía, visito la Kristall Gallerie, una prescindible exposición chic de minerales con una gran tienda al final de su recorrido y el museo local, una recomendable pequeña muestra de temáticas variadas, desde taxidermia de la fauna local, hábitos de las etnias de la zona o minerales autóctonos, todo en unos expositores también propios de museo.
Ya por la tarde, acudo a mi cita con las mujeres de mi vuelo. Todas sexagenarias francófonas, salvo la piloto. En esta ocasión recorro en una hora el camino que me tomó toda una mañana, pero en sentido inverso. La panorámica desde las alturas resulta fantástica. Desde las alturas, Solitaire desaparece en el inmenso mar de arena.
Día 19, Swakopmund.