Hoy vamos a visitar otra de las islas del Firth of Forth, la de Inchcolm, recorreremos los restos de su abadía, las ruinas de las viejas fortificaciones militares, navegaremos entre numerosas colonias de focas y disfrutaremos con la excelencia de uno de los iconos de Escocia, el Forth Rail Bridge.
Partimos de la estación de Waverley y apenas quince minutos más tarde estamos ya en la estación de Dalmeny. Nos dirigimos hacia el puerto de South Queensferry, el camino está perfectamente señalizado pero es largo y un tanto peculiar, un sendero que transcurre por el bosque y que acaba dejándote prácticamente a los pies del Forth Rail Bridge, a pocos metros del muelle.
Es una presencia imponente y a medida que te acercas te admira más y más. A pesar de sus 125 años resulta de una modernidad inquietante. Considerado como un icono de Escocia, en realidad fue diseñado por dos ingenieros ingleses, John Fowler y Benjamin Baker, y la construcción duró ocho años, con un coste de 3,2 millones de libras de la época.
Cuando un escocés quiere decir que algo no se acaba nunca usa la expresión "es como pintar el puente de Forth", pues es tan impresionante la construcción que cuando se acababa de pintar en un extremo hacía falta empezar ya en el extremo contrario.
Es un paisaje que parece salido de un relato Steampunk, pero es muy real , y cuando piensas en la técnica existente en 1883, cuando se empezó a construir, te das cuenta de las enormes dificultades que tuvieron que soportar aquellos hombres que lo hicieron posible.
En el momento de mayor actividad, 4.600 hombres y niños trabajaron en el puente a razón de un niño por cada equipo de tres remachadores. En su construcción dejaron la vida 73 personas.
No era una vida fácil, la mayoría de los trabajadores vivían en Leith y cada día a las 4 de la madrugada tomaban el tren especial que los conducía a pie de obra. Por supuesto, el precio del billete se lo deducían del salario. La mayoría se dedicaban a colocar los remaches, de los que el puente tiene seis millones y medio. El niño del equipo calentaba los remaches hasta que estaban al rojo vivo, con pinzas lo colocaba en el agujero y lo sostenía mientras los otros dos miembros del equipo lo golpeaban con pesadas mazas para encajarlo. Cobraban por cada remache colocado.
Hoy el puente es un punto clave de la red ferroviaria escocesa y cada día circulan por él 200 trenes. Alfred Hitchcock lo convirtió en un protagonista clave de su película “Los 39 escalones”.
Aunque es la forma más famosa de cruzar el Forth, no es la única, además del Forth Road Bridge, el puente colgante que desde 1965 canaliza el tráfico de coches, siempre que el viento lo permite y no se cierra, y el Queensferry Crossing que, cuando escribimos esto, todavía está en construcción, durante cerca de veinte años funcionó el hoy prácticamente desconocido túnel que, 500 metros bajo el mar, unió las minas de carbón de Kinneil y Valleyfield en orillas contrarias del Forth.
Si el puente es una maravilla de la ingeniería victoriana, el túnel no lo es menos de la ingeniería moderna. En 1964, en una época en la que no existía la geoposición ni los modernos sistemas de medición, los obreros que conectaron ambos extremos del túnel lo hicieron con una desviación de tan solo cinco centímetros.
El túnel, que cerró en 1982, fue una víctima más del desmantelamiento de la industria del carbón que emprendió el gobierno de Margaret Thatcher y que condujo a la famosa huelga de los mineros británicos. Las consecuencias de aquella medida, que provocó la extinción de pueblos enteros de Escocia, todavía están presentes. Desde entonces, el Partido Conservador ha sido residual en la política escocesa, pasando de los 21 diputados que tenía en 1983 a 10 en 1987, ninguno en las elecciones de 1997 y un solo diputado en todos las elecciones desde el 2001 al 2015.
Hoy no queda ningún rastro del túnel, las minas fueron demolidas y los pozos sellados con hormigón, el túnel se supone que está intacto en las secciones de roca, pero completamente inundado. Tan solo queda alguna vieja fotografía y alguna marca en mapas de la época.
Nos acercamos al muelle y comprobamos que todavía es pronto para embarcar, así que nos aproximamos al The rail bridge café y aprovechamos para tomar algo caliente. Hacemos tiempo y regresamos al embarcadero, allá ya nos espera la Forth Belle, la embarcación que por 20 libras nos va a llevar a Inchcolm. En el precio están incluidas las 6 libras que cobra la Historic Scotland, la entidad que cuida de la isla, para desembarcar en ella.
El patrón nos informa que la marea no permite desembarcar todavía en la isla así que primero hará un tour por el Forth y después de desembarcar a los pasajeros, hará la visita a la isla. Nos dice que si no queremos esperar en el muelle, subamos a bordo y hagamos los dos trayectos sin mayor coste. Obviamente nos apuntamos.
Nada más salir, cruzamos por debajo del Forth Rail Bridge y avistamos la isla de Inchgarvie que está situada bajo el puente y en parte sirve para cimentarlo. En tiempos sirvió de prisión y, en lo que es una historia mucho más triste, durante los siglos XVI y XVII fue el lugar donde se desterraba a los enfermos de peste, para allí morir por la propia enfermedad, la falta de cuidados o simplemente por inanición. Aunque deshabitada, la isla está completamente fortificada desde la época napoleónica, cuando se instalaron baterías de cañones para prevenir una invasión francesa. Más tarde realizó la misma función durante las dos guerras mundiales. Abandonadas las fortificaciones, hoy parece el esqueleto de una antigua estrella de la muerte en el extremo de la cual sobresale un faro de curioso diseño construido en 1886 -4 años antes de que se acabaran las obras del puente- por David Alan Stevenson y que actualmente todavía funciona.
Navegando por el Forth en dirección al Mar del Norte, empezamos a ver numerosos grupos de focas que han hecho de las boyas de navegación su particular solárium, están tranquilamente tumbadas y apenas se extrañan de nuestra presencia.
Avistamos Inchcolm, pero no podemos desembarcar, lo haremos en el siguiente trayecto, y de regreso navegamos próximos a la isla de Inchmickery que se alza imponente completamente fortificada como un pétreo barco de guerra. Abandonada tras la segunda guerra mundial es ahora un santuario de aves marinas protegido por la Royal Society for the Protection of Birds.
Pasamos también cerca del Faro de Oxcars que, construido como no podía ser de otra manera por la familia Stevenson, en 1886, sobre una pequeña roca, emerge sobre el mar como un extraño periscopio cuando la marea alta cubre completamente la roca sobre la que se asienta.
De regreso al embarcadero y habiendo desembarcado unos y subido otros, partimos por fin hacia Inchcolm.
La isla, de cerca de de 90.000 metros cuadrados, poco tiene que ver con las inhóspitas y deshabitadas islas del Forth. Llama poderosamente la atención el verdor intenso que corona toda su superficie y la extraña atracción que se siente nada más poner el pie en ella.
Disponemos de hora y media y hay que aprovechar el tiempo. A paso vivo nos dirigimos a los restos de la Abadía que, por su buen estado de conservación, proporciona una buena idea de lo que fue su magnificencia. La viejas piedras constituyen un magnifico escenario, por eso no es de extrañar que en alguna ocasión se haya representado Macbeth entre estas paredes.
Precisamente, en la escena segunda del acto primero, Shakespeare menciona la isla cuando el Barón de Ross informa al Rey Duncan del resultado de la batalla de Kinghorn, entre noruegos y escoceses, y del acuerdo al que llegaron con el rey noruego para que enterrara a sus muertos en la isla de Inchcolm:
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“Y ahora Sweno, el rey de Noruega, suplica la paz. Mas no accedimos al entierro de sus hombres hasta que en Inchcolm nos pagó diex mil táleros a todos nosotros”.Macbeth Traducción y edición de Àngel-Luis Pujante. Austral 2012. |
Desde la abadía nos encaminamos a la parte más alta de la isla a la que accedemos por el antiguo túnel de ladrillo excavado por los ingenieros militares en 1916. Aquí, los restos de las fortificaciones militares se hacen evidentes pero lo mejor por supuesto es la vista. Lástima de la gigantesca plataforma petrolífera que, en dirección a la salida del estuario, se enseñorea del paisaje.
Después de disfrutar de las magníficas vistas del Forth, vamos de regreso al muelle pasando de nuevo por la Abadía. Viéndola en ruinas se hace difícil pensar en la protección divina que la creencia general otorgaba a la isla. Cuenta la leyenda que en 1355 piratas ingleses saquearon la isla llevándose también una imagen muy venerada de San Columba, sin embargo cuando los ingleses regresaban a casa, una tormenta casi destruyó el barco y, atemorizados, regresaron para devolver la imagen a los monjes y poder así partir lejos de la ira de Dios.
Antes de llegar al embarcadero paramos en la tienda de recuerdos que Historic Scotland mantiene en la isla. Desde aquí se pueden ver los restos de cuando la isla era punto clave de la conexión entre Lothian y Fife por medio de transbordadores. Nosotros subimos de nuevo al Forth Belle para regresar a South Queensferry. Antes de desembarcar tenemos ocasión de maravillarnos de nuevo con los centenares de focas que saludamos al paso.
Ahora desandamos el camino inicial y desde la estación de Dalmeny regresamos a Edimburgo. No podemos negarlo, ha resultado un día estupendo.