21, 22 y 23 de octubre
Empleamos los siguientes tres días en llegar a Mekele. El 21 de octubre fue una paliza de coche impresionante, quinientos kilómetros hasta llegar a Mile suponen más de doce horas de camino en Etiopía. El calor se vuelve sofocante y el paisaje es desolador, a nuestro alrededor sólo hay rocas, polvo y algún que otro arbusto. La gente aquí vive en la más absoluta pobreza, en cabañas hechas de esteras y palos mimetizados con el ambiente. La mayoría son nómadas, y se dedican a la extracción y venta de carbón vegetal y al pastoreo. Por esta zona no hay muchas alternativas en cuanto a alojamiento, así que no esperábamos gran cosa, pero el Park Hotel superó nuestras espectativas más pesimistas. La noche fue interminable y el calor cayó sobre nosotros como una losa en cuanto el generador dejó de funcionar a las doce de la noche, y con él, el ventilador que movía tenuamente el aire de la habitación. Se recomienda no olvidar el saco-sábana.
La idea en un principio, era continuar hacia el norte atravesando el desierto hasta el lago Afrera, y de aquí al Dallol, pero por motivos de seguridad finalmente decidimos entrar desde Mekele, dato que nos corroboró un alemán, miembro de Médicos sin Fronteras, que trabajaba en un proyecto de desnutrición infantil al norte de Mile, y que al parecer tardaba un día completo en recorrer tan sólo cien kilómetros, debido al estado de las pistas.
Salimos muy temprano por la mañana con dirección a Woldya. Cerca de Kombolcha, donde hacemos un alto para desayunar, el paisaje vuelve a ser verde de nuevo. Probamos la “fetira”, una especie de torta crujiente cortada en trocitos con fruta y miel, estaba buenísima.
Lago Hayk, llegando a Konbolcha.
La carretera hasta Woldya pasa por una zona montañosa, y estaba en obras, así que tragamos polvo como locos. Al parecer no se puede poner el aire acondicionado porque hay mucho desnivel y el coche pierde potencia, éste fue uno de los motivos de desacuerdo con Wondo.
Nos alojamos en el Lal Hotel, no está mal, aunque a nosotros nos parece el Hilton después del de Mile. Woldya es una pequeña población a 120 kilómetros de Lalibela, que no tiene ningún interés, además, como la carretera, estaba totalmente levantada por obras, así que apenas había sitio por donde pasar. Aprovechamos para irnos pronto a descansar.
Taxi en Woldya
Saliendo de Woldya
El paisaje hacia Mekele es absolutamente increíble, el verde y amarillo de la vegetación y el azul del cielo son espectaculares. La carretera sube y baja por las montañas, cortadas en forma de terrazas para el cultivo del trigo.
Hacemos un alto en el camino en Alamata, coincidiendo con el día de mercado. En un principio la gente, curiosa, sólo nos mira, pero una vez fueron cojiendo confianza una nube de niños se arremolina a nuestro alrededor. Todos quieren ser protagonistas de nuestras fotos, les llama la atención nuestra ropa, el pelo, las gafas, lo tocan todo.
Llegamos a Mekele y después de instalarnos en el Axum Hotel, salimos zumbando para intentar llegar a tiempo de visitar el palacio, construído en 1882, y que actualmente es sede del museo de la ciudad, pero no lo conseguimos porque cierran a las cinco de la tarde. La ciudad es tambien conocida por el colorido mercado de los lunes, cuando llegan las caravanas de camellos de los Afar cargadas con la sal, que extraen en el Danakil.
Cenamos en el “Geza Gerlase” un restaurante en el que sólo sirven carne de cordero, ternera o cabra, que cortan y pesan ante tí antes de cocinarla. La comida muy buena y el espectáculo en directo de músicos y bailes tradicionales muy entretenido. Las mesas están dispuestas todas seguidas y los camareros las separan según el número de comensales. A los etíopes les encanta bailar, salen en grupos al escenario y mueven los hombros y el pecho increíblemente rápido, al ritmo de la música, todo muy tribal.