Toca recogida de tienda y poner rumbo a Saint-Tropez; de camino sin desviarnos mucho nos acercamos a ver BORMES-LAS MIMOSAS (es la zona de Francia que ahora está incendiada). Es un pueblo precioso en un alto de una colina, tiene aparcamiento gratuito y desde éste accedes al casco urbano: calles y callejuelas empedradas de casitas de uno o dos pisos en colores cálidos y paredes repletas de vegetación de mil colores. Precioso. Aprovechamos para comprar unos imanes (es el sitio donde más baratos los vimos) y dar unos paseos y continuamos ruta.
Habíamos seleccionado varios campings pero tuvimos suerte y encontramos sitio en uno cerca de Gassin y Ramatuelle con lo que la playa estaba a unos 10´y Saint-Tropez a unos 15´. Llegamos, montamos tienda, comimos, chapuzón de piscina rápido y nos acercamos a pasar la tarde en la playa.
Estuvimos en la PLAYA DE PAMPELONNE: es una playa muy larga de unos 5 km que está acotada por los diferentes accesos al parking (4€ al día) y los chiringuitos que dan nombre a cada cachito. Hay zonas públicas y otras con las hamacas del local, su música y las lanchas que acercan a todos los privilegiados con yate. Toda esta zona está abarrotada de yates, cada uno más espectacular en el mar y continuamente llegan a la playa, al chiringuito o a la cala a dar un saludo a los mortales.
La playa espectacular, el agua cristalina y de un color turquesa precioso, y a una temperatura que nada tiene que ver con el cantábrico... podías andar y andar adentrándote en el mar y no te cubría. Impresionante.
Nos costó salir de la playa un montón porque se estaba genial pero queríamos ver SAINT-TROPEZ, sorprendentemente no nos pilló nada de atasco, aparcamos tras varias vueltas en la calle (parkímetros carísimos de lunes a domingo hasta la 1 de la mañana) aunque quizás hubiera sido mejor un parking; subimos hasta la ciudadela de Saint-Tropez pero no pudimos entrar por la hora que era, disfrutamos de las vistas a la bahía y del pueblo igualmente y bajamos hacia la La Vielle ville o ciudad vieja que sorprende por el encanto que desprende incluso lleno de turistas y yates; dimos un paseo por las callejuelas, pasamos por la iglesia cuyo campanario de color ocre destaca sobre el resto de casitas, y nos acercamos al puerto.
Las casas que rodean el puerto reflejan su color en el mar y donde antes se guardaban los barcos y arreos ahora hay firmas internacionales, restaurantes pitis y yates de infarto... impresionan tanto o más que los de Puerto Banús pero con el aire de pueblo de pescadores tan bonito. Aprovechamos el bonito atardecer con vistas al golfo de Saint-Tropez.
Habíamos seleccionado varios campings pero tuvimos suerte y encontramos sitio en uno cerca de Gassin y Ramatuelle con lo que la playa estaba a unos 10´y Saint-Tropez a unos 15´. Llegamos, montamos tienda, comimos, chapuzón de piscina rápido y nos acercamos a pasar la tarde en la playa.
Estuvimos en la PLAYA DE PAMPELONNE: es una playa muy larga de unos 5 km que está acotada por los diferentes accesos al parking (4€ al día) y los chiringuitos que dan nombre a cada cachito. Hay zonas públicas y otras con las hamacas del local, su música y las lanchas que acercan a todos los privilegiados con yate. Toda esta zona está abarrotada de yates, cada uno más espectacular en el mar y continuamente llegan a la playa, al chiringuito o a la cala a dar un saludo a los mortales.
La playa espectacular, el agua cristalina y de un color turquesa precioso, y a una temperatura que nada tiene que ver con el cantábrico... podías andar y andar adentrándote en el mar y no te cubría. Impresionante.
Nos costó salir de la playa un montón porque se estaba genial pero queríamos ver SAINT-TROPEZ, sorprendentemente no nos pilló nada de atasco, aparcamos tras varias vueltas en la calle (parkímetros carísimos de lunes a domingo hasta la 1 de la mañana) aunque quizás hubiera sido mejor un parking; subimos hasta la ciudadela de Saint-Tropez pero no pudimos entrar por la hora que era, disfrutamos de las vistas a la bahía y del pueblo igualmente y bajamos hacia la La Vielle ville o ciudad vieja que sorprende por el encanto que desprende incluso lleno de turistas y yates; dimos un paseo por las callejuelas, pasamos por la iglesia cuyo campanario de color ocre destaca sobre el resto de casitas, y nos acercamos al puerto.
Las casas que rodean el puerto reflejan su color en el mar y donde antes se guardaban los barcos y arreos ahora hay firmas internacionales, restaurantes pitis y yates de infarto... impresionan tanto o más que los de Puerto Banús pero con el aire de pueblo de pescadores tan bonito. Aprovechamos el bonito atardecer con vistas al golfo de Saint-Tropez.