En el 4º día nuestra intención era ir a ver una de las joyas del viaje que era ir a Askja, pero a medida que transcurría el día vimos que queríamos ver demasiadas cosas y tuvimos que posponerlo.
La parada principal para ese día sería la zona del lago Myvtan pero antes hicimos otro alto imprescindible en el camino que eran las cataratas de Godafoss, con una altura de 12 metros y un ancho de 30.
Parecerá que una vez vista una catarata o una cascada son todas igual, pero no, cada una tiene algo que la hace diferente a las demás y en este caso era el color de su agua, muy azul. Y todas tienen mil y un sitios desde donde ver la caída del agua. En pocos sitios el acordonamiento de la zona o las protecciones puestas por las autoridades impiden acercarte a la atracción o tirarte o empujar a alguien, de hecho nosotros tiramos a tres cabras, un italiano y dos coches. Hablando de coches, con el trajín de maletas, bolsas, mochilas, comida, ropa, etc., el maletero lo abríamos unas 328 veces al día. Cuando marchamos de las cataratas Godafoss la gente nos hacía aspavientos y nos miraban, e incluso con mala cara, yo a un matrimonio les hice una peineta y a un joven polaco un calvo, al tercer aviso que nos dieron y viendo que entraba airecillo gélido por algún lado fue cuando nos dimos cuenta que llevamos el maletero en modo alerón, así que avergonzados bajamos dimos las gracias a todo el parking y cerramos el maletero.
Llegamos a la zona del lago Myvtan y nos detuvimos para hacer fotos en un mirador que había a orillas del lago. Un lago con pequeños islotes volcánicos y con mucha fauna para los amantes de los pajarillos.
De ahí y por una de las pistas de tierra fuimos a la cueva Grjótagjá, una pequeña cueva con aguas termales dentro. El baño está prohibido porque es propiedad privada y solo se puede bañar el dueño, aunque a mí me gustaría verle dentro ya que el agua está a 50 grados. Creo que una vez metió un pie y ahora le llaman El cojo de la cueva. El agua que había en ella humeaba y con el sol entrando por las grietas se podían ver colores azul turquesa del agua y marrón de las paredes de la cueva que la hacían más bonito.
A la salida de la cueva vimos a lo lejos el cráter de un volcán con gente andando por el borde, vimos que el camino no parecía muy largo y nos dirigimos hacia allá. Se trataba del volcán Hverjfall, con un cráter de un kilómetro de diámetro y de 150 metros de altura.
Subimos por la ladera por una empinada cuesta de 600 ó 700 metros que no era muy dura pero cansaba un poco y más con el viento que soplaba. Según subíamos la vista era cada vez más impresionante y con nuevos elementos, el lago Mýtvan, mares de lava, montañas...Una vez arriba jadeando, el paisaje es parecido al Señor de los Anillos y de fondo puedes escuchar la banda sonora con hordas de orcos avanzando por la pradera a la vez que Frodo y sus amigos huyen de la oscuridad y Gandalf vuela a lomos de su águila, mientras... que me lío. La última vez que entró en erupción fue hace 2.500 años pero a nosotros no nos acobardó y subimos, de algo había que morir. Rodeamos el cráter haciendo fotos y con cuidado de no caer dentro de él y arder en el infierno islandés.
Una vez visto los alrededores e interiores del cráter debatimos el importante paso que teníamos que dar y como darlo, no había mucho tiempo pero tampoco era plan de jugarnos el tipo por media hora, así que decidimos no bajar haciendo la croqueta y volver por el mismo camino andando. Miramos en la Lonely cual podría ser nuestro siguiente destino y vimos que cerca se encontraban los baños naturales de Mýtvan y además ¡gratis! ¡yuju!. Llegamos al parking de las instalaciones con su cafetería, restaurante, tienda de suvenires...vamos, que no era gratis que había que pagar 4.500 coronas islandesas, unos 35 €. ¿Qué hacemos? ¿Entramos? ¿No entramos? Y ahí estábamos con nuestras mejores galas sumergiéndonos en las cálidas aguas de la piscina.
En el exterior marcaba una temperatura de 13 grados y eran las 2 de la tarde. La temperatura del agua rondaría los 35-40 grados. El olor a azufre, a huevo podrido, era constante por lo que al final te acostumbras y de allí no nos mueve ni María Teresa Campos. El color del agua es igual que el del suavizante polvos de talco del Mercadona y por la sensación en la piel dudas si pudiera ser realmente. Tras un cuarto de hora de baño se estaba muy bien, pero sin ninguna atracción estilo María Jesús y su acordeón en Benidorm o un Dj pinchando reggaetón pues el tedio se apodera de ti, así que llego el momento de sacar nuestra vena hispana y criticar a todo lo que había dentro y fuera del agua sin piedad, además no sabíamos si los japoneses, alemanes, rusos y demás bañistas podían estar haciendo lo mismo con nosotros así que después de una hora en remojo, criticando hasta al socorrista y cual uvas pasas, salimos al fresco con los pezones para exprimir naranjas.
Comemos en nuestro restaurante favorito, el maletero del Dacia Duster 4x4. Y suaves, relajados y comidos seguimos hacia la zona de Hverir. Un campo plagado de pozos de barro hirviendo y fumarolas a los pies de una montaña con grietas que igualmente echaban humo. El contraste de colores que existe en la zona es increíble, y nosotros flipábamos pero más flipaban los japoneses que se hacían fotos delante de fumarolas que expulsaban azufre (huevo podrido) a una presión muy alta o incluso ponían la mano para ver si quemaba...y claro quemaba y la japonesa se quemaba y le decía a su tía que se había quemado, y la tía se reía porque su sobrina se había quemado, ¡ay, qué melona la japonesa!
A pocos kilómetros de allí se encontraba la caldera volcánica Krafla dentro de la cual estaba el cráter Viti que a su vez aloja un lago con agua en tonos verdes.
Un sitio más y otro sitio bonito que nos volvía a sorprender como otros muchos que lo habían hecho ya y otros muchos que lo iban hacer más tarde. Eran ya las 6 de la tarde y nos quedaba la guinda del día, las cataratas Dettifoss.
Un par de kilómetros antes de llegar a las cataratas se podía ver la nube de agua que producía la caída. A un kilómetro del parking y tras caminar por uno de los paisajes más lunares que vimos llegamos a las cataratas. A primera vista es impresionante la escena, pero a medida que nos acercamos, se vuelve increíble. Los miradores están realmente cerca y el ruido es ensordecedor y nos da igual mojarnos. 100 metros de ancho por 44 metros de caída y una cantidad de agua brutal. Te caes y te matas o te haces daño.
Desde la otra orilla la gente se podía incluso acercar hasta el borde mismo e imponía mucho ver a personas tan cerca. Tras ver eso fuimos a ver la catarata Selfoss que estaba 500 metros río arriba. Tenía una caída de 11 metros pero como todos los saltos de agua en Islandia tenía algo distinto que la hacía especial.
Por hoy ya nos habíamos ganado irnos a dormir. Además estábamos solamente a 45 km y podríamos cenar prontito y descansar. 45 km de pista de tierra, subidas, bajadas, charcos, cabras, elefantes, osos pandas y cocodrilos.
Llegamos como siempre a la hora de cenar, lavarnos los dientes y dormir. La Dettifoss Guesthouse se encuentra un poco escondida entre la maleza, es una especie de albergue donde teníamos reservada la suite de 4 camas. Nos recibe una chica delgada, rubia con dos finas coletas, y unos ojos azules muy abiertos que nos miraban de forma inquietante, aquella noche yo por lo menos no dormí tranquilo. Para más inri, la habitación estaba al final de un pasillo de 302 metros de largos y yo cada vez que abría la puerta me la veía al final del pasillo con un triciclo. Preparamos la cena junto a una pareja de españoles y estuvimos compartiendo experiencias con ellos, si los veis por ahí dadles recuerdos. Ella era morena y él tenía el pelo largo. 100% recomendables. Cenamos, y a la cama. Al día siguiente no perdonaríamos Askja… ¿o sí
? La parada principal para ese día sería la zona del lago Myvtan pero antes hicimos otro alto imprescindible en el camino que eran las cataratas de Godafoss, con una altura de 12 metros y un ancho de 30.
Parecerá que una vez vista una catarata o una cascada son todas igual, pero no, cada una tiene algo que la hace diferente a las demás y en este caso era el color de su agua, muy azul. Y todas tienen mil y un sitios desde donde ver la caída del agua. En pocos sitios el acordonamiento de la zona o las protecciones puestas por las autoridades impiden acercarte a la atracción o tirarte o empujar a alguien, de hecho nosotros tiramos a tres cabras, un italiano y dos coches. Hablando de coches, con el trajín de maletas, bolsas, mochilas, comida, ropa, etc., el maletero lo abríamos unas 328 veces al día. Cuando marchamos de las cataratas Godafoss la gente nos hacía aspavientos y nos miraban, e incluso con mala cara, yo a un matrimonio les hice una peineta y a un joven polaco un calvo, al tercer aviso que nos dieron y viendo que entraba airecillo gélido por algún lado fue cuando nos dimos cuenta que llevamos el maletero en modo alerón, así que avergonzados bajamos dimos las gracias a todo el parking y cerramos el maletero.
Llegamos a la zona del lago Myvtan y nos detuvimos para hacer fotos en un mirador que había a orillas del lago. Un lago con pequeños islotes volcánicos y con mucha fauna para los amantes de los pajarillos.
De ahí y por una de las pistas de tierra fuimos a la cueva Grjótagjá, una pequeña cueva con aguas termales dentro. El baño está prohibido porque es propiedad privada y solo se puede bañar el dueño, aunque a mí me gustaría verle dentro ya que el agua está a 50 grados. Creo que una vez metió un pie y ahora le llaman El cojo de la cueva. El agua que había en ella humeaba y con el sol entrando por las grietas se podían ver colores azul turquesa del agua y marrón de las paredes de la cueva que la hacían más bonito.
A la salida de la cueva vimos a lo lejos el cráter de un volcán con gente andando por el borde, vimos que el camino no parecía muy largo y nos dirigimos hacia allá. Se trataba del volcán Hverjfall, con un cráter de un kilómetro de diámetro y de 150 metros de altura.
Subimos por la ladera por una empinada cuesta de 600 ó 700 metros que no era muy dura pero cansaba un poco y más con el viento que soplaba. Según subíamos la vista era cada vez más impresionante y con nuevos elementos, el lago Mýtvan, mares de lava, montañas...Una vez arriba jadeando, el paisaje es parecido al Señor de los Anillos y de fondo puedes escuchar la banda sonora con hordas de orcos avanzando por la pradera a la vez que Frodo y sus amigos huyen de la oscuridad y Gandalf vuela a lomos de su águila, mientras... que me lío. La última vez que entró en erupción fue hace 2.500 años pero a nosotros no nos acobardó y subimos, de algo había que morir. Rodeamos el cráter haciendo fotos y con cuidado de no caer dentro de él y arder en el infierno islandés.
Una vez visto los alrededores e interiores del cráter debatimos el importante paso que teníamos que dar y como darlo, no había mucho tiempo pero tampoco era plan de jugarnos el tipo por media hora, así que decidimos no bajar haciendo la croqueta y volver por el mismo camino andando. Miramos en la Lonely cual podría ser nuestro siguiente destino y vimos que cerca se encontraban los baños naturales de Mýtvan y además ¡gratis! ¡yuju!. Llegamos al parking de las instalaciones con su cafetería, restaurante, tienda de suvenires...vamos, que no era gratis que había que pagar 4.500 coronas islandesas, unos 35 €. ¿Qué hacemos? ¿Entramos? ¿No entramos? Y ahí estábamos con nuestras mejores galas sumergiéndonos en las cálidas aguas de la piscina.
En el exterior marcaba una temperatura de 13 grados y eran las 2 de la tarde. La temperatura del agua rondaría los 35-40 grados. El olor a azufre, a huevo podrido, era constante por lo que al final te acostumbras y de allí no nos mueve ni María Teresa Campos. El color del agua es igual que el del suavizante polvos de talco del Mercadona y por la sensación en la piel dudas si pudiera ser realmente. Tras un cuarto de hora de baño se estaba muy bien, pero sin ninguna atracción estilo María Jesús y su acordeón en Benidorm o un Dj pinchando reggaetón pues el tedio se apodera de ti, así que llego el momento de sacar nuestra vena hispana y criticar a todo lo que había dentro y fuera del agua sin piedad, además no sabíamos si los japoneses, alemanes, rusos y demás bañistas podían estar haciendo lo mismo con nosotros así que después de una hora en remojo, criticando hasta al socorrista y cual uvas pasas, salimos al fresco con los pezones para exprimir naranjas.
Comemos en nuestro restaurante favorito, el maletero del Dacia Duster 4x4. Y suaves, relajados y comidos seguimos hacia la zona de Hverir. Un campo plagado de pozos de barro hirviendo y fumarolas a los pies de una montaña con grietas que igualmente echaban humo. El contraste de colores que existe en la zona es increíble, y nosotros flipábamos pero más flipaban los japoneses que se hacían fotos delante de fumarolas que expulsaban azufre (huevo podrido) a una presión muy alta o incluso ponían la mano para ver si quemaba...y claro quemaba y la japonesa se quemaba y le decía a su tía que se había quemado, y la tía se reía porque su sobrina se había quemado, ¡ay, qué melona la japonesa!
A pocos kilómetros de allí se encontraba la caldera volcánica Krafla dentro de la cual estaba el cráter Viti que a su vez aloja un lago con agua en tonos verdes.
Un sitio más y otro sitio bonito que nos volvía a sorprender como otros muchos que lo habían hecho ya y otros muchos que lo iban hacer más tarde. Eran ya las 6 de la tarde y nos quedaba la guinda del día, las cataratas Dettifoss.
Un par de kilómetros antes de llegar a las cataratas se podía ver la nube de agua que producía la caída. A un kilómetro del parking y tras caminar por uno de los paisajes más lunares que vimos llegamos a las cataratas. A primera vista es impresionante la escena, pero a medida que nos acercamos, se vuelve increíble. Los miradores están realmente cerca y el ruido es ensordecedor y nos da igual mojarnos. 100 metros de ancho por 44 metros de caída y una cantidad de agua brutal. Te caes y te matas o te haces daño.
Desde la otra orilla la gente se podía incluso acercar hasta el borde mismo e imponía mucho ver a personas tan cerca. Tras ver eso fuimos a ver la catarata Selfoss que estaba 500 metros río arriba. Tenía una caída de 11 metros pero como todos los saltos de agua en Islandia tenía algo distinto que la hacía especial.
Por hoy ya nos habíamos ganado irnos a dormir. Además estábamos solamente a 45 km y podríamos cenar prontito y descansar. 45 km de pista de tierra, subidas, bajadas, charcos, cabras, elefantes, osos pandas y cocodrilos.
Llegamos como siempre a la hora de cenar, lavarnos los dientes y dormir. La Dettifoss Guesthouse se encuentra un poco escondida entre la maleza, es una especie de albergue donde teníamos reservada la suite de 4 camas. Nos recibe una chica delgada, rubia con dos finas coletas, y unos ojos azules muy abiertos que nos miraban de forma inquietante, aquella noche yo por lo menos no dormí tranquilo. Para más inri, la habitación estaba al final de un pasillo de 302 metros de largos y yo cada vez que abría la puerta me la veía al final del pasillo con un triciclo. Preparamos la cena junto a una pareja de españoles y estuvimos compartiendo experiencias con ellos, si los veis por ahí dadles recuerdos. Ella era morena y él tenía el pelo largo. 100% recomendables. Cenamos, y a la cama. Al día siguiente no perdonaríamos Askja… ¿o sí