7:00 de la mañana. Abro muy despacio la puerta de la habitación. Al fondo del pasillo solamente se vislumbra el perfil de la silla y la mesa que forman la recepción. De la recepcionista ni rastro. Solo una nota: “Cuando abandones la habitación deja tu llave en esta mesa”. Por un momento pensé que quería las llaves de mi casa, pero después de un rato caí en la cuenta de que era la llave de la habitación. Menos mal. Ese día madrugamos un poco más de lo normal, nos esperaba un día duro.
La primera parada sería en el cañón de Ásbyrgi que lo teníamos planeado para el día anterior pero ni el día ni la luz acompañaban. Ásbyrgi es un cañón en forma de herradura y uno de los pocos lugares donde vimos mucha vegetación y zonas boscosas.
Las paredes del cañón miden 100 metros de altura y en la curva que hace el cañón se encuentra una especie de estanque en donde habitan diversas aves, aunque con la hora que era estaban todavía durmiendo, no como los autobuses y minibuses de jubilados que teníamos la sensación que nos seguían allá donde íbamos. Repasando las fotos vimos que muchos de ellos aparecen junto a nosotros pensando que eran amigos nuestros…pero no. Había dos miradores, uno a las orillas del estanque y otro desde 20 metros de altura que nos regalaban, una vez más, una panorámica preciosa del conjunto, las paredes, los árboles y el agua.
Y ahora sí…ponemos rumbo a Askja. El navegador nos marcaba 165 km en 3 horas y 45 minutos. Me aseguré que le había indicado que íbamos en coche y no en bicicleta, pero estaba bien puesto. Los primeros 45 km desde la casa a la carretera eran de pista de tierra y no de las mejores precisamente, nos llevó alrededor de una hora y tras andar 20 kilómetros nos quedaban los últimos 100 km hasta Askja también de pista de tierra y otras 3 horas.
Por lo que nos habían contado los sufrimientos del camino y el tiempo y los autobuses de jubilados no eran suficientes para que desistiéramos. Así que nos encomendamos a nuestro Dacia Duster y a la Virgen de los Desamparados en Islandia. Los primeros kilómetros del camino estaban bien y podíamos circular a 70-80 km/h. Tras 30 km aparece el primer obstáculo, primer obstáculo serio: un río.
De ancho tendría unos 20 metros pero de profundo…no lo teníamos claro a pesar de las indicaciones que vimos. Había un palitroque (observe el lector el rico léxico) metido en mitad del río con tres colores que medían la profundidad, el verde que indicaba que no había peligro y que podías cruzar descalzo y empujando el coche si quisieras, el amarillo que nos decía que cuidado con la profundidad del río que parece poca pero no seríamos los primeros que perecemos en él, y por último el rojo, donde directamente no había mensaje y en su lugar ponían las fotos de la gente ahogada junto a videos de coches arrastrados por el agua mientras sus ocupantes gritaban angustiosamente golpeando las ventanillas camino de una muerte segura. El agua llegaba al color amarillo. No veíamos el fondo. Tirábamos piedras y oíamos un clong que sentíamos como el río se tragaba la piedra y no volvía a salir. Además de la anchura y el agua que traía a pocos metros teníamos una cascada que no dejaba de echar agua y claro, así era muy difícil. Recorríamos la orilla del río hacía un lado y otro intentando ver algo que nos diera seguridad, todo esto bajo la atenta mirada de un turista de nacionalidad desconocida que venía detrás nuestro con un pequeño Suzuki Jimmy y que se limitaba a sonreír a lo Clark Kent y negaba con la cabeza. El seguro del coche no cubría cualquier problema que tuviéramos por pistas de tierra y mucho menos lo que te ocurriera en pistas de agua. Por un instante pensamos en remangarnos los pantalones y ver cuál era realmente la profundidad, pero corríamos peligro de que estuviera hondo o que nos diera una hipotermia. “Nos damos la vuelta”, “Se nos pueden joder las vacaciones”, “Yo no me arriesgaría”, “No lo veo claro”, “Es que trae mucha agua”, “Joder, que putada”, “¿Sabéis que Julio Iglesias tiene otro hijo?”. Estas eran las frases que más se oían en esos momentos. Mientras el turista desconocido entraba y salía de su pequeño auto, reía y negaba con la cabeza. Confiábamos en que se cambiara dentro del coche y saliera vestido de Superman y nos atravesara el río, pero no. Ya en el coche, con el ánimo por los suelos, decidimos dar la vuelta, cualquier contratiempo podía jodernos el viaje…pero algo pasó. De repente el turista desconocido salió de su coche con una túnica y una vara de abedul, se acercó al agua y clavando la vara dentro del río pronuncio algo en hebreo y las aguas empezaron a separarse. Al ver aquello nos quedamos de piedra pero rápidamente reaccionamos y aceleramos atropellando al turista desconocido y atravesando el río por el camino que había abierto. Una vez que estuvimos en la otra orilla las aguas volvieron a su cauce y arrastraron el cuerpo del improvisado Moisés. Nunca olvidaremos aquello. Es broma. Retomemos a cuando estábamos en el coche a punto de volver. Desde detrás de una de las dunas de lava apareció un Suzuki Jimmy igual que el de nuestro amigo turista que se dirigía hacia nosotros por el camino de vuelta. El coche atravesó el río sin inmutarse. En su interior dos ancianos ingleses de unos 80 años. Nos dijeron que sus hijos no les hubieran dejado hacer eso en su país, así que en Islandia estaba encantado de la vida. Nos dio las indicaciones necesarias para pasar ese río y los siguientes del camino. Despacito y sin frenar. Encantadores. Tracción a las cuatro ruedas. Cinturones. Metemos primera y adelante. Grabamos el momento en video por si en el caso de que encuentren nuestros cuerpos corriente abajo que sepan cómo fueron nuestros últimos segundos de vida. En el río se notaban las roderas de los coches que habían pasado anteriormente y por ahí fuimos. ¡¡¡Prueba superada!!! En la otra orilla los ancianos nos aplaudían y nos vitoreaban por haberlo conseguido. Nuestro amigo Jimmy, anteriormente conocido como turista desconocido, nos miraba con envidia. No le volvimos a ver, quizá su cuerpo yace ahora en el asiento de su coche en la desembocadura de algún río. No creo, pero es inquietante pensarlo. Después de esto ya nos daba igual lo que pudiera haber en el camino, ríos, volcanes, manadas de ñus, un paso de Semana Santa, cualquier cosa pasaríamos por encima. ¡Viva el Dacia Duster! Desde 10.900 € con navegador incluido y no empiece a pagar hasta el año que viene. A pesar de no ver nada de vida en el camino, salvo los coches que nos cruzábamos, el paisaje seguía siendo alucinante. Tras casi tres horas de viaje y alguna parada que otra para hacer fotos y orinar, llegamos al parking. Eran las 14:00h así que decidimos comer antes de emprender el camino al lago. Una vez repusimos fuerzas nos encaminamos hacia el lago por un sendero desierto de arena negra y con algunas pequeñas piedras de lava. 15 minutos después por fin llegamos a Askja.
Según leímos Askja es el nombre que recibe el cráter del volcán que a su vez contiene al lago Öskjuvatn que tiene 11 km2 y 217 metros de profundidad y al lado se encuentra la caldera volcánica con el mismo nombre que la del día anterior, Viti. Fue uno de los sitios más bonitos que hemos visto en Islandia sin duda alguna.
Tras los 15 minutos de caminata subimos un pequeño repecho y la vista no podía ser más espectacular: a nuestros pies la caldera Viti de aguas termales en las que te podías bañar y un color azul mimosín, y por detrás de ella el lago Öskjuvatn enorme, con el agua en calma reflejando las montañas del cráter del volcán.
A pesar de la gente que había en la zona y aunque parezca paradójico se podía apreciar el silencio que reinaba en el lugar. Gracias a Dios la lejanía del sitio y el camino tan enrevesado que hay hasta llegar al lugar los pequeños monstruos chillones y revoltosos escaseaban y no había muchos factores externos que interfirieran en el silencio. En la caldera había gente bañándose, italianos, que en algún momento eran de los que sí interferían en la paz y el remanso y te encomendabas al Cristo de Medinaceli para que aquello entrara en erupción con ellos dentro. Estuvimos unas 3 horas disfrutando del entorno, del silencio y de todo lo que significaba aquello, no íbamos a ver algo parecido en mucho tiempo. Cuando ya nos dispusimos a volver nos hicimos las fotos de grupo y nos volvimos a echar un último vistazo a aquella maravilla de la naturaleza.
Por este día ya teníamos bastante y nos pusimos camino de las cabañas donde dormiríamos esa noche cerca de Egilsstadir, uno de las poblaciones más grandes de la zona este de Islandia, tiene alrededor de 2.500 habitantes. A los pies del pueblo está el lago Lagarfljot que al igual que el lago Ness posee también su monstruo. El interés nuestro por el monstruo fue cero desde el minuto 1, es más creemos que de camino a nuestro alojamiento pudimos atropellarlo con el coche. En medio de la oscura noche algo se nos abalanzó al coche dándonos un susto de muerte. Parecía demasiado pequeño para ser el monstruo del lago, tenía pinta de ser o un conejo, un cordero, o un sapo blanco gigante. Esa noche tocaba cabaña, con dos camas, una litera, cocina, mesa, cuatro sillas todo ello en 32,5 m2 y un mini aseo, cuando digo mini es mini. Tenías que dejar la puerta abierta mientras te lavabas los dientes si no querías tragarte el cepillo o cargarte la cabaña a codazos. La ducha estaba en otra cabaña a 30 metros de la nuestra y a nuestras espaldas había una enorme montaña con pequeñas cascaditas cayendo por su ladera. Y en una parcela cercana unos caballos.
El problema del espacio era latente y mientras uno se ponía el pijama, otro cortaba la lechuga y los otros dos esperaban fuera al fresco, no había sitio para más. Y cuando nos fuimos a dormir teníamos que tener muy claro que los cuatro queríamos dormir para entrar a la vez en las camas sin molestar a nadie. El día de hoy moló y mucho.
La primera parada sería en el cañón de Ásbyrgi que lo teníamos planeado para el día anterior pero ni el día ni la luz acompañaban. Ásbyrgi es un cañón en forma de herradura y uno de los pocos lugares donde vimos mucha vegetación y zonas boscosas.
Las paredes del cañón miden 100 metros de altura y en la curva que hace el cañón se encuentra una especie de estanque en donde habitan diversas aves, aunque con la hora que era estaban todavía durmiendo, no como los autobuses y minibuses de jubilados que teníamos la sensación que nos seguían allá donde íbamos. Repasando las fotos vimos que muchos de ellos aparecen junto a nosotros pensando que eran amigos nuestros…pero no. Había dos miradores, uno a las orillas del estanque y otro desde 20 metros de altura que nos regalaban, una vez más, una panorámica preciosa del conjunto, las paredes, los árboles y el agua.
Y ahora sí…ponemos rumbo a Askja. El navegador nos marcaba 165 km en 3 horas y 45 minutos. Me aseguré que le había indicado que íbamos en coche y no en bicicleta, pero estaba bien puesto. Los primeros 45 km desde la casa a la carretera eran de pista de tierra y no de las mejores precisamente, nos llevó alrededor de una hora y tras andar 20 kilómetros nos quedaban los últimos 100 km hasta Askja también de pista de tierra y otras 3 horas.
Por lo que nos habían contado los sufrimientos del camino y el tiempo y los autobuses de jubilados no eran suficientes para que desistiéramos. Así que nos encomendamos a nuestro Dacia Duster y a la Virgen de los Desamparados en Islandia. Los primeros kilómetros del camino estaban bien y podíamos circular a 70-80 km/h. Tras 30 km aparece el primer obstáculo, primer obstáculo serio: un río.
De ancho tendría unos 20 metros pero de profundo…no lo teníamos claro a pesar de las indicaciones que vimos. Había un palitroque (observe el lector el rico léxico) metido en mitad del río con tres colores que medían la profundidad, el verde que indicaba que no había peligro y que podías cruzar descalzo y empujando el coche si quisieras, el amarillo que nos decía que cuidado con la profundidad del río que parece poca pero no seríamos los primeros que perecemos en él, y por último el rojo, donde directamente no había mensaje y en su lugar ponían las fotos de la gente ahogada junto a videos de coches arrastrados por el agua mientras sus ocupantes gritaban angustiosamente golpeando las ventanillas camino de una muerte segura. El agua llegaba al color amarillo. No veíamos el fondo. Tirábamos piedras y oíamos un clong que sentíamos como el río se tragaba la piedra y no volvía a salir. Además de la anchura y el agua que traía a pocos metros teníamos una cascada que no dejaba de echar agua y claro, así era muy difícil. Recorríamos la orilla del río hacía un lado y otro intentando ver algo que nos diera seguridad, todo esto bajo la atenta mirada de un turista de nacionalidad desconocida que venía detrás nuestro con un pequeño Suzuki Jimmy y que se limitaba a sonreír a lo Clark Kent y negaba con la cabeza. El seguro del coche no cubría cualquier problema que tuviéramos por pistas de tierra y mucho menos lo que te ocurriera en pistas de agua. Por un instante pensamos en remangarnos los pantalones y ver cuál era realmente la profundidad, pero corríamos peligro de que estuviera hondo o que nos diera una hipotermia. “Nos damos la vuelta”, “Se nos pueden joder las vacaciones”, “Yo no me arriesgaría”, “No lo veo claro”, “Es que trae mucha agua”, “Joder, que putada”, “¿Sabéis que Julio Iglesias tiene otro hijo?”. Estas eran las frases que más se oían en esos momentos. Mientras el turista desconocido entraba y salía de su pequeño auto, reía y negaba con la cabeza. Confiábamos en que se cambiara dentro del coche y saliera vestido de Superman y nos atravesara el río, pero no. Ya en el coche, con el ánimo por los suelos, decidimos dar la vuelta, cualquier contratiempo podía jodernos el viaje…pero algo pasó. De repente el turista desconocido salió de su coche con una túnica y una vara de abedul, se acercó al agua y clavando la vara dentro del río pronuncio algo en hebreo y las aguas empezaron a separarse. Al ver aquello nos quedamos de piedra pero rápidamente reaccionamos y aceleramos atropellando al turista desconocido y atravesando el río por el camino que había abierto. Una vez que estuvimos en la otra orilla las aguas volvieron a su cauce y arrastraron el cuerpo del improvisado Moisés. Nunca olvidaremos aquello. Es broma. Retomemos a cuando estábamos en el coche a punto de volver. Desde detrás de una de las dunas de lava apareció un Suzuki Jimmy igual que el de nuestro amigo turista que se dirigía hacia nosotros por el camino de vuelta. El coche atravesó el río sin inmutarse. En su interior dos ancianos ingleses de unos 80 años. Nos dijeron que sus hijos no les hubieran dejado hacer eso en su país, así que en Islandia estaba encantado de la vida. Nos dio las indicaciones necesarias para pasar ese río y los siguientes del camino. Despacito y sin frenar. Encantadores. Tracción a las cuatro ruedas. Cinturones. Metemos primera y adelante. Grabamos el momento en video por si en el caso de que encuentren nuestros cuerpos corriente abajo que sepan cómo fueron nuestros últimos segundos de vida. En el río se notaban las roderas de los coches que habían pasado anteriormente y por ahí fuimos. ¡¡¡Prueba superada!!! En la otra orilla los ancianos nos aplaudían y nos vitoreaban por haberlo conseguido. Nuestro amigo Jimmy, anteriormente conocido como turista desconocido, nos miraba con envidia. No le volvimos a ver, quizá su cuerpo yace ahora en el asiento de su coche en la desembocadura de algún río. No creo, pero es inquietante pensarlo. Después de esto ya nos daba igual lo que pudiera haber en el camino, ríos, volcanes, manadas de ñus, un paso de Semana Santa, cualquier cosa pasaríamos por encima. ¡Viva el Dacia Duster! Desde 10.900 € con navegador incluido y no empiece a pagar hasta el año que viene. A pesar de no ver nada de vida en el camino, salvo los coches que nos cruzábamos, el paisaje seguía siendo alucinante. Tras casi tres horas de viaje y alguna parada que otra para hacer fotos y orinar, llegamos al parking. Eran las 14:00h así que decidimos comer antes de emprender el camino al lago. Una vez repusimos fuerzas nos encaminamos hacia el lago por un sendero desierto de arena negra y con algunas pequeñas piedras de lava. 15 minutos después por fin llegamos a Askja.
Según leímos Askja es el nombre que recibe el cráter del volcán que a su vez contiene al lago Öskjuvatn que tiene 11 km2 y 217 metros de profundidad y al lado se encuentra la caldera volcánica con el mismo nombre que la del día anterior, Viti. Fue uno de los sitios más bonitos que hemos visto en Islandia sin duda alguna.
Tras los 15 minutos de caminata subimos un pequeño repecho y la vista no podía ser más espectacular: a nuestros pies la caldera Viti de aguas termales en las que te podías bañar y un color azul mimosín, y por detrás de ella el lago Öskjuvatn enorme, con el agua en calma reflejando las montañas del cráter del volcán.
A pesar de la gente que había en la zona y aunque parezca paradójico se podía apreciar el silencio que reinaba en el lugar. Gracias a Dios la lejanía del sitio y el camino tan enrevesado que hay hasta llegar al lugar los pequeños monstruos chillones y revoltosos escaseaban y no había muchos factores externos que interfirieran en el silencio. En la caldera había gente bañándose, italianos, que en algún momento eran de los que sí interferían en la paz y el remanso y te encomendabas al Cristo de Medinaceli para que aquello entrara en erupción con ellos dentro. Estuvimos unas 3 horas disfrutando del entorno, del silencio y de todo lo que significaba aquello, no íbamos a ver algo parecido en mucho tiempo. Cuando ya nos dispusimos a volver nos hicimos las fotos de grupo y nos volvimos a echar un último vistazo a aquella maravilla de la naturaleza.
Por este día ya teníamos bastante y nos pusimos camino de las cabañas donde dormiríamos esa noche cerca de Egilsstadir, uno de las poblaciones más grandes de la zona este de Islandia, tiene alrededor de 2.500 habitantes. A los pies del pueblo está el lago Lagarfljot que al igual que el lago Ness posee también su monstruo. El interés nuestro por el monstruo fue cero desde el minuto 1, es más creemos que de camino a nuestro alojamiento pudimos atropellarlo con el coche. En medio de la oscura noche algo se nos abalanzó al coche dándonos un susto de muerte. Parecía demasiado pequeño para ser el monstruo del lago, tenía pinta de ser o un conejo, un cordero, o un sapo blanco gigante. Esa noche tocaba cabaña, con dos camas, una litera, cocina, mesa, cuatro sillas todo ello en 32,5 m2 y un mini aseo, cuando digo mini es mini. Tenías que dejar la puerta abierta mientras te lavabas los dientes si no querías tragarte el cepillo o cargarte la cabaña a codazos. La ducha estaba en otra cabaña a 30 metros de la nuestra y a nuestras espaldas había una enorme montaña con pequeñas cascaditas cayendo por su ladera. Y en una parcela cercana unos caballos.
El problema del espacio era latente y mientras uno se ponía el pijama, otro cortaba la lechuga y los otros dos esperaban fuera al fresco, no había sitio para más. Y cuando nos fuimos a dormir teníamos que tener muy claro que los cuatro queríamos dormir para entrar a la vez en las camas sin molestar a nadie. El día de hoy moló y mucho.