Pero había que levantarse y afrontar el penúltimo día de ver cosas porque el último sería ir a Reikiavik de compras y ver un poco la capital. El día comienza con la última cascada que íbamos a ver y una de las más bonitas. Seljalandsfoss. Al igual que la cascada Skogafoss en otros tiempos formaban acantilados y con el paso del tiempo ha dejado de serlo debido a que el mar se ha retirado.
Seljalandsfoss según he visto es la caída del río Seljalandsá que significa, atención, “río líquido”. Se rompieron la cabeza. La cascada tiene la particularidad, en diferencia a las demás, que se puede rodear siguiendo el camino que sale a la derecha. Imprescindible chubasquero, impermeable, camiseta térmica, edredón nórdico y manta eléctrica, porque te pones de agua hasta arriba por lo que puede salpicar en su caída y por el agua que mueve el viento. Y con mil ojos porque el camino estaba resbaladizo y en cualquier momento podías formar parte del paisaje dentro del agua con tu cuerpo rodeado de sangre en una bonita estampa.
Sanos y salvos volvimos al coche para coronar el viaje en Landmannalaugar. El camino era de los buenos, es decir, con sus cuestas, con su sol de cara, con sus ríos (pequeños) y sus baches. Después de una hora de viaje llegamos al camping. Un paraje repleto de montañas de todo tipo de colores, mares de lava, fumarolas, ríos, neveros…
Para los amantes del senderismo es un paraíso. Había rutas de todo tipo, 1, 3, 5 y 7 horas camino nosotros cogimos la ruta de 3 horas que pensamos que por nuestras complexión atlética pero a la vez de huesos anchos sería la adecuada y no nos equivocamos…o sí. Un chico islandés con sus barbas, su pelo largo y su rubiez nos indicó por dónde empezar el camino. Comenzamos adentrándonos en un mar de lava para seguir por una pradera rodeada de montañas, con algún que otro arroyuelo y con pequeñas flores que parecían algodones.
Si las 3 horas iban a ser así no creo que tuviéramos problemas, pero cuando empezábamos a amar el senderismo vimos que el palito verde, el color de nuestra ruta, empezaba a estar clavado en la ladera de una cuesta, los últimos metros los hicimos a cuatro patas cual perros o gatos. “Es durilla chicos”. Nos felicitamos de haber superado tal escollo. La vista desde la cima del pequeño cerro que habíamos subido era preciosa. La pradera 40 ó 50 metros bajo nuestros pies y delante nuestro montañas de mil y un colores.
Había merecido la pena llegar hasta allí y nos dispusimos a buscar el camino de vuelta hacia abajo…pero no. Los palitroques verdes seguían clavándose hacia arriba, pero muy arriba. Los “joder, coño, buf, hostias…” y demás palabras utilizadas para demostrar hartazgo al subir una montaña que creías que se había acabado comenzaban a salir de nuestras bocas. Llegamos a una pequeña pradera desde donde las vistas eran brutales a ambos lados de la montaña. Mirábamos hacia arriba pensando que la gente que veíamos pequeñita tendrían que estar en otra montaña: “Menos mal que no hay que subir hasta allí”… pero sí, había que subir hasta allí. Sin agua, el viento azotándonos la cara, las gotas de sudor creando pequeños ríos bajo nuestros pies, tambaleándonos, empezando a nublársenos la vista, los coyotes y los buitres oliendo nuestra muerte…
Bueno, quizá he exagerado un poco y no hacía tanto viento, pero la cuesta para los que no somos avezados en el mundo del trekking, del power walking y del power ranger no era un paseo. Por fin llegamos a la cumbre del volcán Brennisteinsalda a 881 metros y la vista ya no podía ser más bonita…bueno sí, si hubiéramos cogido la ruta de 7 horas, pero nos quisimos convencer de que aquella era la releche. La bajada no fue más fácil, y yo en concreto casi bajo haciendo la croqueta (concreto-croqueta. ¿Casualidad? No lo creo). Tras pasar de nuevo por el campo de lava llegamos al camping y esperábamos que estuvieran los servicios de emergencia esperándonos y la prensa, pero no había nada.
Mis amigas valencianas se arman de valor, se meten en el 4x4 y se cambian para darse un baño en unas pequeñas piscinas naturales termales que había a unos 100 metros del camping. A parte de todas las cosas que habíamos visto en Islandia nunca se me olvidará la imagen de decenas de personas apiñadas en 40 m2 de agua e inmóviles. La sensación era una mezcla de suricatos en remojo y una escena de Walking Dead. Mientras las chicas metían sus lozanos cuerpos a remojo calentito yo me quedaba en la orilla cual fotógrafo erótico en un reportaje para la Playboy.
Y con esto acabamos con mucho de lo bonito que tiene Islandia pero no con todo porque es imposible. De camino de vuelta quisimos darnos un pequeño homenaje cenando en uno de esos sitios que llaman restaurante. Paramos en Selfoss con una población de 6.000 habitantes y entramos en un restaurante que recomendaba la Lonely, el Tryggvaskali y pedimos mesa para cuatro. Mientras esperábamos a que nos la prepararan vimos que los precios eran parecidos a una sangría en la Plaza Mayor en pleno mes de agosto. En un momento de despiste del personal y minuciosamente preparado, salimos corriendo del bar y nos fuimos a uno que se encontraba a 50 metros el Kaffi Krús que era tipo americano y de ambiente no tan rococó. Nos tomamos una hamburguesa que ciertamente estaba muy buena, aunque si nos hubieran dado rata de campo también nos la hubiéramos comido, después de la caminata de aquel día. Acompañada por dos Viking y dos Coking Zering. Una vez terminada la cena pensamos en pasarnos a pedir disculpas al restaurante anterior pero no vimos luz, así que arrancamos y nos fuimos dirección a Gardur.
En Booking ponía que el check-in se podía hacer hasta las 00:00 y según nuestros navegadores llegaríamos 10 minutos antes de esa hora. Y así fue. Pero en la casa no se veía ni un alma, solamente los coches de otros inquilinos, supusimos. La puerta estaba abierta. Entramos. Dentro de la casa nada de luz. Ni cortos ni perezosos empezamos a abrir puertas hasta encontrar camas vacías. Pero lo que encontramos fue gente durmiendo que gracias a Dios no se despertó. Yo en pleno Islandia estoy durmiendo y me abren la puerta cuatro españoles y me da un apechusque y me quedo en el sitio. Al parecer la dueña debió oír ruido y salió con su bata cual vieja del visillo islandesa. “Somos los españoles”. La mujer nos dijo entonces que se encontraba congestionada y con un poco de moquillo y que ya se había ido a la cama. Aunque pusimos interés con un “ooh, lo sentimos mucho”, realmente nos resbalaba, solo queríamos nuestra habitación con colchones blanditos de nuevo y edredones calentitos. Antes de irnos a dormir hubo un amago de auroras boreales pero no llegaron a más…qué pena. Última noche en Islandia…zzzzzz.
Seljalandsfoss según he visto es la caída del río Seljalandsá que significa, atención, “río líquido”. Se rompieron la cabeza. La cascada tiene la particularidad, en diferencia a las demás, que se puede rodear siguiendo el camino que sale a la derecha. Imprescindible chubasquero, impermeable, camiseta térmica, edredón nórdico y manta eléctrica, porque te pones de agua hasta arriba por lo que puede salpicar en su caída y por el agua que mueve el viento. Y con mil ojos porque el camino estaba resbaladizo y en cualquier momento podías formar parte del paisaje dentro del agua con tu cuerpo rodeado de sangre en una bonita estampa.
Sanos y salvos volvimos al coche para coronar el viaje en Landmannalaugar. El camino era de los buenos, es decir, con sus cuestas, con su sol de cara, con sus ríos (pequeños) y sus baches. Después de una hora de viaje llegamos al camping. Un paraje repleto de montañas de todo tipo de colores, mares de lava, fumarolas, ríos, neveros…
Para los amantes del senderismo es un paraíso. Había rutas de todo tipo, 1, 3, 5 y 7 horas camino nosotros cogimos la ruta de 3 horas que pensamos que por nuestras complexión atlética pero a la vez de huesos anchos sería la adecuada y no nos equivocamos…o sí. Un chico islandés con sus barbas, su pelo largo y su rubiez nos indicó por dónde empezar el camino. Comenzamos adentrándonos en un mar de lava para seguir por una pradera rodeada de montañas, con algún que otro arroyuelo y con pequeñas flores que parecían algodones.
Si las 3 horas iban a ser así no creo que tuviéramos problemas, pero cuando empezábamos a amar el senderismo vimos que el palito verde, el color de nuestra ruta, empezaba a estar clavado en la ladera de una cuesta, los últimos metros los hicimos a cuatro patas cual perros o gatos. “Es durilla chicos”. Nos felicitamos de haber superado tal escollo. La vista desde la cima del pequeño cerro que habíamos subido era preciosa. La pradera 40 ó 50 metros bajo nuestros pies y delante nuestro montañas de mil y un colores.
Había merecido la pena llegar hasta allí y nos dispusimos a buscar el camino de vuelta hacia abajo…pero no. Los palitroques verdes seguían clavándose hacia arriba, pero muy arriba. Los “joder, coño, buf, hostias…” y demás palabras utilizadas para demostrar hartazgo al subir una montaña que creías que se había acabado comenzaban a salir de nuestras bocas. Llegamos a una pequeña pradera desde donde las vistas eran brutales a ambos lados de la montaña. Mirábamos hacia arriba pensando que la gente que veíamos pequeñita tendrían que estar en otra montaña: “Menos mal que no hay que subir hasta allí”… pero sí, había que subir hasta allí. Sin agua, el viento azotándonos la cara, las gotas de sudor creando pequeños ríos bajo nuestros pies, tambaleándonos, empezando a nublársenos la vista, los coyotes y los buitres oliendo nuestra muerte…
Bueno, quizá he exagerado un poco y no hacía tanto viento, pero la cuesta para los que no somos avezados en el mundo del trekking, del power walking y del power ranger no era un paseo. Por fin llegamos a la cumbre del volcán Brennisteinsalda a 881 metros y la vista ya no podía ser más bonita…bueno sí, si hubiéramos cogido la ruta de 7 horas, pero nos quisimos convencer de que aquella era la releche. La bajada no fue más fácil, y yo en concreto casi bajo haciendo la croqueta (concreto-croqueta. ¿Casualidad? No lo creo). Tras pasar de nuevo por el campo de lava llegamos al camping y esperábamos que estuvieran los servicios de emergencia esperándonos y la prensa, pero no había nada.
Mis amigas valencianas se arman de valor, se meten en el 4x4 y se cambian para darse un baño en unas pequeñas piscinas naturales termales que había a unos 100 metros del camping. A parte de todas las cosas que habíamos visto en Islandia nunca se me olvidará la imagen de decenas de personas apiñadas en 40 m2 de agua e inmóviles. La sensación era una mezcla de suricatos en remojo y una escena de Walking Dead. Mientras las chicas metían sus lozanos cuerpos a remojo calentito yo me quedaba en la orilla cual fotógrafo erótico en un reportaje para la Playboy.
Y con esto acabamos con mucho de lo bonito que tiene Islandia pero no con todo porque es imposible. De camino de vuelta quisimos darnos un pequeño homenaje cenando en uno de esos sitios que llaman restaurante. Paramos en Selfoss con una población de 6.000 habitantes y entramos en un restaurante que recomendaba la Lonely, el Tryggvaskali y pedimos mesa para cuatro. Mientras esperábamos a que nos la prepararan vimos que los precios eran parecidos a una sangría en la Plaza Mayor en pleno mes de agosto. En un momento de despiste del personal y minuciosamente preparado, salimos corriendo del bar y nos fuimos a uno que se encontraba a 50 metros el Kaffi Krús que era tipo americano y de ambiente no tan rococó. Nos tomamos una hamburguesa que ciertamente estaba muy buena, aunque si nos hubieran dado rata de campo también nos la hubiéramos comido, después de la caminata de aquel día. Acompañada por dos Viking y dos Coking Zering. Una vez terminada la cena pensamos en pasarnos a pedir disculpas al restaurante anterior pero no vimos luz, así que arrancamos y nos fuimos dirección a Gardur.
En Booking ponía que el check-in se podía hacer hasta las 00:00 y según nuestros navegadores llegaríamos 10 minutos antes de esa hora. Y así fue. Pero en la casa no se veía ni un alma, solamente los coches de otros inquilinos, supusimos. La puerta estaba abierta. Entramos. Dentro de la casa nada de luz. Ni cortos ni perezosos empezamos a abrir puertas hasta encontrar camas vacías. Pero lo que encontramos fue gente durmiendo que gracias a Dios no se despertó. Yo en pleno Islandia estoy durmiendo y me abren la puerta cuatro españoles y me da un apechusque y me quedo en el sitio. Al parecer la dueña debió oír ruido y salió con su bata cual vieja del visillo islandesa. “Somos los españoles”. La mujer nos dijo entonces que se encontraba congestionada y con un poco de moquillo y que ya se había ido a la cama. Aunque pusimos interés con un “ooh, lo sentimos mucho”, realmente nos resbalaba, solo queríamos nuestra habitación con colchones blanditos de nuevo y edredones calentitos. Antes de irnos a dormir hubo un amago de auroras boreales pero no llegaron a más…qué pena. Última noche en Islandia…zzzzzz.