VITORIA / GASTEIZ: UN DÍA Y UNA NOCHE. ✏️ Diarios de Viajes de España

Antes de llegar a Vitoria sucedió algo que no me había ocurrido nunca antes. Cuando puse la aplicación de booking para para que nos guiase a nuestro hotel del día, me encontré con la sorpresa de que no tenía ninguna reserva. ¡Horror! Pensaba que tenía todo arreglado, como de costumbre, incluso recordaba el hotel que había elegido para pernoctar. Sin embargo, no tenía ninguna reserva confirmada. Con el lío de hoteles, se me debió pasar darle a algún botoncito pese a que suelo comprobarlo todo concienzudamente antes de salir… En fin, no sé. Lo cierto es que en el mismo aparcamiento del Santuario de Nuestra Señora de Arantzazu, busque un hotel con plazas libres en booking, lo cual no me resultó fácil porque en esas fechas estaba casi todo pillado, ya que al día siguiente de nuestra estancia era la Fiesta Mayor de Vitoria, la Virgen Blanca, y estaba todo a tope. Así que no me quedó más remedio que reservar en el Hotel NH Canciller Ayala, lo cual no es porque sea mal hotel, todo lo contrario, sino porque su precio fue algo elevado (90 euros la habitación doble sin desayuno). Eso sí, está muy bien situado, en la calle de Ramón y Cajal, a cinco minutos caminando de la Plaza de la Virgen Blanca y desde se puede ir caminando a los lugares más destacados para visitar en la capital alavesa. Además, tenía un párking público al lado donde pudimos dejar el coche.

Después de descansar un rato, fuimos a tomar unos pinchos para cenar y luego dimos una primera vuelta por la ciudad, de la que tomamos algunas imágenes nocturnas. Durante este primer recorrido pudimos hacernos una idea de lo que es la ciudad y nos dimos cuenta de que Vitoria/Gasteiz tiene mucho que ver... y que saborear: esos pinchos, qué ricos

Detalle del plano del centro que nos dieron en el hotel.

Celedón, cuya bajada a la Plaza de la Virgen Blanca marca el inicio de las fiestas patronales.

A la mañana siguiente, desayunamos en una cafetería de los alrededores del hotel y utilizando unos recorridos que llevaba impresos, sacados de internet, y un detallado plano turístico que nos entregaron en el hotel, fuimos a hacer nuestra visita. Lo primero, acudimos a la Catedral de Santa María, donde teníamos reservada por internet una visita guiada, única forma posible de visitar su interior ya que lleva varios años con obras de restauración. Escogimos la modalidad “catedral y torre” (también hay una “standard” y otra “combinada catedral y muralla”), que admite 15 personas como máximo (aunque me pareció que en caso necesario no les importa añadir alguna que otra más), tiene una duración de 75 minutos y un precio de 10,5 euros, un poco caro (la visita estándar cuesta 8,5 euros), pero permite recorrer el interior, desde el subterráneo hasta la torre, y obtener una detallada explicación de los trabajos de rehabilitación que se están realizando y que consisten sobre todo en reforzar la cimentación del edificio, que estuvo a punto de derrumbarse a finales del siglo pasado por problemas estructurales desde su construcción agravados por una serie de desafortunadas obras de restauración posteriores.

Exterior de la Catedral.

[align=center]Interior de la Catedral.


La visita guiada, contemplando las obras que se están realizando. En la foto de la derecha, se pueden ver las enormes grietas que amenazaban la estabilidad del templo y en la foto de abajo, los andamios.

Desde lo alto, se tienen unas bonitas vistas de la ciudad, si bien no resultaron tan llamativas como me esperaba, quizás por las grúas y andamios que estorbaban bastante al mirar en perspectiva.

Sin duda, lo que más me gustó fue el pórtico de la Catedral (está en el interior y, por lo tanto, no se puede ver sino se accede mediante la visita guiada), considerada de las mejores portadas del siglo XIV en España. Además, la presentación visual da una buena idea de la evolución de su ornamentación a lo largo de los siglos. Se trata de un templo gótico del siglo XIV, aunque su construcción arrancó ya en torno al año 1200. Sin embargo, no tiene la apariencia de la típica catedral gótica peninsular, ni en el exterior (la iglesia está embutida entre otros edificios, que le restan presencia) ni en el interior, que en origen era bastante oscuro y bajo en altura. Por cierto, que para esta visita tienes que hacerla con un casco (que te entregan) por si acaso…

Cuando terminamos en la catedral, fuimos a hacer nuestro recorrido turístico, sin olvidarnos previamente de reservar mesa para comer en el restaurante “Clarete”, sobre el cual comentaré después. Como la visita cada uno la hará en el orden que le parezca, lo mejor es coger un plano y seguir sus indicaciones para no caminar de más, ya que hay mucho que ver y se necesitará todo el tiempo disponible. En la página web municipal hay varios recorridos temáticos que facilitan la visita, como por ejemplo: la ruta de la Almendra Central, las Cuatro Torres, la ruta de las el Camino de Santiago en Vitoria (declarado en su conjunto Patrimonio de la Humanidad), etc. Se pueden descargar en pdf y resulta una información bastante útil.

Recorrer las calles vitorianas resulta muy agradable.


Y para las cuestas hay tramos de escaleras mecánicas...

Ya desde tiempos de los romanos, Vitoria ha sido un enclave estratégico tanto militar como de comunicaciones, pues la calzada que iba de Astorga a Burdeos pasaba por allí. Se encuentra situada en llano, a una altitud de 539 metros sobre el nivel del mar. Actualmente cuenta con una población en torno a los 245.000 habitantes y es la sede del Parlamento y del Gobierno del País Vasco, por lo cual se la considera su capital. Pese a sus antecedentes romanos, la ciudad pudo tener su origen en tiempos del rey godo Leovigildo en el año 581, aunque esta teoría es muy controvertida. Lo que resulta incuestionable es que la ciudad de Vitoria fue fundada en 1181 en el lugar de Gasteiz, la aldea que se ubicaba en la colina, por el rey Sancho VI de Navarra, basándose en la necesidad de crear enclaves defensivos ante la proximidad de las fronteras con el reino de Castilla, reino al que pasó a pertenecer desde el año 1200, siendo rey Alfonso VIII. A partir de entonces, se convirtió en un gran centro comercial, contó con una importante judería y en el año 1431 el rey Juan II le concedió el título de ciudad. Su fuero, que declaraba iguales a todos sus habitantes, sin distinción de nobles y plebeyos, fue jurado por Isabel la Católica en 1483. Pese al gran proceso de industrialización en que se vio inmersa a partir de 1960, que vio duplicar su población, sigue conservando el trazado de su casco histórico medieval casi intacto, siendo Conjunto Monumental desde 1997.

En la llamada “almendra” se encuentran la mayor parte de los edificios destacados y se puede ir haciendo una visita como en espiral, aunque hay que tener en cuenta los desniveles entre las calles exteriores con respecto a las interiores, hasta el punto de que en algunas existen escaleras mecánicas para salvar el desnivel. Lo mejor, creo yo, es empezar en la Plaza de la Virgen Blanca o Plaza Vieja, del siglo XVII, una de las más bonitas y emblemáticas, flanqueada por bonitos edificios. Aquí se celebraban los antiguos mercados extramuros. En el centro se encuentra el Monumento a la Batalla de Vitoria y en un lado uno de los iconos de la ciudad en cuanto a las fotos de los turistas, con su nombre en hierba. Menos mal que me dio por hacer una foto por la noche, porque por la mañana lo habían quitado para evitar destrozos, ya que al día siguiente comenzaban las fiestas patronales con el descenso de Celedón con su paraguas suspendido por una cuerda desde la torre de la Iglesia de San Miguel después de tirar el chupinazo. Las fiestas no nos pillaron por poco, lo cual agradecimos porque, salvo contadísimas excepciones, no nos gusta este tipo de celebraciones masificadas. Será que estamos un poco mayores.

Plaza de la Virgen Blanca.

A la derecha, hay un pasaje que conduce a la Plaza de España, conjunto monumental porticado que data de finales del siglo XVIII y que permitió el ensanche de la ciudad a partir de la almendra central. Incluye también la Casa Consistorial. Tiene el trazado típico de las plazas mayores españolas (Salamanca, Madrid…), aunque algo más pequeña. En ella se estaba celebrando un concierto, así que las fotos que saqué no dicen demasiado. Continuando un poco más hacia la derecha, se llega hasta la Plaza de los Fueros, conjunto monumental construido en 1981, obra del escultor Chillida y del arquitecto Peña Ganchegui en homenaje a los fueros. Sinceramente, reconociendo mi ignorancia en cuanto a la expresión moderna de la arquitectura y sin querer ofender a nadie, no le encontré ninguna gracia pese a su granito rosa, el laberinto y el graderío para el juego de pelota; claro que quizás me influyó la vista de una fea pintada en la escultura o las estructuras metálicas postizas colocadas para un espectáculo que iba a tener lugar con motivo de las fiestas patronales.

Plaza Mayor y alrededores.

De regreso a la Plaza de la Virgen Blanca, presidiéndola en un alto se encuentra la Iglesia de San Miguel, del siglo XIV, aunque ya se conocía su existencia en la época de la fundación de la ciudad. Tiene un interior muy interesante, donde destaca la Capilla de la Virgen Blanca, la patrona de la ciudad.

La Capilla de la Virgen Blanca es la del centro.

Caminando hacia la izquierda desde aquí, nos encontramos con los Arquillos, dos construcciones que representan el ensanche neoclásico, el tránsito entre la ciudad medieval y la contemporánea, construidos para salvar el desnivel entre la colina y la zona sur. Sobre los arcos se levantaron viviendas y dos galerías porticadas que daban acceso a la Plaza Mayor.

En la parte de atrás de los Arquillos, se encuentra la Plaza del Machete, entre la Iglesia de San Miguel y la Cuesta de San Vicente. Su nombre se debe a que en una hornacina del ábside de la iglesia se conservaba el machete sobre el que antaño juraban sus cargos los representantes de la ciudad.

Muy cerca se hallan el Palacio de Villa Suso, del siglo XVI, y la Iglesia de San Vicente, del siglo XV, ejemplo del gótico vasco. Por unas escaleras se accede a la Plaza de Villa Suso, cerca de la cual está el Palacio de Montehermoso, del siglo XVI y estilo renacentista. Aquí ya nos encontramos en pleno centro histórico, entre cuyas calles da gusto pasear contemplando casas con mucha historia, como la Casa del Cordón, del siglo XV con su torre medieval del siglo XIII, y descubriendo, a la vez, las pinturas murales que han recuperado del ostracismo algunas decrépitas fachadas. Algunos de estos murales son realmente meritorios, con un significado más allá de la mera expresión de color y todos ellos muy llamativos.

De todas formas, los colores de algunas casas en nada desentonan con los de los murales:

La calle de Santa María conduce a la Catedral, que ya he mencionado, en cuyas inmediaciones se encuentra también un lugar muy conocido y a la vez simbólico de la ciudad, el llamado Portalón, antigua posada y casa de postas cuyo origen se remonta al siglo XV.

Volviendo por la calle Zacarías Martínez, llegamos al Palacio de Escoriaza-Esquibel, renacentista, del siglo XVI, a cuyo costado se encuentran los restos de la antigua Muralla del siglo XI que rodeaba la ciudadela y que tenía 900 metros de longitud y 22 torreones. A principios del siglo XXI se acometieron obras para su recuperación, ya que una parte se encontraba enterrada entre los edificios y también se habían llevado a cabo desafortunadas restauraciones durante la segunda mitad del siglo XX. Hay pasarelas para verla cómodamente y también se ofrecen visitas guiadas.

Una vez vista toda la zona alta, se puede descender por la calle o Cantón de las Carnicerías, desde cuyos escalones se contempla una bonita vista de un llamativo mural y también de otro edificio interesante, la Torre de Doña Ochanda, una casa fuerte del siglo XVI, que defendía desde el exterior la zona adyacente a la muralla. Fue restaurada en 1971 con añadidos de estilo renacentista lombardo y en la actualidad alberga el Museo de Ciencias Naturales de Álava.

De camino hacia el restaurante donde teníamos mesa reservada para almorzar, nos encontramos con la Iglesia de San Pedro, iglesia gótica del siglo XVI, y, ya saliendo del casco antiguo medieval, pasamos por la Plaza de la Provincia, donde se encuentra el Palacio de la Provincia, sede de la Diputación Foral de Álava.

Esta zona está repleta de bonitos y señoriales edificios con balconadas acristaladas.

Muy cerca, en la calle Cercas Bajas, entramos en el restaurante El Clarete, que nos habían recomendado muy especialmente. Tiene un comedor con pocas mesas, por lo cual la reserva se hace necesaria incluso en un día con poca afluencia de visitantes. Ofrece un menú degustación cerrado, compuesto por un aperitivo, cuatro entrantes, un plato de pescado, un plato de carne y dos postres; también incluye una botella de vino de Rioja Alavesa. El precio era de 55 euros por persona. Y realmente los pagamos de muy buena gana. El menú nos gustó mucho y la atención fue estupenda. Como siempre que cito restaurantes, me gusta comentar que para nosotros no es tan importante la cantidad de comida como disfrutar de lo que estamos comiendo; naturalmente, no nos quedamos con hambre ni muchísimo menos.

Por la tarde seguimos pateando la ciudad de Vitoria, en la cual hay otros muchos lugares interesantes para visitar como por ejemplo, la Iglesia de San Antonio (siglo XVII y estilo barroco clasicista), la Catedral de María Inmaculada (de principios del siglo XX y estilo neogótico), el Parlamento Vasco, el Parque de la Florida (jardín romántico del siglo XIX, en el que entre otras muchas cosas se puede ver un homenaje a la música de jazz, con un banco grabado con los nombres de sus más eminentes intérpretes y una escultura de Louis Amstrong), el Museo de la Armería, el Palacio de Ajuria Enea (residencia oficial del lendakari del Gobierno Vasco), el Museo de Bellas Artes (ubicado en el Palacio Augusti), el Artium (Museo Vasco de Arte Contemporáneo), etc.

De todas formas, quizás de lo que más disfrutamos fue la caminata final sin rumbo por las calles de Vitoria, una ciudad muy bella y acogedora, que nos sorprendió, aunque ya habíamos oído comentar que era bastante más interesante de lo que aparenta en un principio. Lo cierto es que mereció la pena pasar el día completo que estuvimos allí, incluso se puede plantear media jornada más si se desea visitar alguno de los museos. Lo único que nos sobró fue un poquito de calor, pues el sol atizaba de lo lindo. Por lo demás, quedamos muy contentos y con ganas de volver en otra ocasión.