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Desde Henties Bay, la pista es ancha y recta, en algunos puntos, bastante rápida, pero de vez en cuando aparece nuestro ya conocido piso ondulado que hace botar el coche o un bache traicionero. Tambíen hay grava suelta que podría complicar la frenada. Hay que adecuar prudentemente la velocidad.
En unos 50 km nos encontramos solo con tres o cuatro vehículos en sentido contrario. Nos vemos obligados a correr porque se nos ha hecho un poco tarde y tememos llegar después del atardecer.
En cuanto nos alejamos de la costa desaparece la bruma alta y el sol se adueña de todo el paisaje, pero no hace excesivo calor por estar ya bajo. Apenas se ve ningún árbol, solo arbustos desérticos y alguna ardilla de tierra que aprovecha que el sol ya no calienta mucho, para salir de su madriguera.
Entre las plantas se observan arbustos de tallo voluminoso, mayoritariamente sin hojas y algunas plantas de dollar-bush (Zygophyllum stapfii) una hierba con hojas con forma de moneda, suculentas y verdes. Apenas se ven plantas de más de metro y medio en todo el camino. Tampoco nos cruzamos con ningún animal de interés.
Poco a poco hemos ido subiendo, casi sin darnos cuenta, a lo largo de los kilómetros. El volcán Massun, apenas se adivina, pero sí que es claramente visible la montaña Brandenberg, el monte más alto de Namibia de 2573 m, con una silueta abombada que aparentemente le resta porte y disimula su altitud.
En los últimos tramos aparecen algunas casas muy humildes y puestos de venta de minerales y cristales, estos si con sus probables propietarios detrás de las tablas. Es una zona minera, pero muy pobre. No muy lejos está una de las mayores minas de uranio del mundo, pero no nos pilla en la ruta.
Al fondo se alzan los promontorios rocosos del Spitzkoppe, también conocido por el Matterhorn de Namibia, pues dicen que recuerda en su forma a la famosa montaña alpina. A mí me parece un pepino rosa-pálido clavado en una llanura del Damaraland. Esperemos que ningún freudiano analice mis palabras. El granito dicen que tiene más de 700 millones de años de antigüedad y el pico más alto alcanza los 1784. Desgastado sí que parece.
Su color rosa es realzado por la luz de la tarde. A pocos kilómetros de nuestro campamento, nos paramos a hacer algunas fotos del paisaje tan genuinamente africano, con acacias incluidas, así como el resto de plantas que hemos visto en nuestro camino.
Llegamos justo a la hora de cerrar la entrada del parque y buscamos una plaza que esté libre en cualquier rincón de la falda de la montaña. Aquí las plazas están señalizadas, puede haber medio kilómetros entre una y otra y aunque todas tienen una pequeña mesita, retrete y una barbacoa, es cómo acampar solos en medio de la sábana. No se reservan las plazas simplemente buscas una que esté libre. Como no vemos a casi nadie y nos vamos al restaurante que hay a la entrada, pero ya dentro del parque. La cena está muy bien y nos cuesta unos 500 dólares Namibia. Los niños comen unos socorridos macarrones y yo me pido un entrecot.
Se hace de noche y cuándo vamos a buscar la plaza para acampar vemos que ha llegado gente (no debieron cerrar la puerta) y las han ocupado casi todas.
Encontramos una libre cerca del arco natural. Colocamos el coche mirando hacia la montaña. Hoy dormiremos con un paisaje de película frente a nosotros. Todo un lujo de vista, solo al alcance de aquellos dispuestos a prescindir de algunas comodidades por unos días.
Los lugares de campamento suelen estar en sitios más o menos abrigados, habitualmente bajo un árbol y entre un par de grandes piedras. Entre ellos suele haber más de 100 metros, aunque algunas están en parejas.
Sale la luna llena ilumina la montaña, sin conseguir tapar la miríada de estrellas y preparamos nuestras cámaras para hacer fotos nocturnas. Después de un rato bajamos al coche y nos acostamos. Todos los días en África son muy largos. Subimos la capa que hace opaca la entrada de la tienda de campaña para poder dormir con la vista de la montaña a nuestros pies.
La luna llena rebotada en el paisaje ilumina la cara de mi hija, que parece estar grabando el lugar en su memoria, en silencio. Me siento feliz porque sé que ella aprecia la belleza de este escenario.
Amanece el sol empieza a iluminar la montaña. Como siempre cuesta un poquito despertar a los niños y ponerlos en marcha. Nos despierta los pajarillos y me entretengo en hacer alguna foto de ellos y de una ardilla que intenta robar algún trocito de comida. Le echamos algún trocito de los pasteles incomestibles, duros como piedras, que compramos en Swakopmund y que he partido con un pisotón.
Cogemos las mochilas pequeñas y nos vamos a explorar el arco natural que hay muy cerca. Es un paisaje en el que las plantas nacen entre piedras enormes de granito. Muchas estas piedras tienen formas redondas, que parecen invitar a empujarlas.
Intentamos subir a una roca-montaña enorme y redondeada, que según un cartel posee una piscina natural cerca de la cumbre, pero no somos capaces de encontrar una ruta de ascenso, pues está lisa y muy resbaladiza. Así que nos entretenemos con unas marmotas que salen a nuestro paso. Son bastante tímidas, las hemos cogido por sorpresa y la curiosidad hace que les podamos hacer alguna foto interesante.
Volvemos al coche, desmontamos el campamento y nos dirigimos a la entrada del parque a buscar un guía para hacer las pinturas rupestres, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Las pinturas solo se pueden hacer con guía, para evitar el vandalismo, pero también es positivo porque su localización no es fácil y por el mejor aprovechamiento de la visita ya que te explican su significado. Ya hace demasiado calor.
En la puerta nos dicen que ya no hay guía, que todos han salido. Nos marean un poco diciendo que vayamos a buscar un guía al Small Bushman Paradise, pero allí no lo encontramos, luego que vayamos al Bushman Paradise, pero tampoco.
Después de una hora buscando un día nos encontramos de nuevo en la puerta y ahora ya sí hay uno que acaba de retornar. Es majo y nos dice que lo primero que al Bushman Paradise no podemos subir con niños, por el calor y porque es peligroso por los tajos. En el Small Bushman Paradise hay un pequeño grupo vistandolo, así que nos dirigimos a la otra punta del parque cruzando una puerta que separa la parte del Lodge, de la zona de acampada.
Aquí nos encontramos nuestras primeras cebras. Llegamos a un sitio donde hay una serpiente esculpida en la roca es una de las imágenes más conocidas del Spiztkoppe: se llama la Serpiente Dorada y está en parte esculpida, en parte pintada.
Continuamos hasta el Small Bushman Paradise, ahora solo hay una pareja que están terminando de verlo. Estas pinturas representa sobre todo escenas de caza o mágico religiosas de los hombres que habitaban estas tierras, desde hace miles de años, probablemente en una época menos seca: rinocerontes, chamanes, jirafas, humanos… una cultura entorno a la caza.
Nos despedimos de nuestra amable guía y salimos del parque, pero cogemos la dirección equivocada. Hacemos unos 10 o 15 km de camino de tierra en dirección contraria. Nos llama la atención los puestos de artesanía local damara a ambos lados de la carretera, hasta que salimos del pueblo, pero no paramos.
Cuando nos damos cuenta, tenemos que volver hasta la puerta del parque del nuevo. La carretera es la que sale a la izquierda.
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