En algún punto que no puedo recordar encontramos la soledad más absoluta.
Después del traqueteo por la pesadísima 59, enlazamos con la 68 y bordeamos la costa de Hrútafjörður; en el sur por fin se convierte en la N1. Después de Laugarbakki, antes del desvío a la 715, ya está señalizado a la derecha el cañón de Kolugljúfur, con un cartel de letras rojas en amarillo, indicando 6 km; en la entrada un cartel muestra un mapa de la zona, con las visitas del cañón de Kolu y las caídas de agua de Kolufossar señaladas. Una sorpresita, no sabíamos que había cataratas aquí. ¡La 715 vuelve a ser de grava! Son pocos kilómetros, afortunadamente. Ya hoy hemos cumplido con el traqueteo (desde Kirkjufell casi 3 horas y 200 km).
Antes de bajar al cañón, comemos aprovechando el buen tiempo y el cielo despejado, el calorcito... Nos sacamos nuestra sopa y nuestros sandwiches vegetales y nos tiramos en el césped del mismo aparcamiento –apenas hay gente y la que llega no nos molesta- a disfrutar de este rato en familia bajo el sol (y bajo los nubarrones que están ahí también).
Tras cruzar el puente hay dos formas de bajar por las escaleras que forman las piedras: a la izquierda se va a las caídas de agua. Puedes acercarte cuanto quieras, con precaución.
A la derecha se va a la parte superior del cañón, que tiene una formación rocosa en el centro que me recordó a la Eyjan de Ásbyrgi, a pequeña escala, claro. Se puede bajar un poco en esta parte de arriba; del peligro nos separa unas pequeñas estacas con una cuerda que nos alertan de que no se puede pasar.
De repente se puso a llover como si no hubiera un mañana, el cielo azul se escondió, pero allí seguimos haciendo fotos y disfrutando de Kolugljúfur. ¡No habíamos venido tan lejos para asustarnos con la lluvia!
A las vacas y a los caballos que dormían la siesta a la salida del cañón tampoco les importaba la lluvia, que desapareció como por arte de magia al volver a la N1.
Por aquí podríamos haber subido por la 711, a la altura del lago Vesturhöpsvatn, hacia el este de la península de Vatnsnes, camino a Hvítserkur, la roca con forma de rinoceronte, y al hostel Osar para ver focas… unos 37 kilómetros por una carretera de tres cifras , pero sopesamos qué hacer... Nuestra noche teníamos que hacerla irremediablemente en Akureyri para no acumular retrasos, es bastante trayecto, entrar y salir hasta Osar nos llevaría bastante... Lo dejamos atrás. Nos empezaba a extrañar la paciencia que estaba teniendo don terremoto con tantos kilómetros de carretera.
Ahora nos quedaban unas horas hasta llegar a Akureyri y haríamos algunas paradas. La primera fue en Blönduós, donde nos llegó de nuevo el 3G que perdimos en Snaefellsnes ayer; en la calle Hunabraut hay un parque infantil chulísimo junto a la iglesia, con una cama para saltar enorme, columpios, rampa de skate y una tirolina. Aparcamos en el parking de la piscina (C/Melabraut), que tenía una pinta...
Estuvimos un buen rato allí mientras nos tomábamos el café de las 18.00. Dudamos si entrar a la piscina, pero conducir después cansados hasta la capital del norte nos echó para atrás. Preferimos avanzar un poquitín hasta Varmahlíð; llevábamos anotada la poza de Fosslaug, pero creo que hoy, después de tantos kilómetros, nuestro niño se merecía ser el protagonista, por lo que nos fuimos hasta la calle Nordurbrún y allí tuvimos nuestra primera experiencia en una piscina islandesa. A la entrada, donde se paga (900 isk; no nos cobraron por el niño y no sería la única vez), suele haber un espacio para dejar los zapatos. Por todo el recinto se va descalzo; los vestuarios están separados por sexo. Suele haber taquillas o estanterías para dejar la ropa. Una vez en la zona de duchas y desnudos, se asea uno (hay jabón allí), insistiendo en las zonas que marca el cartel, te pones el bañador y sales al exterior como puedas, porque el contraste de temperatura se nota. Hay también estanterías metálicas en las que dejar las toallas y champú para cuando vuelvas de la piscina. La gente solía ir descalza, nosotros siempre usamos zapatillas, primer indicio claro que denotaba que no éramos de allí. La foto está tomada de www.sundlaugar.is
Estuvimos casi solos, creo que éramos 4 personas. La piscina infantil tenía el agua calentita y un tobogán que desgastó nuestro hijo. La de natación sí tenía el agua fría. Y los jacuzzi, que estaban a kilómetros de la infantil, a unos 40 grados. ¡Qué dolorcito llegar hasta ellos y salir otra vez! Pero impagable estar dentro. En la planta baja había también una sauna.
Después de ducharnos de nuevo y quedarnos medios alelados por el relax, no hicimos caso al parque infantil que está al lado ni a nuestras ganas de quedarnos en alguno de los dos campings que había en el pueblo. Solo nos separaba una hora de Akureyri.
El paisaje no deja de sorprenderte aquí nunca; sigue habiendo gargantas y grietas en la montaña. A unos 30 km de Akureyri se va intentando poner el sol, sin lograrlo del todo (esta foto se hizo a las 21.55). Es maravilloso el contraste de color según cómo esté cielo.
A las 23.00 por fin llegamos al camping de Hrafnagil; hay varios en Akureyri; este nos quedaba cerca de la casa de la navidad para mañana, día en el que no teníamos nada especial para don terremoto, así que, aunque reacios, decidimos ir a ver la casa de papá noel en agosto.
Después del traqueteo por la pesadísima 59, enlazamos con la 68 y bordeamos la costa de Hrútafjörður; en el sur por fin se convierte en la N1. Después de Laugarbakki, antes del desvío a la 715, ya está señalizado a la derecha el cañón de Kolugljúfur, con un cartel de letras rojas en amarillo, indicando 6 km; en la entrada un cartel muestra un mapa de la zona, con las visitas del cañón de Kolu y las caídas de agua de Kolufossar señaladas. Una sorpresita, no sabíamos que había cataratas aquí. ¡La 715 vuelve a ser de grava! Son pocos kilómetros, afortunadamente. Ya hoy hemos cumplido con el traqueteo (desde Kirkjufell casi 3 horas y 200 km).
Antes de bajar al cañón, comemos aprovechando el buen tiempo y el cielo despejado, el calorcito... Nos sacamos nuestra sopa y nuestros sandwiches vegetales y nos tiramos en el césped del mismo aparcamiento –apenas hay gente y la que llega no nos molesta- a disfrutar de este rato en familia bajo el sol (y bajo los nubarrones que están ahí también).
Tras cruzar el puente hay dos formas de bajar por las escaleras que forman las piedras: a la izquierda se va a las caídas de agua. Puedes acercarte cuanto quieras, con precaución.
A la derecha se va a la parte superior del cañón, que tiene una formación rocosa en el centro que me recordó a la Eyjan de Ásbyrgi, a pequeña escala, claro. Se puede bajar un poco en esta parte de arriba; del peligro nos separa unas pequeñas estacas con una cuerda que nos alertan de que no se puede pasar.
De repente se puso a llover como si no hubiera un mañana, el cielo azul se escondió, pero allí seguimos haciendo fotos y disfrutando de Kolugljúfur. ¡No habíamos venido tan lejos para asustarnos con la lluvia!
A las vacas y a los caballos que dormían la siesta a la salida del cañón tampoco les importaba la lluvia, que desapareció como por arte de magia al volver a la N1.
Por aquí podríamos haber subido por la 711, a la altura del lago Vesturhöpsvatn, hacia el este de la península de Vatnsnes, camino a Hvítserkur, la roca con forma de rinoceronte, y al hostel Osar para ver focas… unos 37 kilómetros por una carretera de tres cifras , pero sopesamos qué hacer... Nuestra noche teníamos que hacerla irremediablemente en Akureyri para no acumular retrasos, es bastante trayecto, entrar y salir hasta Osar nos llevaría bastante... Lo dejamos atrás. Nos empezaba a extrañar la paciencia que estaba teniendo don terremoto con tantos kilómetros de carretera.
Ahora nos quedaban unas horas hasta llegar a Akureyri y haríamos algunas paradas. La primera fue en Blönduós, donde nos llegó de nuevo el 3G que perdimos en Snaefellsnes ayer; en la calle Hunabraut hay un parque infantil chulísimo junto a la iglesia, con una cama para saltar enorme, columpios, rampa de skate y una tirolina. Aparcamos en el parking de la piscina (C/Melabraut), que tenía una pinta...
Estuvimos un buen rato allí mientras nos tomábamos el café de las 18.00. Dudamos si entrar a la piscina, pero conducir después cansados hasta la capital del norte nos echó para atrás. Preferimos avanzar un poquitín hasta Varmahlíð; llevábamos anotada la poza de Fosslaug, pero creo que hoy, después de tantos kilómetros, nuestro niño se merecía ser el protagonista, por lo que nos fuimos hasta la calle Nordurbrún y allí tuvimos nuestra primera experiencia en una piscina islandesa. A la entrada, donde se paga (900 isk; no nos cobraron por el niño y no sería la única vez), suele haber un espacio para dejar los zapatos. Por todo el recinto se va descalzo; los vestuarios están separados por sexo. Suele haber taquillas o estanterías para dejar la ropa. Una vez en la zona de duchas y desnudos, se asea uno (hay jabón allí), insistiendo en las zonas que marca el cartel, te pones el bañador y sales al exterior como puedas, porque el contraste de temperatura se nota. Hay también estanterías metálicas en las que dejar las toallas y champú para cuando vuelvas de la piscina. La gente solía ir descalza, nosotros siempre usamos zapatillas, primer indicio claro que denotaba que no éramos de allí. La foto está tomada de www.sundlaugar.is
Estuvimos casi solos, creo que éramos 4 personas. La piscina infantil tenía el agua calentita y un tobogán que desgastó nuestro hijo. La de natación sí tenía el agua fría. Y los jacuzzi, que estaban a kilómetros de la infantil, a unos 40 grados. ¡Qué dolorcito llegar hasta ellos y salir otra vez! Pero impagable estar dentro. En la planta baja había también una sauna.
Después de ducharnos de nuevo y quedarnos medios alelados por el relax, no hicimos caso al parque infantil que está al lado ni a nuestras ganas de quedarnos en alguno de los dos campings que había en el pueblo. Solo nos separaba una hora de Akureyri.
El paisaje no deja de sorprenderte aquí nunca; sigue habiendo gargantas y grietas en la montaña. A unos 30 km de Akureyri se va intentando poner el sol, sin lograrlo del todo (esta foto se hizo a las 21.55). Es maravilloso el contraste de color según cómo esté cielo.
A las 23.00 por fin llegamos al camping de Hrafnagil; hay varios en Akureyri; este nos quedaba cerca de la casa de la navidad para mañana, día en el que no teníamos nada especial para don terremoto, así que, aunque reacios, decidimos ir a ver la casa de papá noel en agosto.