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Presumo que tendría 6 o quizá 7 años cuando abandoné la zona de permiso designada por mi madre, atreviéndome a pedalear mi maltrecha bicicleta hasta aquella lejana montaña de tierra, al final de la avenida. Mis presurosos pies se hundían en la grava suelta dificultando el ascenso al vértice de la elevación. Al coronar la cima mi curiosidad de niño se transformó en asombro: descubrí que el mundo no se terminaba allí sino que, desde ese lugar, un nuevo horizonte se abría a mis sentidos. Indudablemente, desde la perspectiva de mi casa, aquel muro de arcilla y cascotes era lo último que mis ojos veían, pero el espacio se extendía más allá, y más, y mucho más… tanto como estaría dispuesto a recorrer.
Se dice muchas cosas acerca de los viajeros: que huyen de algo, que intentan descubrir su propia identidad, que buscan llevar a cabo un reto, etc. y respeto dichas opiniones, pues finalmente habrá una mezcla de estos ingredientes al decidir un viaje, pero definitivamente creo que somos adictos al crecimiento personal que deja cada viaje en sí.
Encarado con la actitud correcta, el viaje brinda una enseñanza intensiva. Particularmente en la primera etapa investigo la cultura por visitar, leo su pasado hasta la más lejana historia, además de acaparar toda la información inherente para establecer la mejor planificación del recorrido. Durante la segunda etapa, que es el viaje en sí, comienza la verdadera experiencia: estoy en un lugar diferente, un dialecto que a veces no comprendo, camino por calles donde nunca estuve, las barreras de protección ya no existen, entonces advierto que soy completamente inútil ante estos nuevos desafíos. La soledad me lleva a abrirme hacia personas con quienes normalmente no cambiaría palabra y paso a depender de ellas para todo, desde saber cómo llegar al hotel hasta donde tomar un autobús. Empiezo a entender que no hay nada malo en depender de otros, sino que por el contrario, es una dicha. Y continúo el trayecto más abierto al mundo y a las experiencias nuevas, intentando dejar de ser quien me esfuerzo en llegar a ser, para transformarme en aquello que soy. Al regresar, que sería la tercera etapa, prolongo el viaje compartiendo y analizando las experiencias con aquellos interesados, como es el caso tuyo, ya que estás leyendo esto. Sin más preámbulo inicio a continuación mi paso por estas 7 fronteras… hasta lo que mis ojos alcanzaron a ver.
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