El último día del circuito era largo e intenso. Comenzamos desayunando en la fantástica terraza de Hara Oasís, desde donde nos despedimos del monte Kissane mientras veíamos con Jota el estupendo reportaje fotográfico que nos había hecho durante el viaje (algunas de las fotos están en este diario) y que nos llevó a rememorar algunos de los mejores momentos pasados. Nunca antes habíamos vuelto de un viaje con tantas fotos de los dos juntos.
Despidiéndonos del oasis.
Por las montañas del Sarhro hacia Ouarzazate.
Durante unos kilómetros repetimos el itinerario de la etapa 6, aunque cruzar las montañas del Sarhro, coronando el Tizi n´Tinifitt, volvió a ser muy entretenido, esta vez contemplando en sentido contrario las enormes simas pedregosas, más escondidas e impresionantes del lado derecho en dirección hacia Ouarzazate.
En un punto determinado, en lo alto aparecen dos figuras que recuerdan a un ojo y un corazón.
Al iniciar el descenso del puerto, tuvimos una nueva e inquietante perspectiva del pueblo de Ait Saoun, solo en medio de la nada, como abandonado a su suerte junto a una manchita verde, que parece un minúsculo oasis.
En lontananza, empezamos a distinguir las cumbres del Atlas teñidas de blanco. Había vuelto a nevar en las montañas y, según nos dijeron, la tormenta del día anterior había provocado inundaciones en Marrakech. Vaya primavera loca.
Llegamos a Ouarzazate, cuya kasbah de Taourirt es Patrimonio de la Humanidad. Lo dejamos atrás, al igual que los estudios de cine. En este punto habíamos tenido que decidir lo que íbamos a visitar. No nos interesaban los platós de cine, pero las kasbahs de Taourirt (se puede visitar solamente una pequeña parte) y, sobre todo, el ksar de Ait Benhaddou, me dieron mucho que pensar. Ahora no me arrepiento de la decisión tomada.
Como he escrito antes, los portes se aprovechan bien en Marruecos.
Hacia el valle del Ounila.
Ait Benhaddou
A la altura de Tabouraht, dejamos la carretera general N-9 y giramos a la derecha, para recorrer el valle del Ounila hacia Telouet. Aparcamos a un lado de la carretera, donde había bastantes coches y turistas. Desde que salimos de Marrakech ocho días antes, no nos habíamos encontrado con tanta gente junta. Hay que subir unos metros, a unas pequeñas colinas desde cuya cima se divisa perfectamente el ksar más famoso de todos, el que aparece en decenas de películas, reportajes y fotos, el de Ait Benhaddou, también declarado Patrimonio de la Humanidad.
La vista desde allá arriba es formidable. Merece la pena parar aquí y dedicar un rato a contemplar el panorama tranquilamente, con las kasbahs tan colocaditas, el río, el valle… Hasta el borrón blanco de nubes y los restos de nieve en las crestas del Atlas colaboraban para embellecer las fotos que nos quedarían de recuerdo.
Curiosamente, éste es el ksar cuya imagen venía a mi mente, el que siempre quise ver, porque es el que sale en las películas y en las guías de viaje. Sin embargo, al contemplarlo en la distancia, después de haber conocido un buen surtido de estas construcciones, me pareció, de pronto, un poco extraño, como si no fuese un ksar real con sus kasbahs reales sino algo diferente, menos natural. Y lo que me chocaba era su disposición impecable, su propia pulcritud, la falta de torres derruidas y barro roto tan característico de las demás.
Kasbah de Tamdaght.
Continuamos siguiendo el curso del río hasta llegar a las inmediaciones de la que se conoce como kasbah de la Cigüeña, quizás por los nidos instalados en sus torretas. En realidad, se trata de la kasbah de Tamdaght, que es la población donde se encuentra, y que también fue propiedad de El Glaoui. Paramos a un lado de la carretera para hacer algunas fotos.
La kasbah parecía una extraña amalgama de ruinas y torres, fundiéndose con el paisaje marrón de la montaña. Buscando sacar una foto de la puerta, llegamos frente a ella y una vez allí no pudimos por menos que entrar a visitarla (15 dh por persona, incluyendo el guía, a quien luego dimos una propina porque fue muy amable).
Al inicio, de nuevo la inevitable colección de fotos y citas sobre las películas que se han rodado por aquí, entre otras Gladiator y Juego de Tronos. Sea cierto o no, volvimos a experimentar una sensación agridulce al movernos por su interior, escuchando las explicaciones en francés del guía bereber que no dejaba de rogar para que esta preciosa kasbah acabe catalogada también como Patrimonio de la Humanidad y evitar así que continúe derrumbándose muro a muro sin remedio. ¡Qué pena!
Las vistas desde la azotea de una de las torres que quedan en pie sobre el palmeral del Ounila eran realmente preciosas.
Continuamos en paralelo el río, encontrándonos con varios tramos de gargantas, pueblos alfombrados de verde por el fértil valle, mimetizándose con los tonos marrones y ocres de la montaña, en contraste la alargada forma gris o rosa de las mezquitas.
Este valle es bonito de verdad. Merece mucho la pena recorrerlo.
Nos detuvimos en Assaka para contemplar los antiguos graneros excavados en la roca. El conjunto del pueblo que parece colgar sobre la montaña resulta de lo más fotogénico pese a que algunas casas son nuevas y sus fachadas grises cantan demasiado y mal.
De camino hacia Telouet contemplamos continuas estampas dignas de fotografiar. El panorama era menos rojizo y uniforme y el contraste de colores se multiplicaba. Había que estar allí para apreciarlo.
Volvimos a ver a las mujeres en el campo y en el río, lavando, con sus prendas extendidas al sol para el secado.
Esta zona me pareció impactante porque no aparecían determinados colores y tonos sino la paleta entera. No sé si era la luz de la mañana o qué, pero los paisajes de esta jornada parecían casi irreales por su luminosidad. Lástima que mis modestas fotografías no le hagan justicia.
Telouet.
Paramos en Telouet a comer. Allí coincidimos durante unos minutos con nuestros antiguos compañeros de viaje, que nos llevaban delantera y salían ya rumbo a Marrakech. Después de almorzar ensalada y tajin (como no), fuimos a visitar la kasbah de Telouet, que fue residencia de Glaoui, un castillo-fortaleza en donde se dice que trabajaron 300 obreros durante tres años para esculpir techos y muros, enrejados de forja y revestimientos de cerámica.
A fuerza de repetirme voy a terminar siendo tan pesada como los vendedores de Marrakech, pero el paisaje lucía soberbio también aquí.
La visita a la kasbah es de pago (20 dh, creo recordar). No hay información, ni guía, ni nada. Sin embargo, lo que hay dentro nos iba a dejar con la boca abierta.
Después de pasar por una zona derruida y otra con paredes y techo pero que no dice gran cosa, una puerta nos introdujo de golpe en unas salas con una decoración excepcional, que salvado las distancias de épocas y estilos inevitablemente nos recordaban la Alhambra de Granada o los Reales Alcázares de Sevilla. Claro que también existe otra gran diferencia: el cuidado y la conservación.
No entendíamos cómo se puede tener esa maravilla así, prácticamente abandonada, expuesta al expolio, sin conservación ni protección algunas, condenada a deteriorarse sin remedio o, peor aún, a perderse para siempre, a expensas del paso del tiempo o a cualquier acto vandálico.
Son unas salas tan bonitas que da mucha pena pensar que, de volver otra vez, podría darse el caso de encontrarnos con que algunos de esos revestimientos, puertas, ventanas, techos, suelos y enrejados estén ajados o, peor aún, que ya no estén.
Al final, la foto imprescindible, la que saca todo el mundo pero que hay que hacer. Y es que queda tan sugerente y romántica…
Terminamos con las vistas desde la azotea de una de las torres, que no estaban nada mal ni mucho menos. Todo el entorno es precioso y merece la pena recorrerlo.
Ya saliendo de Telouet, hicimos una foto panorámica del conjunto desde la carretera.
Hacia el puerto del Tichka.
Seguimos disfrutando de los intensos colores del paisaje por una pista que está a tramos asfaltada, a tramos potable y a tramos mal. Ya en la carretera general, nos dirigimos hacia el puerto del Tichka, con sus 2.260 metros de altitud.
Aquí nos encontramos de nuevo con la civilización, marcada por el intenso tráfico. Hay obras en casi toda la ruta, lo cual dificulta un itinerario ya complicado de por sí. En varios tramos el firme se había hundido hasta casi desaparecer debido a las últimas lluvias, lo que no era óbice para que algunos conductores circulasen a toda velocidad, sin entender de líneas continuas, curvas pronunciadas y precipicios de vértigo. Conducir por aquí requiere mucha prudencia y atención.
Sin embargo, se recibe la recompensa de coloridas estampas de pueblos y paisajes, incluyendo incluso una cascada perdida, resbalando por la montaña. Lástima no haber tenido más tiempo para ver toda esta zona con tranquilidad. Pero el viaje por el sur de Marruecos estaba a punto de acabar.