Sobre las 8 de la tarde llegamos al riad Haraka, donde teníamos alojamiento para las dos siguientes noches. Este riad se encuentra en la zona norte de la medina, así que aparcamos en el exterior de la muralla, cerca de la puerta Bab Yacout. Allí suele haber instalado un mercadillo y se monta un enorme guirigay. No faltó el inevitable gorrilla, señalado un hueco para estacionar. Cogimos las maletas y nos dirigimos a pie hacia el riad, que estaba a unos diez minutos caminando. Menos mal que nos acompañó Jota porque, como suele suceder, encontrar estos alojamientos la primera vez en la medina no es nada sencillo.
Alrededores del riad Haraka.
El riad Haraka está un poquito escondido, lo que tiene la ventaja de ofrecer tranquilidad. Las habitaciones dan a un patio central que cuenta con un pequeño estanque salpicado de pétalos de flores. El personal fue muy amable y al llegar nos obsequiaron con un té con pastas. Tras unos minutos de charla, nos despedimos de Jota, que tenía que preparar su siguiente viaje.
La habitación resultó muy cómoda, con un cuarto de baño bastante amplio y el wifi se recibía bien. Eran más de las nueve de la noche y queríamos cenar algo, así que pensamos que lo más rápido y seguro era dirigirnos a la Plaza Jemaa el Fna. En el riad nos dieron un plano y las correspondientes explicaciones: en teoría, era muy sencillo y rápido, siguiendo la ruta que nos dibujaron a bolígrafo y sin meternos por los zocos. Bueno, pues pese a que intentamos ceñirnos a la ruta, terminamos completamente perdidos y… metidos de lleno en los zocos. Todavía estaban todos los puestos abiertos y había mucha gente en las calles. En fin, un maremágnum como cabía esperar.
Después de dar infinidad de vueltas sin saber dónde estábamos pues el plano no nos servía de mucho, me acordé de que llevaba descargado el mapa de Marrakech en el móvil, para su utilización sin conexión. GoogleMaps no proporciona el itinerario a pie, pero te posiciona, y marcando el destino consigues orientarte y llegar a donde quieres sin tener que recurrir a la inútil tarea de preguntar y que te respondan gratis. Curiosamente, mientras lo estábamos consultando nadie se dirigió a nosotros para “ofrecernos” su ayuda como guía, lo que sí había sucedido cuando no llevábamos el móvil delante.
Nos sentamos a cenar en la misma terraza donde comimos el primer día. Todavía funcionaban los puestos de la plaza, pero no nos apetecía nada de lo que ofrecían. Después de ocho días enteros, queríamos comer algo diferente a ensaladas, tajin, cuscús y brochetas. No podíamos aspirar a una ración jamón ibérico o a un pincho de tortilla de patatas con una cervecita, pero… ¿qué tal unos espaguetis y una pizza? ¡Bingo! Cuando terminamos, fuimos a dar otro voltio, evitando a los pesados captadores de los puestos, pero pronto decidimos volver porque había sido un día muy largo y estábamos cansados. Ya estaba todo mucho más tranquilo.
Día completo en Marrakech.
Tras el abundante desayuno que nos prepararon, salimos a disfrutar de nuestra última jornada de turismo en Marruecos puesto que al día siguiente vendrían a buscarnos a las nueve y media para llevarnos al aeropuerto, así que no contaba para nada. Teníamos pensadas una serie de visitas que hacer, en especial las Tumbas Saadís, el Palacio el Badi y el Palacio de la Bahía. El cielo estaba nublado, pero hacía buena temperatura y no llovía. Era temprano y los alrededores del riad estaban muy tranquilos. Daba gusto moverse antes de que el caos tradicional envuelva a la medina.
Teníamos claro que debíamos ir por el camino más directo para perder el menor tiempo posible. Guiándonos con el teléfono, caminamos por la parte exterior de la muralla, donde las calles son más amplias y más fáciles de seguir, aunque también hay más tráfico. Después de una semana disfrutando de la paz y el silencio del sur, costaba trabajo acostumbrarse a aquel estallido frenético de gente, ruido, humo, coches, motos… De verdad que me prometí no volver a quejarme nunca del ruido (el ruido era tremendo), la contaminación y el tráfico de Madrid.
Niños y niñas, vestidos con chaquetilla blanca, saliendo del colegio o del instituto.
Ya frente a la mezquita de la Koutobia, seguimos hasta Bab Agnaou y, tras aparecer en la Plaza donde se encuentra la Mezquita de la Kasba, llegamos a las Tumbas Sadíes. Esta zona tiene su encanto y ya nos había gustado el primer día.
Lo malo fue que se nos había pasado la hora buena y casi a las once de la mañana nos encontramos con los autobuses turísticos y las consiguientes aglomeraciones. Además, tuvimos un problema con el taquillero, que no nos quería cambiar un billete de 100 dh para pagar los 20 de las dos entradas pues nos habíamos quedado sin monedas ni billetes más pequeños. Sin embargo, estaban cobrando entradas a mansalva y el señor disponía de un montón de cambio encima del mostrador que no le daba la gana de utilizar. Cuando estábamos a punto de desistir, vimos que otra pareja daba en la otra taquilla un billete de 100 dh para pagar los 20 de sus entradas y les cambiaron sin problemas. Mi marido montó un cirio de cuidado y al final el taquillero admitió los 100 dh aunque con muy mala cara. En fin, que a veces te tienes que poner un poco impertinente, sobre todo si llevas razón.
Las Tumbas estaban ya a tope de gente.
Este complejo alberga 66 tumbas reales de la dinastía Sadí, cuyo dominio duró poco más de un siglo, desde 1549, cuando expulsaron a los berimerines, hasta 1668, en que fueron derrotados por los alauíes. Se construyeron entre finales del siglo XVI y principios del XVII, pero no fueron descubiertas hasta el año 1920 por un oficial francés. Destaca su bella decoración, con madera de cedro exquisitamente tallada, estucados y azulejos de colores.
En cuanto entramos nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado al ir a esa hora (nos lo imaginábamos, pero era cuando mejor nos cuadraba). Estaba hasta los topes de gente y aquello era un caos. El patio no es muy grande y a él dan las puertas de las salas que se pueden contemplar (no se entra en ellas, se ve el interior desde fuera). En tres de esas puertas había bastantes personas, pero no se tardaba mucho en llegar a asomarse para verlo y aprovechar para sacar alguna foto.
Sin embargo, para asomarse a la Sala de las Doce Columnas, la más decorada, había una enorme cola. Aquí se encuentran las tumbas del sultán Ahmed y de toda su familia, esculpidas en mármol italiano de Carrara.
Estuvimos dudando sobre si quedarnos o no. Si simplemente hubiese sido cuestión de perder los 20 dh, creo que lo hubiésemos hecho para volver en otro momento, con más tranquilidad, pero como no nos quedaba mucho tiempo, aguantamos unos cuarenta minutos en la fila hasta que nos tocó el turno de asomarnos. Las tumbas son bonitas, sin duda, pero pasarse allí las horas muertas haciendo cola… pues como que se hizo demasiado largo. Consejo: procurad ir a primera hora o a última para evitar las multitudes de los tours organizados.
Cuando terminamos, decidimos visitar el Palacio el Badi, ya que se halla prácticamente al lado. Sin embargo, vimos con sorpresa que estaba cerrado. ¿Motivo? Nadie supo darnos razón. Menos mal que la zona aledaña es muy agradable de visitar.
De modo que nos encaminamos hacia el Palacio de la Bahía, pero… ¡nueva sorpresa! Nos encontramos con nuestros compañeros de circuito, que nos dijeron que no nos molestásemos en ir porque ellos venían de allí y ¡también estaba cerrado! Pues muy bien, nos estábamos luciendo, teniendo en cuenta que tampoco habíamos podido visitar uno de los edificios más imponentes de la ciudad, la Madraza Ben Youssef, que igualmente está cerrada por obras. En fin… Quisiera decir que así nos quedan cosas por ver para la siguiente vez, pero no tengo nada claro que haya próxima vez en Marrakech.
Puestas así las cosas, liquidamos las compras que queríamos hacer, muy pocas porque no solemos encontrar nada especialmente interesante en estos sitios y menos aún si hay que ponerse a regatear.
.De verdad que no sé cómo saque esta foto con la cobra... Y gratis.
Fuimos a comer temprano. Nos habían recomendado el restaurante Nomad, por sus platos marroquíes con un toque de modernidad y por las buenas vistas de su terraza. Está al lado de la Plaza de las Especias, siempre llena de vendedores y gente.
Conseguimos mesa porque era pronto, la una y cuarto; luego se llenó. La carta tiene un poco de todo y un mucho de la comida que habíamos estado tomando durante ocho días. Así que procuramos innovar en lo posible: ensalada de lentejas, cordero asado y hamburguesa marroquí. Estaba todo bueno, aunque tampoco fue nada excepcional. Nos cobraron 340 dh.
Y, en efecto, lo mejor fueron las vistas desde las terrazas, especialmente bonita la de la Plaza de las Especias.
Claro que al ser las calles tan estrechas y estar muchas de ellas cubiertas, el panorama en muchos puntos se reduce a un conjunto de tejados, eso sí, bastante peculiar.
Acto seguido, fuimos al Café de France, desde cuya terraza volvimos a contemplar las idas y venidas en la Plaza de Jemaa el Fna: 2 cafés cortados, 40 dh. E
Había salido el sol y estaba empezando a hacer calor. Un tanto cansados de recorrer zocos, despedir vendedores y esquivar motos, decidimos dejar la medina para darnos un respiro, así que nos encaminamos hacia los Jardines Majorelle, si bien antes pasamos por el riad para dejar las bolsas.
De camino al riad.
Como desde el riad no estaba muy lejos, decidimos ir a pie. Cruzamos la muralla por Bab Yacout, en cuyas inmediaciones nos topamos con el mismo mercado callejero que el día anterior. Al lado, se encuentra la Place des 7 Saints, presidida por siete torres de piedra coronadas por un árbol, que representan a los siete santos de Marrakech. Vimos las torres, pero no tenían ningún árbol encima. Aquí el caos de tráfico, el ruido y el humo eran monumentales.
Llegamos a los Jardines sobre las cinco y cuarto (cierran a las seis) y entramos directamente, sin colas ni esperas. En el interior había bastante gente pero no multitudes y pudimos recorrerlos tranquilamente en poco más de media hora porque son pequeños.
Este jardín lo proyectó el pintor y paisajista francés expatriado Jacques Majorelle, en un terreno que adquirió en 1920 junto al estudio donde residía. Permaneció abierto al público desde 1947 hasta 1962, fecha en que murió. Estuvo abandonado hasta que en 1980 lo adquirió el modisto francés Yves Saint-Laurent, que se había trasladado a vivir a Marrakech junto con su pareja Pierre Bergé.
El jardín cuenta con especies botánicas de todo el mundo, tiene estanques, fuentes, un pequeño canal, una columna romana conmemorativa y un museo. Una de sus señas de identidad es la utilización de colores intensos en la ornamentación, en especial un azul cobalto eléctrico que resulta muy llamativo.
A esa hora de la tarde, el calor apretaba y se estaba bien a la sombra. Por lo demás, el jardín es bonito, pero no creo que pagar 70 dh por la entrada les compense a personas que no sean muy aficionadas a los jardines.
Cuando salimos, fuimos por la parte nueva de Marrakech, el barrio de Gueliz, que cuenta con calles amplias y edificios modernos pero sin rascacielos, hasta llegar junto al imponente Teatro Real, obra del arquitecto Charles Boccara, con una gran cúpula e inaugurado en 2001.
En la misma plaza, justamente enfrente, en la Avenida de Hassan II, se encuentra la Estación de Ferrocarril, la más importante del país. La estación data de 1920, aunque en 2008 se construyó un edificio anexo, que presenta una arquitectura que parece querer aunar los rasgos árabes con la modernidad.
En toda esta zona se notaba un estilo más europeo, con cafeterías, restaurantes, supermercados, oficinas, etc. Por lo demás, el tráfico seguía siendo terrible, aunque para compensar, nadie te incordiaba. Volvimos por la Avenida Mohamed V hasta la Mezquita de la Koutobia, pasamos por la Plaza 16 de Noviembre y entramos en la medina por Bab Knob, pasando frente al edificio del Ayuntamiento y viendo a nuestra derecha algunos jardines públicos bastante bien cuidados.
Para cenar pensábamos sentarnos en alguno de los puestos de la Plaza por aquello de probar, pero cambiamos de idea porque, de verdad, se podía perdonar el bollo por el coscorrón: no nos convencía lo que ofrecían ni la higiene, no era barato precisamente y, lo peor, tendríamos que aguantar el chaparrón (y no de lluvia, precisamente) de estar allí, en exposición, formando parte del caos y tragando humo. Y esas alturas del viaje no estábamos para eso.
Así que terminamos en el restaurante Argana Glacier, no por nada en especial, sino porque todavía no habíamos visto la Plaza desde esa perspectiva. Al entrar, vimos que había que pasar por un arco de seguridad y los bolsos por un detector. Luego nos enteramos de que éste había sido el restaurante del atentado que en 2011 costó la vida a 17 personas, la mayoría extranjeras, al estallar una bomba que estaba en el interior de un bolso. Cinco años después el restaurante volvió a abrir completamente remodelado. El restaurante se encuentra en la terraza de la tercera planta (en la segunda hay una cafetería). Cenamos tallarines, espaguetis y ensalada de frutas, ya que habíamos desconectado el modo de comida marroquí. Nos costó 198 dh.
Lo mejor, las vistas cayendo la tarde:
Y de noche.
Ya no nos hizo falta el navegador del móvil para volver al riad porque nos habíamos aprendido el camino. Así que tranquilamente regresamos, despidiéndonos de la Koutobia y atravesando los zocos.
Gracias al wifi, desde el riad hice el check-in online por el teléfono y preparamos el equipaje, puesto que al día siguiente salíamos pronto.
Después de desayunar, un conductor nos vino a recoger a las 9:30. Parecía un poco exagerado, teniendo en cuenta que el vuelo salía a las 13:10 y que el aeropuerto está a menos de 10 kilómetros, pero nos habían advertido que los trámites de salida podían demorarse mucho y que no había arriesgarse.
Vimos los Jardines de Menara, con su fotogénico pabellón, de camino hacia el aeropuerto, adonde llegamos antes de las diez. Para acceder a la terminal hay que pasar por un arco de seguridad y los bolsos y maletas por el correspondiente detector. Además, es importante saber que es obligatorio dirigirse al mostrador de la compañía aérea para que sellen las tarjetas de embarque incluso si no se factura equipaje. Nuestro vuelo aún no figuraba en pantalla, así que aprovechamos para cumplimentar las fichas de salida, que se encuentran en todos los puntos de información. El mostrador de Iberia no abrió hasta las 11:00, así que la espera se hizo un poco larga. Sobre las 11:20 enfilamos hacia el control de pasaportes, en teoría lo más latoso y lento del proceso. Pues nada de eso. No había nadie delante y en cinco minutos habíamos terminado. Eran las 11:30 y ya estábamos dispuestos en la zona de embarque. Así que nos tocó esperar pacientemente. Tomamos unos bocatas y así gastamos los últimos dírhams que nos quedaban. Nuestro avión salió cinco minutos antes de la hora prevista para el despegue y en menos de dos horas habíamos aterrizado en Madrid, lo que ponía el punto final a nuestras vacaciones en Marruecos.
Después de desayunar, un conductor nos vino a recoger a las 9:30. Parecía un poco exagerado, teniendo en cuenta que el vuelo salía a las 13:10 y que el aeropuerto está a menos de 10 kilómetros, pero nos habían advertido que los trámites de salida podían demorarse mucho y que no había arriesgarse.
Vimos los Jardines de Menara, con su fotogénico pabellón, de camino hacia el aeropuerto, adonde llegamos antes de las diez. Para acceder a la terminal hay que pasar por un arco de seguridad y los bolsos y maletas por el correspondiente detector. Además, es importante saber que es obligatorio dirigirse al mostrador de la compañía aérea para que sellen las tarjetas de embarque incluso si no se factura equipaje. Nuestro vuelo aún no figuraba en pantalla, así que aprovechamos para cumplimentar las fichas de salida, que se encuentran en todos los puntos de información. El mostrador de Iberia no abrió hasta las 11:00, así que la espera se hizo un poco larga. Sobre las 11:20 enfilamos hacia el control de pasaportes, en teoría lo más latoso y lento del proceso. Pues nada de eso. No había nadie delante y en cinco minutos habíamos terminado. Eran las 11:30 y ya estábamos dispuestos en la zona de embarque. Así que nos tocó esperar pacientemente. Tomamos unos bocatas y así gastamos los últimos dírhams que nos quedaban. Nuestro avión salió cinco minutos antes de la hora prevista para el despegue y en menos de dos horas habíamos aterrizado en Madrid, lo que ponía el punto final a nuestras vacaciones en Marruecos.
COMENTARIOS Y CONCLUSIONES.
Antes de nada decir que espero no haber cometido demasiados errores al poner los nombres de los sitios. Procuraré ir corriendo los fallos. Las fotos las hice yo (o mi marido) excepto algunas que, como menciono en cada una, tomó Jota, que me dio permiso para ponerlas en el diario.
El resumen que puedo hacer es que el viaje en su conjunto nos gustó mucho y volvimos satisfechos, aunque hubo cosas peores y mejores, como es lógico.
Lo mejor: el circuito por el sur, sobre todo los paisajes con sus contrastes de colores, la arquitectura de barro que se desmorona, los oasis, las gargantas, los valles, las dunas, esas fantásticas kasbahs… Y, también, conocer aunque solo fuera un poquito y de pasada la vida de sus gentes y su entorno. Sin embargo, este viaje no es para todo el mundo. Hay bastantes personas a quienes no les gustan los paisajes áridos y descarnados, ni las construcciones desmoronadas y rotas, ni los pueblecitos con calles sin asfaltar y casas derruidas, sin flores ni ornamentación, muy distintos de aquéllos en que todo está pulcro, impecable y preparado para la foto. Y aquí hay mucho de lo primero y poco de lo segundo. Por lo tanto, que nadie se engañe.
El resumen que puedo hacer es que el viaje en su conjunto nos gustó mucho y volvimos satisfechos, aunque hubo cosas peores y mejores, como es lógico.
Lo mejor: el circuito por el sur, sobre todo los paisajes con sus contrastes de colores, la arquitectura de barro que se desmorona, los oasis, las gargantas, los valles, las dunas, esas fantásticas kasbahs… Y, también, conocer aunque solo fuera un poquito y de pasada la vida de sus gentes y su entorno. Sin embargo, este viaje no es para todo el mundo. Hay bastantes personas a quienes no les gustan los paisajes áridos y descarnados, ni las construcciones desmoronadas y rotas, ni los pueblecitos con calles sin asfaltar y casas derruidas, sin flores ni ornamentación, muy distintos de aquéllos en que todo está pulcro, impecable y preparado para la foto. Y aquí hay mucho de lo primero y poco de lo segundo. Por lo tanto, que nadie se engañe.
Lo peor: la pesadez de los vendedores en Marrakech, el plúmbeo regateo que no soporto y el ritmo caótico de una ciudad que llega a resultar estresante, aunque en ningún momento tuvimos sensación de inseguridad pese a que había leído y oído opiniones diferentes. Eso sí, hay que guardar ciertas precauciones (como en todos sitios), manteniendo las pertenencias a buen recaudo, y aceptar (al contrario que en otros sitios) que casi nadie que se te ofrezca (tuvimos una experiencia diferente que ya he contado) te dará nada gratis, ni siquiera una dirección, y que procurarán liarte con todo tipo de argucias para llevarte a determinadas tiendas en las que llevan comisión. Pero todo esto se puede manejar sin problemas, aunque aburre el tener que estar siempre con el hacha cargada para decir “no, gracias” o “la, sukran”.
Otra pequeña pega fue la comida, y no me refiero a la comida en sí (excepto algunas especias que no nos atraen, generalmente estaba muy buena y era abundante hasta el punto de que dejábamos casi más de lo que tomábamos), sino que al final se nos hizo muy repetitiva pues ocho días tomando ensalada, tajin (por mucho que varíen el ingrediente principal), cuscús o brochetas dos veces al día llega a saturar, quizás precisamente porque las raciones eran tan abundantes que comíamos más de la cuenta, sobre todo por la noche. Pudimos comprobar que es lo que hay y en todos sitios coinciden los mismos platos porque son los típicos y los que, suponen, demandan los foráneos.
En cuanto a la organización del circuito estuvo muy bien, pero como un diario no es el sitio apropiado para estas valoraciones, copio a continuación el enlace del hilo correspondiente donde he escrito mi opinión sobre nuestra pequeña aventura con Atar Experience.
Atar Experience, antigua Atar Expeditions -Agencia Marruecos
Lo cierto es que antes de ir pensaba que con este viaje Marruecos quedaba liquidado, porque abarcaba todo lo que queríamos ver de ese país. Sin embargo, ahora hemos cambiado de idea y nos ha picado el gusanillo de conocer otras zonas algún día. Así que, ¡hasta la próxima visita, Marruecos!