Sábado 31 de marzo de 2018: Café Central + Palacio Hofburg + Plaza Am Hof + Judenplatz + Iglesia de San Pedro + Catedral de San Esteban + Museo Hundertwasser + Hundertwasser House + Prater
Nos levantamos y a las 8:30 am salimos del hotel en dirección al Café Central. Para llegar, tomamos el tranvía D hasta Rathausplatz/Burgtheater y caminamos unas cuadras.
Como era temprano, nos asignaron una mesa enseguida. Al rato empezó a entrar más gente y tuvieron que esperar en la puerta hasta que los atendieran, pero la fila avanzaba rápido. La decoración era increíble, hacía que uno se transportara a otra época. Los mozos apenas hablaban inglés y su atención fue cordial. El servicio fue eficiente, los precios eran elevados y las porciones, abundantes. Pedimos dos desayunos, “Vitales” (café, jugo de naranja, pan, manteca, miel, yogur con cereales, vegetales crudos con dip de queso crema y ensalada de frutas) y “Altenberg” (café, jugo de naranja, variedad de panes, manteca, mermelada, huevos revueltos, jamón y queso y ensalada de frutas), que, con propina, nos costaron 35 EUR. Valió la pena haber conocido este lugar histórico.
Al salir, siguiendo la misma calle del Café Central, entramos a un local de souvenirs llamado “The Vienna Store”, que nos había llamado la atención. Tenía productos originales y otros no tanto, aunque los precios eran más caros que en otros sitios. No compramos nada, nos limitamos a mirar.
Pasadas las 10:00 am llegamos al Palacio Hofburg, antigua residencia de los Habsburgo y actual residencia del presidente de Austria.
Justo adelante estaba la Michaelerplatz, una plaza majestuosa en la que se podían observar ruinas romanas en un foso ubicado en el centro. En los alrededores estaba lleno de carruajes con caballos que aportaban un aire imperial al ambiente. No nos acercamos para averiguar cuánto costaría un viaje, imaginamos que no sería nada económico.
A ambos lados de la puerta monumental que daba acceso al complejo sobresalían dos fuentes: una representaba el poder imperial sobre la tierra (izquierda) y la otra simbolizaba el poder imperial sobre el mar (derecha).
La entrada a Hofburg costaba 13,90 EUR y abarcaba la Platería de la Corte, los Aposentos Imperiales y el Museo Sisi. Nosotros la teníamos incluida en la Vienna Pass, así que nos ubicamos en una determinada fila e ingresamos sin demoras. Dejamos la mochila en un guardarropas (sin costo) y retiramos la audioguía en español para empezar la visita. El aparato era igual al del Palacio Schönbrunn, por lo que nuevamente recomendamos que lleven sus propios auriculares para mayor comodidad. La audioguía tenía una duración total de 115 minutos y comprendía los tres sitios visitables. Curiosamente, no entregaban material impreso junto con la audioguía. Se podía elegir una de las dos opciones pero no ambas.
Solo se podían sacar fotos en la Platería de la Corte, en las demás estaba prohibido. La visita empezaba por esta sección, y consistía en varias salas donde se exhibían numerosos objetos de porcelana o cerámica, cubiertos de oro o plata, cristalería, centros de mesa y mantelería. Confieso que aquí no escuchamos toda la audioguía, sino que nos concentramos en lo que nos parecía más interesante. De lo contrario, hubiese sido muy denso.
Seguimos por los Aposentos Imperiales, donde pasamos por varias habitaciones que utilizaron Sisi y Francisco José I, incluidos sus dormitorios. Las salas estaban decoradas con muebles de época, tapices y lujosas arañas.
Luego pasamos al Museo Sisi, donde se relataba la historia de la emperatriz y vimos distintos objetos en exposición, tales como vestidos, elementos de higiene personal, botiquín de viaje, joyas, etc.
Durante la visita pasamos por la tienda, de camino obligatorio cuando se hacía el recorrido. Allí compramos una botella de agua y un imán que no vimos en ningún otro lado, a un precio promedio (4,90 EUR).
Recorrer todo nos llevó dos horas. Nos gustó lo que vimos, aunque el Palacio nos resultó más atractivo por fuera que por dentro. Para la hora en que llegamos había muchísima gente; hubiera sido preferible ir más temprano para ver todo más tranquilos.
Salimos al patio interior In der Burg, en el que había un gran monumento dedicado al emperador Francisco José I.
A continuación, fuimos caminando hasta la Plaza Am Hof, donde se celebraba un Mercado de Pascua.
Muy cerca de la anterior se encontraba la Judenplatz, donde se alzaban, por un lado, un monumento conmemorativo a los judíos austríacos asesinados durante el Holocausto y, por el otro, una estatua del poeta alemán Lessing. En la plaza también estaba el Museo Judenplatz, al que no fuimos.
Eran las 13:15 pm cuando visitamos la Iglesia de San Pedro (Peterskirche), cuya entrada era gratuita. El interior era muy bonito, con una decoración ostentosa en la que resaltaba el color dorado.
Nuestro camino siguió por la calle peatonal Graben, llena de tiendas de marca, en la que vimos la Columna de la Peste, un monumento dedicado a la Santísima Trinidad.
La calle nos condujo a la Stephansplatz, que estaba bastante concurrida. En el centro, la imponente Catedral de San Esteban (Stephansdom).
Antes de visitarla, recorrimos los alrededores de la plaza en busca de souvenirs. Entramos a un local a mitad de cuadra en la calle Jasomirgottstrabe (la que desembocaba justo en la entrada principal de la Catedral) donde vimos los mejores precios de varios artículos que compramos (imanes, tazas, vasos de cerveza, monumentos en miniatura). En una de las aristas de la plaza nos llamó la atención un local inmenso llamado “World of Souvenirs”, que tenía dos plantas, ideal para hacer regalos de toda índole. Era un poco más caro que otros lugares, pero había mucho surtido de productos (por ejemplo, los imanes costaban 5 EUR y tenían buenas terminaciones).
Después de las compras, fuimos a la Catedral de San Esteban. La entrada era gratuita, pero había que pagar para acceder a determinados lugares, por ejemplo, el Tesoro (5,50 EUR), las Catacumbas (6 EUR), la Torre Sur (5 EUR) y la Torre Norte (6 EUR). El interior, mezcla de estilos gótico y barroco, era precioso, y cada detalle decorativo era digno de verse. Estaba permitido sacar fotos.
La Vienna Pass solo nos incluía el Tesoro, pero no era de nuestro interés, así que no lo visitamos. De todas las opciones de pago, elegimos el ascenso a la Torre Norte, a la que llegamos por medio de un ascensor (después de esperar un rato haciendo fila, porque la capacidad del ascensor era de tres personas) y desde donde pudimos contemplar unas lindas vistas de la zona y del llamativo techo de la Catedral, decorado con azulejos de colores que formaban el escudo de Austria.
Además, en dicha torre se podía ver la Campana Pummerin, la segunda campana colgante de iglesia más grande de Europa.
Después de haber pasado media hora en la Catedral, pasamos por el Reloj Anker, ubicado en Hoher Markt, la plaza más antigua de Viena. Habíamos leído que todos los días, a las doce del mediodía, doce personajes característicos de la ciudad, incorporados en el reloj, desfilaban al compás de una música. Lamentablemente no pudimos presenciar ese espectáculo, pero nos conformamos con haber visto el famoso reloj.
El siguiente destino era el Museo Hundertwasser (12 EUR), cuya entrada teníamos incluida en la Vienna Pass. Para llegar hasta allí teníamos que tomar el tranvía 1 desde Schwedenplatz U hasta Radetzkyplatz y caminar unos metros.
De camino al tranvía, vimos por fuera la Iglesia de los Jesuitas (Jesuitenkirche), situada en la Dr.-Ignaz-Seipel-Platz, también conocida como la Iglesia de la Universidad, por estar situada al lado del edificio de la antigua universidad.
A las 16:00 pm estábamos frente a la fachada del Museo Hundertwasser, que era una obra de arte en sí misma.
Una vez adentro, fuimos a la taquilla para retirar el ticket de entrada. Se podía contratar una audioguía (en alemán y en inglés) por 3 EUR, pero no lo hicimos. La exposición permanente, distribuida en las dos primeras plantas, mostraba las obras del artista vienés Friedensreich Hundertwasser, muy coloridas y originales, y era el único lugar donde no se permitía hacer fotos. En las dos plantas siguientes había una exposición temporal de la fotógrafa finlandesa Elina Brotherus.
El Museo tenía una tienda donde se vendían objetos relacionados con el artista, pero eran caros. En el patio interior, muy pintoresco, había un restaurante.
La visita nos llevó una hora y nos pareció muy interesante. Sin embargo, posiblemente no la hubiésemos incluido en nuestro itinerario de no haber tenido la Vienna Pass.
A tan solo cinco minutos a pie se encontraba la Hundertwasser House, un complejo residencial diseñado por este artista, lleno de colores, curvas y árboles, que solamente se podía ver por fuera.
Frente a estas casas había un centro comercial llamado Hundertwasser Village, del mismo estilo que la anterior, con muchas tiendas de souvenirs y lugares para comer o tomar algo.
Si bien estos edificios están alejados del circuito turístico y tradicional de Viena, vale la pena acercarse a ellos para descubrir su arquitectura tan peculiar.
Para terminar de amortizar la Vienna Pass, cuya validez se acababa este día, nos dirigimos al Prater, el segundo parque de atracciones más antiguo del mundo después del Bakken, en Dinamarca. Tomamos el tranvía 1 desde Hetzgasse (a escasos metros de donde estábamos) y, en vez de bajar en Prater Hauptallee, la que más nos acercaba al parque, nos bajamos una parada antes por error. Como consecuencia, caminamos un poco más de lo debido, pero tampoco fue tan grave.
La entrada al Prater era gratuita. El parque era inmenso y había bastante gente.
La idea era subir a la Noria, la atracción más emblemática de Viena. La entrada costaba 10 EUR, pero la teníamos incluida en la Vienna Pass. Cuando llegamos a la zona de la taquilla, había gente haciendo fila; nosotros pasamos por un costado mostrando la tarjeta y llegamos a una antesala donde había una exposición de cabinas que ilustraban distintas épocas de la historia de la ciudad. Aprovechamos para ir al baño y nos acomodamos en la fila para esperar nuestro turno para subir.
La vuelta completa tardó unos 20 minutos y nos permitió apreciar las distintas vistas de la ciudad. En la parte de arriba de la cabina había un mapa que indicaba los puntos de interés que iban apareciendo a lo lejos. Como pudimos comprobar en vivo y en directo, existía la posibilidad de disfrutar de una cena romántica en una de las cabinas de la noria que se reservaba para tal fin. No quisimos ni imaginar cuánto costaría eso.
Estábamos decididos a emprender el regreso cuando vimos que frente a la Noria se encontraba el museo de cera Madame Tussauds (23 EUR), también incluido en la Vienna Pass. Nunca formó parte de nuestro plan, pero nos pareció entretenido para terminar las visitas del día.
Había personajes de todo tipo, muchos desconocidos para nosotros porque formaban parte del mundo austríaco. Y estaban los conocidos:
Se podía interactuar con algunos de ellos, para eso había lugares donde sentarse y elementos tales como pelucas que se podían usar para una sesión de fotos divertida.
Como era de esperarse, no faltaban la emperatriz Sissi y al emperador Francisco José I:
A las 19:30 pm salimos del parque en dirección al Metro U2 (estación Messe-Prater) para volver al centro. Nos bajamos en la estación Rathaus y fuimos directamente a cenar al restaurante Centimeter I, donde teníamos reserva para las 20:00 pm.
Cuando entramos, nos llamó la atención que el sector no fumadores estuviera ubicado en una planta distinta al de fumadores. Era la primera vez que veíamos esa división en un restaurante y nos pareció muy acertada. La carta estaba en alemán, pero nos trajeron una aparte con fotos de los platos y descripciones en inglés. La atención fue buena, el ambiente era tranquilo (había más locales que turistas), los precios eran accesibles y las porciones eran ENORMES. Nos tentamos y pedimos el famoso metro de comida con cinco especialidades vienesas (salchichas con rábano y mostaza, una especie de guiso de lentejas con panceta, goulash, papas con morcilla, Schnitzel con papas fritas y Spätzle con huevo), del que no comían 2 personas, sino 3 o 4. En total, con dos bebidas (una de ellas, cerveza) y propina, pagamos 43 EUR. La comida era muy rica, pero si son solo dos personas y piden ese plato, por más que tengan mucha hambre, les va a sobrar (de todos modos, lo que quedaba se podía pedir para llevar; nosotros no teníamos donde guardar la comida así que la dejamos). Nos pareció un lugar recomendable en relación precio-calidad.
Cuando salimos del restaurante estaba lloviznando. No pudimos usar el tranvía D para volver al hotel porque la línea estaba en obras y no pasaba por la zona en la que estábamos. Por lo tanto, tomamos el metro U2 hasta Karlplatz y combinamos con la línea U1 hasta la estación central.