Jueves 5 de abril de 2018: Vyšehrad + Jardines Vrtba + Monte Petřín
Nos levantamos un poco más tarde que de costumbre y bajamos a desayunar. No teníamos un itinerario del todo definido para el día de hoy, así que improvisamos y decidimos dedicar el resto de la mañana a conocer la antigua fortaleza de Vyšehrad, un sitio algo alejado del centro y no tan frecuentado por turistas. Antes de salir del hotel, compramos una botella de agua (30 CZK) en la recepción.
La estación de la línea B de metro (una de las opciones que teníamos para llegar) estaba en obras, así que fuimos caminando hasta la Estación Central, desde donde tomaríamos la línea C de metro hasta la estación Vyšehrad.
En la estación compramos 4 billetes sencillos de 90 min (32 CZK cada uno): dos para usar en el momento y dos para después, ya que teníamos pensado subir al funicular del Monte Petřín y habíamos leído que algunas personas habían tenido problemas para comprar el billete ahí mismo y después intentaban cobrarles multa.
Antes de bajar a las vías del metro, validamos los billetes por única vez en unas máquinas pequeñas de color amarillo, es decir, los introdujimos en la ranura hasta que la máquina hizo un sonido y dejó impreso un código en el billete. En realidad, por el tiempo de viaje que al final tuvimos no fue necesario comprar los de 90 minutos, hubiésemos estado bien con los de 30 minutos (24 CZK), pero tampoco era una gran diferencia de precio y preferimos estar seguros. Nunca vinieron revisores a pedirnos que enseñáramos los billetes.
Salimos del metro y, luego de una caminata de diez minutos, a las 10:00 am llegamos a Vyšehrad. Atravesamos la Puerta de Tábor, uno de los accesos al recinto.
El lugar era enorme y sumamente tranquilo, nada que ver con el bullicio del centro de la ciudad.
No se pagaba entrada, aunque sí había que pagar para visitar determinados sitios que había adentro, por ejemplo, la Basílica de San Pedro y San Pablo (50 CZK), la Galería Vyšehrad (20 CZK), el Sótano Gótico (50 CZK) o la Sala Gorlice (60 CZK). Recomendamos que, si pueden, previamente consigan un mapa donde estén marcados los distintos atractivos, porque a nosotros nos costó un poco ubicarnos. Este mapa, que fotografiamos en el lugar, permite darse una idea del tamaño del recinto:
Ni bien pasamos la Puerta Leopoldo, nos encontramos con la Rotonda de San Martín, el edificio más antiguo de Praga.
Puerta Leopoldo
Rotonda de San Martín
A unos metros de la Rotonda se encontraba la Iglesia de la Decapitación de San Juan Bautista. La vimos solo de lejos.
Subimos una pequeña cuesta y contemplamos unas lindas vistas desde un sector más elevado.
Había un gran edificio que llamaba la atención en una esquina, donde entraban algunos jóvenes. Nos acercamos para comprobar que era una universidad.
Pasamos por el Cementerio, que albergaba los restos de distintas personalidades checas.
Al único lugar de pago que entramos fue la Iglesia de San Pedro y San Pablo.
Con la entrada (50 CZK) nos dieron una hoja informativa en español que había que devolver al terminar la visita. El interior de la iglesia era muy bonito, sobre todo, las pinturas, los vitrales y los finos detalles decorativos de las paredes y los techos.
La Sala Gorlice (60 CZK) era un espacio subterráneo donde se exhibían seis esculturas originales del Puente de Carlos, y se visitaba conjuntamente con las casamatas. Lamentablemente desconocíamos esa información en ese momento, así que no entramos, pero nos hubiese gustado hacer esa visita.
En el Sótano Gótico (50 CZK) había una exposición permanente sobre la historia de Vyšehrad, pero pasamos de largo.
En la Galería Vyšehrad (20 CZK) se hacían exposiciones de arte moderno. No nos llamaba mucho la atención, así que no entramos.
Cerca de la Galería había algunos miradores; nos acercamos a ellos para apreciar unas lindas vistas del río Moldava y la ciudad.
Nos sentamos un rato en los jardines, donde había cuatro grupos de estatuas que (después supimos) representaban personajes de la historia y la leyenda checas.
En Vyšehrad estuvimos dos horas. Nos pareció un lugar recomendable si tienen tiempo libre en Praga, porque la visita puede llevar medio día, en especial si entran a todos los edificios. Nosotros no pudimos sacar el mayor provecho del lugar como hubiésemos querido porque no fuimos "preparados", con lo cual desconocíamos los distintos atractivos de la zona.
Salimos del recinto por el extremo opuesto al que entramos, a través de la inmensa Puerta de los Ladrillos.
Pasamos por el restaurante U Kroka, del que habíamos leído buenas opiniones, pero seguimos de largo porque sabíamos que a esas horas no servían comida, a lo sumo se podía entrar a tomar algo.
Decidimos volver a pie, bordeando el Moldava.
Nos detuvimos a sacar fotos de la Casa Danzante, un edificio con un estilo arquitectónico muy peculiar. Al parecer, adentro había oficinas, tiendas, una galería y un restaurante con una vista panorámica.
El Teatro Nacional ya se veía a lo lejos, fácilmente reconocible por su techo de color dorado.
Cruzamos el Puente de las Legiones y nos dirigimos al restaurante Ferdinanda, en Malá Strana, uno de los recomendados en el foro. Pasaba un poco desapercibido porque no era un local a la calle, sino que estaba ubicado en una especie de galería. El restaurante estaba instalado en un sótano como si fuera una cueva, lo que le daba un toque especial al ambiente. Eran las 13:00 pm y por suerte encontramos mesa enseguida. Los precios eran accesibles; las porciones, normales y la comida estaba bien, pero lo cierto es que no nos pareció nada del otro mundo. El servicio fue un poco lento, pese a que el lugar no estaba lleno de gente. Pedimos un bife de cerdo con roquefort y guarnición de papas al horno y un plato de goulash con pan que incluía una cerveza. Algunas personas habían pedido codillo y la porción se veía abundante; nosotros sin entrada nos quedamos con hambre. Con dos bebidas y propina pagamos 540 CZK (21 euros).
Aprovechamos que estábamos casi en frente de la Iglesia del niño Jesús de Praga para volver a entrar y ver al niño Jesús. Nos iríamos de Praga sin verlo, porque seguía tapado.
A continuación, visitamos los Jardines Vrtba. El acceso era por la calle Karmelitská, a metros de la iglesia. La entrada costaba 69 CZK por persona y entregaban un folleto en español. Adentro había una sala decorada con frescos, un aviario, una serie de terrazas escalonadas, y la parte más alta del lugar ofrecía unas lindas vistas del barrio de Malá Strana.
Los jardines, una hermosura… pero en otra época del año, como verano o plena primavera. No tuvimos la suerte de verlos en su máximo esplendor (ni siquiera las fuentes tenían agua), así que, salvo por las vistas, los hubiésemos pasado por alto.
A las 15:00 pm fuimos al Monte Petřín, decididos a subir en el funicular con los dos billetes que habíamos comprado a la mañana, pero nos llevamos la sorpresa de que no funcionaba y estaba “cerrado por mantenimiento”, según indicaba un cartel en la puerta de lo que sería la taquilla. No sabíamos si era solo por ese día o por tiempo prolongado, aunque tiempo después, leyendo el foro, nos enteramos de que iba a estar en funcionamiento recién a fin de mes.
No tuvimos otra opción que enfrentar la subida andando, lo que podía costar más o menos según el estado físico de cada uno.
En lo alto se alzaba la torre de Petřín, copia libre de la Torre Eiffel de París, pero a una escala claramente menor. Al ver gente subiendo y bajando por unas escaleras que parecían eternas (299 escalones, para ser exactos), y después del cansancio por haber subido a pie por el monte, decidimos usar el ascensor para acceder al mirador.
Sacamos las entradas en la planta baja de la torre, donde también había un bar. El ticket costaba 150 CZK por persona y se pagaba un extra de 60 CZK por usar el ascensor (incluía la subida y bajada, pero se podía optar por subir en ascensor y bajar por escalera, por ejemplo. Nosotros subimos y bajamos en ascensor). Las vistas desde la cima eran impresionantes.
Vimos el Monasterio de Strahov, cuya visita nos quedó pendiente.
Y también el Teatro Nacional.
En la zona donde estaba la torre también se encontraban la Iglesia de San Lorenzo (izquierda) y el Laberinto de Espejos (derecha), que tenía un costo de 90 CZK y no visitamos.
Emprendimos el regreso cuesta abajo, que fue mucho más sencillo que a la ida.
La visita al Monte Petřín nos llevó una hora y media y la recomendamos si les queda tiempo libre en la ciudad y si el clima acompaña, por supuesto. Debemos reconocer que el monte estaba cubierto de vegetación y para contemplar las vistas era necesario subir a la torre, de lo contrario, no se podía apreciar nada.
Pasamos por el impactante Monumento a las Víctimas del Comunismo, un conjunto de estatuas de bronce que iban desapareciendo por partes a medida que pasaban de un escalón a otro.
Justo en frente había una heladería, Angelato, y pese a que el clima no era tan propicio para tomar algo frío, nos tentamos. El lugar estaba muy concurrido, pero la atención fue rápida. A diferencia de lo que estábamos acostumbrados, primero se elegía el helado, luego lo servían y, por último, se pagaba. No había mucha variedad de sabores, pero los que probamos estaban muy ricos. Pedimos dos vasos con cuatro bochas cada uno y en total gastamos 230 CZK.
Tomamos el tranvía 22 hasta Malostranská para conocer la calle más estrecha de Praga. En realidad, podríamos haber ido caminando, porque por lo general las distancias en la ciudad eran cortas, pero queríamos “reciclar” los billetes que habíamos comprado para el funicular de Petřín. Los validamos al subir al tranvía en unas máquinas que había adentro.
La calle más estrecha de Praga era tan angosta que había un semáforo para peatones en cada uno de los extremos, de manera tal que las personas pasaran en una sola dirección por turnos. Al otro lado había un restaurante. No era más que una atracción para turistas, pero nos divertimos un rato.
Cruzamos por última vez el Puente de Carlos, y nos detuvimos en la estatua de San Juan Nepomuceno. Según se dice, los que tocan al perro que aparece en el recuadro inferior izquierdo vuelven a Praga. Mito o realidad, por las dudas, lo tocamos.
Pasamos por la Plaza de la Ciudad Vieja y deambulamos por los alrededores por dos razones: necesitábamos usar las coronas checas que nos quedaban y teníamos que comprar souvenirs.
Volvimos a Manufaktura a buscar más productos cosméticos, compramos una taza con un diseño original en uno de los puestos del Mercado de Pascua de la Plaza (que, si bien la habíamos visto en otros lugares, en el Mercado era más económica) y conseguimos los típicos souvenirs (imanes, jarras de cerveza, monumentos en miniatura) en las tiendas cercanas (miramos en varios sitios porque había diferencia de precios).
Para tener en cuenta: a metros de la Plaza de la Ciudad Vieja, en una esquina, había un local llamado Blue Praha que tenía productos muy bonitos, vendían cristal de Bohemia y artículos de decoración para el hogar. Los precios eran algo elevados, pero se notaba que la calidad era buena. Solo entramos a mirar.
El granate checo nos pareció caro y no lo compramos. Había infinidad de lugares que lo vendían; era cuestión de comparar precios y fijarse en lugares serios y recomendables para no caer en imitaciones.
Después de haber hecho las compras, y ya entrada la noche, volvimos a la carnicería Nase Maso, donde pedimos tres hamburguesas con queso (205 CZK cada una) para llevar.
Cenamos tranquilos en el hotel, y una vez terminamos de acomodar todo, nos fuimos a dormir. Mañana abandonaríamos la ciudad rumbo a tierras alemanas.