Viernes 30 de marzo de 2018: Palacio Schönbrunn (glorieta, zoo, laberinto, orangerie, jardines privados) + Karlskirche + Café Sacher + Palacio Belvedere
El día empezó un poco más temprano que lo habitual: a las 7:45 am salimos del hotel con destino al Palacio Schönbrunn, residencia de verano de los Habsburgo. Para llegar, fuimos a la Estación Central para tomar la línea de metro U1 hasta Karlsplatz y luego combinar con la línea U4 hasta la estación Schönbrunn. Desde ese punto, solo había que caminar un par de metros para encontrar la entrada al complejo.
Llegamos alrededor de las 8:30 am y ya había gente, sobre todo, grupos. Nada más entrar, nos dirigimos a un edificio ubicado a mano izquierda para sacar las entradas. Si bien las teníamos cubiertas con la Vienna Pass, igualmente tuvimos que ir al mostrador para que nos dieran una entrada con la hora impresa (en nuestro caso, 8:40 am). La Vienna Pass incluía el Grand Tour (recorrido por 40 salas, 50 minutos de duración, audioguía en español), la Glorieta, el Laberinto, la Orangerie y los Jardines Privados. La entrada que abarcaba todas estas atracciones costaba 24 EUR.
Antes de dirigirnos a la Puerta A para empezar el recorrido, dejamos las mochilas en el guardarropas, sin costo. Sugerimos que lleven sus propios auriculares para usar la audioguía, como lo hicimos nosotros, porque el aparato nos resultó un poco incómodo al cabo de un tiempo (había que usarlo como un teléfono celular, pegado a la oreja). El tour fue muy interesante y no se nos hizo largo en absoluto. Pasamos por 40 salas, entre ellas, los dormitorios de Sissi y Francisco José I, el comedor y la Gran Galería, donde se realizaban bailes y distintas celebraciones. En un determinado punto, tras haber visitado 22 salas, el recorrido terminaba para aquellos que habían elegido el “Imperial Tour”, y seguía para los que tenían el “Grand Tour”. Estaba prohibido sacar fotos y filmar en el interior.
Salimos del palacio y paseamos por los inmensos jardines, que no estaban del todo florecidos, así que lamentablemente no pudimos contemplarlos en su máximo esplendor.
Fuimos caminando hasta la Glorieta a paso lento, porque había tramos del camino en subida y algo empinados.
Con la Vienna Pass teníamos el acceso gratuito a la parte superior; de lo contrario, había que pagar 3,80 EUR. Mostramos nuestras tarjetas en la taquilla que estaba justo en frente y nos dieron las entradas, que pasamos por los molinetes para subir. Tal como había leído en el foro, es cierto que las vistas desde la parte superior no diferían mucho de las de abajo; por lo cual no vale la pena pagar ese adicional (a menos que tengan la Vienna Pass o que sean aficionados a la fotografía, porque es cierto que el paisaje se veía mejor a mayor altura).
Aprovechamos que teníamos incluida la entrada al Jardín Zoológico (18,50 EUR) con la Vienna Pass y lo visitamos. Accedimos desde el mismo recinto del palacio, y no fue necesario sacar entradas, pasamos directamente por los molinetes escaneando las tarjetas.
El lugar era enorme, limpio y tenía muchos espacios verdes. Los animales se veían bien cuidados y, en la mayoría de los casos, se los podía observar de cerca. Si bien había muchas especies, los protagonistas eran los osos panda. Además, había instalaciones que recreaban distintos hábitats. Fuimos pensando que la visita nos iba llevar tan solo un rato, pero estuvimos una hora y media sin darnos cuenta y hasta daba para más, porque no habíamos llegado a ver todo. Lo recomendamos, sobre todo si van con niños y tienen tiempo (aunque sin niños se disfruta igual ).
A continuación, pasamos por el Laberinto (5,50 EUR), otra de las atracciones incluidas en la Vienna Pass. Nos resultó muy divertido, pese a no haber podido encontrar la salida ;P Desde la plataforma elevada (a la que llegamos mediante un atajo), pudimos ver, a lo lejos, un laberinto con espejos, pero no fuimos.
Ya había pasado el mediodía cuando visitamos la Orangerie (3,80 EUR) y los Jardines privados (3,80 EUR). A esa altura del día se notaba la multitud que deambulaba por todos lados, por eso es recomendable ir lo más temprano posible.
Cada uno de estos lugares tenía sus propios molinetes de acceso, por los que pasamos las Vienna Pass para ingresar. El primero fue el jardín de la Orangerie, no muy encantador salvo por algunas plantas que estaban en una especie de cobertizo.
Luego fuimos a los Jardines privados, donde se podía subir a una plataforma elevada para tener una visión panorámica del entorno.
Aunque técnicamente estábamos en primavera, la época todavía no era propicia para que florecieran ambos jardines, así que no los encontramos muy atractivos. A menos que tengan un ticket que los incluya, sugerimos pasarlos de largo y no pagar un adicional por verlos.
A la entrada del recinto de Schönbrunn había un mercado de Pascua muy animado, con distintos puestos de venta de artesanías y comidas, donde hicimos una parada para comer algo antes de irnos.
Almorzamos dos platos de käsespätzle (spaetzles de queso) con cebolla frita y dos bebidas por 20 EUR. Era tanta la gente en el mercado que nos resultó imposible acercarnos a las mesas y sillas que había, así que nos sentamos en una fuente cercana.
Todo lo que hicimos en el complejo de Schönbrunn, incluido el almuerzo, nos llevó seis horas (desde las 8:30 am hasta las 14:30 pm). Fue el palacio que más nos gustó de los que conocimos y consideramos que es una visita imperdible si están de paso en Viena.
Volvimos en metro (U4) hasta Karlsplatz, con intención de visitar la Iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche). Al llegar a la taquilla, nos dijeron que hacía pocos minutos había empezado una misa y no se podía subir al mirador, así que dimos media vuelta y nos fuimos, volveríamos más tarde.
Decidimos ir a merendar al Café Sacher Eck, ubicado detrás de la Ópera. En realidad, pensábamos que era la famosa confitería del hotel Sacher porque había fila para entrar (tuvimos media hora de espera), pero luego nos enteramos de que era un anexo que abrió en 2017. Suponemos que no sería muy diferente de la confitería original, porque la decoración era preciosa y el ambiente, muy cálido. Había una tienda donde se podía comprar todo tipo de dulces; claro que la estrella era la torta Sacher. La atención fue cordial, los precios eran elevados y las porciones, acordes. Merendamos dos chocolates calientes y dos porciones de torta con crema (strudel y Sacher) por 30 euros, incluida la propina. Después de haber probado las mismas tortas en la pastelería Demel, podemos afirmar que las de Sacher son mucho mejores, sobre todo la que lleva su nombre.
Después de la merienda, volvimos a la Iglesia de San Carlos Borromeo, edificio construido en honor a San Carlos Borromeo, un héroe en la lucha contra la peste. La fachada, con las enormes columnas, era espectacular.
Con la entrada (8 EUR) nos dieron un folleto en español. Primero visitamos el Tesoro, una pequeña sala en la que se exhibían algunos objetos, y luego entramos a la iglesia. El interior era muy bonito, con mucho detalle, pero quedaba algo opacado por la enorme estructura de andamios construida dentro para poder acceder a un mirador panorámico. Una parte de los frescos que decoraban la cúpula estaba en obras, y en la entrada habían colocado un cartel con la imagen de la pintura que se estaba restaurando.
Esperamos un rato para poder subir por el ascensor, porque solo tenía capacidad para cinco personas. Una vez arriba, tras haber subido algunos escalones, vimos de cerca la decoración de la cúpula y, a través de una ventana, una panorámica de Karlsplatz y parte de la ciudad. No era la mejor vista, pero la visita valió la pena.
En el camino al Palacio Belvedere, al que llegamos minutos antes de las 18:00 pm, pasamos por el Monumento a los Héroes del Ejército Rojo, alzado en memoria de los soldados soviéticos que murieron en la Batalla de Viena, durante la Segunda Guerra Mundial.
Así como habíamos hecho el día anterior con algunas atracciones, organizamos la visita a este palacio en función de su horario de cierre, que los días viernes era hasta las 21:00 pm (lo que nos habían reconfirmado vía mail cuando consultamos por los horarios en Semana Santa). Ingresamos al recinto por una entrada ubicada en la calle Prinz Eugen, que nos dejó cerca del Alto Belvedere, uno de los dos palacios barrocos que formaban el complejo. A esa altura del día, el frío y el viento eran intensos.
Visitamos el Alto Belvedere, que teníamos incluido en la Vienna Pass (la entrada costaba 15 EUR). Dejamos la mochila en el guardarropas (sin costo), conseguimos un folleto con un plano y empezamos el recorrido, que nos llevó menos de una hora. En la planta baja había salas prácticamente vacías, porque estaban en remodelación. Luego vimos dos plantas más. En el interior estaba permitido hacer fotos.
El atractivo de este palacio era el famoso cuadro El beso, de Gustav Klimt.
Paseamos por los jardines, que eran muy pintorescos, pero, por la época, apenas tenían flores e incluso las fuentes no tenían agua, así que el paisaje distaba mucho del que habíamos visto en fotos.
Eran las 19:30 pm cuando nos acercamos al Bajo Belvedere, que también teníamos incluido en la Vienna Pass (la entrada regular costaba 13 EUR).
Curiosamente, el lugar estaba desierto y a oscuras. A un costado, una señora asomada a una ventana le decía a un grupo de turistas que el palacio ya estaba cerrado… hasta habían cerrado la otra puerta de acceso al complejo, la que desembocaba en la calle del restaurante Salm Braeu, uno de los recomendados en el foro, al que íbamos a ir luego. Debido a esto, para salir del recinto tuvimos que hacer el camino de vuelta atravesando los jardines hasta llegar a la misma puerta por la que habíamos entrado a la zona del Alto Belvedere. La noche ya había empezado a caer.
Imposible saber si nos perdimos mucho o poco con la visita fallida al Bajo Belvedere; el Alto Belvedere nos gustó, pero no hubiéramos entrado de no ser por la Vienna Pass. Consideramos que este complejo es lo más prescindible si tienen pocos días en Viena y tienen que descartar visitas.
Por este imprevisto, llegamos al restaurante Salm Braeu a las 20:00 pm, y estaba lleno. Teníamos reserva para las 21:00 pm, pero por suerte no tuvimos que esperar mucho para que nos asignaran una mesa. La atención fue cordial y tenían carta en español. Los precios eran elevados, la comida era sabrosa y las porciones, abundantes. Ofrecían cerveza artesanal. De entrada pedimos una porción de goulash y salchichas y los dos platos principales que probamos fueron cordon bleu de pollo relleno con jamón y queso y guarnición de ensalada de papas y una porción de codillo con col a la cerveza y albóndigas de pan. Con dos bebidas (una de ellas, cerveza) y la propina pagamos 60 euros. Comimos muy bien y nos pareció una opción más que recomendable, sobre todo porque está de paso si visitan Belvedere.
Para volver al hotel tomamos el tranvía D, que nos dejó al lado de la estación de trenes.