Después del desayuno y de dejar las maletas en la consigna del hotel salimos (por primera vez solos) para explorar la ciudad.
Empezamos por la Gran Sinagoga que, aunque cercana, nos costó encontrar puesto que quedó literalmente engullida por feos edificios comunistas. Se construyó en 1845 por los judíos polacos de Bucarest y fue restaurada varias veces. En la parte trasera hay un memorial a aquellos judíos que vivían en Bucarest y que murieron en 1941 cuando el país se puso de lado de los nazis. Entre 1940 y 1944 gobernó el país Ion Antonescu, que no dudó en apoyar a los alemanes. Cuando la guerra empezó a decantarse a favor de los aliados toleró que hubiera contactos con estos. Cuando los soviéticos se encontraban ya a las puertas del país el rey Miguel I le destituyó y le mandó arrestar. El edificio es hoy sede del Museo de Historia judía.
Seguimos el paseo caminando por la ciudad, viendo lo que queda de tiempos comunistas y cómo se han colocado en algunas paredes placas que recuerdan el lugar donde había una iglesia que fue demolida por el régimen. Es la otra Bucarest, la alejada de las grandes avenidas y edificios a estilo parisino.
Llegamos a la Sinagoga Templo Coral, de mediados del siglo XIX con torres de aspecto morisco. Arriba de todo de la fachada vemos unas tablas de la ley. Tenemos que recordar que Bucarest tenía más de 10 sinagogas en el siglo XIX ya que había una importante población judía, sobre todo sefardí. En las paredes de fuera se detallan las víctimas por regiones.
Seguimos el recorrido hasta llegar a la Iglesia de Sfantul Gheorghe-Nou (de san Jorge, vamos). Se empezó a construir en 1670 gracias a la financiación de Constantin Brancovenau, príncipe que fue decapitado por los turcos junto con sus hijos varones y su yerno y que ha sido (con todos los demás) declarado santo y mártir. En esta iglesia se conservan su tumba y sus restos (menos la cabeza). El interior es bastante bonito pero lo que más destaca, desde luego, es el sepulcro de Brancovenau, muy dorado.
Frente a la iglesia hallamos la estatua del fundador y más allá, donde se alza una estatua, copia de la Loba capitolina, el kilómetro cero de Rumanía. Muy cerca está también el moderno edificio del Teatro nacional.
Seguimos caminando hasta regresar a la Iglesia de la Corte vieja, que visitamos por dentro, y a los restos del Palacio.
Impactante por sus dimensiones es también el Palacio de Justicia, diseñado a finales del siglo XIX a la orilla del río Dambovita. Tiene nada más y nada menos que casi 700 habitaciones.
La siguiente parada fue enfrente de la Domnita Balasa, iglesia de estilo neorromántico y neobizantino que se levanta en el lugar donde se construyó otra en el siglo XVIII fundada por Balasa, hija de Brancovenau, y su esposo Manolache Rangabe (también conocido como Lambrino). En este lugar nunca se han celebrado misas pero sí conciertos. Por cierto, la tumba de la dama está en el interior.
Seguimos hasta el Boulevard Uniriï y seguimos caminando hasta llegar al Complejo patriarcal. Allí podemos ver la residencia del Patriarca, el palacio y la catedral. El Palacio del Patriarca de la Iglesia ortodoxa, la gran personalidad de esa iglesia, es un edificio imponente construido a principios del siglo XX con una enorme fachada de 80 metros de largo. Hasta 1996 el Parlamento estuvo aquí.
Al lado vemos la iglesia patriarcal, una especie de catedral no en vano se trata de la principal iglesia ortodoxa de Rumanía y donde oficia el Patriarca (de hecho allí estaba dando misa). Se empezó a construir en 1656 a instancias de Constantin Serban Basarav, se consagró en 1658 y se terminó en 1669. Tiene 4 torres cilíndricas que se retuercen un poco y que recuerdan vagamente al monasterio de Curtea de Arges.
Bajando encontramos la estatua de Alejandro Juan Cuza, príncipe de Valaquia y Moldavia en el siglo XIX, estados que consiguió unir. Se le considera el padre del estado rumano moderno.
Bajamos hasta la Plaza Uniriï para coger el metro, bastante moderno aunque en estaciones que huelen un poco a humedad. Comprar los billetes es sencillo porque sólo tienes dejarte guiar por la máquina. No se pueden comprar billetes individuales sino de 2 viajes, 10 o de todo el día. Nos decantamos por uno de 10 por 20 RON.
Cogimos la línea azul y nos fuimos hasta la parada de la Universidad. Debe su nombre, como no puede ser de otro modo, a la universidad que se abrió en Bucarest en el siglo XIX a instancias de Cuza. Esa plaza fue uno de los lugares más activos en la revolución de 1989 y hubo una durísima represión a los estudiantes que llevaban en huelga desde el 30 de abril. El régimen culpó a los universitarios de los desórdenes. La brusca represión, con francotiradores, acabó con varias decenas de muertos. Aún se ven placas con sus nombres.
Al oeste de la plaza está la Universidad, un elegante edificio estilo parisino frente al que se ve la estatua ecuestre de Miguel el Valiente, que en 1599 unificó, por muy poco tiempo, los dos voivodatos de Moldavia y Valaquia.
Bajando un poco por una de las calles que se encuentran frente a la Universidad vemos, en obras, la llamada Iglesia rusa o de los estudiantes en la que destacan sus cúpulas doradas. Se construyó en 1905 para servir de templo a los trabajadores de la embajada de Rusia y a la comunidad rusa de la ciudad. Actualmente está en manos de la Iglesia ortodoxa de Rumanía y se le llama de los estudiantes por su cercanía con la Universidad. Está consagrada a san Nicolás, patrón de la ciudad.
Regresamos frente a la Universidad y seguimos hasta el Ayuntamiento, resultón edificio de fachada color crema clarito que tendrá unos 100 años de antigüedad. Enfrente está el parque Cismigiu, diseñado en 1860 y que es uno de los lugares favoritos de los habitantes de la ciudad. Es un sitio bastante bonito, con plantas, flores, árboles y un estanque. Aquel día estaban haciendo una fiesta de los países de la Unión europea, con algunas degustaciones (gratis o pagando) y espectáculos gratuitos.
Regresamos a la calle Victoria y nos dirigimos hacia la iglesia de Stavropeleos, en la calle del mismo nombre. Se trata de una pequeña y bonita edificación construida entre 1724 y 1730, financiada por el fanariota (gobernantes griegos durante el reinado otomano) Nicolae Mavrocordat. Conserva a las pinturas y un bonito iconostasio aunque es bastante oscura.
En la misma calle, unos pasos más abajo, está el famoso restaurante Caru’cu bere (carro de cerveza), en el que la guía nos había reservado mesa. Se trata de una auténtica institución en la ciudad, con buena comida, y a la que van turistas y lugareños. El edificio, con madera, pinturas y vidrieras, es muy bonito. Pedimos uno de los platos más famosos del local, un codillo acompañado por pimientos, pepinillos, mamaliga y col que sirve para dos personas con hambre (comimos tres tranquilamente). Pedimos unas botellas de agua, dos cervezas, un pan entero recién hecho y unos deliciosos y grandes Apple strudel acompañados de helado de vainilla delicioso. Todo salió por unos 50 euros. Hay que tener en cuenta que se trata de uno de los platos más caros de la carta pero se pueden encontrar opciones mucho más baratas e igual de buenas. Un día es un día (y estábamos de celebración anticipada del día de la madre).
Desde allí cogimos el metro y nos fuimos a la parada de Aviatorilor del metro. Salimos a la Plaza Charles de Gaulle y como no sabíamos si estaba cerca o no cogimos un taxi para dirigirnos al Museo Nacional de la aldea (Satului). Pagamos 10 RON. La entrada al museo cuesta 15 RON para adultos, 8 para jubilados y 4 para estudiantes. Se trata de un museo al aire libre con casas, iglesias y molinos antiguos de toda Rumanía. No son copias sino edificios reales que se trasladaron al museo. Se construyó en 1936 y tiene un estilo como otros museos del mismo tipo que hemos visto en el norte de Europa (Oslo, Estocolmo, Tallin, etc). Está terminantemente prohibido hacer fotos dentro de las casas aunque por fuera no hay ningún problema. Merece la pena verlo aunque sólo sea por poder contemplar una de las iglesias de madera de Maramures que aún conserva parte de sus pinturas. Allí puedes pasarte un buen rato.
Caminando, puesto que no estaba tan lejos, una media hora a pie, regresamos al punto de partida para ir a la casa de Ceaucescu, el Palacio de Primavera. Está abierta de martes a domingo entre las 10 y las 17 horas según su página web (aunque nosotros hicimos una visita que empezaba a las 17 horas y terminaba sobre las 18 horas). Recomiendan hacer la reserva por Internet y es mejor hacerlo porque va más gente de lo que parece y porque al hacerse en otro idioma es mejor tener claro si podrás tener un guía. Las visitas sólo son guiadas y los idiomas son rumano, inglés y francés bajo petición. Lo del precio también es bastante significativo. Si la haces en rumano cuesta 35 lei; en cambio en inglés vale 50 para adultos y 40 para estudiantes o jubilados. Creo que es con mucho la entrada más cara que he visto en Rumanía.
La casa fue la residencia de los Ceaucescu, Nicolae, Elena y sus tres hijos, Nicu, Zoia y Valentín, desde 1965 hasta 1989, fecha en que fueron fusilados. Se construyó a mediados de los años 60 y se fue ampliando entre 1970 y 1972. Vista a simple vista es un palacete con su jardín, poco apropiado para las ideas que defendía su propietario. Ocupa una superficie de 4000 metros cuadrados y tiene 80 habitaciones (entendidas como estancias, no como sitios donde dormir). Por todas partes se ven regalos que fueron ofrecidos por diferentes jefes de estado como de Gaulle y cuenta con una bodega, una sala de cine privada, salón de belleza, spa, sauna, una piscina espectacular con todas las paredes llenas de mosaico, una especie de invernadero…
Por todos lados vemos lámparas de cristal veneciano, muebles de estilo Luis XIV o Luis XIV (en algunos de esos sofás dicen que dormían Corbu y Sarona, los dos perros labrador de Ceaucescu).
Los tres hijos de la pareja contaban con su propio “apartamento” dentro de la casa, con despacho, vestidor, cuarto de baño y dormitorio.
Un lujo al alcance de muy pocos, la verdad.
Vista la casa y bastante rápidamente fuimos a buscar un taxi para regresar al hotel. La visita había empezado un poco más tarde de lo previsto y eso hizo que nos retrasáramos. Teníamos que estar a las 18.35 para que nos recogieran para llevarnos al aeropuerto.
Ahí empezó el desastre. Llegamos al aeropuerto de Otopeni a las 19.30 de la tarde. Los compañeros que venían con nosotros y que iban a Madrid, como su vuelo salía una hora antes que el nuestro, pasaron rápidamente. La tarde se había quedado mala, con tormenta eléctrica.
Nos sentamos a esperar delante de las pantallas y cuando dieron las 20 horas vimos que el vuelo se había retrasado una hora y que saldría a las 23.30 horas. Primer varapalo puesto que llevábamos todo el día dando vueltas y eso haría que llegáramos a Barcelona muy tarde.
No tardaron en abrir los mostradores de facturación y hasta allí fuimos, esperanzados con salir a la hora o quizás algo antes. Hicimos todo lo que teníamos que hacer y nos dispusimos a esperar.
Llegaron las 23 horas y no había ni rastro de aviso de embarque. La gente empezaba a impacientarse porque el avión aún no había llegado. Sería alrededor de las 00.00 cuando alguien dijo que ya estaba allí. Ninguna información por parte de Vueling ni el aeropuerto en esa espera.
Bien, había llegado el avión… pero nadie nos hacía subir. Seguimos esperando, la gente cada vez más enfadada. Las pantallas seguían avisando de una hora de salida a las 23.30 horas.
Los rumanos empezaron a cruzar unas palabras con las dos personas de la puerta de embarque, que parecían desentenderse de todo. Subió el tono, vino un policía… Seguíamos sin noticias. Algunos decían que en Barcelona se comentaba que el avión había salido a su hora de Bucarest.
Alrededor de las 2.30 de la madrugada uno de los españoles que venían en el grupo que hacía el mismo tour que nosotros dijo que en la página web de Vueling avisaban de la cancelación del vuelo. Mutis. No fue hasta un poco después que nos dijeron por megafonía que pasáramos de uno en uno a coger un bus para ir a recoger las maletas a las cintas trasportadoras. Nada más.
Ahí estalló la tensión. Más gritos pero todos fuimos a por nuestra maleta. Una mujer rumana que vivía en Catalunya y hablaba muy bien el español nos animó a ir todos a la zona de salidas. Y todos fuimos siguiéndola como corderos. No había mucho más qué hacer.
Ante el mostrador correspondiente, la misma gente de la puerta de embarque pero con actitud mucho más pasota. Más gritos. No fue hasta al cabo de mucho rato que empezaron a decirnos que nos apuntáramos en una lista (en teoría para darnos un hotel). Los rumanos sobre todo estaban muy exaltados.
Otra española llamó a la embajada y nadie daba por seguro que hicieran nada hasta que un representante de la misma llegó para asegurarse de que se cumplía con la normativa. Alojamiento y comidas hasta que nos pudieran asegurar otro vuelo. Él se encargó de comprar unas botellas de agua (hasta el momento, después de horas, ni palabra sobre lo que había pasado por parte de la compañía o el aeropuerto y por descontado ni un vaso de agua).
El problema del siguiente vuelo prometido vino luego. Vueling opera sólo martes y sábados y no todo el mundo podía o quería esperar más. No están obligados por normativa (antes sí pero se cambió) a fletar un avión de otra empresa. Más gritos y más tensión.
Sería sobre las 6 ó 6 y algo de la mañana cuando nos subimos en un bus para ir a los hoteles del aeropuerto que nos habían adjudicado. Nosotros parecía que salíamos para Barcelona el martes por la noche. 3 días más en Rumanía.
Llegamos, cansados, enfadados y algo perdidos, al hotel Ángelo-Vienna House y después de recibir las llaves (estábamos en dos habitaciones distintas) nos fuimos a desayunar un poco.
No tardamos en caer rendidos en la cama. Y tengo que decir que el hotel, de 4 estrellas, apenas a un kilómetro del aeropuerto, estaba muy bien.
Empezamos por la Gran Sinagoga que, aunque cercana, nos costó encontrar puesto que quedó literalmente engullida por feos edificios comunistas. Se construyó en 1845 por los judíos polacos de Bucarest y fue restaurada varias veces. En la parte trasera hay un memorial a aquellos judíos que vivían en Bucarest y que murieron en 1941 cuando el país se puso de lado de los nazis. Entre 1940 y 1944 gobernó el país Ion Antonescu, que no dudó en apoyar a los alemanes. Cuando la guerra empezó a decantarse a favor de los aliados toleró que hubiera contactos con estos. Cuando los soviéticos se encontraban ya a las puertas del país el rey Miguel I le destituyó y le mandó arrestar. El edificio es hoy sede del Museo de Historia judía.
Seguimos el paseo caminando por la ciudad, viendo lo que queda de tiempos comunistas y cómo se han colocado en algunas paredes placas que recuerdan el lugar donde había una iglesia que fue demolida por el régimen. Es la otra Bucarest, la alejada de las grandes avenidas y edificios a estilo parisino.
Llegamos a la Sinagoga Templo Coral, de mediados del siglo XIX con torres de aspecto morisco. Arriba de todo de la fachada vemos unas tablas de la ley. Tenemos que recordar que Bucarest tenía más de 10 sinagogas en el siglo XIX ya que había una importante población judía, sobre todo sefardí. En las paredes de fuera se detallan las víctimas por regiones.
Seguimos el recorrido hasta llegar a la Iglesia de Sfantul Gheorghe-Nou (de san Jorge, vamos). Se empezó a construir en 1670 gracias a la financiación de Constantin Brancovenau, príncipe que fue decapitado por los turcos junto con sus hijos varones y su yerno y que ha sido (con todos los demás) declarado santo y mártir. En esta iglesia se conservan su tumba y sus restos (menos la cabeza). El interior es bastante bonito pero lo que más destaca, desde luego, es el sepulcro de Brancovenau, muy dorado.
Frente a la iglesia hallamos la estatua del fundador y más allá, donde se alza una estatua, copia de la Loba capitolina, el kilómetro cero de Rumanía. Muy cerca está también el moderno edificio del Teatro nacional.
Seguimos caminando hasta regresar a la Iglesia de la Corte vieja, que visitamos por dentro, y a los restos del Palacio.
Impactante por sus dimensiones es también el Palacio de Justicia, diseñado a finales del siglo XIX a la orilla del río Dambovita. Tiene nada más y nada menos que casi 700 habitaciones.
La siguiente parada fue enfrente de la Domnita Balasa, iglesia de estilo neorromántico y neobizantino que se levanta en el lugar donde se construyó otra en el siglo XVIII fundada por Balasa, hija de Brancovenau, y su esposo Manolache Rangabe (también conocido como Lambrino). En este lugar nunca se han celebrado misas pero sí conciertos. Por cierto, la tumba de la dama está en el interior.
Seguimos hasta el Boulevard Uniriï y seguimos caminando hasta llegar al Complejo patriarcal. Allí podemos ver la residencia del Patriarca, el palacio y la catedral. El Palacio del Patriarca de la Iglesia ortodoxa, la gran personalidad de esa iglesia, es un edificio imponente construido a principios del siglo XX con una enorme fachada de 80 metros de largo. Hasta 1996 el Parlamento estuvo aquí.
Al lado vemos la iglesia patriarcal, una especie de catedral no en vano se trata de la principal iglesia ortodoxa de Rumanía y donde oficia el Patriarca (de hecho allí estaba dando misa). Se empezó a construir en 1656 a instancias de Constantin Serban Basarav, se consagró en 1658 y se terminó en 1669. Tiene 4 torres cilíndricas que se retuercen un poco y que recuerdan vagamente al monasterio de Curtea de Arges.
Bajando encontramos la estatua de Alejandro Juan Cuza, príncipe de Valaquia y Moldavia en el siglo XIX, estados que consiguió unir. Se le considera el padre del estado rumano moderno.
Bajamos hasta la Plaza Uniriï para coger el metro, bastante moderno aunque en estaciones que huelen un poco a humedad. Comprar los billetes es sencillo porque sólo tienes dejarte guiar por la máquina. No se pueden comprar billetes individuales sino de 2 viajes, 10 o de todo el día. Nos decantamos por uno de 10 por 20 RON.
Cogimos la línea azul y nos fuimos hasta la parada de la Universidad. Debe su nombre, como no puede ser de otro modo, a la universidad que se abrió en Bucarest en el siglo XIX a instancias de Cuza. Esa plaza fue uno de los lugares más activos en la revolución de 1989 y hubo una durísima represión a los estudiantes que llevaban en huelga desde el 30 de abril. El régimen culpó a los universitarios de los desórdenes. La brusca represión, con francotiradores, acabó con varias decenas de muertos. Aún se ven placas con sus nombres.
Al oeste de la plaza está la Universidad, un elegante edificio estilo parisino frente al que se ve la estatua ecuestre de Miguel el Valiente, que en 1599 unificó, por muy poco tiempo, los dos voivodatos de Moldavia y Valaquia.
Bajando un poco por una de las calles que se encuentran frente a la Universidad vemos, en obras, la llamada Iglesia rusa o de los estudiantes en la que destacan sus cúpulas doradas. Se construyó en 1905 para servir de templo a los trabajadores de la embajada de Rusia y a la comunidad rusa de la ciudad. Actualmente está en manos de la Iglesia ortodoxa de Rumanía y se le llama de los estudiantes por su cercanía con la Universidad. Está consagrada a san Nicolás, patrón de la ciudad.
Regresamos frente a la Universidad y seguimos hasta el Ayuntamiento, resultón edificio de fachada color crema clarito que tendrá unos 100 años de antigüedad. Enfrente está el parque Cismigiu, diseñado en 1860 y que es uno de los lugares favoritos de los habitantes de la ciudad. Es un sitio bastante bonito, con plantas, flores, árboles y un estanque. Aquel día estaban haciendo una fiesta de los países de la Unión europea, con algunas degustaciones (gratis o pagando) y espectáculos gratuitos.
Regresamos a la calle Victoria y nos dirigimos hacia la iglesia de Stavropeleos, en la calle del mismo nombre. Se trata de una pequeña y bonita edificación construida entre 1724 y 1730, financiada por el fanariota (gobernantes griegos durante el reinado otomano) Nicolae Mavrocordat. Conserva a las pinturas y un bonito iconostasio aunque es bastante oscura.
En la misma calle, unos pasos más abajo, está el famoso restaurante Caru’cu bere (carro de cerveza), en el que la guía nos había reservado mesa. Se trata de una auténtica institución en la ciudad, con buena comida, y a la que van turistas y lugareños. El edificio, con madera, pinturas y vidrieras, es muy bonito. Pedimos uno de los platos más famosos del local, un codillo acompañado por pimientos, pepinillos, mamaliga y col que sirve para dos personas con hambre (comimos tres tranquilamente). Pedimos unas botellas de agua, dos cervezas, un pan entero recién hecho y unos deliciosos y grandes Apple strudel acompañados de helado de vainilla delicioso. Todo salió por unos 50 euros. Hay que tener en cuenta que se trata de uno de los platos más caros de la carta pero se pueden encontrar opciones mucho más baratas e igual de buenas. Un día es un día (y estábamos de celebración anticipada del día de la madre).
Desde allí cogimos el metro y nos fuimos a la parada de Aviatorilor del metro. Salimos a la Plaza Charles de Gaulle y como no sabíamos si estaba cerca o no cogimos un taxi para dirigirnos al Museo Nacional de la aldea (Satului). Pagamos 10 RON. La entrada al museo cuesta 15 RON para adultos, 8 para jubilados y 4 para estudiantes. Se trata de un museo al aire libre con casas, iglesias y molinos antiguos de toda Rumanía. No son copias sino edificios reales que se trasladaron al museo. Se construyó en 1936 y tiene un estilo como otros museos del mismo tipo que hemos visto en el norte de Europa (Oslo, Estocolmo, Tallin, etc). Está terminantemente prohibido hacer fotos dentro de las casas aunque por fuera no hay ningún problema. Merece la pena verlo aunque sólo sea por poder contemplar una de las iglesias de madera de Maramures que aún conserva parte de sus pinturas. Allí puedes pasarte un buen rato.
Caminando, puesto que no estaba tan lejos, una media hora a pie, regresamos al punto de partida para ir a la casa de Ceaucescu, el Palacio de Primavera. Está abierta de martes a domingo entre las 10 y las 17 horas según su página web (aunque nosotros hicimos una visita que empezaba a las 17 horas y terminaba sobre las 18 horas). Recomiendan hacer la reserva por Internet y es mejor hacerlo porque va más gente de lo que parece y porque al hacerse en otro idioma es mejor tener claro si podrás tener un guía. Las visitas sólo son guiadas y los idiomas son rumano, inglés y francés bajo petición. Lo del precio también es bastante significativo. Si la haces en rumano cuesta 35 lei; en cambio en inglés vale 50 para adultos y 40 para estudiantes o jubilados. Creo que es con mucho la entrada más cara que he visto en Rumanía.
La casa fue la residencia de los Ceaucescu, Nicolae, Elena y sus tres hijos, Nicu, Zoia y Valentín, desde 1965 hasta 1989, fecha en que fueron fusilados. Se construyó a mediados de los años 60 y se fue ampliando entre 1970 y 1972. Vista a simple vista es un palacete con su jardín, poco apropiado para las ideas que defendía su propietario. Ocupa una superficie de 4000 metros cuadrados y tiene 80 habitaciones (entendidas como estancias, no como sitios donde dormir). Por todas partes se ven regalos que fueron ofrecidos por diferentes jefes de estado como de Gaulle y cuenta con una bodega, una sala de cine privada, salón de belleza, spa, sauna, una piscina espectacular con todas las paredes llenas de mosaico, una especie de invernadero…
Por todos lados vemos lámparas de cristal veneciano, muebles de estilo Luis XIV o Luis XIV (en algunos de esos sofás dicen que dormían Corbu y Sarona, los dos perros labrador de Ceaucescu).
Los tres hijos de la pareja contaban con su propio “apartamento” dentro de la casa, con despacho, vestidor, cuarto de baño y dormitorio.
Un lujo al alcance de muy pocos, la verdad.
Vista la casa y bastante rápidamente fuimos a buscar un taxi para regresar al hotel. La visita había empezado un poco más tarde de lo previsto y eso hizo que nos retrasáramos. Teníamos que estar a las 18.35 para que nos recogieran para llevarnos al aeropuerto.
Ahí empezó el desastre. Llegamos al aeropuerto de Otopeni a las 19.30 de la tarde. Los compañeros que venían con nosotros y que iban a Madrid, como su vuelo salía una hora antes que el nuestro, pasaron rápidamente. La tarde se había quedado mala, con tormenta eléctrica.
Nos sentamos a esperar delante de las pantallas y cuando dieron las 20 horas vimos que el vuelo se había retrasado una hora y que saldría a las 23.30 horas. Primer varapalo puesto que llevábamos todo el día dando vueltas y eso haría que llegáramos a Barcelona muy tarde.
No tardaron en abrir los mostradores de facturación y hasta allí fuimos, esperanzados con salir a la hora o quizás algo antes. Hicimos todo lo que teníamos que hacer y nos dispusimos a esperar.
Llegaron las 23 horas y no había ni rastro de aviso de embarque. La gente empezaba a impacientarse porque el avión aún no había llegado. Sería alrededor de las 00.00 cuando alguien dijo que ya estaba allí. Ninguna información por parte de Vueling ni el aeropuerto en esa espera.
Bien, había llegado el avión… pero nadie nos hacía subir. Seguimos esperando, la gente cada vez más enfadada. Las pantallas seguían avisando de una hora de salida a las 23.30 horas.
Los rumanos empezaron a cruzar unas palabras con las dos personas de la puerta de embarque, que parecían desentenderse de todo. Subió el tono, vino un policía… Seguíamos sin noticias. Algunos decían que en Barcelona se comentaba que el avión había salido a su hora de Bucarest.
Alrededor de las 2.30 de la madrugada uno de los españoles que venían en el grupo que hacía el mismo tour que nosotros dijo que en la página web de Vueling avisaban de la cancelación del vuelo. Mutis. No fue hasta un poco después que nos dijeron por megafonía que pasáramos de uno en uno a coger un bus para ir a recoger las maletas a las cintas trasportadoras. Nada más.
Ahí estalló la tensión. Más gritos pero todos fuimos a por nuestra maleta. Una mujer rumana que vivía en Catalunya y hablaba muy bien el español nos animó a ir todos a la zona de salidas. Y todos fuimos siguiéndola como corderos. No había mucho más qué hacer.
Ante el mostrador correspondiente, la misma gente de la puerta de embarque pero con actitud mucho más pasota. Más gritos. No fue hasta al cabo de mucho rato que empezaron a decirnos que nos apuntáramos en una lista (en teoría para darnos un hotel). Los rumanos sobre todo estaban muy exaltados.
Otra española llamó a la embajada y nadie daba por seguro que hicieran nada hasta que un representante de la misma llegó para asegurarse de que se cumplía con la normativa. Alojamiento y comidas hasta que nos pudieran asegurar otro vuelo. Él se encargó de comprar unas botellas de agua (hasta el momento, después de horas, ni palabra sobre lo que había pasado por parte de la compañía o el aeropuerto y por descontado ni un vaso de agua).
El problema del siguiente vuelo prometido vino luego. Vueling opera sólo martes y sábados y no todo el mundo podía o quería esperar más. No están obligados por normativa (antes sí pero se cambió) a fletar un avión de otra empresa. Más gritos y más tensión.
Sería sobre las 6 ó 6 y algo de la mañana cuando nos subimos en un bus para ir a los hoteles del aeropuerto que nos habían adjudicado. Nosotros parecía que salíamos para Barcelona el martes por la noche. 3 días más en Rumanía.
Llegamos, cansados, enfadados y algo perdidos, al hotel Ángelo-Vienna House y después de recibir las llaves (estábamos en dos habitaciones distintas) nos fuimos a desayunar un poco.
No tardamos en caer rendidos en la cama. Y tengo que decir que el hotel, de 4 estrellas, apenas a un kilómetro del aeropuerto, estaba muy bien.