DÍA 3. ITINERARIO:
LA MONGIE - BOZOULS - CONQUES.
En situación normal, 390 kilómetros y cuatro horas, cuarenta y cinco minutos en coche, aproximadamente, pero tuvimos una incidencia que ya contaré e hicimos bastantes más kilómetros con el consiguiente retraso. De todos modos, pongo el mapa con el recorrido habitual porque, aparte de que fue una incidencia puntual, tampoco sabría decir a ciencia cierta por dónde fuimos.
Ruta del día según GoogleMaps.
Nada más despertarnos comprobamos que se habían cumplido escrupulosamente las más pesimistas previsiones meteorológicas: llovía a todo llover en un truculento marco de truenos, rayos y centellas. Después de tomar el rico desayuno que nos prepararon en el Gite (zumo natural, mermeladas caseras, mantequilla, pan tostado, bizcochos, macedonia de frutas, café…), decidimos continuar nuestro viaje pues no tenía sentido subir (si es que se podía) al Pic du Midi en unas condiciones en las que no íbamos a ver nada de nada, teniendo en cuenta, además, que el teleférico cuesta 40 euros. Así que lo dejamos para la vuelta.
Llovía y llovía.
Las tormentas se habían sucedido a lo largo de la noche y el agua había provocado inundaciones y en Bagnères-de-Bigorre nos encontramos cortado el acceso a la Autopista que va a Toulouse, precisamente por donde teníamos que ir. Era una jornada un tanto extraña pues coincidió con la conquista el día anterior del Mundial de fútbol por los franceses y, al margen de los problemas causados por el agua, había celebraciones por todas partes, auténticas manifestaciones de euforia en los pueblos por los que pasábamos, algunas incluso cortando carreteras. Entre unas cosas y otras, perdimos bastante tiempo con rodeos por carreteras secundarias y obedeciendo casi a ciegas al navegador, que nos hizo alguna que otra trastada, hasta que conseguimos incorporarnos a la autopista más adelante. Estábamos a unos 350 kilómetros de Bozouls, nuestro primer destino del día, es decir, cuatro horas de viaje, pese a hacer la mayor parte del trayecto por autopista.
Siguiendo los atajos del navegador.
Pagamos tres peajes (recorrido de unos 80 km en la A-64 y dos circunvalaciones de Toulouse), que sumaron unos 8 euros. En Toulouse tomamos una autovía gratuita (A-68) que pasa por Albi y llega hasta cerca de Rodez. Por el camino, teníamos intención de parar en algún restaurante de carretera para comer, pero solamente vimos uno, enorme y que estaba hasta los topes, lo que no era de extrañar al ser el único. Después, aunque parezca mentira, nada de nada en 80 kilómetros. Se anunciaban áreas de servicio, pero ni una sola en la autovía: había que salir a los pueblos sin saber dónde estarían ni cómo serían. Así que ojo sobre todo con el combustible, que tampoco abundan las gasolineras en las autovías (llamo así a las que son gratis). En cualquier caso, interesa repostar en las gasolineras de los centros comerciales, en las que se puede ahorrar hasta más de veinte céntimos en cada litro. El combustible es bastante más caro que en España: entre 1,68 y 1,75 (gasolina) y 1,41 y 1,64 (gasóleo normal). Tampoco está de más mirar precios según se va de paso porque algunas estaciones de servicio pequeñas ponen ofertas.
Eran más de las dos y media, hora en que ya resulta imposible encontrar un restaurante abierto en Francia, por lo que al llegar a Albi, entramos en la típica zona comercial y echamos mano de la socorrida hamburguesería. Después, reanudamos la marcha con un cielo muy plomizo y lloviendo a ratos, aunque para nuestra satisfacción habían quedado atrás los chuzos de punta de las tormentas pirenaicas.
Eran más de las dos y media, hora en que ya resulta imposible encontrar un restaurante abierto en Francia, por lo que al llegar a Albi, entramos en la típica zona comercial y echamos mano de la socorrida hamburguesería. Después, reanudamos la marcha con un cielo muy plomizo y lloviendo a ratos, aunque para nuestra satisfacción habían quedado atrás los chuzos de punta de las tormentas pirenaicas.
BOZOULS.
Situada a 22 kilómetros de Rodez, esta población cuenta con unos 3.000 habitantes. Aparcamos sin problemas a la entrada del pueblo, en un parking gratuito. Ya no llovía, aunque el cielo estaba completamente cubierto. Nos dirigimos a la Plaza del Ayuntamiento, desde donde se contempla un panorama que casi da vértigo pues toda la calle va paralela al precipicio y se convierte en un estupendo mirador.
A nuestros pies, teníamos el llamado “agujero de Bozouls” o “trou de Bozouls” en francés, una curiosidad geológica en forma de cañón de herradura, de 400 metros de diámetro y hasta 100 metros de profundidad, excavado por el río Dordou, que compone un espectacular meandro en cuyo pináculo central se asienta el pueblo antiguo, con su iglesia y todo. Como si el suelo se hubiese hundido a centímetros de sus propios cimientos, las casas de Bozouls bordean los acantilados del anfiteatro natural, componiendo una imagen de lo más atractiva pese a que la luz era escasa esa tarde.
Aquí se aprecia el meandro
Tras echar un primer e inevitable vistazo, nos pasamos por la Oficina de Turismo, donde muy amablemente nos aconsejaron hacer alguna de las tres pequeñas caminatas reseñadas en el folleto que nos facilitaron. Escogimos una de hora y media, que suponía descender hasta el cauce del río para subir después a la parte antigua del pueblo (la que queda en el alto del cañón excavado por el río), visitando la iglesia y contemplando las vistas desde y hacia el otro lado del agujero. Tras varias horas en el coche, no venía mal estirar las piernas, dando un paseo. Así que nos pusimos a ello.
Torres medievales típicas. Habíamos visto más en otros pueblos anteriormente.
La ruta comienza con una bajada casi vertiginosa por las empinadísimas calles del pueblo hasta llegar a unos torreones medievales, donde se gira a la derecha por una callejuela que lleva a un camino desde el que continúa el descenso hasta el del río, cuyas aguas forman varias cascadas, que se ven desde unos miradores.
Vista desde el cauce del río y cascadas.
Subimos unas cuantas escaleras hasta el pueblo antiguo, que cuenta con una agradable zona de picnic, y visitamos la iglesia de Santa Fausta (Sainte Fauste), cuyo origen se remonta al siglo XII, aunque tiene añadidos posteriores. Merece la pena entrar (es gratis, solo hay que accionar el mecanismo del portero automático), sobre todo para ver las figuras esculpidas en los capiteles románicos.
El otro lado del "agujero".
La Iglesia de Santa Fausta.
Desde allí, se ve un panorama que convierte a Bozouls en un pueblo casi de cuento, sus casitas de piedra aposentadas en el escarpe, escalonadas entre los árboles y con el río formando cascaditas. Solo faltaba el azul del cielo para que la imagen fuese de postal, aunque lo tenebroso de la tarde le añadía un tinte bucólico que le daba mucho encanto.
De nuevo en la Plaza del Ayuntamiento (menudas rampas las de las callejuelas a la vuelta, casi había que escalarlas), tomamos un café en una terraza con vistas al agujero. Nos habíamos entretenido más de la cuenta en Bozouls, con lo cual tuvimos que desistir de acercarnos a Espalion. Pese a que estábamos solo a 10 kilómetros, preferimos dejarlo para otra ocasión, englobando otras bellezas turísticas de la zona, como Estaing y Entraygues-sur-Truyere, con sus gargantas. Así que nos pusimos en marcha hacia Conques, un trayecto de 40 kilómetros, con casi una hora de viaje por las intrincadas carreteras secundarias francesas.
CONQUES.
Conques es uno de los pueblos más bellos de Francia según la lista de la conocida Asociación. Hemos visitado bastantes pueblos del catálogo, algunos de los cuales cumplen tales expectativas y otros no tanto. Conques me pareció que supera la prueba con nota alta. Al margen del número de maceteros con flores que exhibe (requisito inexcusable para figurar entre los pueblos destacados por su belleza en el país vecino, al parecer), lo encontré realmente atractivo teniendo en cuenta su ubicación, su arquitectura, el cuidado de sus casas y de sus calles, su preciosa Abadía románica y el enorme acierto de mantener los coches alejados del núcleo histórico. El único inconveniente es el gran número de turistas que surcan sus calles en determinados momentos (festivos, fines de semana, vacaciones). Por eso, en vez de la consabida visita mañanera o vespertina, decidí pernoctar allí, lo que supuso todo un acierto ya que pudimos ver el pueblo sin apenas gente: llegamos cuando se habían ido casi todos y nos fuimos al día siguiente cuando aún no había llegado el grueso de visitantes de la nueva jornada. Eso sí, alojarse en Conques no resulta fácil porque no hay mucha oferta y menos aún barato, sobre todo en julio.
Hay dos aparcamientos, uno a cada lado del pueblo, al que no se puede acceder en coche salvo que se sea residente. Son de pago, desde las 09:00 a las 19:00, creo recordar. El precio 4 euros por vehículo el día completo, mejor dicho, la temporada, algo curioso por cierto. Cuando llegamos, ya no estaba el cobrador y había sitio de sobra a unos 200 metros de nuestro alojamiento, el Hotel Sainte-Foy, que se encuentra pegado a un costado de la Abadía, hasta el punto de que desde la ventana de nuestra habitación casi tocábamos su fachada lateral. Un buen hotel, con personal amable y mucho encanto, aunque el precio de la habitación (grande y cómoda pero sin televisión) me pareció excesivo (125 euros). En fin, fue un capricho, pero no me arrepiento.
Habitación y vistas desde ella.
Tras hacer un rápido registro en el hotel, dimos una vueltecita buscando un lugar para cenar. Al final, nos decidimos por el restaurante del hotel y nos sentamos en su agradable terraza. Había un menú turístico de 19 euros con varios platos a elegir que no estaba nada mal, aunque el servicio fue un poco lento y tuve que salir a toda prisa con el postre casi en la boca porque se me pasaba la hora para la visita nocturna de la Abadía.
Iglesia Abacial de Sainte-Foy.
El origen de la abadía se remonta al año 819, cuando el eremita Dado, protegido por Carlomagno, estableció una comunidad de monjes, coincidiendo con el descubrimiento de los restos de Santiago en Compostela. El lugar se convirtió en parada secundaria en la ruta compostelana y para incrementar las visitas (la idea de atraer al turismo no es nueva, ni mucho menos) a un monje se le ocurrió llevar a Conques las reliquias de Santa Fe (virgen martirizada en tiempos de Diocleciano, famosa por devolver la vista a los ciegos y liberar a los cautivos), que se encontraban en el monasterio de Agen. Así, la pequeña abadía prosperó rápidamente, en parte a costa de Agen, que perdió muchos de los peregrinos que acudían antaño atraídos por los restos de la santa. Como consecuencia de este auge, el recinto del siglo IX se quedó pequeño y fue preciso iniciar la construcción de una nueva Abadía, cuyas obras se desarrollaron en varias fases, desde 1031 hasta 1125. La decadencia comenzó a consecuencia del auge de la Orden del Cister, la peste negra y la Guerra de los Cien Años. Durante las guerras de religión, sufrió diversas vicisitudes y fue saqueada e incendiada en 1571, llegando a hundirse en parte, si bien el tímpano y el Tesoro se salvaron. Durante la Revolución Francesa, los habitantes del pueblo y algunos sacerdotes ocultaron las reliquias y los objetos sacros en sus propias casas para librarlos de la destrucción. Cuando pasó el peligro, todo fue devuelto al coro de la iglesia, que fue restaurada a partir de 1837 gracias a la intervención de Prosper Merimée, por aquel entonces Inspector de Monumentos Históricos. Actualmente constituye uno de los más importantes ejemplos del románico del sur francés y figura en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO formando parte de los Caminos de Santiago de Compostela en Francia.
Lo más destacado de la Abadía es:
- El Tímpano de la fachada principal. Representa el Juicio Final según San Mateo, está divido en tres niveles diferentes y consta de 124 personajes. Se encuentra perfectamente conservado. Merece mucho la pena fijarse en los detalles.
- En el interior, destacan los capiteles románicos (250), muchos de ellos historiados: San Pedro crucificado cabeza abajo, la condena de Santa Fe, el Sacrificio de Abraham, la sirena, las águilas, la Anunciación, el combate de los caballeros, el combate de los lanceros… Muy interesante.
- Los vitrales son obra de Pierre Soulages, se instalaron a finales del siglo pasado y otorgan un toque de modernidad al interior de la Abadía. No me suelen entusiasmar estas mezcolanzas, pero reconozco que en este caso quedan bien, sobre todo contemplando el conjunto iluminado.
- El claustro (siglos XI y XII) se encuentra al sur de la iglesia abacial. Quedó arrasado en 1830, aunque la reconstrucción conserva algunos vestigios románicos, entre los que subsisten más de una veintena de capiteles.
-El Tesoro es otro de los alicientes de la Abadía pues supone una de las más completas colecciones de orfebrería religiosa francesa (siglos IX a XVI), entre cuyas piezas destaca la estatua relicario de Santa Fe, la que aquel espabilado monje “se trajo” de la ciudad de Agen. Se encuentra en el antiguo refrectorio y la visita es de pago. Al contrario de lo que me sucede con los capiteles románicos, no me seducen demasiado los tesoros ni la orfebrería religiosa, así que no lo vi y no puedo opinar.
La entrada a la iglesia es gratuita, aunque también se programan visitas guiadas de pago. En verano, todos los días hay una visita nocturna a las 21:30 horas. Con el interior completamente iluminado y música de órgano interpretada por uno de los frailes, se puede acceder a las tribunas para ver de cerca los preciosos capiteles románicos superiores y admirar el conjunto desde esa perspectiva. Cuesta 5 euros, es libre y dura 30 minutos. Lo hice porque soy una enamorada de los capiteles románicos historiados. Si no se desea pagar, también merece la pena contemplar desde abajo el interior iluminado, escuchando la música de fondo.
Visitar Conques.
Es un pueblo pequeñito y precioso, que cuenta con tres o cuatro calles principales, que se recorren dando un paseo. En la Oficina de Turismo proporcionan un plano con lo principal que hay que ver y que, aparte de la Abadía, son las casas de piedra, el trazado medieval de sus callejuelas, sus fuentes y también su ubicación, casi colgado en la ladera de una arbolada montaña. Resulta aconsejable verlo a primera hora de la mañana o a última de la tarde (el sol ilumina la Abadía y su aspecto es magnífico), sin masas turísticas ni tenderetes. En otros lugares no importa tanto, pero el encanto de estos pueblecitos depende en gran medida de poder disfrutarlos con tranquilidad y sin barullo, pudiendo enfocar la cámara donde apetezca sin tener que esquivar a una multitud. En cualquier caso, merece la pena dedicarle unas horitas.
De noche también resulta muy atractivo, pues la iluminación le da un toque especial. Además, esa noche la bruma se asentó en parte de las laderas, ofreciendo una imagen de lo más bucólica.
Miradores.
Los principales son dos. Uno, en la carretera D42R, que va por la parte posterior del pueblo y que comunica los dos aparcamientos. Hay una balconada de madera que casi tapan los árboles, con lo cual se debe ir con atención porque de lo contrario pasa desapercibido.
Pero el más bonito, el imprescindible diría yo, es el “Point de Vue de Bancarel”. Está indicado y se encuentra en la carretera D901, según se accede a Conques, a la derecha, antes de llegar al aparcamiento. Un kilómetro después del desvío, se deja el coche en un pequeño claro y se camina unos pocos metros por una sencilla pista sin asfaltar (se puede llegar en coche hasta el final, pero mejor no hacerlo salvo que sea imprescindible). Nosotros lo vimos ya de regreso hacia los Pirineos: sobre las dos de la tarde, con el sol iluminando las casitas, nos pareció espectacular.
Por la noche nos despertó una estruendosa tormenta, con sus rayos y truenos correspondientes: caía agua a mansalva. Sin embargo, salvo por el coche (no se fuera a caer por el barranco arrastrado por la lluvia), no nos preocupamos demasiado, ya que las previsiones meteorológicas apuntaban a que tendríamos muy buen tiempo al menos durante los tres días siguientes. Y los buenos pronósticos parecieron confirmarse al día siguiente, en que dejamos Conques cuando estaban llegando los visitantes de la jornada, que ya casi llenaban el aparcamiento. Le pregunté a la chica que cobraba y me dijo que como nos habíamos alojado en el pueblo no teníamos que pagar.
Y ya tocaba Auvernia