Día 8. ITINERARIO.
BESSE ET-SAINT-ANASTAISE – LAC PAVIN Y PUY DE MONTCHAL – MUROL – CHATEAU DE VAL – SALERS.
133 kilómetros y 2 horas 20 minutos de coche.
Mapa del recorrido en GoogleMaps:
BESSE EN CHANDESSE / BESSE ET SAINT ANASTAISE.
Podemos encontrar los dos apellidos junto al nombre de Besse, así que intenté averiguar la diferencia y me enteré de que la iglesia de la parroquia de Chandeze fue destruida durante la Guerra de los Cien Años y los feligreses se trasladaban a la de Besse para oír misa que oficiaba su propio sacerdote. Esta situación cambió en 1790, y con la llegada de la revolución ambos núcleos se unieron a todos los efectos en un solo municipio, llamado Besse en Chandesse. En 1973, se fusionó con la comuna de Saint-Anastaise, cuyo nombre pasó definitivamente a ser el de la ciudad a partir de 2012 aunque en diversos folletos, carteles, guías y navegadores (como GoogleMaps) todavía sigue figurando el núcleo urbano como Besse-en-Chandesse.
Mapa turístico en la propia ciudad.
Llegamos pasadas las siete de la tarde y dejamos el coche uno de los parkings que hay habilitados en las afueras, pues en julio y agosto es únicamente peatonal el acceso al casco viejo, donde se encontraba nuestro alojamiento de la jornada, Le Bouddha Besse, una antigua casa rehabilitada, que dispone de confortables habitaciones decoradas con mucho detalle, donde no falta un amplio cuarto de baño. Los dueños y su hija, muy agradables, nos dijeron que pasan las vacaciones en una casa que tienen en Girona. Hay bar en la planta baja. Nos costó 75 euros.
Habitación del hotel y la curiosa escultura del buda al que debe su nombre.
Después de cenar, fuimos a dar nuestra primera vuelta por esta “pequeña ciudad de carácter”, de unos 1.500 habitantes, cuyo casco antiguo aparenta ser enteramente medieval y no solo porque conserva edificios originales de los siglos XV y XVI sino por la utilización casi en exclusiva de un único material de construcción, la piedra de besse, parecida a la de volvic, pero de aspecto más rústico y de un color muy pronunciado, oscuro con un cierto tinte dorado, que proporciona una gran uniformidad a su arquitectura.
Enclave comercial desde tiempos muy antiguos, se convirtió en ciudad libre en el año 1208, cuando obtuvo el derecho de elegir dos cónsules para su administración, ya que no había nobles que dominaran la zona. Las murallas del siglo XV fueron demolidas en 1790. Cuenta con ocho edificios clasificados como monumentos históricos, entre los que destaca la Iglesia de San Andrés, construida sobre una colada de lava. De estilos románico y gótico, su origen se remonta al siglo XII, si bien el coro data de 1555.
En cuanto a la arquitectura civil, hay que mencionar la place de la Fontaine, la rue des Boucheries, la Casa de la Reina Margot (no está demostrado que ella se alojase allí), el castillo Bailli, la Casa de los Cónsules y la Mansión Sainte-Marie-des-Ramparts.
Mansión Sainte-Marie-des-Ramparts.
Casa de la Reina Margot, abajo a la derecha, la Iglesia de Saint Andre.
Casa de la Reina Margot, abajo a la derecha, la Iglesia de Saint Andre.
Se llama Beffroi a la única puerta abierta en la antigua muralla que se conserva en la actualidad y constituye un ejemplo arquitectura militar de varias épocas. En su tiempo, representaba la actividad del pueblo y el poder civil, como contrapunto a la iglesia de San Andrés, que era el símbolo dentro del ámbito religioso.
Befroi interior y exterior.
El centro histórico es pequeño y puede recorrerse muy cómodamente en un par de horas (menos si se tiene prisa). Durante nuestra visita se estaba celebrando una feria de productos locales (vinos y quesos, fundamentalmente) y había un montón de casetas instaladas para el evento, además de las habituales tiendas de recuerdos y gastronomía.
Como de costumbre es muy recomendable ver estas pequeñas ciudades medievales cuando no se encuentran atestadas de gente. Resultan muy sugerentes casi en soledad, al caer la tarde y por la noche, con su tenue iluminación artificial. Besse nos gustó y creo que se merece una visita tranquila.
Al día siguiente, muy pronto empezaron a acudir los visitantes, atraídos por los festejos. El sol asomaba débilmente y quedaban algunas brumas adheridas a las montañas circundantes. No hay que olvidar que Besse es un centro turístico muy importante sobre todo en invierno, con la conocida estación de esquí de Super Besse apenas a cinco kilómetros.
LAC PAVIN Y PUY DE MONTCHAL.
El cielo estaba muy nublado, aunque los pronósticos del tiempo anunciaban mejoría a partir de media mañana. Nos dirigimos hacia el Lac Pavin, que se encuentra a unos cinco kilómetros y al que habíamos hecho ya una rápida visita tres días antes.
Entorno del Lac Pavin con la estación de Super Besse.
Este lago, considerado el más bello, redondo y profundo de Auvernia, se formó hace seis mil años, en una de las más recientes erupciones volcánicas de la región. Ocupa un cráter de entre 900 y 1.000 metros de diámetro y su profundidad alcanza los 93 metros. Las emisiones de minerales y gases en su lecho provocan que las aguas superficiales no se mezclen con las del fondo, más densas y con una muy activa vida bacteriana.
Fuimos hasta el aparcamiento, que se encuentra tomando un desvío a la derecha desde la carretera, mientras que por la izquierda se accede a la zona del restaurante. Desde allí sale un sendero al Puy de Montchal. Se trataba de la pequeña ruta que pretendíamos hacer y que se puede combinar con la vuelta al propio lago. En total, unas dos horas o dos horas y media de caminata. Junto a los paneles informativos de la ruta hay un mirador sobre el lago, pero los árboles y la bruma de la mañana apenas dejaban intuir el panorama.
Nos internamos en el bosque y empezamos el ascenso hacia el Puy de Montchal, que nos llevó unos cuarenta minutos, al principio bajo los árboles, cuyas ramas y hojas estaban empapadas por la lluvia de la noche anterior, y después por un sendero muy empinado, descubierto pero con bastante vegetación rastrera y arbustos.
Una vez en el alto, nos quedamos un poco decepcionados con la vista pues quizás esperábamos algo más espectacular. Tal vez influyó la bruma y que el día estaba oscuro.
De vuelta al aparcamiento, fuimos con el coche a la zona del restaurante, en el que, por cierto, solamente dan comidas (no hay cocina para cenas). Antes de irnos, dimos un paseo alrededor del lago.
MUROL.
Habíamos visto este pueblo un par de días antes, a la hora de la cena, de paso hacia Saint Nectaire, y nos pareció que había ambiente. Así que nos acercamos allí para comer. Y fue todo un acierto. Nos gustó un restaurante, con terraza junto al río, donde nos atendieron muy amablemente. Tomamos sendos platos del día (formules) con entrecot (en esta región la carne de ternera es buenísima), ensalada, salsas y truffade, vino rosado de la “maison”, un postre a medias y dos cafés cortados (noissetes). Todo muy rico, no llegó a 50 euros.
Para bajar la comida, dimos una vuelta por el pueblo, que nos pareció muy agradable y con algunos rincones resultones, sobre todo junto al río.
Luego se me ocurrió la genial idea de seguir un indicador para subir caminando hasta el castillo, que se encuentra encaramado en un risco. Desde la carretera, la antigua fortaleza presenta un aspecto imponente pese a estar en parte en ruinas. Se puede visitar y hay espectáculos medievales en su interior, incluso nocturnos. Puede resultar muy entretenido, sobre todo para los niños, pero no nos enteramos hasta después.
La subidita a pie se las trae, así que es mejor ir con el coche hasta el aparcamiento, lo que evita buena parte de la cuesta, aunque no toda. Y merece la pena ir hasta allí aunque solo sea por contemplar las vistas que ofrece de Murol y sus alrededores. El día no estaba muy claro, pero se veía perfectamente la zona de Le Mont-Doré y el entorno de Sancy, bellamente iluminada por el sol, pese a que en las fotos no se aprecia bien.
Dadas las perspectivas que se tenían desde el exterior, me hubiera gustado entrar y verlo todo desde lo alto del propio castillo. Sin embargo, se me había hecho tarde, así que me quedé sin mis panorámicas. ¡Qué se le va a hacer!
CHATEAU DE VAL (LANOBRE).
Nos aguardaban 61 kilómetros y una hora de viaje hasta llegar al Chateau de Val, nuestro siguiente destino. Construido en el siglo XV y uno de los mejor conservados de Auvernia, está flanqueado por seis torres coronadas con almenas y rematados con puntiagudos techos que le hacen parecer el del típico de cuento de hadas.
Se encuentra aposentado en un saliente rocoso, junto al agua del embalse formado por la presa de Bort-les-Orgues, con lo cual el conjunto es muy atractivo, pese a que la visión del embarcadero y los barcos menguan algo su encanto medieval.
El entorno es bonito y hay, incluso, una zona de playa. La gran cantidad de aparcamiento público que vimos nos hizo sospechar que se trata de una zona muy concurrida, sobre todo en verano. Sin embargo, pese a ser sábado, encontramos mucho sitio libre y no tuvimos ningún problema para aparcar a las puertas del mismo castillo, junto a la zona de playa. Claro que ya eran las cinco de la tarde pasadas y aunque la temperatura era agradable, el día no estaba para demasiados baños.
El castillo se puede visitar previo pago de 6 euros, pero no entramos. Dimos un agradable paseo por los alrededores y seguimos camino hacia nuestro siguiente destino, Salers, donde nos alojábamos esa noche. Previamente pasamos por Bort-les Orgues, cuyo paisaje cuenta con unas curiosas formaciones geológicas, llamadas los Órganos de Bort. Aunque se ven desde la carretera, las mejores perspectivas se obtienen desde un mirador habilitado. Sin embargo, había que desviarse bastante y ya íbamos algo justos de tiempo, así que nos conformamos con un vistazo lejano.