Día 3 - Erg Chebbi ✏️ Diarios de Viajes de MarruecosErg Chebbi. Empezamos el día, como no, en otra terraza. En esta ocasión se trataba de una especialmente grande y por supuesto tenía vistas al valle. Abdellah, siempre atento, lavaba el coche mientras esperaba que nos uniéramos a él. Atravesamos...Diario: Marruecos de este a oeste⭐ Puntos: 3.7 (3 Votos) Etapas: 7 Localización: MarruecosEmpezamos el día, como no, en otra terraza. En esta ocasión se trataba de una especialmente grande y por supuesto tenía vistas al valle. Abdellah, siempre atento, lavaba el coche mientras esperaba que nos uniéramos a él. Atravesamos Tinerhir para llegar a un lugar que nos enamoró en todos los sentidos: las gargantas del Toudra. Allí, en lo más profundo, entre dos paredes gigantes de piedra que te rodean, se reúne una gran cantidad de gente de las cercanías para disfrutar del río. Donde hay agua, siempre hay gente y pronto nos dimos cuenta de que esa era su "playa". Unos remojaban los pies en el agua, otros jugaban mientras las familias preparaban su particular picnic en algunas islitas de piedra en mitad del río (si no las había, se las fabricaban). Siguiendo río arriba incluso alguien se había acercado pastoreando sus cabras. Es en ese preciso instante, mirando a tu alrededor, cuando te das cuenta de que algo que tú tienes siempre al alcance de la mano para ellos es un tesoro y que toda la vida se arremolina en torno a la más mínima fuente de agua que se encuentre. Pronto tuvimos que abandonar el agua para seguir nuestro camino, pero nos habría encantado quedarnos un buen rato más en las gargantas. Podemos decir sin miedo a equivocarnos que se trata de un sitio cuanto menos especial. A mitad de camino hicimos una parada para comer en un restaurante tradicional. Del lugar poco podemos decir... En un pueblo pequeño cuyo nombre no recuerdo y con razón. Tenían un mapa gigante de la zona a la entrada y, tras preguntarle a Abdellah donde estábamos, casi ni él mismo pudo encontrarlo. Le llevó un buen rato y aún así no conseguía estar seguro del todo. Eso sí, el sitio era maravilloso y pudimos degustar algo que jamás habíamos probado, el tajín de camello. Siempre que viajo a otros países intento aprender tanto como puedo de su cultura y costumbres, y eso incluye la gastronomía. No podía irme de allí sin probar este plato. No haberlo probado habría sido un error porque la verdad es que esta buenísimo, posiblemente de lo mejor que he comido durante el viaje. Su sabor es parecido al de la ternera pero un poco más fuerte. Es diferente y merece mucho la pena. Pero no todo es comer, así que volvemos a la carretera... o lo que queda de ella. El asfalto no tardaría en desaparecer para dejar paso a un desierto de tierra y piedras que hacía que el coche se tambalease constantemente de lado a lado dejando tu espalda como un acordeón. Al cabo de un tiempo, emergen en la distancia las dunas de arena de Erg Chebbi formando posiblemente lo más parecido a un decorado de una película que jamás hemos visto. Nos dirigimos a Merzouga, al Hotel Yasmina. En la parte de atrás del establecimiento nos recibiría un bereber que esperaba junto a una pequeña caravana de camellos. Nos había tocado compartir viaje con un matrimonio alemán y unas japonesas. Todos subimos a lomos de nuestros nuevos amigos e iniciamos la marcha... excepto el hombre del desierto. Él iba caminando tranquilamente bajo el sol del desierto y así seguiría hasta llegar al campamento hora y media después. Es difícil explicar el sentimiento que te invade cuando te encuentras en esa situación. Al fin y al cabo estás en un camello atravesando un desierto formado por dunas gigantes de hasta 150 metros. Es algo muy bonito y placentero a la vez que espectacular. Dicen que no se puede escuchar el silencio, pero en ese momento todos lo escuchamos, solo interrumpido por el mínimo sonido que hacen los camellos al aplastar la arena bajo sus patas. El destino quiso que mi camello se soltara de la caravana y detuviese su marcha. Cuando el bereber vino a nuestro rescate, mi peludo amigo hizo el amago de querer marcharse, pero al final aquel buen hombre pudo cogerlo y atarlo de nuevo junto al resto. El campamento estaba formado por varias haimas y bastantes alfombras que ayudaban a la hora de caminar para no hundirse en la arena. Apenas llevábamos unos minutos allí cuando decidimos subir a la cima de una de las dunas gigantes para intentar ver el atardecer. Los bereber nos aconsejaron por donde ir para que fuera más sencillo, pero pronto comprenderíamos que una duna de Erg Chebbi no es un obstáculo precisamente fácil de ascender. La duna cada vez se volvía más vertical, los pies se hundían en la arena hasta tal punto que en ocasiones terminabas en la misma posición en la que habías iniciado el paso. A día de hoy sigo teniendo la creencia de que si conseguí llegar al punto más alto fue gracias a las zonas de arena más compacta que facilitaban y mucho el ascenso. Las paradas para coger aire se volvían cada vez más frecuentes y tuvimos la inteligencia suprema de olvidarnos las botellas de agua en el campamento. Nadia no pudo subir más que hasta la mitad y yo tuve la inconsciencia de querer llegar arriba realizando un esfuerzo como pocos he hecho en la vida. Cuando llegué a la cima, al punto donde la duna se corta para iniciar el descenso por el otro costado, solo los alemanes estaban allí. La satisfacción que se siente al llegar ahí arriba y contemplar el Sahara hasta donde te alcanza la vista es indescriptible. El alemán, cuyo nombre no recuerdo si ignoro o se me ha olvidado, debió ver cómo llegaba y no tardó en ofrecerme su botella de agua. Sí, estaba hirviendo, pero había que hidratar con algo. El descenso fue algo mejor. Por el camino me encontré a las japonesas, nunca supe si consiguieron llegar arriba. Cuando me las crucé avanzaban muy lentamente y caminando de espaldas hacia la cima. Ahogadas, sin prisa pero sin calma. Poco más abajo me encontré con Nadia y decidimos volver juntos al campamento. A día de hoy puedo reconocer que el esfuerzo me costó factura y llegué al campamento un poco mareado, pero por aquel entonces no dije nada por no preocuparla... A la vuelta nos sirvieron un té con menta y una cena demasiado abundante, o por lo menos MUCHO más de lo que esperábamos. Solo queríamos y necesitábamos beber, no comer. Posiblemente sobrasen las tres cuartas partes del total de la comida. Para nuestra sorpresa, uno de los bereber nos preguntó si queríamos beber algo frío y poco después desapareció caminando en la oscuridad del desierto rumbo a suponemos que otro campamento cercano. De todo ese proceso solo podemos decir que cuando volvió a aparecer en aquella oscuridad total venía con Coca Cola debajo del brazo. No tardaron en sacar sus instrumentos para empezar a interpretar canciones, animando a sus invitados a unirse a ellos ya fuera bailando o tocando a su lado. El baile no es lo mío así que me limité a seguir el ritmo y aplaudir. Ese simple gesto ya me tenía sudando a mares. Al final nos animamos a que nos enseñaran a tocar algunos de sus instrumentos, aunque lo último que esperaba es que un hombre del desierto me pidiese una canción típica española, por ejemplo, la Macarena. ¿En serio había llegado también allí? Después de la fiesta, todos nos fuimos a nuestras respectivas haimas a pasar la que posiblemente sería a partir de ese momento la noche más calurosa de nuestras vidas. Dicen que en el desierto la temperatura baja considerablemente por la noche y, efectivamente, baja... pero baja de casi 50 a 40 grados. Conseguir dormir era un triunfo y a la vez una necesidad, a las 5:30 había que estar en pie para ver el amanecer. Índice del Diario: Marruecos de este a oeste
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