11 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 10
Si alguien tiene una teoría de por qué a las 4:00 de la mañana estamos ambos despiertos y somos incapaces de volver a conciliar el sueño, estaré encantado de escucharla. Tanto la habitación como el hotel en todo permanece en absoluto silencio, y tampoco el exterior con la curva en la que se levanta el Hotel les Castets d’Ayré parece registrar ninguna actividad a estas horas. Como nos sentimos ya suficientemente descansados -la verdad es que nos estamos yendo a dormir más temprano que cuando no estamos de vacaciones-, solo nos queda desperezarnos mientras nos ponemos al día en las redes sociales y pensar en cómo vamos a pagar por la habitación. La reserva se paga a la salida, pero nosotros queremos estar ya en carretera a las 7:00 y los dueños del hotel a buen seguro deben estar durmiendo en la casa que hay tras el edificio, donde anoche les pudimos ver jugar en familia.
Bajar tres plantas de estrechas escaleras cargados hasta arriba de bultos y en sigilo es tan complicado como se puede intuir. Efectivamente no hay ni un alma en todo el edificio, así que nos conformamos con dejar el pago en efectivo en la mesa tras el mostrador junto a la llave de la habitación y una nota agradeciendo la amabilidad que han tenido con nosotros. Por cómo vamos cargando el coche y nos ponemos en marcha en la penumbra, quién nos viera desde las ventanas de las casas vecinas debía creer que nos estábamos marchando sin pagar.
Media hora de las ya habituales curvas de montaña, un tráfico prácticamente nulo y un cielo despejado que poco a poco se va iluminando es lo que nos separa de los aparcamientos para visitar el Cirque du Gavarnie, una colosal muralla rocosa que separa el Pirineo Francés del Español -dejando justo detrás el Monte Perdido de Ordesa- y que a este lado viene acompañado por la cascada más alta de todo Francia, a cuyos pies se pueden llegar si estás dispuesto a recorrer el camino hacia ellos. Dejamos el coche en el aparcamiento público que exige pagar 5€ por dejar estacionado el vehículo durante un máximo de 24 horas. El pago se hace mediante máquinas automáticas, exactamente igual que en la zona azul de cualquier ciudad española.
Aparcados
La cascada es ya visible desde el primer instante que comenzamos atravesar el pueblo, aunque obviamente queda todavía muy lejos y pequeña en el horizonte. Gavarnie todavía duerme, y lo atravesamos a ritmo de paseo echando un vistazo a las cartas de los locales todavía cerrados para informarnos sobre el coste de las crêpe. Para tratarse de un enclave turístico y sabiendo cómo se las gastan los precios franceses, la verdad es que son inesperadamente poco altos. Cuando hemos terminado de atravesar el pueblo de lado a lado descubrimos que en el otro extremo, el más cercano al camino que lleva hasta el circo, existe otro parking de condiciones similares al que hemos utilizado. Bueno, ya nadie nos quita este paseo.
La cascada, visible desde el propio pueblo
Iniciamos la senda por la parte izquierda del río. Otros -pocos, a estas horas...- se deciden a comenzar por la derecha, donde el camino es únicamente para peatones y no debes estar atento a que no venga ningún coche o furgoneta tras de ti como ocurre en nuestro caso, pero el terreno en esa orilla es mucho más irregular. Un numeroso grupo de intimidatorios caballos de colores blancos y negros aparecen frente a nosotros acercándose a toda velocidad, en algunos casos incluso galopando. Nos apartamos lo que el camino nos deja para que pasen sin llevarnos un disgusto, y tras ellos llega el pastor con cara de pocos amigos. Debe estar pensando que estos malditos turistas cada día vienen más temprano. La Cascada de Gavarnie sigue observándonos de frente, totalmente en sombra.
Impresionan bastante cuando se aproximan a toda velocidad
Acompañando el río a contracorriente
Los vigilantes de la senda
Dejamos el puente atrás
A los pocos minutos dejamos la pista junto al río y el camino comienza a ascender, en algunos tramos de forma bastante notable. La catarata queda oculta tras unos montículos hasta que alcanzamos la explanada donde se levanta el Hôtel du Cirque, ofreciendo a sus huéspedes -si es que los hay, porque todo parece bastante mal mantenido...- las indiscutiblemente mejores vistas al circo. No podemos correr el riesgo de pasar de largo y que a la vuelta la luz o la meteorología sean peores, así que nos detenemos unos instantes para contemplarla junto al río que baja a toda velocidad bajo él. Las puntas más altas del extremo derecho del circo se empiezan a iluminar tímidamente.
Comenzamos a subir
La cascada se oculta y reaparece
Las vistas desde el hotel
Seguimos adelante y el terreno se complica. Pasamos junto a unos bloques de hielo durísimos, como no podía ser de otra manera si son los únicos supervivientes tras el caluroso verano. El último tramo es extenuante, avanzando penosamente por un camino bien marcado sobre el terreno pero cuya pendiente empieza a ser difícil de superar. Por el otro extremo del circo también va ganando terreno gente que ha decidido cruzar un puente justo después del hotel y probar suerte por ese lado. Nos cuesta varias paradas para coger aire, pero llegamos. No alcanzamos literalmente la base de la cascada por unos 50 metros, pero lo consideramos suficiente. Somos siete u ocho visitantes desperdigados por esta antesala a la gran muralla que tenemos delante, y las fotos no le hacen justicia.
Seguimos acercándonos
Bloques de hielo
Cuidado...
Un esfuerzo más...
Las manos se hielan mientras miramos a lado y lado. Lo que queda tras nosotros es todo ese lustroso valle que se ha ido cerrando según lo íbamos superando, pero el circo… el circo es otra cosa. La vista no da para cubrirlo de una sola vez, y a lo largo de la muralla hasta seis cascadas -cinco sin contar la principal- hacen caer el agua aquí y allá de forma notable, mientras que en incontables hilillos las gotas más tímidas también se van abriendo paso por la roca. Es inmenso, abrumador… y las manos se nos hielan. Esta zona lleva más horas a la sombra y se nota. Pasamos aquí todo el tiempo que hace falta para considerar amortizada la visita, todavía sin pistas de cuándo dará el sol a las rocas en las que nos sentamos.
Y por fin, frente al circo
El valle que dejamos atrás
Cara a cara con la cascada
El hotel ahora nos mira a nosotros
Pocos, pero todos con cámara
Una panorámica de circo
Para el regreso nos proponemos intentar el lado contrario, con la esperanza de que el desnivel de estos últimos metros cercanos a la cascada no sean tan desafiantes. Efectivamente así era, por lo que recomendamos rotundamente hacer la ida también por este lado derecho según nos acercamos a la cascada. Solo presenta un problema: el río. El Gave de Gavarnie lleva suficiente agua y fuerza como para que no sea seguro atravesarlo en cualquier sitio, y hay que ir estudiando dónde las rocas se han acumulado con suficiente altura como para permitir el paso de una persona sin riesgo de resbalar y verse arrastrado por la corriente. No encontramos un punto que cumpla esas condiciones al principio, así que vamos descendiendo más bien centrados con la total confianza de que en algún lugar lo encontraremos viendo que ya mucha más gente ha alcanzado la cascada subiendo por este lado.
La luz juega con el circo
Encontramos al fin el lugar donde superar el río, casi cuando ya hemos recorrido la mitad de la distancia que separa la cascada del hotel. Giramos la cabeza para ver qué tal sigue el circo, y se empieza a iluminar pero no del modo que sería deseable. Un rayo de sol se cuela entre dos pequeñas cumbres del lateral izquierdo del circo, y desciende hasta su interior como si fuese un foco. El contraste que el rayo de luz provoca respecto a la muralla todavía en sombra es enorme, haciendo difícil distinguirla a ojo desnudo y todo un reto fotografiarla resaltando algo de su textura. La tarde seguramente sea el momento ideal para ver la mayor parte del circo bañado por el sol, pero nos alegramos de haber sido prácticamente los visitantes más madrugadores. Cuando regresamos hasta el Hôtel du Cirque la gente ya empieza a apelotonarse contra el mirador. Menuda diferencia respecto a hace apenas un par de horas.
El hielo, ahora desde el otro lado del río
Las vistas ya no son tan buenas
El sol realza los colores
El puente, ahora en mejores condiciones
La vuelta desde el mirador del hotel hasta el pueblo se hace larga y pesada, con algunas cuestas que ahora son en subida y que habíamos olvidado. La vista que dejamos ahora atrás es malísima por el resol y el contraste, sintiéndolo mucho por los turistas que nos vamos cruzando en dirección contraria y llegan ya acalorados por el esfuerzo. Alcanzamos el pueblo, y volvemos a repasar toda la oferta de crepes buscando una muy concreta: la de crema chantilly. Cuando nos dábamos ya por vencidos, la encontramos en el ultimísimo local posible antes de regresar al aparcamiento, el Hotel Restaurant Le Marboré.
Pedimos sendas crepes y, como de pequeños nos dijeron que no hay que tirar la comida, sacamos de la mochila los plátanos que llevamos en caso de emergencia y se los echamos por encima. La expectación estaba justificada, y tras la recompensa por la excursión pagamos gustosamente los 8 euros que nos piden. Abandonamos Gavarnie disfrutando mucho más en esta ocasión la carretera de montaña que la separa de Luz-Saint-Saveur, gracias al sol que nos permite ver ahora el entorno que vamos atravesando. Tras superar las curvas, ponemos rumbo al norte. Google Maps nos ofrece dos opciones para todo el rodeo necesaria hasta alcanzar la frontera con España del túnel de Bielsa. Ambas tienen casi la misma duración pese a que una tenga una distancia de 60 kilómetros menos, por lo que nos podemos hacer una idea de cuán tortuosa debe ser esa ruta. Ya hemos tenido suficientes curvas por hoy, así que nos decidimos por la opción más cómoda que nos llevará hasta más allá de Lourdes para aprovechar la velocidad de las autopistas francesas.
Uala...
Paramos en el Carrefour Market de Argelès-Gazost, una población unos pocos kilómetros al sur de Lourdes. Este hipermercado de la franquicia nos da muchas mejores impresiones que su vecino que visitamos ayer, y completamos las compras para la familia y la oficina con, entre otras cosas, patés típicos de Francia -diría que ningún pato fue dañado en el proceso… pero no, solo el nuestro estuvo a salvo-. Nos detenemos de nuevo en una de las salidas de Lourdes hacia el norte, en la que encontramos un aparcamiento al que poder desviarnos justo antes de llegar a las señales de entrada y salida de la ciudad. Nos disponemos a hacer algo muy de guiri, y es que… bueno, digamos que el nombre de L no es Luisa ni Laura. Cruzando con mucho cuidado la carretera cuando parece seguro, pasamos unos minutos en el precario arcén para hacer la inevitable foto y retomamos la marcha.
Recuperamos al fin las velocidades en carretera por encima de los 100 km/h, concretamente hasta alcanzar los 130 km/h que permiten las autopistas francesas. Eso sí, esta vez nos va a tocar pagar para hacerlo: la ruta más rápida para avanzar hasta la frontera incluye recorrer 40 kilómetros de una autopista de peaje en dirección a Toulouse. Hacerlo nos cuesta 2,10 euros. Abandonada la autopista, nos quedan todavía 60 kilómetros hasta Bielsa… que no parecen mucho, pero se hacen más cuesta arriba cuando el navegador nos dice que el tiempo estimado para recorrerlos es de una hora y cincuenta minutos. Y lo hace con razón, ya que volvemos a un nuevo episodio de carreteras de montaña con curvas ciegas y moderadas pendientes para permitirnos pasar de un país a otro atravesando las montañas. Con paciencia y ganas de llegar, vamos adelantando camiones cuando el tráfico lo permite y nos topamos, tal y como ocurrió nada más entrar en Francia más al oeste, con un ejército de ovejas a lado y lado de la carretera durante los últimos kilómetros antes de cruzar la frontera. Quizás el plan secreto de los franceses en caso de conflicto sea usar miles y miles de ovejas como primera línea de defensa entre los dos países.
Alcanzamos la entrada al Túnel de Bielsa-Aragnouet y nos encontramos el tráfico parado a su entrada. Tras unos minutos hasta que se reinicia la marcha, comprendemos por qué: hay un tramo cortado por obras en el interior del túnel y por seguridad van alternando el tráfico de ambos sentidos abriendo y cerrando el tráfico alternativamente por sus dos extremos. Cuando regresamos al exterior ya hemos vuelto a España, ya hemos vuelto a Huesca. Solo nos quedan por delante 15 minutos de descenso en los que los camiones dejan de ser un problema, ya que parecen tener tantas ganas de llegar a destino como nosotros y apuran la velocidad dentro de lo razonable y lo que sus frenos les permiten.
Cuando nos disponemos a entrar a Bielsa nos detenemos en el arcén de un desvío y llamamos a nuestros anfitriones, tal y como nos han pedido que hagamos. Resulta que todos los GPS se empeñan en introducir a los vehículos por la peor entrada posible al pueblo, la cual requiere atravesar un estrechísimo puente y luego callejar por varias vías de difícil tránsito. En su lugar nos instan a tomar la salida señalizada como Parador de Bielsa, en la cual el acceso es mucho más amplio y cómodo. Tras introducirse con su permiso en una zona señalizada para solo residentes, nos encontramos con Pedro en la Plaza del Ayuntamiento y nos da las indicaciones finales para colocar el coche frente a la entrada de los Apartamentos Casa Pochetas en la que poder descargar el equipaje.
Pedro es muy amable, y habla rapidísimo pero tras el trauma de no poder entender nada al otro lado de la frontera escucharle es una bendición. Nuestro apartamento en la primera planta es más grande de lo que recordábamos por las fotos, buena cosa teniendo en cuenta que pasaremos aquí las últimas tres noches de nuestro viaje. Un coqueto salón con sofá, televisor y mesa para hasta cuatro comensales, una cocina no muy grande pero suficiente, un baño con ducha, un dormitorio principal tan grande o más que el salón y una segunda habitación con dos camas individuales que para nuestro caso será de poca utilidad. La conexión a Internet, como en todo Huesca, podría ser mejor. Sufre bajadas drásticas de velocidad y pequeños cortes de servicio.
Desplazamos todo el equipaje -¡por última vez!-, abandono en coche la angosta calle en la que se encuentra el edificio y me voy hasta la cuesta de salida del pueblo hacia el norte para poder aparcar a dos minutos a pie del apartamento. De nuevo en el apartamento, pasamos por el clásico ritual de bienvenida de ducharnos, consultar el tiempo para anticipar qué podemos hacer al día siguiente e investigar opciones para cenar. La meteorología para mañana está dispuesta a darnos un descanso: la alerta por lluvias se extiende desde las 6 de la mañana hasta las 12 de la noche, así que mucho deberían cambiar las cosas para poder realizar alguna excursión. No nos preocupa, ya que para estos tres días antes de regresar hacia Barcelona tenemos una agenda muy poco apretada y podemos permitirnos un día en blanco.
Para la cena nos decidimos por Los Valles, un restaurante literalmente enfrente del lugar donde hemos dejado el coche y con menú del día. Cenamos raciones no muy grandes, pero suficientes y sabrosas. Para mí al fin un plato de tradicionales migas de Huesca y chuletas de cordero, y para L unos canelones y un entrecot de ternera. De postre, coulant y natillas. Sumado al vino rosado, todo suma un total de 33 euros.
Mirando al cielo en Bielsa
El pueblo, desde la carretera
¡Migas