DÍA 13. PARÍS- FONTAINEBLEAU-CASTILLO DE VINCENNES ✏️ Diarios de Viajes de Francia

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Después de desayunar en el hotel nos fuimos hacia una de las atracciones cercanas a París que aún no conocíamos.

Desde Gare de Lyon se coge un tren con destino a Montargis o Montereau. Nos tenemos que bajar en Fontainebleau-Avon y coger allí delante un autobús de la línea A en dirección a Las Lilas. La parada es Chateau. No tiene pérdida. Ya llevábamos la entrada del palacio comprada en Internet.

El primer castillo del que se tiene constancia data de 1137. Solo queda la torre del homenaje.
En 1528 Francisco I ordenó reconstruirlo. Es por ello que nos encontramos muchas referencias al famoso rey.

Ya en el siglo XVII Enrique IV también ordena reformas, ampliando algunas de las salas que había hecho Francisco y construyendo otras partes. Luis XIV, Luis XV y Luis XVI también hicieron cambios.
Durante la Revolución francesa se sacaron todos los muebles pero se salvó el edificio. Napoleón lo dedicó a residencia familiar (y hoy gran parte del palacio se le dedica). Luis Felipe I y Napoleón III también dejaron su impronta.

Nosotros accedimos por la puerta que da al Jardín de Diana, por detrás, y tuvimos que avanzar hasta llegar al enorme Patio de Honor, desde donde se ve la fachada principal y la escalinata en forma de herradura, obra de estilo renacentista del reinado de Luis XIII.


Se puede hacer una visita por libre y una guiada (que da acceso a más estancias). Nosotros escogimos la visita libre.

Empezamos viendo el museo de Napoleón I, con muchos retratos y objetos personales de Bonaparte y de su familia más cercana. Para los amantes de este personaje, es una delicia. Dentro del palacio vemos también muchas estancias donde habitó desde 1804 (su habitación, su despacho con cama incorporada así como la sala donde firmó su abdicación el 6 de abril de 1814). Desde el patio de honor se despidió de sus tropas. Destaca también todo lo que se llevaba para cuando estaba en campaña, como su cama o sus objetos de aseo.

Vemos también las salas llamadas el aposento papal, once habitaciones preparadas para los invitados de honor que deben su nombre a la visita que el Papa Pío VII hizo en un par de ocasiones (1804 y 1812). Anteriormente era el apartamento de las Reinas Madres de Francia desde que Ana de Austria, madre de Luis XIV, se retiró aquí.

La parte más grande que se ve son los Grandes apartamentos. Más o menos se ven como se dejaron en tiempos de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Lo más espectacular, sin duda, es la parte que se debe a Francisco I. Atravesando la Puerta dorada, inspirada en la arquitectura italiana, entramos al Patio Ovalado, alrededor del cual se abren estas estancias renacentistas. Destaca la majestuosa Galería de Francisco I, obra maestra de su tiempo donde llaman la atención la madera y los estucos. No falta la F de Francisco por todos lados así como la salamandra o la flor de lis. Fue decorada entre 1533 y 1540 por Il Rosso, seguidor de Miguel Ángel. Vemos también la pintura de un elefante que representa la sabiduría y la realeza. La cigüeña a sus pies, por su parte, representa la devoción filial. Vamos, todo está hecho para engrandecer la figura del egocéntrico Francisco I. En su tiempo era de uso privado y llevaba la llave siempre consigo. Quizás se puede encontrar que se le da un aire a la Galería de los espejos de Versalles aunque sea 100 años anterior.

La cámara de la duquesa d’Etampes lleva el nombre de la favorita del rey Francisco I, Anna de Pisselieu. Estaba directamente al lado de la del rey. También se decoró a conciencia, con frescos de 1541 a 1548 de Primaticcio que representan las aventuras amorosas de Alejandro. Fue modificada con posterioridad.

A la Galería de Diana no se puede entrar; se ve desde lejos. Fue la biblioteca en tiempos de Napoleón III. Destaca una bola del mundo de Napoleón.

También es muy bonita la sala de Baile de tiempos de Enrique II. Mide 30 metros de largo y data, pues, de mediados del siglo XVI. Se usó para recepciones y banquetes y es famoso por sus frescos mitológicos, el artesonado de inspiración italiana y el suelo de marquetería.

Siguiendo con Napoleón, podemos destacar, además, el salón del trono, con el mobiliario completamente intacto.

En la Cámara de la Emperatriz vemos una cama que debía ser para María Antonieta pero que ella nunca usó.

Terminamos viendo la Capilla de la Trinidad, del siglo XVII, que fue el escenario de la boda entre Luis XV y María Leszczynska en 1725 y donde fue bautizado Napoleón III en 1810. Fue allí donde empecé a escuchar el sonido de una alarma pero no le hice mucho caso porque la gente seguía tan tranquila. Poco después, al salir del WC, me encontré con el desalojo del edificio. No llegó la sangre al río y pudimos entrar de nuevo poco después.

Paseamos un poco luego por los jardines. Encontramos el Grand Parterre, el considerado jardín formal más grande de Europa, creado entre 1660 y 1664 por André Le Notre y Louis Le Vau y petición expresa de Luis XIV. Cuenta con lagos, cascadas y un canal.


También hay un jardín inglés, obra de Hutault (siglo XIX). Lo encargó Napoleón más que por gusto, porque estaba de moda. Tiene muchos árboles y estatuas y un jardín artificial.

Por donde está la puerta por la que accedimos está el pequeño Jardín de Diana, jardín privado de la reina que fue cerrado en el siglo XIX por edificios que luego se destruyeron para hacer la ciudad. Toma el nombre de una fuente de época de Enrique IV que representa a la Diosa.

Quizás lo más grande que podamos encontrar sea el parque, 130 hectáreas de terreno que se extienden a un lado y a otro de un enorme canal que parte de unas cascadas (hoy sin agua). Son de época de Enrique IV.

También hay un lago y a orillas del mismo un pabellón del siglo XVII, restaurado en el siglo XIX.
Después de la visita comimos en un restaurante del pueblo, Le Troubadour. De primero compartimos una ensalada con unas tostadas con queso, tomate y pesto y terrina de pato con cebolla caramelizada. Delicioso. Los dos segundos fueron un magret de pato en salsa y unos medallones de solomillo con mostaza antigua, los dos con guarnición de puré de patatas muy bien presentado y verduras. No recuerdo el postre. Todo muy bien presentado. Creo que pagamos 17 euros por persona.
Regresamos a París del mismo modo como habíamos venido y una vez allí cogimos el metro para ir al castillo de Vincennes. La parada, la última de la línea, nos deja justo al lado. Nos costó 9 euros y la visita es libre con un folleto en castellano.

En el siglo XII los reyes de la dinastía de los Capeto hicieron una casa de campo en el bosque de Vincennes. Cuando estalló la Guerra de los cien años, Juan II el Bueno (siglo XIV) empezó a construir una torre del homenaje, que terminó sobre 1370 su hijo, Carlos V.

Esas dos edificaciones, la casa de campo y la torre del homenaje, tenían que protegerse de alguna manera así que se idea una muralla de 9 torres.

Cuando Carlos V murió la Santa Capilla estaba construyéndose. Se tiene que decir que su portada es una de las primeras del estilo gótico flamígero.

Fue residencia real entre los siglos XVI y XVII, incluso de Luis XIV antes de vivir en Versalles. Con la Revolución francesa perdió esa función y con Napoleón sigue siendo arsenal militar. Fue cárcel estatal (de hecho el Marqués de Sade estuvo prisionero allí) y en sus terrenos ejecutaron a Mata Hari, la famosa espía, o al Duque de Enghien del que luego hablaré.

Entramos por la torre del Pueblo, una enorme mole muy parecida al castillete de la torre del homenaje.
Cuando entras te encuentras un patio enorme rodeado de murallas y salpicado de muchos edificios, algunos a los que puedes entrar y otros a los que no. A la izquierda nos quedan los restos arqueológicos de la casa de campo de los siglos XIII y XIV y una fuente del siglo XIII, perteneciente a la casa y el único resto de la misma que se ve.

Nos dirigimos al conjunto de edificios de la derecha, donde encontramos la tienda y la taquilla. La entrada cuesta 9 euros por persona. Al otro lado quedaría el Pabellón de armas, de tiempos de Luis XVIII (siglo XIX) para albergar el arsenal de artillería y hoy archivo del Servicio Histórico de Defensa. Detrás queda la Puerta de las salvas de la muralla.


El primero de los edificios que visitamos, por ser el que cierra antes, fue la Santa Capilla. La fundó el ya mencionado Carlos V (aunque no pudo verla terminada) tomando como modelo la Sainte Chapelle de París aunque con un único nivel (la Sainte Chapelle tiene dos). Las obras se acabaron en tiempos de Enrique II (siglo XVI). El motivo de la construcción era albergar las reliquias de la Pasión de Cristo.
Las obras las llevó a cabo Raymond du Temple. Aunque el edificio se terminó en 1552 y las vidrieras de colores en 1559, éstas se desmontaron en la Revolución francesa y el resto del interior quedó destruido. Se pudo salvar el baptisterio de san Luis, la pila donde el famoso rey francés fue bautizado y donde se bautizaba a todos los infantes del reino. Ahora está en el Louvre. En 1999 unos fortísimos vientos de 200 km/hora atravesaron la capilla y destruyeron las vidrieras que se habían rehecho así como provocó algunos daños estructurales. En 2009 terminaron las obras de restauración pero una gárgola se cayó en el mismo año y tuvo que empezarse a restaurar de nuevo.

En el templo hay algunas tumbas. La más significativa es la de Louis Antoine de Bourbon-Condé, duque de Enghien, que fue ejecutado en los fosos del castillo.

El duque era hijo de Luis Enrique, duque de Borbón. Pertenecían a una rama menor de la Familia real, los príncipes de Condé. Cuando se tomó la Bastilla huyó con su padre a los Países Bajos. Allí se unió al llamado Ejército de los Emigrantes, destinado a marchar sobre Francia para restaurar el Antiguo Régimen. Fue derrotado y posteriormente arrestado por Napoleón, que pensaba que había participado en un complot para asesinarle. Primero le llevaron a Estrasburgo y después a la prisión del Castillo de Vincennes. Fue condenado a muerte en un consejo de guerra. Aunque siempre negó su culpabilidad, fue fusilado con 31 años y arrojado a una fosa en el recinto del castillo.

Después de la Restauración, Luis XVIII ordenó que se trasladara su cuerpo a la Sainte Chapelle y se le hiciera un monumento funerario. Se ha colocado en una de las pequeñas zonas anexas a la nave principal, demasiado pequeña para algo tan inmenso.

La nave de la capilla es muy grande o quizás solo da la apariencia al estar prácticamente vacía. Un par de bancos pegados a la pared de la entrada y un par de maquetas. Al fondo, cerca del altar, apenas una campana.

Ante tan poca decoración la vista se va a las vidrieras. En la nave hay unas muy simples porque las originales se perdieron. Sí que podemos ver las del coro, que representan el Apocalipsis de san Juan. Destacan sus colores. La vidriera central del coro representa al rey rezando, flanqueado de dos trofeos con las armas de Francia y vuelto hacia una Virgen con niño (hoy la original está en el Louvre).

Unas escaleras nos permiten subir al piso superior para poder ver la nave en toda su extensión. Desde allí se ven mejor estas vidrieras y el bonito suelo.

Nos dirigimos luego a la torre del homenaje.

Atravesamos primero el castillete (entrada principal), donde nos revisan la entrada. Antes la decoración era muy abundante, destacando las figuras de Carlos V, su esposa, Juana de Borbón y un san Cristóbal. Encima se encontraba la figura de la Trinidad.

La torre del homenaje es una de las cosas que más llaman la atención del recinto, seguramente por lo alta y robusta que es. Es una torre cuadrada que no parece tal al estar flanqueada por cuatro torretas que le dan una forma muy característica. Mide 50 metros (es la torre más alta de la Edad Media). Está protegida, como no podía ser de otro modo, por una muralla y un foso que tenemos que salvar para entrar.

Al castillete se puede subir y desde allí podemos ver la decoración escultórica de la torre en las ventanas. Tiene una torre muy extraña a un lado, llamada campanil. Dentro conserva una copia de la campana del reloj de 1369.

En el segundo piso del castillete encontramos el despacho de Carlos V, donde el rey trabajaba y donde tenían las habitaciones sus dos secretarios.

Aprovechamos para recorrer completo el camino de ronda, ahora cubierto por un armazón de madera pero en la Edad media descubierto (para cumplir bien su función de vigilancia, claro). En el patio había otro edificio donde estaban las habitaciones del rey. Por el camino de roda éste podía ir desde su habitación hasta el despacho.

A la torre del homenaje sólo se podía acceder en la Edad Media por una pasarela desde el castillete.
En la planta baja de la torre había un pozo y la cárcel.

Subimos y nos encontramos con la sala de juntas. Allí podemos sentarnos unos minutos para ver una película sobre la historia del castillo en tiempos de Carlos V.

Carlos V pertenecía a la dinastía de los Valois y reinó en Francia desde 1364 hasta 1380. Se le llamó el Sabio.

Esa sala de juntas al principio era donde se hacían las recepciones oficiales y las sesiones de trabajo del rey y sus consejeros. También servía, si era necesario, para habitación de la reina o de algunos allegados del rey. Aún se puede ver el artesonado del siglo XIV.

En el segundo piso destaca la habitación con chimenea. El rey tenía una caja fuerte en el vano de la ventana oeste. También vemos un oratorio y una sala del tesoro. Desde aquí podemos llegar a las letrinas y al estudio.

Desde el castillete o la torre del homenaje podemos ver aquellos edificios a los que no se puede entrar.
Los pabellones clásicos datan del siglo XVII y son obra de Mazarino y de Luis XIV. Son dos, el del rey y el de la reina, y son simétricos. Quedan separadas del resto del recinto por una muralla y una puerta con columnas. Entre ellos se abre un patio y al fondo queda la torre del Bosque, parte de las murallas con forma de arco del triunfo.

Cuando terminamos la visita nos vamos a dar una vuelta por el barrio para comprar algo para la cena. Luego volvemos a coger el metro y vamos al centro de París.

El precioso ayuntamiento apenas si puede contemplarse bien porque estaban haciendo unos Juegos gays, como una especie de Juegos Olímpicos pero de menor escala.

El ayuntamiento está en el mismo sitio desde 1357, cuando se compró para ese fin la llamada Casa de las columnas. En el siglo XV ese edificio se adaptó a los gustos de la época y se amplió en el siglo XVIII aunque dejando la preciosa fachada renacentista que tan poco pudimos ver en esta ocasión. Sin embargo no es exactamente así porque en 1871 el edificio se quemó completamente y tuvo que ser reconstruido entre 1874 y 1882 con una fachada neorrenacentista que se basa en la anterior.

Después nos fuimos hacia la Ile de la Cité para visitar (como siempre que vamos a París) Notre Dame. Sorprendentemente no hicimos una cola muy larga aunque nos encontramos (igual que el año pasado) con una misa que dificultaba la visita. Aunque no es el objetivo de este viaje, daré algunos apuntes sobre ella pues los merece.


La catedral de Notre Dame es una de las más famosas edificaciones de estilo gótico de Europa. Empezó a construirse en 1163 y se terminó casi 200 años más tarde, en 1345. La fachada principal es conocida por todo el mundo. De hecho parece que se basa en la de la basílica de Saint Denis y sería una derivación del románico normando. Tiene tres puertas, la de la Virgen, la del Juicio Final y la de Santa Ana, y dos enormes torres de 68 metros de altura a lo alto de las cuáles vemos las gárgolas (me encanta la que saca la lengua). Parece que ahora debes concertar cita para subir los 387 empinados escalones y visitar a Quasimodo (algo que yo hice hace años y que recomiendo).
Sobre las puertas de la fachada vemos la Galería de los reyes, 28 estatuas de los reyes de Judea e Israel (en la Revolución francesa las destruyeron porque se pensaba que eran reyes de Francia; ahora vemos reproducciones).

Cenamos a orillas del Sena y luego dimos una pequeña vuelta viendo el resto de la isla.

Nadie debería perderse la Sainte Chapelle, una joya de la arquitectura gótica que se construyó en el siglo XIII para albergar las reliquias de la Pasión de Cristo (la Corona de espinas y un fragmento de la cruz, que ahora están en la catedral). Está compuesta por dos capillas. En la inferior, más modesta, encontramos la tienda y una estatua de la Virgen. Está decorada en tonos rojos y azules y alberga un fresco de la Anunciación del siglo XIII, el más antiguo de la ciudad.

Pero la verdadera joya la encontramos en la capilla superior, principalmente por sus espectaculares vidrieras, 1.113 escenas de la historia de la humanidad desde el Génesis hasta la Resurrección de Cristo.

Su situación es muy curiosa porque está justo dentro del Tribunal de Justicia. Son preciosas las puertas de la corte de honor, con su fantástica reja.

Muy cerca (de hecho forma parte del Palacio de Justicia) está la Conciergerie, un imponente edificio en el llamado Muelle del Reloj, a orillas del río Sena. Fue residencia de los condes de París y luego de los reyes de Francia desde el siglo X hasta el XIV y en 1392 se convirtió en prisión de Estado, quedando el Parlamento, la Cámara del Congreso, la Cámara de Comercio y la Cancillería en los pisos superiores. Tomó el nombre de Conciergerie porque allí vivía el conserje.

Es importante porque durante la Revolución se instaló en sus salas el Tribunal Revolucionario. De hecho en la visita aún podemos ver las celdas, separadas ya fueran de hombres o de mujeres. Las prisioneras podían lavar la ropa en una fuente que aún se conserva en el patio.

Son importantes también la Capilla de los Girondinos, donde se supone que esperaron la muerte 21 de ellos entre el 29 y el 30 de octubre de 1793 y sobre todo la prisión de María Antonieta.

La reina fue instalada en la antigua sala de reuniones de los carceleros. Era más pequeña de lo que podemos pensar y mucho más humilde. Un biombo la separaba de los soldados que la vigilaban.
No se libró de la cárcel, sin embargo, el temible Robespierre. Este líder revolucionario, que gobernó Francia en la época llamada del Terror (muy sangrienta), acabó cayendo en desgracia. Fue acusado de dictador y apresado. Fue guillotinado el 28 de julio de 1794.

Es destacable también la torre del reloj, construida entre 1350 y 1353 y con 47 metros de altura. Allí se instaló el primer reloj público de la ciudad. El reloj lo mandó instalar el ya mencionado Carlos V, tomando como ejemplo otros de Alemania o Italia. Precisamente se encargó a Alemania con la idea de que los ciudadanos de París tuvieran un modo de saber de manera sencilla la hora de día y de noche. El artífice de tan bello reloj fue Henry de Wyck, muy famoso en su tiempo, que se dice se instaló en la torre y tardó 8 años en concluir su obra. Otro conocido artesano, Jean Jounence, recibió el encargo de hacer la campana contra la que el martillo del reloj topaba para dar las horas.

En el siglo XVI se procede a la decoración del reloj. Se encarga Germain Pilon, escultor favorito de Catalina de Médicis. Hizo dos esculturas que flanquean el reloj que representan la ley y la justicia. En la parte superior están la corona, los escudos de Francia y Polonia (en manos de los Valois) y la frase “Qui dedit ante duas triplicem dabit ille coronam” (“quien ya ha dado dos coronas, dará una tercera”). Rodeando los escudos vemos el collar de la Orden del Espíritu santo, creada por Enrique III, y a los lados dos ángeles.

Bajo el reloj hay otra leyenda en latín que dice “la máquina que divide justamente las doce horas pide observar la justicia de las leyes que nos protegen”).

De todos los puentes de París, quizás el más famoso y fotografiado sea el Pont Neuf (Puente Nuevo), curiosamente el más antiguo de los que cruzan el río. Se construyó a finales del siglo XVI y se terminó a comienzos del siglo XVII y era el primer puente de piedra de la ciudad. Se declaró Patrimonio de la Humanidad en 1999. También es el puente más largo de la ciudad, ya que mide 232 metros.
Junto al puente encontramos la estatua ecuestre de Enrique IV. Está ahí porque fue en su reinado que se hizo la reordenación urbana del centro histórico de la ciudad. No es la primera estatua de dicho rey en ese punto. La primera databa de 1617 y era obra de Giambologna y Pietro Tacca. Se destruyó en la Revolución francesa.

En 1814 se alzó una estatua provisional; la actual es de 1818.

Para mí el mejor museo del mundo es y será siempre el Louvre. Es uno de los más importantes del mundo y recibe millones de visitantes al año. He tenido la suerte de entrar dos veces y supongo que volveré a hacerlo.

El magnífico conjunto de edificios que lo forman no siempre ha sido museo. De hecho está en lo que en tiempos fue el Palacio del Louvre, residencia real que proviene de una fortaleza del siglo XII. Se convirtió en museo en 1793 y alberga 300.000 obras, de las que se exponen 35.000. Entre las más famosas encontramos la Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo.

En el exterior destaca una pirámide de cristal que muchos conocen por El Código Da Vinci. Es uno de los accesos al museo y fue diseñada por Ieoh Ming Pei. Mide más de 20 metros de alto y tiene 673 paneles de vidrio laminado.

Fue el propio Luis XIV quien encargó al famosísimo Bernini que le hiciera una estatua ecuestre para situarla en el Palacio de Versalles. Ya de regreso en Italia (había estado un tiempo trabajando en una de las fachadas del Louvre aunque su obra sería acabada por Claude Perrault) empezó a trabajar en ella. En 1670 la envía a Francia pero al rey le horroriza el estilo barroco del italiano. Tan poco le gusta que le pide al escultor Girardon que la transforme para convertirla en la representación alegórica del héroe romano Marco Curcio. Ya terminada se colocó en los jardines de Versalles pero bastante apartada del palacio.

Con el tiempo estaba tan mal que la administración decidió guardarla en un museo y hacer tres copias: una para Versalles, otra para la plaza que hay frente al Louvre (y aún la vemos allí) y una tercera para la ciudad americana de Jacksonville. Ahora la nadie duda que sea Luis XIV.

Enfrente del Louvre encontramos ahora la Plaza del Carrousel, en el mismo sitio donde hasta 1883 estaba el Palacio de las Tullerías. Ese palacio que ya no existe se mandó construir para Catalina de Médicis aunque los reyes posteriores apenas lo usaron. No es hasta la Revolución francesa que Luis XVI, María Antonieta y los suyos se trasladan allí y durante todo el siglo XIX fue la principal residencia de los monarcas y el centro político de Francia incluso en época del Terror. También Napoleón habitó allí.

En 1871 fue quemado intencionadamente. Hoy en día lo que permanece es el Arco del Triunfo del Carrousel, construido entre 1806 y 1808 para ser la entrada de honor al palacio. Lo mandó construir Napoleón Bonaparte para conmemorar sus victorias militares. En lo alto vemos una cuadriga de bronce. Seguramente a algunos les sonará. Es una réplica de la que hay en la Basílica de san Marcos de Venecia. Y eso es porque antes de estar en la ciudad italiana la original estuvo en París como botín de guerra de Napoleón. En cuanto a los bajorrelieves del arco, relatan las victorias del emperador.
El bonito jardín de las Tullerías siempre es agradable de visitar. Lo creó Catalina de Médicis en el siglo XVI como jardín del palacio homónimo. El nombre de “Tullerías” proviene de unas antiguas fábricas de tejas que había allí (en francés es “tuile”). En la plaza encontramos 19 esculturas de Aristide Maillol, el Museo de la Orangerie o la antigua cancha de tenis del Jeu de Paume, hoy también museo.
Al final del Jardín de las Tullerías y antes de entrar en los famosos Campos Elíseos, aquella enorme arteria comercial que termina en el Arco del Triunfo, encontramos la Plaza de la Concordia, una de las más famosas de París. Cuando se construyó en el siglo XVIII se llamaba Plaza Luis XV. En el centro había una estatua ecuestre de dicho rey que fue fundida en 1792. Es el aquel momento cuando se le da el nombre de Plaza de la Revolución. Era el lugar donde se guillotinaba a la gente en la Revolución francesa y dicen que en aquel tiempo estaba llena de sangre.

Cuando la Revolución terminó se decidió cambiar el nombre de la plaza y se le dio el de Plaza de la Concordia. Entre 1836 y 1840 se cambió de aspecto. Se colocó en el centro el obelisco, traído de Luxor. Es un monumento original egipcio de 3000 años de antigüedad que el virrey regaló a París. A ambos lados encontramos las dos características fuentes monumentales.
Si miramos hacia el fondo divisamos la iglesia de la Madeleine, construida en el siglo XVIII a imitación de los templos griegos y romanos. En principio, con Napoleón, era en honor a la Armada Francesa. Después de su muerte se dedicó a María Magdalena.

Uno de los puentes más bonitos de la ciudad es el Alejandro III, erigido durante la Exposición Universal de 1900. Lo más significativo son los pilares de los extremos con los cuatro caballos alados muy dorados que simbolizan el éxito de las artes, las ciencias, el comercio y la industria. A un lado quedan el Grand y el Petit Palais y al otro los Inválidos. También fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Lleva el nombre del zar Alejandro III, para celebrar una alianza franco-rusa. También hay otras estatuas que representan la Francia de Carlomagno, la contemporánea, la de Luis XIV y la renacentista. Hay farolas a los extremos y estatuas de leones.

Desde allí se tienen vistas de la Torre Eiffel.

También tiene aspecto de templo clásico el Palais Bourbon, a orillas del Sena, sede de la Asamblea Nacional de Francia, una de las dos cámaras del Parlamento (el equivalente a nuestro Congreso).
Si tengo que escoger algo que me guste mucho de París diré, además del Museo del Louvre, la cúpula de los Inválidos. Este imponente edificio se construyó en 1674, en tiempos de Luis XIV, para albergar a los soldados que habían prestado servicio a la Armada más de 10 años y que regresaban a Francia donde no tenían un hogar. La obra la llevó a cabo Jules Hardouin Mansart, aunque la construcción de la iglesia se retrasó hasta 1706.

Dicha iglesia tenía dos partes. La iglesia de los soldados está decorada con trofeos arrebatados a los enemigos. En cuanto a la iglesia del domo, del siglo XVII, ahora es un Panteón familiar de los Bonaparte. En 1840 los restos del emperador fueron trasladados desde la Isla de santa Helena, donde murió, a París por orden del rey Luis Felipe I. Desde 1940 están también los restos de su hijo, llamado Napoleón II aunque nunca llegó a reinar y más conocido como el Rey de Roma y duque de Reichstadt. Este chico nació del matrimonio entre Napoleón y la emperatriz María Luisa. De hecho en Fontainebleau vemos muchas cosas que le pertenecieron, empezando por su maravillosa cuna. Murió de tuberculosis en 1832 en el Palacio de Schönbrunn, donde se trasladó a vivir con su abuelo materno, el emperador Francisco I. En 1940 Hitler hizo un gesto de “buena voluntad” a Francia después de su victoria militar y dispuso que se enterrara junto a su padre. También están enterrados en el mismo panteón José Bonaparte (el que fuera rey de España), Jerónimo Bonaparte (su hermano menor, rey de Westfalia, mariscal y Presidente del Senado) y algunos mariscales desde tiempos de Luis XIV (Turenne, Lyautey, Foch y Vauban).

Pero si algo destaca allí dentro es la tumba del propio emperador. Fue mandada construir por Luis Felipe I al arquitecto Visconti. La tumba es un sepulcro de cuarcita roja elevada sobre un pedestal de granito verde de los Vosgos. Dentro hay seis féretros más (una lámina de acero recubierta de estaño, de caoba, dos de plomo, un quinto de madera de ébano y el sexto de roble).
En esa cripta circular hay doce Victorias que rodean la tumba (simbolizan las campañas militares de Napoleón), varios bajorrelieves y una estatua del emperador vestido con la simbología imperial.
La maravillosa cúpula que me gusta tanto está hecha con 12 kilos de oro de 24 quilates en 550.000 láminas.

El resto de este inmenso edificio es dedica a Museo Militar.

El Puente del Almá lleva el nombre de una batalla de la Guerra de Crimea (mediados del siglo XIX). Se construyó entre 1854 y 1856 y se inauguró por Napoleón III. Lo que vemos ahora, no obstante, data de la década de los 70 del siglo XX. Es famoso porque cerca del puente está el túnel donde se mató Diana de Gales. Encontramos una Llama de la Libertad, réplica de la de la Estatua de la Libertad (no es vano fue un regalo de Francia), que regaló un periódico americano por la amistad franco-americana. Mucha gente, sin embargo, lo usa de monumento conmemorativo a Lady Di (está lleno de fotos y recuerdos en su memoria).

Normalmente la gente que visita la torre Eiffel se va al Campo de Marte. Sin embargo al otro lado queda la Plaza del Trocadero, del siglo XIX. Lleva el nombre de una batalla de 1877 en la Bahía de Cádiz. Entonces no se llamó así sino Plaza del rey de Roma, en conmemoración al pobre hijo de Napoleón. En aquel tiempo se construyó también un palacio, que no se ha conservado.

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