Se notaba ya en el seno de nuestra familia, la intensidad del viaje que estábamos llevando a cabo. Los madrugones y las largas jornadas de actividades se reflejaba a la hora del desayuno, con menos ánimo que a otras horas del día. A las nueve en punto se encontraba en el lobby de nuestro hotel el agente de la empresa Avant Rent a Car. Con transparencia , nos explicó las condiciones contractuales de alquilar el vehículo, las exenciones del seguro contratado (esencialmente las llantas, los bajos y los daños ocasionados por robo en el interior del vehículo). Asimismo, aprovechamos la oportunidad para la enésima consulta sobre las famosas “mordidas” de la policía en infracciones de tránsito. Nos explicó que desafortunadamente, la policía sabe reconocer los vehículos rentados, y que no es necesaria una infracción para que te detengan y traten de sancionarte . Nos explicó que la multa no puede exceder (por exceso de velocidad) de 1500-1600 pesos y que si se paga en el momento eso se queda en el 50%. Que al ser turistas no pueden retenerte documentación alguna y que en caso de incidente llamáramos al número de la agencia. A su vez, que el tema se podía resolver con esos famosos 400 pesos que alguna vez hemos leído por el foro.
No medró en nosotros el temor de una situación semejante, no tanto por la cantidad, si no por la situación en sí misma, y al ser reconocida, saber mantener el ánimo para manejarlo. Pero no solo teníamos con nosotros el temor de una mordida, si no que teníamos que conducir nuestro primer coche automático. No nos avergüenza decir que al principio tuvimos un montón de frenazos, y llegamos hechos un flan a la recepción del hotel. La clave en la mejora de la conducción fue… manejar el acelerador y el freno con el mismo pie, algo que hasta ese momento hacíamos con los dos pies (uno para cada uno de los pedales). Con el doble temor de tener un accidente por inexperiencia con la van y el tráfico de Cancún, y que nos detuviera la policía, conseguimos abandonar la ciudad tomando la carretera “libre” en dirección a Mérida, teniendo en mente nuestra parada intermedia en los cenotes Palomitas y Agua Dulce que nos quedaban a mitad de camino de la ciudad colonial. La experiencia es de lo más recomendable. Ir pasando por los diferentes pueblos, escuchar el lenguaje maya en alguno de los “abarrotes” (tiendas de suministros que no llegan a supermercados) en los que paramos a comprar, y conocer los famosos e innumerables “topes” (badenes) que limitan la velocidad de los vehículos en las poblaciones.
Así, y tras dos horas de conducción y llegando a la bifurcación dirección a Yalcobá, el estómago se nos encogió al ver un control policial. Al llegar al policía armado, el coche frenó de golpe de forma “autónoma” (se nos había olvidado la suavidad del freno aprendido en los topes anteriores). Nos preguntó si el coche era nuestro y a donde íbamos, y nos orientó amablemente en la dirección que debíamos tomar, y ya está… Que miedo! Que ansiedad ante semejante “molino” ! Pero por pasar, solo pasamos la vergüenza de frenar en seco cuando nos dio el alto .
Tomamos la bifucarción y pudimos observar en una carretera nada transitada grupos de buitres descansando y comiendo carroña de la carretara. Yalcobá es una diminuta población con una iglesia colonial con techo destruido, que se nos disponía como antesala a la entrada de nuestros cenotes. El recinto se encuentra en medio de la selva y dispone de taquillas, baños, duchas, parking y un restaurante. Con esta descripción no queremos dar la impresión de un lugar moderno, si no más bien funcional y sobre todo correcto . La entrada a cada cenote cuesta 100 pesos. Ofrecen un pack con comida, los dos cenotes mencionados, otro llamado tortuga y otro que no recordamos, por un total de 500 pesos.
Bajamos al cenote palomitas que es el que se encuentra más cercano a las instalaciones, al que bajamos toda la familia. Con acceso arreglado pudimos ver uno de los paisajes más deseados por nuestro viaje, maravillosos y exclusivos del Yucatán. El cenote palomitas tiene estalactitas que descansan cerca del agua, y un ojo de luz situado en el centro de la laguna subterránea. Asimismo, hay una serie de cuerdas que permiten descansar mínimamente dentro del agua, para aquellos que no han alquilado un salvavidas en la recepción. Los niños (grandes y mayores) disfrutamos del refrescante baño, mientras uno de los abuel@s disfrutaba de una conversación animada dentro del agua con dos o tres locales aficionados al fútbol. Tras un buen rato de chapotear y hacenos muchísimas fotos nos decidimos a ir al cenote de Agua Dulce. Hasta allí nos acompañó un trabajador del recinto que aprovechó para preguntarnos como habíamos conocido de la existencia del lugar (eramos los únicos extranjeros allí). Si Palomitas había sido increíble, Agua Dulce nos pareció sencillamente espectacular . Con un acceso mejor preparado, la laguna es muchísimo más grande que la otra y existen tres o cuatro ojos en el techo que dejan pasar la luz. También con cuerdas, cuenta con una plataforma en el centro del cenote (nosotros accedimos por un lateral de la gruta). Con el agua sensiblemente más fría, nos aventuramos a nadar hasta el centro de la laguna, donde subimos a la plataforma para descansar, mientras observábamos como un lugareño utilizaba una cuerda preparada que colgaba del techo para lanzarse a lo tarzán desde la pared cuasi vertical. Hasta allí se acercó Kiweojur, que ni corto ni perezoso, trepó con la ayuda de la misma persona, hasta la plataforma improvisada en la pared para lanzarse desde allí. Esta ha sido una de esas veces que como padres nos sentimos orgullosos de nuestros hijos, cuando con esa decisión y predeterminación, sin mediar aliento alguno se deciden a disfrutar de aquello que les ofrece la vida . Tras él, fue FlyDash que viendo el ejemplo de su hermano mayor se animó también, cosa a lo que le ayudó la misma persona, mientras nosotros tratábamos de consolar a la peque que lloraba mientras decía que estaba cansada de ser “pequeña”, cuando le decíamos que no podía ir hasta allí. Salimos al buen rato del cenote, mientras el trabajador nos guiaba de nuevo hasta la recepción del recinto. Preguntamos por el restaurante, el cual nos recomendó, lo que, junto con el precio del buffet (160 pesos sin bebidas) nos hizo decantar por quedarnos. Fue una decisión de lo más acertada. La comida preparada por la gente de allí estaba buenísima (con la famosa cochinita pibil), mientra una mujer iba preparando tortitas allí mismo, en un horno preparado a tal efecto. Probamos también la “michelada” con la comida, que no nos gustó demasiado si bien hemos podido tener criterio de lo que es.
Se nos hizo tarde la verdad, y con cierta resignación pero siendo conscientes de que el tiempo invertido había valido la pena (ir corriendo a los sitios solo para el postureo de la foto no tiene sentido en sí mismo) decidimos no ir esa tarde a Izamal, puesto que nuestro GPS indicaba que llegaríamos a las 19h y teníamos reservado hotel en Mérida. De vuelta, nos cayó una de las dos tormentas que tuvimos en nuestro viaje, pero ¡qué tormenta! El viento empezó a cambiar, a agitarse mientras las nubes se cerraban entorno a nosotros, cuando cayó una cortina de agua impenetrable que nos hizo reducir drásticamente la velocidad. La tormenta duró aproximadamente treinta minutos para salir de nuevo el sol, como si nada hubiera pasado.
Nuevo control policial en la entrada de Mérida que no nos detuvo pero que formaba una larga retención de entrada a la ciudad. De llegada al hotel Gamma Mérida el Castellano, nos hicieron amablemente sitio en la entrada para aparcar nuestra furgoneta y nos dispusimos a ocupar nuestras habitaciones. No obstante, debemos decir que no hemos visto personal más incompetente en la recepción de un hotel con tanto empaque. Habiendo hecho la reserva y el pago tres meses antes, no querían darnos una tercera habitación con cama adicional por no tener disponibilidad, de lo cual querían trasladarnos la responsabilidad. Tras puntualizar y plantarnos en el mostrador, apareció milagrosamente una habitación sin ocupar con la cama preparada.
Salimos a cenar ya muy cansados, al restaurante “La Chaya Maya” situado a cincuenta metros de nuestro hotel, lugar de encuentro de los emeritenses con una cocina sencillamente espectacular y con un aire acondicionado capaz de deshacer los estragos del cambio climático. De servicio atento, comida exquisita y presentación magnífica, el lugar nos encantó y desde aquí lo recomendamos para todos aquellos que estén en la bonita ciudad de Mérida. Nos coordinamos de nuevo para quedar al día siguiente a las 9 am en el lobby del hotel para el desayuno y nuestra excursión a Uxmal, la ruta PUUC y el taller de cocina.
No medró en nosotros el temor de una situación semejante, no tanto por la cantidad, si no por la situación en sí misma, y al ser reconocida, saber mantener el ánimo para manejarlo. Pero no solo teníamos con nosotros el temor de una mordida, si no que teníamos que conducir nuestro primer coche automático. No nos avergüenza decir que al principio tuvimos un montón de frenazos, y llegamos hechos un flan a la recepción del hotel. La clave en la mejora de la conducción fue… manejar el acelerador y el freno con el mismo pie, algo que hasta ese momento hacíamos con los dos pies (uno para cada uno de los pedales). Con el doble temor de tener un accidente por inexperiencia con la van y el tráfico de Cancún, y que nos detuviera la policía, conseguimos abandonar la ciudad tomando la carretera “libre” en dirección a Mérida, teniendo en mente nuestra parada intermedia en los cenotes Palomitas y Agua Dulce que nos quedaban a mitad de camino de la ciudad colonial. La experiencia es de lo más recomendable. Ir pasando por los diferentes pueblos, escuchar el lenguaje maya en alguno de los “abarrotes” (tiendas de suministros que no llegan a supermercados) en los que paramos a comprar, y conocer los famosos e innumerables “topes” (badenes) que limitan la velocidad de los vehículos en las poblaciones.
Así, y tras dos horas de conducción y llegando a la bifurcación dirección a Yalcobá, el estómago se nos encogió al ver un control policial. Al llegar al policía armado, el coche frenó de golpe de forma “autónoma” (se nos había olvidado la suavidad del freno aprendido en los topes anteriores). Nos preguntó si el coche era nuestro y a donde íbamos, y nos orientó amablemente en la dirección que debíamos tomar, y ya está… Que miedo! Que ansiedad ante semejante “molino” ! Pero por pasar, solo pasamos la vergüenza de frenar en seco cuando nos dio el alto .
Tomamos la bifucarción y pudimos observar en una carretera nada transitada grupos de buitres descansando y comiendo carroña de la carretara. Yalcobá es una diminuta población con una iglesia colonial con techo destruido, que se nos disponía como antesala a la entrada de nuestros cenotes. El recinto se encuentra en medio de la selva y dispone de taquillas, baños, duchas, parking y un restaurante. Con esta descripción no queremos dar la impresión de un lugar moderno, si no más bien funcional y sobre todo correcto . La entrada a cada cenote cuesta 100 pesos. Ofrecen un pack con comida, los dos cenotes mencionados, otro llamado tortuga y otro que no recordamos, por un total de 500 pesos.
Bajamos al cenote palomitas que es el que se encuentra más cercano a las instalaciones, al que bajamos toda la familia. Con acceso arreglado pudimos ver uno de los paisajes más deseados por nuestro viaje, maravillosos y exclusivos del Yucatán. El cenote palomitas tiene estalactitas que descansan cerca del agua, y un ojo de luz situado en el centro de la laguna subterránea. Asimismo, hay una serie de cuerdas que permiten descansar mínimamente dentro del agua, para aquellos que no han alquilado un salvavidas en la recepción. Los niños (grandes y mayores) disfrutamos del refrescante baño, mientras uno de los abuel@s disfrutaba de una conversación animada dentro del agua con dos o tres locales aficionados al fútbol. Tras un buen rato de chapotear y hacenos muchísimas fotos nos decidimos a ir al cenote de Agua Dulce. Hasta allí nos acompañó un trabajador del recinto que aprovechó para preguntarnos como habíamos conocido de la existencia del lugar (eramos los únicos extranjeros allí). Si Palomitas había sido increíble, Agua Dulce nos pareció sencillamente espectacular . Con un acceso mejor preparado, la laguna es muchísimo más grande que la otra y existen tres o cuatro ojos en el techo que dejan pasar la luz. También con cuerdas, cuenta con una plataforma en el centro del cenote (nosotros accedimos por un lateral de la gruta). Con el agua sensiblemente más fría, nos aventuramos a nadar hasta el centro de la laguna, donde subimos a la plataforma para descansar, mientras observábamos como un lugareño utilizaba una cuerda preparada que colgaba del techo para lanzarse a lo tarzán desde la pared cuasi vertical. Hasta allí se acercó Kiweojur, que ni corto ni perezoso, trepó con la ayuda de la misma persona, hasta la plataforma improvisada en la pared para lanzarse desde allí. Esta ha sido una de esas veces que como padres nos sentimos orgullosos de nuestros hijos, cuando con esa decisión y predeterminación, sin mediar aliento alguno se deciden a disfrutar de aquello que les ofrece la vida . Tras él, fue FlyDash que viendo el ejemplo de su hermano mayor se animó también, cosa a lo que le ayudó la misma persona, mientras nosotros tratábamos de consolar a la peque que lloraba mientras decía que estaba cansada de ser “pequeña”, cuando le decíamos que no podía ir hasta allí. Salimos al buen rato del cenote, mientras el trabajador nos guiaba de nuevo hasta la recepción del recinto. Preguntamos por el restaurante, el cual nos recomendó, lo que, junto con el precio del buffet (160 pesos sin bebidas) nos hizo decantar por quedarnos. Fue una decisión de lo más acertada. La comida preparada por la gente de allí estaba buenísima (con la famosa cochinita pibil), mientra una mujer iba preparando tortitas allí mismo, en un horno preparado a tal efecto. Probamos también la “michelada” con la comida, que no nos gustó demasiado si bien hemos podido tener criterio de lo que es.
Se nos hizo tarde la verdad, y con cierta resignación pero siendo conscientes de que el tiempo invertido había valido la pena (ir corriendo a los sitios solo para el postureo de la foto no tiene sentido en sí mismo) decidimos no ir esa tarde a Izamal, puesto que nuestro GPS indicaba que llegaríamos a las 19h y teníamos reservado hotel en Mérida. De vuelta, nos cayó una de las dos tormentas que tuvimos en nuestro viaje, pero ¡qué tormenta! El viento empezó a cambiar, a agitarse mientras las nubes se cerraban entorno a nosotros, cuando cayó una cortina de agua impenetrable que nos hizo reducir drásticamente la velocidad. La tormenta duró aproximadamente treinta minutos para salir de nuevo el sol, como si nada hubiera pasado.
Nuevo control policial en la entrada de Mérida que no nos detuvo pero que formaba una larga retención de entrada a la ciudad. De llegada al hotel Gamma Mérida el Castellano, nos hicieron amablemente sitio en la entrada para aparcar nuestra furgoneta y nos dispusimos a ocupar nuestras habitaciones. No obstante, debemos decir que no hemos visto personal más incompetente en la recepción de un hotel con tanto empaque. Habiendo hecho la reserva y el pago tres meses antes, no querían darnos una tercera habitación con cama adicional por no tener disponibilidad, de lo cual querían trasladarnos la responsabilidad. Tras puntualizar y plantarnos en el mostrador, apareció milagrosamente una habitación sin ocupar con la cama preparada.
Salimos a cenar ya muy cansados, al restaurante “La Chaya Maya” situado a cincuenta metros de nuestro hotel, lugar de encuentro de los emeritenses con una cocina sencillamente espectacular y con un aire acondicionado capaz de deshacer los estragos del cambio climático. De servicio atento, comida exquisita y presentación magnífica, el lugar nos encantó y desde aquí lo recomendamos para todos aquellos que estén en la bonita ciudad de Mérida. Nos coordinamos de nuevo para quedar al día siguiente a las 9 am en el lobby del hotel para el desayuno y nuestra excursión a Uxmal, la ruta PUUC y el taller de cocina.