El BP nos parecía en esos momentos un oasis de relax tras siete días de trasiego en viaje (más los siete acumulados que traíamos de nuestro viaje en NY). Nos levantamos tarde para ir a desayunar y de nuevo nos quedamos maravillados con la variedad y cantidad de comida dispuesta. Con cuatro show cookings (pescado, carne, pasta y cocina mexicana), puestos para las diferentes intolerancias alimentarias, y cocina japonesa. Asimismo, el ser un grupo de nueve nos ubicaban en el comedor más grande que, si bien estaba ventilado, no tenia aire acondicionado por lo que, sobre todo a mediodía, los ventiladores de techo eran insuficientes para evitar sudar. Solo con el paso de los días y el conocimiento de las ubicaciones, averiguamos que existía un segundo comedor tras los diferentes repositorios de comida, que si tenía aire acondicionado.
Ya cuando acabamos de desayunar nos dirigimos al conjunto de piscinas centrales y que además contaba con zona de playa. Nos costó encontrar hamacas libres, pero lo hicimos debajo de las palmeras y arena blanca que adornaba esa zona de la playa, muy cerca del puesto de animación. Aquí cabe comentar la existencia de sargazo en el resort y también el trabajo ingente de sol a sol que los trabajadores destinado a ello realizaban. La costa de esa zona tiene túmulos en el agua y redes de contención para esta alga que prolifera por efectos de la contaminación y el calentamiento global proveniente del amazonas, y que al depositarse en la playa se pudre con el consecuente olor desagradable. Cada día vimos trabajar duramente en este sentido y cada mañana se veía de nuevo en la playa. No obstante, y a pesar de que el agua no se veía como en las típicas fotos caribeñas, esa zona de playa estaba habilitada para bañarse. La felicidad se veía en la sonrisa de todos nosotros. El agua caliente, el sol, las palmeras, el equipo de animación y todo el resto de facilidades que daba el resort producía una sensación de alivio y descanso. Vimos numerosas iguanas y familias de tapires por doquier que no dejaban de asombrarnos.
Los abuelos se retiraron a descansar tras la comida, mientras nosotros nos quedamos con nuestros hijos disfrutando de la animación, en la que pudimos participar de los juegos locos. Allí y repartidos en grupos de mas o menos cuarenta personas, las iguanas vencieron a los cuatíes (así nombraron a los dos grupos) después de hacernos tirar de la cuerda, hacer números y pasarnos la pelota unos a otros. De aquello recibimos unas bolsas por ganar, aunque lo mejor a nivel personal fue ver el orgullo que esgrimía Flydash cuando nos retiramos a nuestras hamacas. Se le notaba en la cara, en su forma rápida de hablar y en la excitación del momento. Al acabar la tarde, subimos a uno de los carritos para volver a nuestra villa y para ir a cenar (cuanta ilusión por transportarnos en estos carritos de golf!!!), y para finalizar nos paramos a tomar algo en la terraza al aire libre con uno de los grupos de música que tocó en directo todos y cada uno de los días que estuvimos allí. En esa tertulia familiar, dirimimos que lo que más nos interesaba era ir al día siguiente a ver Cobá y no Tulum. En la decisión tuvo especial peso, la presencia del sargazo en las costas y que su conjunto arqueológico es sensiblemente inferior al de Cobá .
Ya cuando acabamos de desayunar nos dirigimos al conjunto de piscinas centrales y que además contaba con zona de playa. Nos costó encontrar hamacas libres, pero lo hicimos debajo de las palmeras y arena blanca que adornaba esa zona de la playa, muy cerca del puesto de animación. Aquí cabe comentar la existencia de sargazo en el resort y también el trabajo ingente de sol a sol que los trabajadores destinado a ello realizaban. La costa de esa zona tiene túmulos en el agua y redes de contención para esta alga que prolifera por efectos de la contaminación y el calentamiento global proveniente del amazonas, y que al depositarse en la playa se pudre con el consecuente olor desagradable. Cada día vimos trabajar duramente en este sentido y cada mañana se veía de nuevo en la playa. No obstante, y a pesar de que el agua no se veía como en las típicas fotos caribeñas, esa zona de playa estaba habilitada para bañarse. La felicidad se veía en la sonrisa de todos nosotros. El agua caliente, el sol, las palmeras, el equipo de animación y todo el resto de facilidades que daba el resort producía una sensación de alivio y descanso. Vimos numerosas iguanas y familias de tapires por doquier que no dejaban de asombrarnos.
Los abuelos se retiraron a descansar tras la comida, mientras nosotros nos quedamos con nuestros hijos disfrutando de la animación, en la que pudimos participar de los juegos locos. Allí y repartidos en grupos de mas o menos cuarenta personas, las iguanas vencieron a los cuatíes (así nombraron a los dos grupos) después de hacernos tirar de la cuerda, hacer números y pasarnos la pelota unos a otros. De aquello recibimos unas bolsas por ganar, aunque lo mejor a nivel personal fue ver el orgullo que esgrimía Flydash cuando nos retiramos a nuestras hamacas. Se le notaba en la cara, en su forma rápida de hablar y en la excitación del momento. Al acabar la tarde, subimos a uno de los carritos para volver a nuestra villa y para ir a cenar (cuanta ilusión por transportarnos en estos carritos de golf!!!), y para finalizar nos paramos a tomar algo en la terraza al aire libre con uno de los grupos de música que tocó en directo todos y cada uno de los días que estuvimos allí. En esa tertulia familiar, dirimimos que lo que más nos interesaba era ir al día siguiente a ver Cobá y no Tulum. En la decisión tuvo especial peso, la presencia del sargazo en las costas y que su conjunto arqueológico es sensiblemente inferior al de Cobá .
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