La temporada seca, cacimbo en el portugués de Angola, está llegando a su fin y ahora llueve casi todos los días, aunque quizás sería más correcto decir noches. Llueve sobre las calles de Luanda una lluvia fina, ligera, casi imperceptible y que aquí llaman sereno y provoca que haya una elevada humedad que junto al calor siempre imperante hace que salir a la calle sea para mí, feliz habitante de un clima caluroso pero seco, la opción menos apetecible. La calle esta empapada, y la lluvia no permite distinguir los pequeños arroyuelos de agua sucia que normalmente corren paralelos a las aceras.
Es curioso pero siempre hay agua corriendo por las calles y aceras de Luanda, pequeños o no tan pequeños ríos de agua de un color grisáceo, casi enfermizo y que va a morir por lo menos en nuestra calle, treinta metros más abajo de nuestra casa, justo al comienzo del barrio de chabolas en medio de un gran charco que se encuentra en mitad de la calle de tierra que separa ambos mundos y que hace que la parte sin asfaltar de la calle sea siempre un barrizal y la asfaltada siempre tenga una capa de polvo y de barro encima.
Reconozco que para evitar el aburrimiento y como curiosidad he estado intentando descubrir durante tres semanas de donde sale el pequeño rio que discurre frente a la casa, cuál es su nacimiento y me he dado por vencido. He remontado el riachuelo hasta el momento en que aparece en nuestra calle y es casi seguro que su nacimiento es el viejo edificio de pisos que hay al comienzo de la calle, imagino que de alguna rotura en sus bajantes, pero no lo sé seguro, he visto que ahí está su origen, que el agua sale de su valla, pero por lo que he podido ver - me he asomado al patio del bloque y seguido el recorrido del agua con la vista- el riachuelo viene atravesando los bajos del bloque, corriendo pegado a la mediana desde más lejos y al final se pierde en un recodo del bloque al fondo del patio. De todos modos, también me he fijado en que justo donde el agua aparece en nuestra calle hay un agujero en el asfalto, uno de los muchos que llenan esta ciudad, por donde asoma una tubería rota, con lo que aún hace más difícil saber cuál es su verdadero origen. Luego una vez que desemboca en nuestra calle, como si fueran afluentes, recibe los generosos aportes de todas las casas que hay a lo largo de la misma; de la gente que lava sus patios y hace que el agua salga a la calle por un pequeño agujero hecho en el muro, del riego automático que mantiene inmaculadamente verde el pequeño jardín del Bambú, el spa y salón de masajes del barrio, de los coches que se lavan a mano en la calle y curiosamente en sentido inverso de la fuente publica que proporciona agua potable al barrio de chabolas. Siempre hay gente en estas fuentes, normalmente mujeres y niños, esperando su turno para rellenar los cubos y garrafas con agua potable. Cubos y garrafas que extrañamente son todos de color amarillo y mientras esperan su turno las mujeres charlan y ríen y los críos juegan despreocupados corriendo de un lugar a otro.
Lo peor de la lluvia es que ha removido la pátina de suciedad que normalmente cubre la calle y ahora la calzada es una sopa resbaladiza de color marrón, en la que se entremezcla tierra, restos de comida, papeles, aceites de los coches, basura y que da a la calle un aspecto aún más deprimente del que tiene normalmente. Pese a eso, la gente no cambia de costumbre y sigue calzando y caminando en sus chanclas sin importarles meter los pies en los charcos. Y siguen llevando sus zapatos elegantes metidos en mochilas y bolsas y no se cambiaran hasta llegar a su puesto de trabajo.
Es curioso pero siempre hay agua corriendo por las calles y aceras de Luanda, pequeños o no tan pequeños ríos de agua de un color grisáceo, casi enfermizo y que va a morir por lo menos en nuestra calle, treinta metros más abajo de nuestra casa, justo al comienzo del barrio de chabolas en medio de un gran charco que se encuentra en mitad de la calle de tierra que separa ambos mundos y que hace que la parte sin asfaltar de la calle sea siempre un barrizal y la asfaltada siempre tenga una capa de polvo y de barro encima.
Reconozco que para evitar el aburrimiento y como curiosidad he estado intentando descubrir durante tres semanas de donde sale el pequeño rio que discurre frente a la casa, cuál es su nacimiento y me he dado por vencido. He remontado el riachuelo hasta el momento en que aparece en nuestra calle y es casi seguro que su nacimiento es el viejo edificio de pisos que hay al comienzo de la calle, imagino que de alguna rotura en sus bajantes, pero no lo sé seguro, he visto que ahí está su origen, que el agua sale de su valla, pero por lo que he podido ver - me he asomado al patio del bloque y seguido el recorrido del agua con la vista- el riachuelo viene atravesando los bajos del bloque, corriendo pegado a la mediana desde más lejos y al final se pierde en un recodo del bloque al fondo del patio. De todos modos, también me he fijado en que justo donde el agua aparece en nuestra calle hay un agujero en el asfalto, uno de los muchos que llenan esta ciudad, por donde asoma una tubería rota, con lo que aún hace más difícil saber cuál es su verdadero origen. Luego una vez que desemboca en nuestra calle, como si fueran afluentes, recibe los generosos aportes de todas las casas que hay a lo largo de la misma; de la gente que lava sus patios y hace que el agua salga a la calle por un pequeño agujero hecho en el muro, del riego automático que mantiene inmaculadamente verde el pequeño jardín del Bambú, el spa y salón de masajes del barrio, de los coches que se lavan a mano en la calle y curiosamente en sentido inverso de la fuente publica que proporciona agua potable al barrio de chabolas. Siempre hay gente en estas fuentes, normalmente mujeres y niños, esperando su turno para rellenar los cubos y garrafas con agua potable. Cubos y garrafas que extrañamente son todos de color amarillo y mientras esperan su turno las mujeres charlan y ríen y los críos juegan despreocupados corriendo de un lugar a otro.
Lo peor de la lluvia es que ha removido la pátina de suciedad que normalmente cubre la calle y ahora la calzada es una sopa resbaladiza de color marrón, en la que se entremezcla tierra, restos de comida, papeles, aceites de los coches, basura y que da a la calle un aspecto aún más deprimente del que tiene normalmente. Pese a eso, la gente no cambia de costumbre y sigue calzando y caminando en sus chanclas sin importarles meter los pies en los charcos. Y siguen llevando sus zapatos elegantes metidos en mochilas y bolsas y no se cambiaran hasta llegar a su puesto de trabajo.