Es la primera vez que madrugo desde hace casi tres semanas. Son las cinco y media de la mañana y la luz del sol entra ya por la ventana. Me levanto a la vez que A., ella se prepara para ir a la oficina, yo para mi aventura. De pie en la cocina desayunamos un vaso de leche sudafricana y unas galletas portuguesas, en un momento dado, me mira y se ríe, me desea buena suerte. Al poco nos despedimos, ella se sube en la camioneta que la lleva a la oficina y yo comienzo a andar por la calle. A esas horas, aunque temprano, el sol ya luce alto en el horizonte, apunta que será un día caluroso. Ando por la ciudad a buen paso, cruzo la carretera general que como siempre es atravesada por gigantescos camiones y poco después las vías del tren, por un paso de peatones, pendiente de no morir atropellado por algunas de las grandes y relucientes camionetas que a toda velocidad circulan por la ciudad o por alguna de las cientos de motocicletas que hacen de taxi. Según me alejo del centro de la ciudad la densidad de gente con la que me cruzo va descendiendo. Igualmente el camino deja de estar asfaltado y se convierte en una pista de tierra. Decenas de pequeñas peluquerías con nombres como “el emperador del corte” ofrecen sus servicios a los transeúntes, tiendas sin nombre que exponen sus coloridos vestidos y camisas en medio de la calle, comercios regidos por mauritanos donde se venden refrescos y alimentos, se extienden a ambos lados de la calle. Paso por detrás de lo que alguna vez será la piscina cubierta de la ciudad, y que de lejos guarda cierto parecido con el Partenón, imagino yo que esto último es debido a la globalización y llego a un pequeño mercado al aire libre.
Me desvío del camino y paseo un rato entre los diversos puestecillos, por llamarlos de alguna manera, del mercado. Al lado del señor que vende desde pilas eléctricas a cubos de plástico, se encuentra la zona de las pescaderas. No se cual es el motivo pero todas los puestos de pescado son atendidos por mujeres. Son puestos sencillos, una sabana que en algún momento fue blanca, tendida directamente en el suelo de tierra con el pescado tirado encima puesto a secar al sol. Si ya el aspecto del pescado no es muy apetecible su olor definitivamente echa para atrás. Ni siquiera tienen moscas y las moscas están por todos lados. Un poco más allá, cerca de los vendedores de cubos de plástico, un peluquero hace su trabajo al aire libre. Justo enfrente de la zona de las pescaderas, están aparcados el par de decenas de taxis que llevan a las diversas ciudades y pueblos de la provincia. Al verme los conductores, se acercan y empiezan a gritarme los nombres de ciudades y pueblos a los que me pueden llevar, Colungo Alto, Bengela, Lambaca, Samba Caju para a continuación decirme los precios. De vez en cuando alguno de los taxis, ya repleto de gente, arranca hacia su destino, levantando una polvareda detrás de el, que acaba inundando todo el mercado, pescados incluidos. Me despido de los taxistas y vuelvo a mi camino, según avanzo las casas van siendo mas humildes y sencillas, y a la vez desaparece cualquier atisbo, si es que alguna vez lo hubo, de planificación urbana, a mi derecha las casas, humildes chozas de barro de una sola pieza y con techo de calamina con un pequeño patio delantero donde algunas gallinas picotean el suelo, se arremolinan al lado de lo que alguna vez debió ser un riachuelo y ahora es un charco de agua de un color grisáceo amarillo de lo más extraño.
Llego al final del camino, frente a mí se abre una gran explanada. Justo en uno de los laterales del descampado se alzan los altos muros de la fábrica de agua embotellada, la misma marca que la que llevo en mi mochila. Un poco a la derecha, en un contraste de esos que de vez en cuando te ofrece la vida, está el pequeño pozo que unido a una bomba proporciona algo de agua potable a la población, y es la mayoría, que no puede pagar el precio de una botella al agua embotellada. Cinco o seis jóvenes están haciendo cola esperando su turno para llenar sus botellas y barrenos de agua. Entre la fábrica y el pozo se abre un camino bastante ancho que me debe llevar hasta la cima. Esto marca, el comienzo de mi verdadera excursión
Al principio el camino está bien, muy bien incluso. Es una pista de tierra apisonada, sin demasiada pendiente. Mientras avanzo pienso en que será un paseo agradable pese a que el sol y solo son las 8 de la mañana calienta de lo lindo y que empiezo a sudar bajo mi gorra Tras un giro el camino se empina terriblemente y la pista antes lisa y compacta, se llena de rodaduras y cárcavas, la tierra se desmiga en piedrecitas que se escurren bajo mis botas, producto todo ello de las lluvias ya lejanas en el tiempo. El sol calienta cada vez más y la rala vegetación compuesta de arbustos bajos, no proporciona ninguna protección, me paro un momento a descansar y miro a mí alrededor, multitud de pequeños senderos salen del camino principal en el que me encuentro y se pierden serpenteando hacia el valle, o hacia las otras colinas. N’dalatando se ofrece a mis pies. Es una perspectiva desconocida para mi. No es una ciudad bonita, pero ahora mismo la reconozco como mi hogar. Intento encontrar referencias. Busco la casa donde vivimos y para ello me fijo en el pequeño hospital que está un poco detrás de la casa, me fijo en el campo de futbol, donde juega el Rosa de porcelana el equipo local que milita en la primera división angolana, busco el parque que hay en el centro de la ciudad, el pequeño mercado municipal, al fin busco la oficina aunque no la encuentro ya que descubro que se encuentra detrás de una pequeña colina.
Bebo un poco de agua, y prosigo el camino, sigo ascendiendo cada vez mas despacio y con mas esfuerzo. El camino es una sucesión de curvas seguidas de empinadas cuestas, que acaban en otra curva que da paso a otra cuesta. El firme esta cada vez mas deteriorado, la arenilla se escurre bajo mis botas y creo que incluso un todo terreno tendría dificultad en hacer el trayecto, debido a las profundas grietas de la pista. Es aquí donde los pensamientos que indicaba al principio me asaltan. Me paro, resoplo y vuelvo a caminar. Sigo subiendo despacio. Abajo, al pie de la colina, en un sendero lateral veo a un hombre avanzar acompañado de un perro. Al poco le veo aparecer unos metros por detrás de mí.. Empiezo a comprender, los senderos son mas sencillos para subir que el camino principal, que solo usan los todoterreno y los blancos tontos como yo. El hombre me alcanza. Le observo, es un hombre de mediana edad, humildemente vestido, de su hombro cuelga una escopeta y en su mano izquierda lleva el omnipresente machete. El perro se me acerca, me olisquea, y sigue a sus cosas.
- Bom dia - le digo
- Bom dia
- Hace calor, ¿certo?
- Si- me dice-muito. Muito calor
- ¿Au Mato? – le pregunto, adivinando que es un campesino.
- Sim, au mato y da caça- me dice mientras palpa con su mano la escopeta
Asiento con la cabeza, y durante unos metros seguimos avanzando juntos en silencio.
En el siguiente recodo, se para .
- Meu campo- me dice – señalando con su machete un punto indeterminado de una colina que se haya enfrente nuestro.
- Chau y bom dia, - me dice, mientras él y su perro toman otro sendero que sale del camino principal.
Me paro y les veo alejarse camino de su terreno. Por mi parte prosigo mi penoso ascender, mis pasos son lentos, bebo pequeños sorbos de agua, tengo la camiseta completamente empapada por el sudor, pero hay un lado bueno las moscas al principio molestas han desaparecido. Alzo la vista y veo que tras un par de cuestas más, se encuentra el final de mi tortura. Por fin veo las antenas de la estación. Con amino redoblado, subo los últimos tramos, al fin llego a la valla metálica que rodea el conjunto de antenas y repetidores. Me siento en una gran piedra frente a la puerta metálica que da acceso al recinto y tomo un trago de agua. A mis pies diviso completamente N’Dalatando. Veo como se extiende destartalada y sin orden por todo el valle. Saco la cámara de la mochila y hago algunas fotos.
Me siento de nuevo para descansar un rato más antes de empezar el descenso.
Me desvío del camino y paseo un rato entre los diversos puestecillos, por llamarlos de alguna manera, del mercado. Al lado del señor que vende desde pilas eléctricas a cubos de plástico, se encuentra la zona de las pescaderas. No se cual es el motivo pero todas los puestos de pescado son atendidos por mujeres. Son puestos sencillos, una sabana que en algún momento fue blanca, tendida directamente en el suelo de tierra con el pescado tirado encima puesto a secar al sol. Si ya el aspecto del pescado no es muy apetecible su olor definitivamente echa para atrás. Ni siquiera tienen moscas y las moscas están por todos lados. Un poco más allá, cerca de los vendedores de cubos de plástico, un peluquero hace su trabajo al aire libre. Justo enfrente de la zona de las pescaderas, están aparcados el par de decenas de taxis que llevan a las diversas ciudades y pueblos de la provincia. Al verme los conductores, se acercan y empiezan a gritarme los nombres de ciudades y pueblos a los que me pueden llevar, Colungo Alto, Bengela, Lambaca, Samba Caju para a continuación decirme los precios. De vez en cuando alguno de los taxis, ya repleto de gente, arranca hacia su destino, levantando una polvareda detrás de el, que acaba inundando todo el mercado, pescados incluidos. Me despido de los taxistas y vuelvo a mi camino, según avanzo las casas van siendo mas humildes y sencillas, y a la vez desaparece cualquier atisbo, si es que alguna vez lo hubo, de planificación urbana, a mi derecha las casas, humildes chozas de barro de una sola pieza y con techo de calamina con un pequeño patio delantero donde algunas gallinas picotean el suelo, se arremolinan al lado de lo que alguna vez debió ser un riachuelo y ahora es un charco de agua de un color grisáceo amarillo de lo más extraño.
Llego al final del camino, frente a mí se abre una gran explanada. Justo en uno de los laterales del descampado se alzan los altos muros de la fábrica de agua embotellada, la misma marca que la que llevo en mi mochila. Un poco a la derecha, en un contraste de esos que de vez en cuando te ofrece la vida, está el pequeño pozo que unido a una bomba proporciona algo de agua potable a la población, y es la mayoría, que no puede pagar el precio de una botella al agua embotellada. Cinco o seis jóvenes están haciendo cola esperando su turno para llenar sus botellas y barrenos de agua. Entre la fábrica y el pozo se abre un camino bastante ancho que me debe llevar hasta la cima. Esto marca, el comienzo de mi verdadera excursión
Al principio el camino está bien, muy bien incluso. Es una pista de tierra apisonada, sin demasiada pendiente. Mientras avanzo pienso en que será un paseo agradable pese a que el sol y solo son las 8 de la mañana calienta de lo lindo y que empiezo a sudar bajo mi gorra Tras un giro el camino se empina terriblemente y la pista antes lisa y compacta, se llena de rodaduras y cárcavas, la tierra se desmiga en piedrecitas que se escurren bajo mis botas, producto todo ello de las lluvias ya lejanas en el tiempo. El sol calienta cada vez más y la rala vegetación compuesta de arbustos bajos, no proporciona ninguna protección, me paro un momento a descansar y miro a mí alrededor, multitud de pequeños senderos salen del camino principal en el que me encuentro y se pierden serpenteando hacia el valle, o hacia las otras colinas. N’dalatando se ofrece a mis pies. Es una perspectiva desconocida para mi. No es una ciudad bonita, pero ahora mismo la reconozco como mi hogar. Intento encontrar referencias. Busco la casa donde vivimos y para ello me fijo en el pequeño hospital que está un poco detrás de la casa, me fijo en el campo de futbol, donde juega el Rosa de porcelana el equipo local que milita en la primera división angolana, busco el parque que hay en el centro de la ciudad, el pequeño mercado municipal, al fin busco la oficina aunque no la encuentro ya que descubro que se encuentra detrás de una pequeña colina.
Bebo un poco de agua, y prosigo el camino, sigo ascendiendo cada vez mas despacio y con mas esfuerzo. El camino es una sucesión de curvas seguidas de empinadas cuestas, que acaban en otra curva que da paso a otra cuesta. El firme esta cada vez mas deteriorado, la arenilla se escurre bajo mis botas y creo que incluso un todo terreno tendría dificultad en hacer el trayecto, debido a las profundas grietas de la pista. Es aquí donde los pensamientos que indicaba al principio me asaltan. Me paro, resoplo y vuelvo a caminar. Sigo subiendo despacio. Abajo, al pie de la colina, en un sendero lateral veo a un hombre avanzar acompañado de un perro. Al poco le veo aparecer unos metros por detrás de mí.. Empiezo a comprender, los senderos son mas sencillos para subir que el camino principal, que solo usan los todoterreno y los blancos tontos como yo. El hombre me alcanza. Le observo, es un hombre de mediana edad, humildemente vestido, de su hombro cuelga una escopeta y en su mano izquierda lleva el omnipresente machete. El perro se me acerca, me olisquea, y sigue a sus cosas.
- Bom dia - le digo
- Bom dia
- Hace calor, ¿certo?
- Si- me dice-muito. Muito calor
- ¿Au Mato? – le pregunto, adivinando que es un campesino.
- Sim, au mato y da caça- me dice mientras palpa con su mano la escopeta
Asiento con la cabeza, y durante unos metros seguimos avanzando juntos en silencio.
En el siguiente recodo, se para .
- Meu campo- me dice – señalando con su machete un punto indeterminado de una colina que se haya enfrente nuestro.
- Chau y bom dia, - me dice, mientras él y su perro toman otro sendero que sale del camino principal.
Me paro y les veo alejarse camino de su terreno. Por mi parte prosigo mi penoso ascender, mis pasos son lentos, bebo pequeños sorbos de agua, tengo la camiseta completamente empapada por el sudor, pero hay un lado bueno las moscas al principio molestas han desaparecido. Alzo la vista y veo que tras un par de cuestas más, se encuentra el final de mi tortura. Por fin veo las antenas de la estación. Con amino redoblado, subo los últimos tramos, al fin llego a la valla metálica que rodea el conjunto de antenas y repetidores. Me siento en una gran piedra frente a la puerta metálica que da acceso al recinto y tomo un trago de agua. A mis pies diviso completamente N’Dalatando. Veo como se extiende destartalada y sin orden por todo el valle. Saco la cámara de la mochila y hago algunas fotos.
Me siento de nuevo para descansar un rato más antes de empezar el descenso.