De improviso se abre la puerta y de dentro del recinto vallado sale un hombre, me hace una seña para que me acerque. Me levanto y me dirijo hacia el.
Me extiende la mano, yo le extiendo la mía y cogiendo la suya nos saludamos.
-Soy Joao Carlos Barreiro y Mendoza, pero todo el mundo me llama Joaca- me dice- - Encantado, le digo, me llamo Julio.
--Ahh, Julio - dice pronunciando la J de forma suave, casi liquida a la forma portuguesa- Bem vindo, por favor pasa.
Le acompaño hacia dentro del recinto. El complejo se compone de varias casetas prefabricadas y media docena de antenas que se elevan muy por encima de nosotros. Encima de una de las casetas, en el techo hay dos chicos jóvenes sentados, al verme descienden del tejado y se acercan, nos saludamos con sendos apretones de mano pero,no me dicen sus nombres.
- Joaca ¿qué son?, le pregunto señalando las antenas.
- Ahh, son de Radio Kwanza - me dice, soy el encargado de mantenimiento y ellos, señalando a los jóvenes son mis ayudantes. Tras unos instantes en silencio prosigue.- Somos los encargados de que se oiga en toda la provincia.
Joaca y los jóvenes me invitan a dirigirme al borde de la colina. Allí mis acompañantes con unos tablones de madera han construido una especie de asientos y un mirador. Nos sentamos. Saco de nuevo mi botella de agua y echo un trago. Ofrezco la botella a Joaca y a sus amigos que con un gesto y un obrigado rehúsan beber.
Durante unos instantes nos quedamos en silencio, mirando al infinito. Miro a mi acompañante. Es un hombre de unos 60 años, delgado, con poco pelo, con una mirada alegre y vivaz.
-Y Gulio, qué haces en N’dalatando, ¿trabajas? - me pregunta Joaca
- No - Contesto mientras mi mente rebusca en mi mejor portuñol,- estoy de vacaciones. He venido a ver a mi mujer que es la que está trabajando en N’dalatando.
- ¿De donde eres?
- De España.
- ¿España? - inquiere Joao - ¿Eso está en Europa?
- Sí, justo al lado de Portugal.
-Portugal - dice Joaca con una sonrisa- Mi padre era portugués.
- ¿Tenéis hijos? -Vuelve a preguntarme
- No Joaca, no tenemos hijos.
- ¿Por que los blancos tenéis tan pocos hijos? - me sigue interrogando Joaca.
Reconozco que la pregunta me descoloca totalmente, nunca hubiese pensando tener que responder esa pregunta. Realmente, no sé qué contestarle, yo podría decirle los motivos por los que A. y yo hemos decidido no tener hijos, pero no puedo hablar en nombre de todos los blancos del mundo
- Ya sabes - le contesto intentando salir del paso en mi pobre portugués- la vida es cara, todo cuesta mucho dinero, además nosotros estamos poco en casa. Mientras hablo Joaca afirma con la cabeza
- Yo tengo siete hijos, me dice, pero de mis hermanos uno tiene once y el otro tiene quince hijos. Nosotros somos solo tres hermanos, porque mi padre era blanco.
- Siete hijos - le digo entre admirado y horrorizado - Pero y tu mujer ¿está de acuerdo?.
- Bueno solo cuatro son de mi mujer, tres son de mi segunda mujer - me dice con una sonrisa picarona - Además, prosigue en voz algo mas baja, voy detrás de otra mujer, que esta sola.
- ¿Tres mujeres? - Le digo asombrado.
- Sí Gulio. Tú sabes - me dice cogiéndome la mano mientras sigue sonriendo- la guerra
Durante la guerra civil que asolo Angola, murieron muchísimos hombres. Una de las cosas que más llaman la atención al observar a los angoleños, es que casi no hay hombres maduros, casi todos los hombres con los que te cruzas en la calle, son jóvenes o niños. Es por ello que hay muchas mujeres solas y que los varones de más de 45 años están muy “cotizados”. Así no es extraño que un hombre tenga dos o tres mujeres. Por otro lado tampoco es extraño que una mujer tenga dos o tres maridos.
- Ves el mercado - me dice señalando con el dedo, un descampado en la ciudad.
Sigo con la mirada la dirección que indica su dedo, y veo a lo que se refiere. Es el mercado que pasé al comienzo de mi excursión.
- Si, afirmo - aunque más que ver el mercado, lo intuyo bajo el polvo
- Ves a la derecha, una casa roja de tres plantas, - me dice mientras sigue señalando con el dedo.
Miro a la derecha y efectivamente se vislumbra una cosa alta roja, de ladrillo, con el techo plano y que destaca entre las casitas más bajas que la rodean.
- Sí, la veo.
- Esa es mi casa- me dice en un tono que quiere ocultar el orgullo
- Muy bonita - le digo- Joaca ¿la has construido tú?
- Sí, me ayudaron mis hijos mayores. -- esta vez no puede disimular su orgullo en su voz
- Enhorabuena - le digo - de verdad es una gran casa. - En efecto es una casa magnifica
Joaca sonríe, se levanta y me dice ven conmigo. Caminamos entre los edificios que componen la estación, en un rincón, en el suelo hay un fuego hecho con unas maderas, encima del cual hay colocadas unas cazuelas metálicas. Humean. Huelen delicioso
- ¿Vuestra comida?, le pregunto a Joaca.
- Sí, el almuerzo- me dice.
Llegamos al otro lado de la colina. El paisaje que se nos ofrece es espectacular. Una sucesión de colinas rojas, cubiertas aquí y allá de verdes restos de la selva que alguna vez las cubrió. También se ven algunos pequeños campos de cultivo. De vez en cuando se yergue como un gigante entre el resto de los árboles la figura de un imbondeiro que es como llaman aquí a los Baobad. No se oye ningún ruido fuera de lugar, solo el zumbar de los insectos.
Saco algunas fotos más, la verdad es que ya no me acuerdo de los sudores y fatigas de la subida, al final la subida ha merecido la pena.
Me giro y veo a mis tres acompañantes detrás de mí. Observándome
- Poneros juntos - les digo - Os voy a sacar una foto - Se juntan y sonríen. Les saco un par de fotos.
- ¿Joaca, tienes email?, ¿alguna dirección?. Así os las puedo enviar y las tenéis vosotros también.
Al oír mi pregunta, uno de lo chicos coge un teléfono móvil y hace una llamada, por lo que puedo entender esta hablando con un amigo para que le cree o le preste una dirección de correo.
Tras unos minutos, deja el móvil y me da su dirección, yo saco la libreta y le pido que me la escriba.
Son cerca de las 12 de la mañana, la hora de comer en Angola, así que decido despedirme de mis nuevos amigos. Les doy un abrazo, y me despido de ellos. Los jóvenes me sonríen, No han dicho una palabra en todo el rato. Joaca me acompaña a la puerta. Le doy las gracias, me despide con una gran sonrisa. Descansado y contento comienzo a descender por el camino. Tras un par de revueltas y al mirar hacia arriba veo a Joaca que desde el mirador me dice adiós con la mano, le devuelvo la despedida. La bajada es rápida pero no sencilla. Mis botas se escurren debido a la arenilla suelta y caigo al suelo rodando cuesta abajo un buen trecho. Procuro ir con más cuidado. Al poco y tras dos caídas más llego de nuevo a la explanada frente a la fábrica de agua.
Me paro un rato a descansar, antes de proseguir camino hacia la casa y me siento en una piedra al lado de la fuente. Frente a mí, donde comienzan las casas veo algo que me llama la atención. Hay un numeroso grupo de mujeres, que vestidas todas ellas de blanco y formadas en dos apretadas filas, están dando vueltas alrededor de una casa todas al mismo ritmo pausado pero constante. Oigo su cántico. Pregunto a unos niños que están esperando su turno junto a la fuente, que es lo que están haciendo esas mujeres.
Me miran extrañados, es un entierro me dicen. Esas mujeres están llorando. Me quedo un rato mas allí, viendo como las plañideras cumplen su trabajo. Después de unos minutos de observación y según el grupo de mujeres se va disolviendo decido, que es hora de volver a casa y tomar una cerveza.
Has pasado tres días desde mi aventura a la colina, y A. y yo estamos andando por la plaza central de N’Dalatando camino del pequeño restaurante donde vamos a comer. De pronto un grito llena la plaza. Guliooo, al oír mi nombre me vuelvo extrañado y veo un par de hombres que avanzan hacia mí. Uno de ellos se adelanta y me abraza efusivamente, yo le devuelvo el abrazo
Nos separamos.
- A que no te acuerdas de mí- me dice el hombre mientras sonríe y me mira
- Claro que si - digo al reconocerle - eres Joaca, el de allá arriba - digo mientras señalo las antenas
- El mismo Joaca- me dice sonriendo.
Me presenta a su amigo, que con una gran sonrisa me tiende la mano. Le devuelvo el saludo y le presento a Adriana.
Charlamos un poco mas, Joaca habla sin parar, ríe, bromea obviamente los dos están algo bebidos. Al poco entre abrazos, nos despedimos ellos siguen su camino, les vemos alejarse calle arriba. Nunca más le he vuelto a ver
Me extiende la mano, yo le extiendo la mía y cogiendo la suya nos saludamos.
-Soy Joao Carlos Barreiro y Mendoza, pero todo el mundo me llama Joaca- me dice- - Encantado, le digo, me llamo Julio.
--Ahh, Julio - dice pronunciando la J de forma suave, casi liquida a la forma portuguesa- Bem vindo, por favor pasa.
Le acompaño hacia dentro del recinto. El complejo se compone de varias casetas prefabricadas y media docena de antenas que se elevan muy por encima de nosotros. Encima de una de las casetas, en el techo hay dos chicos jóvenes sentados, al verme descienden del tejado y se acercan, nos saludamos con sendos apretones de mano pero,no me dicen sus nombres.
- Joaca ¿qué son?, le pregunto señalando las antenas.
- Ahh, son de Radio Kwanza - me dice, soy el encargado de mantenimiento y ellos, señalando a los jóvenes son mis ayudantes. Tras unos instantes en silencio prosigue.- Somos los encargados de que se oiga en toda la provincia.
Joaca y los jóvenes me invitan a dirigirme al borde de la colina. Allí mis acompañantes con unos tablones de madera han construido una especie de asientos y un mirador. Nos sentamos. Saco de nuevo mi botella de agua y echo un trago. Ofrezco la botella a Joaca y a sus amigos que con un gesto y un obrigado rehúsan beber.
Durante unos instantes nos quedamos en silencio, mirando al infinito. Miro a mi acompañante. Es un hombre de unos 60 años, delgado, con poco pelo, con una mirada alegre y vivaz.
-Y Gulio, qué haces en N’dalatando, ¿trabajas? - me pregunta Joaca
- No - Contesto mientras mi mente rebusca en mi mejor portuñol,- estoy de vacaciones. He venido a ver a mi mujer que es la que está trabajando en N’dalatando.
- ¿De donde eres?
- De España.
- ¿España? - inquiere Joao - ¿Eso está en Europa?
- Sí, justo al lado de Portugal.
-Portugal - dice Joaca con una sonrisa- Mi padre era portugués.
- ¿Tenéis hijos? -Vuelve a preguntarme
- No Joaca, no tenemos hijos.
- ¿Por que los blancos tenéis tan pocos hijos? - me sigue interrogando Joaca.
Reconozco que la pregunta me descoloca totalmente, nunca hubiese pensando tener que responder esa pregunta. Realmente, no sé qué contestarle, yo podría decirle los motivos por los que A. y yo hemos decidido no tener hijos, pero no puedo hablar en nombre de todos los blancos del mundo
- Ya sabes - le contesto intentando salir del paso en mi pobre portugués- la vida es cara, todo cuesta mucho dinero, además nosotros estamos poco en casa. Mientras hablo Joaca afirma con la cabeza
- Yo tengo siete hijos, me dice, pero de mis hermanos uno tiene once y el otro tiene quince hijos. Nosotros somos solo tres hermanos, porque mi padre era blanco.
- Siete hijos - le digo entre admirado y horrorizado - Pero y tu mujer ¿está de acuerdo?.
- Bueno solo cuatro son de mi mujer, tres son de mi segunda mujer - me dice con una sonrisa picarona - Además, prosigue en voz algo mas baja, voy detrás de otra mujer, que esta sola.
- ¿Tres mujeres? - Le digo asombrado.
- Sí Gulio. Tú sabes - me dice cogiéndome la mano mientras sigue sonriendo- la guerra
Durante la guerra civil que asolo Angola, murieron muchísimos hombres. Una de las cosas que más llaman la atención al observar a los angoleños, es que casi no hay hombres maduros, casi todos los hombres con los que te cruzas en la calle, son jóvenes o niños. Es por ello que hay muchas mujeres solas y que los varones de más de 45 años están muy “cotizados”. Así no es extraño que un hombre tenga dos o tres mujeres. Por otro lado tampoco es extraño que una mujer tenga dos o tres maridos.
- Ves el mercado - me dice señalando con el dedo, un descampado en la ciudad.
Sigo con la mirada la dirección que indica su dedo, y veo a lo que se refiere. Es el mercado que pasé al comienzo de mi excursión.
- Si, afirmo - aunque más que ver el mercado, lo intuyo bajo el polvo
- Ves a la derecha, una casa roja de tres plantas, - me dice mientras sigue señalando con el dedo.
Miro a la derecha y efectivamente se vislumbra una cosa alta roja, de ladrillo, con el techo plano y que destaca entre las casitas más bajas que la rodean.
- Sí, la veo.
- Esa es mi casa- me dice en un tono que quiere ocultar el orgullo
- Muy bonita - le digo- Joaca ¿la has construido tú?
- Sí, me ayudaron mis hijos mayores. -- esta vez no puede disimular su orgullo en su voz
- Enhorabuena - le digo - de verdad es una gran casa. - En efecto es una casa magnifica
Joaca sonríe, se levanta y me dice ven conmigo. Caminamos entre los edificios que componen la estación, en un rincón, en el suelo hay un fuego hecho con unas maderas, encima del cual hay colocadas unas cazuelas metálicas. Humean. Huelen delicioso
- ¿Vuestra comida?, le pregunto a Joaca.
- Sí, el almuerzo- me dice.
Llegamos al otro lado de la colina. El paisaje que se nos ofrece es espectacular. Una sucesión de colinas rojas, cubiertas aquí y allá de verdes restos de la selva que alguna vez las cubrió. También se ven algunos pequeños campos de cultivo. De vez en cuando se yergue como un gigante entre el resto de los árboles la figura de un imbondeiro que es como llaman aquí a los Baobad. No se oye ningún ruido fuera de lugar, solo el zumbar de los insectos.
Saco algunas fotos más, la verdad es que ya no me acuerdo de los sudores y fatigas de la subida, al final la subida ha merecido la pena.
Me giro y veo a mis tres acompañantes detrás de mí. Observándome
- Poneros juntos - les digo - Os voy a sacar una foto - Se juntan y sonríen. Les saco un par de fotos.
- ¿Joaca, tienes email?, ¿alguna dirección?. Así os las puedo enviar y las tenéis vosotros también.
Al oír mi pregunta, uno de lo chicos coge un teléfono móvil y hace una llamada, por lo que puedo entender esta hablando con un amigo para que le cree o le preste una dirección de correo.
Tras unos minutos, deja el móvil y me da su dirección, yo saco la libreta y le pido que me la escriba.
Son cerca de las 12 de la mañana, la hora de comer en Angola, así que decido despedirme de mis nuevos amigos. Les doy un abrazo, y me despido de ellos. Los jóvenes me sonríen, No han dicho una palabra en todo el rato. Joaca me acompaña a la puerta. Le doy las gracias, me despide con una gran sonrisa. Descansado y contento comienzo a descender por el camino. Tras un par de revueltas y al mirar hacia arriba veo a Joaca que desde el mirador me dice adiós con la mano, le devuelvo la despedida. La bajada es rápida pero no sencilla. Mis botas se escurren debido a la arenilla suelta y caigo al suelo rodando cuesta abajo un buen trecho. Procuro ir con más cuidado. Al poco y tras dos caídas más llego de nuevo a la explanada frente a la fábrica de agua.
Me paro un rato a descansar, antes de proseguir camino hacia la casa y me siento en una piedra al lado de la fuente. Frente a mí, donde comienzan las casas veo algo que me llama la atención. Hay un numeroso grupo de mujeres, que vestidas todas ellas de blanco y formadas en dos apretadas filas, están dando vueltas alrededor de una casa todas al mismo ritmo pausado pero constante. Oigo su cántico. Pregunto a unos niños que están esperando su turno junto a la fuente, que es lo que están haciendo esas mujeres.
Me miran extrañados, es un entierro me dicen. Esas mujeres están llorando. Me quedo un rato mas allí, viendo como las plañideras cumplen su trabajo. Después de unos minutos de observación y según el grupo de mujeres se va disolviendo decido, que es hora de volver a casa y tomar una cerveza.
Has pasado tres días desde mi aventura a la colina, y A. y yo estamos andando por la plaza central de N’Dalatando camino del pequeño restaurante donde vamos a comer. De pronto un grito llena la plaza. Guliooo, al oír mi nombre me vuelvo extrañado y veo un par de hombres que avanzan hacia mí. Uno de ellos se adelanta y me abraza efusivamente, yo le devuelvo el abrazo
Nos separamos.
- A que no te acuerdas de mí- me dice el hombre mientras sonríe y me mira
- Claro que si - digo al reconocerle - eres Joaca, el de allá arriba - digo mientras señalo las antenas
- El mismo Joaca- me dice sonriendo.
Me presenta a su amigo, que con una gran sonrisa me tiende la mano. Le devuelvo el saludo y le presento a Adriana.
Charlamos un poco mas, Joaca habla sin parar, ríe, bromea obviamente los dos están algo bebidos. Al poco entre abrazos, nos despedimos ellos siguen su camino, les vemos alejarse calle arriba. Nunca más le he vuelto a ver