8 de julio de 2019
Venga, al lío. Estando ya en la península, se acabaron los barcos y damos paso a la carretera. El día de hoy vuelve a ser una etapa preliminar, en esta ocasión para consumir los casi 750 kilómetros que separan Barcelona de la que será nuestra primera parada del viaje al oeste de Cantabria.
Desayunamos, nos duchamos, asistimos al ritual de creación de bocatas de "La Lola" -popularmente conocida como mi madre- y son las 9:00 cuando enfilamos ya las escaleras del garaje que mi hermano me ha cedido amablemente para que mi coche no pasara la noche en plena calle. Podríamos haber salido antes pero hemos preferido evitar el tráfico que la salida de la Ciudad Condal podía presentar un lunes laborable a primera hora.
En apenas un par de giros estamos ya enfilando la salida de la ciudad por la Gran Vía y hemos establecido en el móvil la ruta hacia Lleida. Con margen de tiempo para el recorrido que nos espera y el objetivo de abaratar costes, nos hemos fijado como misión hacer todo el trayecto de hoy sin pisar una sola autopista de peaje. La diferencia entre hacerlo o no es de poco más de una hora y en cambio la sangría de desembolsos que supone coger todas las vías de pago de aquí a Cantabria, a ojo de buen cubero, parece superar los 60 euros.
Irónicamente en un viaje cuya principal misión es la de huir de los calores del Mediterráneo, nos acompaña una tormenta de verano ya desde nuestro paso por L'Hospitalet de Llobregat. Una hora después de ponernos en marcha hacemos nuestra primera parada en Ódena, junto a Igualada. Aquí se encuentra una de las estaciones de servicio más económicas de la cadena bonÀrea. Dada la notable diferencia de precio del combustible entre Catalunya y Baleares, ya hemos sido previsores durante las semanas anteriores para llegar aquí con el depósito más escaso posible y así rellenarlo ahorrándonos unos buenos euros. Son las 10:00 y seguimos la marcha.
A las 11:00 hemos pasado de largo Lleida, cuyos puentes sobre la carretera ya no lucen tantos lazos amarillos como hace menos de un año cuando recorríamos estas mismas carreteras rumbo a Huesca. Ha vuelto el calor, que no hace más que aumentar según entramos en Aragón solo 15 minutos después. El primer trozo de N-II huyendo de las rutas de pago viene acompañado de poco tráfico y solo se hace pesado hacia el final, viendo pasar bajo nosotros esa autopista de peaje que hemos evitado. Tras un pequeño tramo con un solo carril por sentido que nos obliga a esperar el momento adecuado para adelantar a un par de camiones, volvemos a parar a las 12:45 en la última gasolinera bonÀrea del camino, justo después de superar Zaragoza. Solo hemos quemado 14 euros de combustible, pero no está de más rellenar al menor precio posible mientras exista esa posibilidad. Aprovechamos la parada para hacer desaparecer el bocata de calamares de La Lola. Cambio de conductor y seguimos.
Según Google Maps, nuestra estrategia de seguir por carreteras gratuitas supone 4 horas y 50 minutos de trayecto por delante, tan solo 30 minutos más que si reculáramos en nuestro propósito y cogiéramos ahora la autopista de peaje. Así que no cambiamos los planes y según devoramos kilómetros y el termómetro del coche vuelve a bajar de los 30 grados, apagamos un aire acondicionado que ya no volveríamos a poner en todo el camino. Son las 13:40 cuando entramos en territorio navarro.
Solo 20 minutos después, a las 14:00, La Rioja nos da la bienvenida con un pequeño tramo de autovía gratuita que nos sabe a gloria. Sin embargo no tardamos en regresar a una Carretera Nacional, pero apenas hay camiones que superar y el paisaje rodeado de viñedos desde el primer minuto hacen el camino mucho más llevadero. Sin haber encendido la radio hasta este momento, ya es hora de aprovechar el transmisor Bluetooth-FM y pasar el rato cantando a pleno pulmón algunos de los grandes éxitos de mi mega-lista de Spotify.
Son las 15:00 cuando atravesamos la ciudad de Logroño acompañados de 27 grados y un cielo totalmente cubierto que hace que se haga de noche pese a la temprana hora. 20 minutos más y abandonamos La Rioja para dar con nuestros neumáticos en Castilla y León y, más concretamente, en la provincia de Burgos. Tras varios avistamientos de un Camino de Santiago que traza su recorrido casi en paralelo a la carretera, vemos al fin al primer peregrino del día.
Pues ya podemos decir que hemos estado en Burgos
Hacemos una parada pocos kilómetros antes de alcanzar la ciudad de Burgos para volver a intercambiar asientos. El exterior nos recibe con 15 grados y una débil lluvia helada que hace las delicias de dos turistas que hace apenas dos días antes estaban siendo castigados por los 40 grados de Mallorca.
La llegada a Burgos viene acompañada de un cielo que se ha abierto por arte de magia y ha hecho resucitar la temperatura hasta pasar los 20 grados. No tardamos en coger el desvío hacia el Puerto de Piedrasluengas que nos llevará hasta el homónimo mirador tras conducir otros 25 kilómetros. La previsión no es la mejor para la ocasión, ya que parece que nos dirigimos de cabeza hacia un nuevo tramo de nubes bajas que cubren totalmente el horizonte.
Los 25 kilómetros son mucho más llevaderos de lo que cabía esperar, concentrando la subida en apenas unos pocos de ellos y haciéndolo de manera muy gradual. Pero al llegar al Mirador de Piedrasluengas nos recibe la más absoluta nada. Engullidos por una nube que se agarra en forma de gotas a nuestra ropa, miremos hacia donde miremos tenemos un lienzo en blanco allí donde deberían estar las tierras cántabras y los Picos de Europa en el horizonte. No nos vamos a engañar: no es el escenario ideal, pero viendo la previsión meteorológica en días anteriores ya temíamos que esto pudiera ocurrir y estábamos mentalizados para ello. Además, tal y como ya he dicho, el objetivo principal de visitar esta zona era reencontrarnos con el frío y la lluvia y eso es lo que nos ha dado la bienvenida.
Aquí está el mirador... y nada más
Volvemos al coche para descender del puerto por el lado opuesto, el que ya nos adentra en Cantabria hasta llegar a nuestro primer alojamiento del viaje. Viendo que la distancia entre nuestro asentamiento y el mirador es de 45 minutos nos planteamos volver si en los dos siguientes días el tiempo y, sobre todo, la visibilidad acompañan. Pero esa posibilidad se va desvaneciendo poco a poco cuando vemos que la carretera hasta el puerto por el lado cántabro es bastante más larga, pesada y llena de curvas de las que deben tomarse a no más de 20 kilómetros por hora. Antes de desviarnos hacia Cahecho nos alejamos un poco en dirección a Potes para aparcar junto a un Supermercado Día en el pueblo de Ojedo. Durante el descenso una pequeña ermita en lo alto de una colina llama nuestra atención, ya que desde nuestra posición parece un muy interesante balcón hacia los pueblos cercanos y a los Picos de Europa cuando la visibilidad acompaña. Los carteles nos informan de que se trata de la Ermita de San Tirso. Lo anotamos para futura evaluación.
A nuestro paso por el supermercado compramos las pocas cosas que no llevamos ya en el maletero: pan del día, chocolate para las excursiones, algo más de fruta, patatillas y cerveza. El primer cántabro al que oímos hablar es el encargado dándole órdenes a un mozo de almacén y... a ver, nada más lejos que querer perpetuar estereotipos, pero es que si cierras las ojos es como estar escuchando a Miguel Ángel Revilla.
Regresamos al coche para encarar nuestros últimos minutos de carretera de un largo día al volante. Tras deshacer unos pocos kilómetros y tomar un desvío que gana altura a un ritmo vertiginoso, en apenas 15 minutos y cuando pasan pocos minutos de las 19:00 aparcamos frente los Apartamentos Rurales Fuente de Somave. Tras escudriñar la zona y querer evitar la zona más turística de Potes, esta nos pareció la elección con mejor relación calidad/precio a tenor de los 55€ por noche que listaba en Booking.com y las espectaculares vistas hacia los Picos de Europa que prometían sus fotos.
Hola, Cahecho
Las calles de Cahecho
Nos recibe Gonzalo, que tras gestionar el papeleo de la reserva nos señala la puerta del apartamento #1 indicando que esa será nuestra casa durante las dos próximas noches. Entramos y enseguida vemos que hemos acertado con nuestra apuesta. Encontramos en el interior un apartamento de dos plantas con dos habitaciones en la parte superior y un más que suficiente salón comedor con cocina y lavadora incluídas en el piso inferior. Al abrir las ventanas ahí tenemos esas vistas que, aún siendo muy mejorables en un día con mejor visibilidad, ya valen mucho la pena. Mientras descargamos todo el contenido de nuestro maletero, los amenazadores truenos que hace un par de minutos sonaban en la distancia se traducen en un diluvio que nos parecía impensable hace un par de días. Entramos y nos relajamos mirando como el agua baña todo el verde de los alrededores.
El resto del día solo tiene como objetivo relajarse, disfrutar del clima, revisar las recomendaciones de excursiones y restaurantes del dossier para huéspedes y estudiar cómo encajarlas con lo que traemos planeado y la previsión meteorológica de los dos próximos días. Son las 21:00 cuando estamos cenando y con tiempo por delante para dejar pasar las últimas horas del día en la cama revisando las redes sociales mientras sigue lloviendo en el exterior. A esto veníamos, y esto hemos encontrado. Nada que objetar.