16 de julio de 2019
Qué bien se duerme en Cabielles. Ni un solo ruido salvo el de los cencerros a partir de las siete de la mañana, un colchón comodísimo y una temperatura agradable pese a tener que ir alternando entre "sábana sí" y "sábana no" a lo largo de la noche por no saber encontrar el punto intermedio. Despierto yo primero para arrancar una lavadora que ya quedó preparada para ponerse en marcha tras la noche anterior. Sufro al hacerlo, ya que el cacharro del infierno empieza a acelerar y emitir ruidos dignos de un lanzamiento espacial y no me haría ninguna gracia ser el vecino que está durmiendo en la casa contigua.
Durante la ronda matutina por redes y servicios varios descubro que esos cargos fraudulentos de mi tarjeta de crédito que estaban pendientes de autorizar se han confirmado. Intento utilizar las opciones que el portal web de Wizink habilita para reportar situaciones como esta pero me encuentro errores de programación por todas partes que me impiden completar el proceso. Toca recurrir al teléfono para hacer las gestiones pertinentes y acabar con un formulario en PDF que debería imprimir, rellenar y enviar escaneado o cuidadosamente fotografiado por correo electrónico. Contactamos a través de Whatsapp con los anfitriones de nuestro apartamento con la esperanza de poder tener acceso a alguna impresora. En otro orden de cosas, ya tengo cerrado el trato para la Nintendo Switch seminueva. Un capricho que llega dos años tarde, pero acaba llegando.
El tiempo parece acompañar en las primeras horas de sol, pero no así el estómago de L. Aunque cada vez con menos frecuencia, siempre ha sufrido de problemas intestinales que tienden a agudizarse en épocas de estrés o cambios de ritmo. Afortunadamente ya sabe cómo actuar ante estas situaciones y parece que solo ha sido un pequeño malestar que no irá a mayores y nos permitirá seguir con los planes previstos.
Con algo de agobio por querer hacer demasiadas cosas a la vez, alcanzamos las 9:00, echamos el cierre al apartamento y nos ponemos en marcha. Aunque tengamos a tiro de piedra Cangas de Onís y con él las salidas en autocar a los populares Lagos de Covadonga no es ese nuestro objetivo para hoy. En su lugar nos vamos en dirección contraria, hacia el este, donde tras una hora de carretera nos espera la que casi con toda probabilidad será nuestra última excursión de este periplo cantabro-leonés-asturiano. Nos disponemos a subir a la Peña Maín, un macizo cuya cumbre a poco más de 1.600 metros ofrece, bajo las condiciones adecuadas, el mejor balcón posible hacia el Naranjo de Bulnes o Pico Urriellu, una mole de piedra que atrae todas las miradas de los que miran hacia el macizo central de los Picos de Europa.
Nos espera un total de alrededor de 70 minutos hasta alcanzar nuestro remoto destino. Los primeros 40 transcurren por una carretera mayormente llana, en perfectas condiciones, atravesando pueblos que según nos alejamos de la zona de Covadonga van pasando de descaradamente turísticos a más auténticos. Entonces toca desviarse y enfilar la subida a Sotres "Sotres, Asturias", pueblo de 114 habitantes -según el censo de 2015- y con el prestigioso honor de ser el más elevado de toda Asturias. Ese honor tiene un precio, y es que llegar hasta él tiene un peaje en forma de fuertes pendientes e infinitas curvas durante las cuales el conductor no puede distraerse mucho para admirar el espectacular paisaje. Por el camino superamos las señales de Poncebos y junto a ellas los coches que empiezan a acumularse debido a que aquí da inicio uno de los extremos de la archiconocida Ruta del Cares.
Y lo peor está por llegar, ya que nuestra meta no se encuentra en el propio Sotres si no en el Collado de Pandebano, a ocho kilómetros al oeste del pueblo y accesible mediante una pista forestal que, según leemos por Internet, se puede transitar con cualquier vehículo siempre y cuando se tenga suficiente precaución. Sin embargo no estábamos preparados para lo que se nos presenta bajo las ruedas: aparte de una señalización algo deficiente que nos obliga a preguntar a un local cuya furgoneta se cruza en nuestro camino mientras transporta a unos cochinos, el terreno dista mucho de ser "complicado pero transitable" y durante los primeros instantes nos planteamos seriamente si dar la vuelta y hacer que venir hasta aquí haya sido en vano. Sin embargo cada nuevo tramo superado nos hace sentir más obligados a no desperdiciar lo avanzado y así, con paciencia y mucha tensión, alcanzamos el punto en el que los coches se acumulan en el arcén dejando a pocos metros la subida final a pie hasta el collado. Para nuestra sorpresa encontramos entre el parque de vehículos algunos con todavía menos garantías de sobrevivir a la carretera que el nuestro, con los bajos muy cercanos al suelo. Nuestro Modus parece haber llegado de una pieza, pero personalmente no recomendaría a nadie seguir nuestros pasos si no cuentan con un todoterreno. No quiero esa responsabilidad.
Nos untamos de crema solar brazos, cara y nuca y comenzamos a subir hacia el collado. Las vistas son impresionantes desde el primer minuto y durante el camino me dedico a atender a algunos senderistas que me piden que les haga una fotografía con cámaras de 2.000 euros configuradas en modo automático. Tengo mi momento de postureo máximo cuando, al alcanzar el collado, apago remotamente con el móvil el portátil que he dejado en Cabielles procesando las fotografías de un timelapse.
Preparándonos para atacar el collado
Las cumbres esperan tras el collado
Y ahora pasemos a las vistas. Tenemos ante nosotros algunas de las más impactantes cumbres del macizo central de los Picos de Europa. A la izquierda de ellas deberíamos poder asombrarnos ya con la peculiar forma alargada del Urriellu, pero por ahora se resiste. Unas nubes junto al resto de la cordillera se mantienen a media altura. Volviendo la vista atrás el inabarcable valle nos saluda con Sotres despertando en el centro de la imagen. Solo las vistas desde aquí hacen que ya haya merecido la pena el mal rato al volante. Pero y ahora... ¿qué?
Sotres, desde el Collado
Las nubes coquetean con la montaña
Lo fácil sería pintarlo todo de color de rosa, narrar la divertida confusión vivida y hacer como si todo el día hubiera marchado sobre ruedas. Pero no, aquí se viene al salseo, y salseo es lo que tenemos. Pasamos unos minutos tensos, confusos y, por qué no decirlos, cabreados el uno con el otro. Por que nos damos cuenta de que hemos venido muy poco informados de cómo se inicia la excursión pese a tener material descargado en el móvil, y la naturaleza humana pasa por comenzar haciendo responsable al otro. Y pasamos unos minutos en silencio, y dando vueltas como pollos sin cabeza. Pero tras esos tensos momentos deambulando por el collado llegamos a la conclusión de que a alguna parte hemos de llegar. Y hacemos el esfuerzo de hacer tabula rasa y volver a la casilla de salida, es decir, a consultar el material. Y reconocemos el error de haber subido al collado casi por instinto cuando resulta que debíamos echar a andar en exactamente la dirección contraria. Y, todavía a regañadientes, comenzamos a arreglar el desaguisado. Si alguien está sufriendo por nosotros leyendo esto que no lo haga, que son ya muchos años juntos y esto al cabo de unas horas solo es una nota al pie en el libro de pequeños desencuentros que están más que asumidos y superados.
Nadie en su sano juicio puede decir que se arrepienta de subir hasta el Collado de Pandebano, pero la verdad es que en caliente nos pesan los pies a cada paso que hay dar cuesta abajo para regresar hasta el coche. Pasamos junto a él y entonces comenzamos la excursión de verdad. Deshaciendo unos pocos metros de los que hemos recorrido sobre ruedas antes de aparcar encontramos una cuesta a mano izquierda que inicia el desvío que aproximadamente tres kilómetros después debería dejarnos en la Peña Maín. Venga, empecemos.
El camino empieza a subir con una pendiente por ahora bastante suave y un terreno todavía apto para los todoterrenos o coches con menos a perder. Se cruzan a nuestro paso vacas cuyos cuernos pasan más cerca de nosotros de lo que nos gustaría, aunque nunca a una distancia que suponga un peligro inminente. No tardamos en alcanzar un pequeño grupo de casas de piedra, algunas más ruinosas que otras pero todas con síntomas de llevar ya un tiempo sin ser la residencia principal de nadie. Aquí llega otro momento de tensión pero no ya del uno con el otro, si no de ambos -especialmente yo- con el autor del artículo/guía en el que nos estamos basando para encontrar la vía de acceso a Peña Maín. Y es que cuando estás rodeado de maleza y pequeños surcos de tierra que abren caminos en todas las direcciones, al leer algo como "La vía de acceso todavía no está visible, pero no tiene pérdida" te dan ganas de localizar al autor de tan inspirada frase y hacerle saber en persona lo que opinas de tanta concreción cuando se trata de facilitar a los demás el modo de encontrar el camino. Me parecen tan reprochable que no pienso ni enlazar el artículo.
Buenos días...
Buscando la subida hasta el altiplano
Momento más que adecuado para un aviso legal: este diario de viaje, al igual que todos los que le acompañan, no pretende ser una guía de senderismo. No lo es, le faltan muchos detalles y no tengo los conocimientos necesarios para narrar con la requerida exactitud el transcurso de una excursión. Si alguien se siente inspirado por una de nuestras expediciones y quiere imitarnos, siempre tiene la posibilidad de hacernos preguntas más concretas pero teniendo en cuenta que la mejor fuente de información siempre será una guía y recursos de senderismo, bien sean oficiales o de alguien más experimentado que nosotros. Por ejemplo, wikiloc suele ser un buen punto de partida para conseguir información más concreta.
Volvamos al presente. Tras varios avances en falso de varias decenas de metros creemos haber encontrado la opción correcta para ganar altura y enlazar con esa curva de 180 grados que parece esperarnos varios metros por encima de nuestras cabezas. Nuestro héroe de hoy es la aplicación para móvil Maps.me, que parece tener constancia de cuál es el trazado entre el Collado de Pandébano y la Peña Maín y, aunque haya que seguirlo con prudencia, es quien está sabiendo corregir nuestro rumbo a tiempo cuando tomamos la opción incorrecta. Superados los problemas de orientación, avanzamos ya a un ritmo mucho más constante.
Aunque viniéramos mentalizados de que era el peor y menos claro de todo el trayecto, el primer tramo de subida sigue siendo el más lento y pesado debido a que se abre camino por una cuesta casi imposible que apenas deja adivinar que por ahí se enlaza con un altiplano desde el que dirigirse hacia las cumbres a este lado del collado. Alcanzamos dicho altiplano y vemos como el sendero continúa sorteando un pequeño valle en el que descansan unos pocos y abandonados refugios de pastores. A las 12:25, tras recobrar parcialmente el aliento y bajo un sol que amenaza con otra jornada con más calor que el que esperábamos encontrar, giramos a la derecha donde, tan cerca y a la vez tan lejos, vemos el siguiente objetivo parcial de la excursión. Todavía con el Peña Maín escondido tras los cambios de rasante un nuevo collado en el que hemos visto paradas durante unos minutos las siluetas de unas pocas personas constituye nuestra nueva meta intermedia.
Ya asoma tímidamente el Urriellu
Dejamos atrás los refugios de pastores
Mejor no pensar en cuánto falta
Alcanzamos ese nuevo hito no sin esfuerzo y a mano izquierda aparece ante nosotros la magia. Las nubes que sufríamos en en Collado de Pandebano parecen haberse disipado y ahora vemos con visibilidad casi absoluta no solo el Urriellu si no sus vecinos más cercanos. En este momento no lo sabíamos, pero sería una de las últimas ocasiones en las que veríamos esta postal. Afortunadamente el esfuerzo realizado prácticamente nos obliga a descansar apoyados en unas piedras con vistas al espectáculo, asi que escudriñamos con la mirada durante varios minutos esa piedra calcárea que sube y sube formando un macizo casi antinatural que le habla de tú a tú al cielo. Si giramos la vista Sotres empieza a ser una anécdota en la distancia aunque permanece todavía distinguible, rodeada del verde de la vegetación y el gris de la piedra.
Urriellu y sus vecinos
Llega ahora el momento clave en el que decidir si seguimos o damos la vuelta, el equivalente a ese muro metafórico que los atletas de maratón dice encontrarse en cada carrera. Si seguimos avanzando no volveremos a ver el Pico Urriellu hasta que alcancemos la cima de la Peña Maín. Eso ocurrirá tras ganar otros 300 metros de altitud avanzando 1,5 kilómetros, los cuales se sumarían al kilómetro ya recorrido durante el que hemos ganado 250 metros de altura. Es el clásico instante en el que L se plantea si merece la pena continuar y yo busco el modo de motivarla a continuar. Sé que sufrirá durante la subida, pero también sé qué horas después cuando descanse en el sofá se alegrará de haber dado ese extra necesario para superar sus límites -spoiler: esta vez se arrepentirá de haberlo hecho, pero no por mi culpa-. Mis últimas arengas tienen lugar mientras tomamos aire en la agradecida sombra que nos proporciona un puñado de árboles antes de enfrentarnos al siguiente tramo de subida.
La siguiente meta intermedia
Seguimos subiendo
Seguimos ganando metros en distancia y en altitud, y cuánto menos queda para la meta menos sentido tiene dar media vuelta. Cada cima que alcanzamos parece que vaya a ser la última, pero esa ilusión se desvanece cuando al alcanzarla vemos que más allá hay otro hito todavía más elevado esperándonos. Solo cuando la siguiente cumbre enseña claramente en lo más alto el bloque de piedra del punto geodésico sabemos que se acerca el final. Y avanzamos pesadamente, y nos ayudamos de las manos para superar las últimas rocas, y llegamos a lo más alto. Y el Urriellu se ha ido.
Un banco de nubes que hace apenas media hora no estaba ni se le intuía se ha plantado entre nosotros y el Naranjo de Bulnes. Y no solo eso, si no que ha traído a sus amigos tras de sí y parece que van a quedarse un buen rato. Solo una pequeña ventana de pocos metros de ancho que se abre temporalmente nos deja intuir el lateral derecho del Urriellu, y ni siquiera eso dura mucho tiempo. Las nubes se cierran completamente y no podemos disfrutar de nuestro merecido bocadillo en la cumbre. Tras apenas dar el primer bocado, observamos con preocupación como la visibilidad cada vez se va reduciendo a menos distancia de nosotros y la creciente niebla amenaza con engullirnos. No es el momento para comer: es el momento para volver a cargarse la mochila a la espalda y comenzar a bajar antes de que sea imposible distinguir los hitos a seguir para encontrar el camino de vuelta.
El manto de nubes, mal presagio
Y el Urriellu se despide
Pues vaya...
La desoladora panorámica desde la cima de Peña Maín
El otro grupo de cuatro personas que hemos alcanzado al llegar a la cima parece más tranquilo que nosotros pero apenas diez minutos después vemos como se levantan y nos persiguen en el descenso. Poco después, tras haber perdido unos 80 metros de altitud, creemos estar ya a salvo y volvemos a pasar a "modo bocata", pero el temporal se volvería a empeñar en contradecirnos. Los últimos mordiscos los damos ya de pie y caminando, dejando atrás una niebla que sigue aumentando en densidad y por la que seguimos sin estar completamente a salvo.
No parecen tener prisa...
... pero no tardan en seguirnos
30 minutos más avanzando todavía sin problemas pero con notable preocupación y esta vez sí salimos fuera de la zona de peligro. Sotres vuelve a estar visible desde nuestra posición y la niebla no parece tener intención de llegar tan abajo. Con un regusto más agrio que dulce -hemos podido ver la postal que buscábamos, pero el sobreesfuerzo de alcanzar la cumbre ha sido en vano- seguimos avanzando ya con el único objetivo de volver cuánto antes a nuestro vehículo y dar el cierre a esta frustrante experiencia.
Hay que seguir bajando
Continuamos el apesadumbrado descenso sin apenas tentación de girar la vista hacia dónde debería estar el Urriellu a sabiendas de que en esa dirección nos espera la más absoluta y blanca nada. Las piernas comienzan a avisarnos de que, a diferencia de en circunstancias normales, esta vez no han tenido apenas descanso entre el final de la subida y el inicio de la bajada. Por lo menos el cielo completamente cubierto nos ha privado del calor de la ida, aunque probablemente firmaríamos recuperar el sol a cambio de hacer disfrutado un poco más de las panorámicas. Hacemos una pequeña parada en el penúltimo de los tramos de bajada, deteniéndonos el tiempo suficiente para que las piernas recuperen algo de aire y podamos afrontar el último estirón hasta superar las casas ruinosas y volver a las pistas de tierra.
La conquistadora
De nuevo las casas en ruinas
Son las 17:00 y nunca me había alegrado tanto de volver a ver mi coche. Tras un par de minutos en los que disfrutar del mullido asiento, lo celebro enfrentándolo de nuevo a ese interminable trayecto que nadie sin tracción a las cuatro ruedas debería realizar. De un modo que no consigo explicar alcanzamos Sotres, bajamos hasta la carretera principal y tras una hora y quince minutos desde que abandonamos el Collado de Pandebano llegamos de nuevo a los Apartamentos Fuentes el Güeyu tras una única parada de un par de minutos en el cercano pueblo de Mestas de Con para confirmar que el sitio en el que planeamos cenar esta noche no requiere de reserva en un día como el de hoy. El coche no presenta ningún daño ni en la parte visible de la carrocería ni aparentemente en los bajos, y me pregunto cuándo será la próxima vez que me meta en tal piscina sin saber cuánta agua hay dentro.
El collado, mucho menos atractivo que esta mañana
Entre el cansancio físico y mental que traemos con nosotros y la calidad del apartamento, quizás disfrute de la ducha más placentera de todo el viaje. Antes de entrar en ella descubro que nuestro anfitrión Carlos ha dejado junto a los sofás del porche a la entrada del apartamento la hoja impresa que Wizink me exige para reclamar los movimientos no reconocidos. Con cada acción, tanto Carlos como Andrea se siguen ganando ese 10 de reputación que presumen tener en Booking. Precisamente a Carlos es a quien nos encontramos podando en el perímetro de la finca y nos paramos unos instantes a agradecerle el gesto antes de volver, ya con mejor higiene, al interior del coche para salir a cenar aunque solo sean las 20:00.
Llegamos a San Martín Gastrobar, el restaurante algo escondido de Mestas de Con que nuestros anfitriones nos han recomendado bajo la premisa de que "es a dónde van ellos cuando les apetece cenar un buen cachopo". Nos encontramos un local rodeado de jardines y terrazas en los que perfectamente se podría celebrar el banquete de una boda o bautizo. En su interior todavía no hay apenas nadie sentado así que podemos escoger una mesa esquinada que nos de la tranquilidad que estamos buscando. Y que empiece el espectáculo.
Va a ser difícil plasmarlo en texto, así que no me andaré con rodeos: puede ser una de las mejores puñeteras cenas que hayamos tenido en nuestra vida. Pedimos, pecando de no saber cómo iban a ser las raciones, sendos entrantes de patatas con alioli y mejillones a la marinera. Como plato principal compartimos un cachopo de ternera asturiana que al fin y al cabo es el motivo principal por el que nos encontramos aquí. Bebemos dos refrescos para L y una botella de sidra con mecanismo para servírmela yo mismo y cerramos con una tarta de queso al horno con mermelada.
Difícil decir con qué quedarse. Las patatas, presentadas a modo de tartar con suave alioli por encima, están de escándalo. Los mejillones son los primeros que consiguen competir de tú a tú con los que hace La Lola -mi madre-, y estamos hablando de una cocinera de diez. Y el cachopo... la madre que parió al cachopo. Además de tener tamaño suficiente como para que Pato sobreviva a un naufragio subido en él, la mezcla de salsa de queso, jamón y ternera debidamente encerrada entre las capas de rebozado suman en su conjunto un manjar que cuesta creer que exista hasta que lo tienes metido en la boca. Y la tarta de queso... pues no iba a perderse la fiesta. Con muchísimo sabor y de textura y temperatura perfectas. Y eso no es todo: cuando pedimos la cuenta, el numero que figura al pie de ella es un 43. Cuarenta y tres euros por semejante festín del que no se sabe qué es mejor, si la cantidad o la calidad. Medio cachopo se viene con nosotros resguardado en un recipiente de aluminio y abandonamos el local atravesando una terraza llena en la que debo suponer que todos están disfrutando de una experiencia al nivel de la nuestra. Entre el precio y el sabor nos preguntamos por qué demonios seguimos viviendo en Mallorca. Y en Mallorca se puede comer muy bien, pero es que esto... esto es otro nivel.
Las patatas
Los mejillones
El rey de la noche, el cachopo
El postre
Llegamos a casa pasadas las 22:00 y cruzo el umbral de la puerta con el propósito de escribir los textos que me quedan hasta alcanzar el presente. Pero así no hay manera. La botella de sidra ha acabado vacía y se ha unido a todo el cansancio acumulado durante el día. Mañana por la mañana será mejor momento para buscar la inspiración y, si no amanece con lluvia, incluso es posible que prepare trípode y cámara antes de comenzar a escribir.
Vaya día de contrastes.