Mina de la Jayona y Ermita de la Virgen de Ara, Fuente del Arco (Badajoz). ✏️ Diarios de Viajes de España

En la siguiente captura de Google Maps puede verse el itinerario desde Llerena, que apenas supone unos 27 kilómetros combinando ambos destinos. La Ermita está a 20 kilómetros y la Mina, a 21. En cualquier cao, desde Llerena hay que tomar la carretera EX-200 hasta Fuente del Arco (principal punto de referencia) y allí, a la derecha, solo hace falta seguir las indicaciones que nos conducen primero a la Ermita y luego hasta la Mina. Está bien señalizado. No hay pérdida.

Para ver este sorprendente lugar, declarado Monumento Natural en 1997, hay que hacer reserva previa, llamando al número de teléfono 667 756 600, del Ayuntamiento de Fuente del Arco. Está abierta todos los días excepto los lunes y las visitas son guiadas y gratuitas, con turnos a las 10:00 y a las 12:00 de la mañana (es lo que pone en la página del ayuntamiento, aunque puede que en momentos concretos pongan algún turno más). Los fines de semana existe mucha demanda, por lo cual conviene llamar con la mayor antelación posible. Nosotros fuimos en día laborable, en el segundo turno, y, pese a las limitaciones por la pandemia, no tuvimos problema en reservar un lunes para el jueves. Luego, una vez allí, el cupo estaba completo.

Llegamos al centro de recepción con un cuarto de hora de margen y estuvimos echando un vistazo tanto a la pequeña exposición que hay dentro como a los paneles informativos y al bonito paisaje serrano en que se localiza la Mina desde el Mirador del Cerro del Conjuro, ya muy cerca del límite con la provincia de Sevilla. Las ondulaciones de Sierra Morena se nos presentaban con un aspecto espléndido, presumiendo de su rica vegetación mediterránea, conformada por encinas, alcornoques, jaras, olivos, retamas y plantas aromáticas. Un claro contraste con los campos de cultivo de la Campiña Sur extremeña, cuyos tonos ocres y amarillos nos habían acompañado por la carretera EX-200 y que, con el giro a la derecha, quedaron casi ocultos.

Después de subir por un sendero habilitado junto a las escombreras, que depara bonitas perspectivas de la sierra, empezamos el recorrido con una guía muy simpática, que nos ofreció todo tipo de explicaciones de manera sencilla y amena, y no solo respecto a las características de la mina en sí sino relatándonos también las penosas condiciones laborales que soportaban los mineros, cuyo salario de una peseta era, no obstante, superior a los ingresos que podía obtener un campesino de la época. En fin, no voy a repetir lo que nos contó porque no tendría sentido y terminaría equivocándome, así que me limitaré a aportar unos pocos datos como complemento a alguna de las fotos que fui tomando y que pueden hacerse sin flash durante toda la visita.

A lo largo del itinerario se producen contrastes térmicos debidos a corrientes de aire que fluyen continuamente por túneles y galerías, así que, aunque no se alcanzan las bajas temperaturas de algunas cuevas, sí se nota cierta una sensación de frescor respecto a la temperatura ambiente del exterior, por lo que no viene mal llevar una chaqueta o sudadera, pues cuanto más calor haga afuera, más fresquito se notará dentro.

La Mina de la Jayona formaba parte de una explotación de mineral de hierro sobre calizas, que mantuvo su actividad desde finales del siglo XIX hasta 1921, fecha en que dejó de funcionar por diversas circunstancias, aunque con la intención de que el cierre no fuese definitivo, por lo cual en lugar de desmantelarse se mantuvo tal cual, a la espera de una nueva etapa de explotación. Y eso es lo que diferencia a esta mina de otras que se pueden visitar en nuestro país, pues el abandono de la actividad obliga por ley al cumplimiento de ciertas actuaciones para revertir el impacto medioambiental causado, algo que no se produjo en La Jayona, salvo las modificaciones obradas por la propia naturaleza y el paso del tiempo, como es lógico.

Así, la actividad minera ha mantenido aquí un legado compuesto por pequeñas construcciones y once niveles de extracción, que cuentan con andenes, galerías, plataformas, salas… Actualmente, solo se puede acceder a tres de esos niveles, los números 2,3 y 4.

Entre 1900 y 1920 se extrajeron en la mina unas 270.000 toneladas de mineral, que se trasladaba mediante caballerías hasta Fuente del Arco y, desde allí, por ferrocarril de vía estrecha, a Peñarroya. En 1905 entró en servicio un teleférico para realizar esa función. Fue desmantelado durante la Guerra Civil, pero se conservan algunos restos.

La explotación se realizaba a cielo abierto y en la etapa de máxima actividad llegó a emplear a más de 400 mineros, que utilizaban picos, palas y explosivos para avanzar lateralmente y en profundidad, dejando el hueco que pudimos contemplar durante nuestra visita, al que llegamos después de recorrer un túnel, en cuyas paredes ya apreciamos restos de minerales.

Una vez allí, nos quedamos perplejos al toparnos con una espesa vegetación, consecuencia de unas específicas condiciones de temperatura, luz y humedad que han dado lugar a un microclima menos cálido y más húmedo que el del entorno de la mina, y donde abundan las plantas de umbría como higueras, musgos, zarzas, diversos tipos de helechos y también cinco especies de orquídeas.

Un sorprendente bosque verde, a través del cual podíamos contemplar las paredes de la mina, con sus estratos, y también los agujeros en la roca que dejaban penetrar intensos haces de luz. El panorama parecía sacado de una película y cobró otra dimensión cuando, al quedarnos en silencio, llegamos a escuchar los sonidos de la mina, que los tiene, propios y muchos, aunque pueden pasar desapercibidos si no se presta atención.

En cuanto a la fauna, hay aves, sobre todo vencejos, golondrinas y aviones, y tampoco faltan los murciélagos en las salas más profundas. Y sí que oímos pájaros, pero los murciélagos debían estar muy escondidos, jeje.

Desde la entrada de uno de los túneles pudimos divisar las barandillas del nivel superior. Ya en su interior, la guía nos obsequió con una interesante clase de geología, mostrándonos en las paredes óxido de hierro, estalactitas, geodas… Todo un conjunto de manifestaciones geológicas que la explotación minera dejó al descubierto, concretadas en mineralizaciones, pliegues, fallas, disoluciones kársticas…

Además, localizamos útiles, cuerdas y herramientas abandonados por los mineros, mientras recorríamos unos pasadizos que adquirían efectos casi mágicos, producidos por los rayos de sol que se filtraban desde el cielo a través de agujeros y huecos, formando múltiples destellos y reflejos.

Al final, calculo que pudieron ser unos 600 o 700 metros, llegamos a la que se conoce como Sala de las Columnas, una sala inmensa, extraña, altísima, que parecía sacada de una novela de Julio Verne, aunque no la que nos hace viajar al centro de la tierra, pues teníamos el cielo y la luz frente a nuestros ojos, deparándonos un escenario insólito. Espectacular este sitio. La guía nos comentó que le gusta especialmente el turno de las 12 de la mañana, porque es cuando más y mejor penetra la luz, tiñendo de colores las cavidades y creando contraluces sorprendentes. Luego, regresamos por el mismo camino.

En resumen, nos gustó mucho esta visita, y es que esta mina tiene algo especial que la hace distinta a otras en las que habíamos estado anteriormente. Además, si el día está soleado, la luz se filtrará por los recovecos, añadiendo un toque muy particular.

Aunque la visitamos después por cuestiones de horario, se encuentra más cerca de Fuente del Arco que la Mina de la Jayona, a unos siete kilómetros, igualmente en las estribaciones de Sierra Morena. De todas formas, mejor ir con cierto margen de tiempo para la visita, porque desde que se toma la desviación en la carretera, para llegar aún faltan unos cuatro o cinco kilómetros por una pista asfaltada y en buen estado, pero con muchas curvas, lo que ralentiza un poquito la marcha. En total hay que calcular como un cuarto de hora desde Fuente del Arco.

Se supone que en el lugar hubo construcciones de carácter religioso en épocas anteriores y también cuenta con su propia leyenda. Dice la tradición, que la ermita tiene su origen entre los siglos XII y XIII, en época del rey Jayón, musulmán y ciego, que tenía una hija, llamada Erminda, a quien se le apareció la Virgen María mientras jugaba. La niña le pidió que devolviera a su padre y la Virgen le dijo que lo haría si abrazaban el cristianismo. El milagro sucedió, el rey y sus súbditos se convirtieron y, además, erigió la ermita como prueba de agradecimiento a Nuestra Señora.

Leyendas aparte, la Ermita o Santuario de Nuestra Señora del Ara data de finales del siglo XIV y fue mandada edificar por García Ramírez, prior de la Orden de Santiago. En principio existió solo la iglesia, a la que se fueron añadiendo posteriormente otras edificaciones, así como la sacristía, el camarín, el coro y la arquería sur. Consta de una sola nave con bóveda de cañón y los arcos del pórtico sur denotan el estilo mudéjar con que se proyectó. El campanario, sito a los pies de la iglesia, cuenta con dos cuerpos y espadaña.

Está declarada Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento desde 1993. En el entorno se han encontrado restos de tumbas excavadas en la roca, quizás de época fenicia, dentro de las cuales se han hallado objetos diversos, como una vasija posterior, del siglo V. También hay una columna romana, posiblemente procedente de la cerca antigua ciudad de Regina. Los horarios van de 10:00 a 15:00, con tres visitas guiadas a las 10:30, 12:30 y 14:15, todos los días, excepto los lunes que está cerrada. Reservas en el teléfono 674 312 099. Cuesta 2 euros. Recibe más de 20.000 visitantes al año, por lo cual es importante reservar con antelación, especialmente en puentes y fines de semana.

Sin embargo, lo que destaca en esta ermita no es tanto su exterior, bastante grande, por cierto, sino lo que tiene dentro, totalmente inesperado si no se va sobre aviso. Y es que sus paredes y techos están completamente revestidos de pinturas con escenas de paisajes y, sobre todo, del Antiguo Testamento, que traen al recuerdo las de la Capilla Sixtina del Vaticano, sin ánimo de hacer comparaciones en sentido alguno, claro está. En cualquier caso, el efecto nos pareció bellísimo, sobre todo ahora, que las pinturas han sido restauradas en su mayor parte y presentan buen aspecto.

Sentados en los bancos de la iglesia, escuchamos las interesantes explicaciones del guía, que nos hizo ver las diferentes épocas a que responden las pinturas, más modernas según ganan altura, de modo que las de las zonas más bajas se realizaron casi 400 años antes que las de la parte superior.

Así, el zócalo, de dibujos geométricos, se pintó al fresco en el siglo XV y, por sus colores, existen la creencia de que se utilizaron minerales extraídos de la Mina de la Jayona. Las escenas bíblicas superiores corresponden a los siglos XVII y XVIII, fueron realizadas por pintores desconocidos. Se cree que fueron al menos seis y, quizás, de la escuela que tenía Zurbarán en Llerena. Hay 26 escenas, numeradas pero no necesariamente cronológicas.

Por otra parte, en el bajo coro se localizan pinturas del siglo XIX, de temática no religiosa, con figuras femeninas en representación de los cuatro puntos cardinales y de cuatro continentes, Europa, África, Asia y América.

En el Altar, está situada la imagen de la Virgen del Ara, que se saca en procesión con motivo de su festividad. Por último pasamos a la sacristía, donde, entre otros objetos, se conserva el cuadro más valioso y antiguo, del siglo XIV, que cuenta la historia de la aparición de la Virgen.

Muy bonita e interesante esta ermita. Naturalmente, que se la considere “la Capilla Sixtina de Extremadura” no implica hacer comparaciones de ningún tipo, pues en un caso como éste resultan más odiosas todavía. Y es que escuchamos a unas pocas personas afirmar tonterías en voz bastante alta, supongo que para que el resto de visitantes se enterase de que habían estado en Roma. Evidentemente, este pequeño santuario no es la Basílica de San Pedro del Vaticano ni tampoco sus pinturas fueron obra de Miguel Ángel, lo cual no mengua el mérito que tiene ni menos aún resta motivos para detenerse a visitarla.