Avanzamos por la autopista que conduce al norte, hacia Polonia y Ucrania. Reclinándome en el asiento me desentiendo parcialmente de la conversación que llevan A.y C. en los asientos delanteros y me pongo a mirar el paisaje por la ventanilla. Es un paisaje llano de campos cultivados - lúpulo, cebada, maíz- a los que a estas horas el sol hace parecer más verde de lo que realmente son. La autovía tiene buen asfalto y pocas curvas por lo que avanzamos con rapidez, adelantamos camiones que llevan matriculas extrañas y en cuyas cajas hay escritos nombres en cirílico. Por la ventanilla de vez en aparece la silueta de pequeños pueblos. La secuencia es más o menos siempre la misma, primero el nombre del pueblo, generalmente impronunciable, se anuncia con un letrero en la autopista, luego aparece tímida al principio, agrandándose según nos acercamos, la esbelta figura del campanario de la iglesia y por último rodeando a la iglesia el resto de casas que forman el pueblito.
Son pueblos muy parecidos unos a otros pequeños, ordenados, coquetos y aparentemente tranquilos, o por lo menos así parece en la distancia. Todos ellos anuncian con grandes carteles marrones en la autopista que se puede hacer en ellos si saliendo de la autopista decides hacerle una visita. Después de 200 Km viendo carteles y pueblos puedo decir que las atracciones que ofrecen los pueblos eslovacos se dividen en tres tipos, o el pueblo tiene un museo dedicado al holocausto “múzeum holokaustu” o tiene un castillo y en algunas raras ocasiones las dos cosas. Y es a ver uno de estos castillos o “Hrad” a donde nos dirigimos. Pero no es un castillo cualquiera si no uno de los más famosos de Eslovaquia, se trata del castillo de de Orava.
El castillo, no solo es conocido por ser uno de los mejor conservados de Eslovaquia sino que también es el más famoso de todos, por lo menos cinematográficamente hablando. Aquí en el año de 1922 Marnau, rodo una de las cumbres del expresionismo alemán. Me estoy refiriendo a Nosferatu. La historia es por todos conocida: un agente inmobiliario ingles tiene que ir a la lejana y atrasada Rumania a vender un castillo y una vez alojado en el castillo es mordido en el cuello por el castellano, que no es otro que Nosferatu. Sí, efectivamente es la historia de Dracula pero por motivos de derechos, los tenía otra productora, hubo de cambiarse el nombre. Esta película solo fue el comienzo de las varias producciones internacionales que se han rodado entre sus muros.
Esta la fortaleza situada en el pueblo, y léelo como te parezca o puedas, de Oravský Podzámok, en medio de los Cárpatos eslovacos encima de un imponente risco y rodeado por un rio y al que se accede por una ligera cuesta empedrada y en cuyo final y frente a la puerta nos encontramos de pie, esperando que empiece la visita al mismo. Mientras esperamos el inicio de la visita y bajo una ligera lluvia, C. aprovecha para contarnos alguna cosa sobre la historia del castillo; como que se construyo en algún momento del siglo XII o que originalmente se levanto en madera y que tras un incendio se reconstruyo ahora si en piedra. Un minuto después de la hora que pone en la entrada, las grandes puertas de madera se abren y comienza la visita guiada a la fortaleza. Siguiendo a la guía, no se puede visitar el castillo si no es de esta forma, cruzamos las imponentes puertas de madera para nada más pasar el muro y después de avanzar junto una pared con una pequeña terraza en la que hay multitud de geranios en flor, encontrarnos aparcado bajo una bóveda, -la visita promete- con un antiguo coche fúnebre de los tirados por caballos. Es un coche grande, negro, con adustos adornos en plata, con los laterales cubiertos de cristal y grandes angelotes en las aristas, faldones negros ribeteados también en plata cubriendo el pescante, con grandes ruedas pintadas también en negro y justo coronándolo todo en el techo una cruz. Tras pasar un túnel abovedado accedemos al primer patio del castillo.
Un patio que permite ver en toda su amplitud la altura del mismo. En un lateral , pegada a la muralla, se encuentra la capilla, que tiene en uno de sus muros una antigua columna hecha en piedra ,de donde cuelgan unas cadenas acabadas en grilletes que ahora inertes descansan en el suelo y que servían para atar y torturar a los desdichados que de alguna forma contravenían los deseos del señor. Según avanzamos en la visita, la guía se va cogiendo ritmo y va comentando muy animadamente las peculiaridades del castillo, y de las diversas salas que cruzamos, aunque claro, lo hace en eslovaco. Afortunadamente C. nos hace de guía traductor y nos va comentando lo más sobresaliente permitiéndonos comprender lo que vemos.
Pasamos por más patios, por calabozos y mazmorras, por estancias donde se muestran armas y enseres de época, por bastiones y murallas, por salas ricamente adornadas donde están colgados cuadros con los retratos de los distintos propietarios del castillo, ninguno afortunadamente se parece ni remotamente a nuestro conde, y sobre todo subimos por las impresionantes escaleras de madera que adosadas al exterior de la pared del patio interior, permiten ascender de un nivel a otro del castillo. Nos asomamos a terrazas que nos da una imagen bucólica de los alrededores, bonitas montañas, verdes prados, pueblos típicos, la autopista que conduce a la cercana Polonia…. Sin darnos cuenta, hemos llegado hasta lo que se conoce como la ciudadela, el punto más alto del castillo y situado 120 metros más alto que la entrada. Una ciudadela a la que ahora se accede por una pequeña y resbaladiza escalera hecha en piedra y rematada con una no muy segura barandilla metálica, pero que hasta el siglo XIX solo se poda acceder con cuerdas y escaleras que tiraban desde la parte superior. Allí vemos colecciones de trajes típicos de la región, de vajillas, una pequeña exposición de arqueología, otra de pintura, vamos lo típico que se encuentra en estos castillos para justificar el precio de la entrada.
La guía, que por fin parece haberse dado cuenta de que vamos un poco a nuestra bola, se nos acerca y nos pregunta en ingles si necesitamos alguna explicación. Ante nuestra respuesta afirmativa, nos cuenta un poco la historia del castillo y sus alrededores, de sus vicisitudes, de sus habitantes, de ampliaciones y reformas, ósea lo mismo que nos comentó C. a la entrada. Poco después empezamos el descenso, con bastante cuidado. Como todo el mundo sabe, o debería saber, los descensos son mucho más peligrosos que los ascensos, sobre todo por una escalera inestable y mojada.
Quince minutos después estamos delante de unas jarras de cerveza, y pese a que solo son las 12 de la mañana decidiendo que comer. Para quien no lo sepa, entre los que me incluyo, la hora de comer habitualmente en Eslovaquia es entre las 12 y las 13. Al final será C. como conocedor de la gastronomía local, quien decida por nosotros. El menú será para compartir entre los tres y de este modo poder probar de todo, elegimos Gulash que es un estofado de carne y el único plato que A. y yo hemos comido con anterioridad, una especie de sopas de ajo, Cesnačka es su nombre, y que nos calienta el cuerpo en la fría y lluviosa mañana eslovaca que acompañamos con unas empanadillas, pirohy, de fina masa rellenas de carne y para completar el menú Vyprážaný syr que así, bajo este impronunciable nombre es como llaman a unas lonchas de queso rebozadas en pan rallado y fritas. Para terminar un café expreso.
La carretera discurre entre bosques de abetos y hayedos que dan paso a prados de un tono de verde tan intenso y fresco que dan ganas de ser vaca para disfrutar de la hierba. De vez en cuando clavadas en los arboles vemos señales que indican la presencia de osos y también los indicadores de los innumerables senderos que recorren toda Eslovaquia. Nos dirigimos al pueblo de Vlkolinec, un pequeñísimo lugar, situado en lo alto de la montaña. La lluvia que sigue cayendo intermitentemente y las nubes nos impiden la visión de las cumbres. Al llegar aparcamos justo enfrente de una roulotte que vende miel. Andamos bajo la fina lluvia una decena de metros hasta llegar a la entrada del pueblo. Justo ahí, hay un pequeño establo construido en madera rodeado de una pequeña valla de madera que da paso a un prado que se extiende inacabable delante nuestro hasta perderse colina abajo. Viéndolo, me pregunto en qué momento aparecerán Heidi y Pedro empujando a Clara monte abajo.
El pueblo esta recorrido por una única calle a la que divide un pequeño riachuelo, y son tan pocas las casas que lo componen, no más de una veintena, que no es posible escribir todas las letras de patrimonio de la humanidad, que ese es su galardón, en sus paredes. Es un pueblo realmente bonito y pintoresco. Casas de una planta, con pequeñas ventanas en los laterales, construidas totalmente en madera, con tejados a dos aguas hechos con tejas también de madera, con un pequeño jardín o a veces u huerto delante de las mismas y pintadas en vivos colores, aunque hoy debido a la llovizna y a las nubes bajas luce algo desvaído. La mayoría de las casas siguen estando habitadas, y los dueños de las mismas hartos de que los turistas se metan en el jardín de sus casas para fotografiarles han colgado carteles prohibiendo que se les hagan fotos. Una de las casas es ahora una pequeña tienda para turistas y otra se ha convertido en un museo que muestra cómo era la vida de estas personas hasta mediados del siglo XX, una tercera lógicamente es una serrería y carpintería. Para completar el cuadro costumbrista, el pueblo tiene además un pozo y un campanario también construidos como no puede ser de otra manera en madera. Me llama mucho la atención que el único edificio construido en piedra sea en la iglesia. Por otro lado, quizás sea el lugar con más bocas antiincidencios que haya visto nunca, prácticamente hay una delante de cada casa. Son bocas de esas de película, altas, con tres tomas en la parte superior, pintadas de verde.
Empieza a anochecer cuando retornamos por la autovía hacia Bratislava, con un bote de miel eslovaca en la mochila, y el sol casi oculto ilumina con sus últimos rayos los campos de cereales, dándole a todo el paisaje un color dorado, como de cuento de hadas. En el horizonte los restos de otro Hrad, realmente hay decenas de castillos esparcidos por toda Eslovaquia, se recortan contra los últimos rayos de sol.
Son pueblos muy parecidos unos a otros pequeños, ordenados, coquetos y aparentemente tranquilos, o por lo menos así parece en la distancia. Todos ellos anuncian con grandes carteles marrones en la autopista que se puede hacer en ellos si saliendo de la autopista decides hacerle una visita. Después de 200 Km viendo carteles y pueblos puedo decir que las atracciones que ofrecen los pueblos eslovacos se dividen en tres tipos, o el pueblo tiene un museo dedicado al holocausto “múzeum holokaustu” o tiene un castillo y en algunas raras ocasiones las dos cosas. Y es a ver uno de estos castillos o “Hrad” a donde nos dirigimos. Pero no es un castillo cualquiera si no uno de los más famosos de Eslovaquia, se trata del castillo de de Orava.
El castillo, no solo es conocido por ser uno de los mejor conservados de Eslovaquia sino que también es el más famoso de todos, por lo menos cinematográficamente hablando. Aquí en el año de 1922 Marnau, rodo una de las cumbres del expresionismo alemán. Me estoy refiriendo a Nosferatu. La historia es por todos conocida: un agente inmobiliario ingles tiene que ir a la lejana y atrasada Rumania a vender un castillo y una vez alojado en el castillo es mordido en el cuello por el castellano, que no es otro que Nosferatu. Sí, efectivamente es la historia de Dracula pero por motivos de derechos, los tenía otra productora, hubo de cambiarse el nombre. Esta película solo fue el comienzo de las varias producciones internacionales que se han rodado entre sus muros.
Esta la fortaleza situada en el pueblo, y léelo como te parezca o puedas, de Oravský Podzámok, en medio de los Cárpatos eslovacos encima de un imponente risco y rodeado por un rio y al que se accede por una ligera cuesta empedrada y en cuyo final y frente a la puerta nos encontramos de pie, esperando que empiece la visita al mismo. Mientras esperamos el inicio de la visita y bajo una ligera lluvia, C. aprovecha para contarnos alguna cosa sobre la historia del castillo; como que se construyo en algún momento del siglo XII o que originalmente se levanto en madera y que tras un incendio se reconstruyo ahora si en piedra. Un minuto después de la hora que pone en la entrada, las grandes puertas de madera se abren y comienza la visita guiada a la fortaleza. Siguiendo a la guía, no se puede visitar el castillo si no es de esta forma, cruzamos las imponentes puertas de madera para nada más pasar el muro y después de avanzar junto una pared con una pequeña terraza en la que hay multitud de geranios en flor, encontrarnos aparcado bajo una bóveda, -la visita promete- con un antiguo coche fúnebre de los tirados por caballos. Es un coche grande, negro, con adustos adornos en plata, con los laterales cubiertos de cristal y grandes angelotes en las aristas, faldones negros ribeteados también en plata cubriendo el pescante, con grandes ruedas pintadas también en negro y justo coronándolo todo en el techo una cruz. Tras pasar un túnel abovedado accedemos al primer patio del castillo.
Un patio que permite ver en toda su amplitud la altura del mismo. En un lateral , pegada a la muralla, se encuentra la capilla, que tiene en uno de sus muros una antigua columna hecha en piedra ,de donde cuelgan unas cadenas acabadas en grilletes que ahora inertes descansan en el suelo y que servían para atar y torturar a los desdichados que de alguna forma contravenían los deseos del señor. Según avanzamos en la visita, la guía se va cogiendo ritmo y va comentando muy animadamente las peculiaridades del castillo, y de las diversas salas que cruzamos, aunque claro, lo hace en eslovaco. Afortunadamente C. nos hace de guía traductor y nos va comentando lo más sobresaliente permitiéndonos comprender lo que vemos.
Pasamos por más patios, por calabozos y mazmorras, por estancias donde se muestran armas y enseres de época, por bastiones y murallas, por salas ricamente adornadas donde están colgados cuadros con los retratos de los distintos propietarios del castillo, ninguno afortunadamente se parece ni remotamente a nuestro conde, y sobre todo subimos por las impresionantes escaleras de madera que adosadas al exterior de la pared del patio interior, permiten ascender de un nivel a otro del castillo. Nos asomamos a terrazas que nos da una imagen bucólica de los alrededores, bonitas montañas, verdes prados, pueblos típicos, la autopista que conduce a la cercana Polonia…. Sin darnos cuenta, hemos llegado hasta lo que se conoce como la ciudadela, el punto más alto del castillo y situado 120 metros más alto que la entrada. Una ciudadela a la que ahora se accede por una pequeña y resbaladiza escalera hecha en piedra y rematada con una no muy segura barandilla metálica, pero que hasta el siglo XIX solo se poda acceder con cuerdas y escaleras que tiraban desde la parte superior. Allí vemos colecciones de trajes típicos de la región, de vajillas, una pequeña exposición de arqueología, otra de pintura, vamos lo típico que se encuentra en estos castillos para justificar el precio de la entrada.
La guía, que por fin parece haberse dado cuenta de que vamos un poco a nuestra bola, se nos acerca y nos pregunta en ingles si necesitamos alguna explicación. Ante nuestra respuesta afirmativa, nos cuenta un poco la historia del castillo y sus alrededores, de sus vicisitudes, de sus habitantes, de ampliaciones y reformas, ósea lo mismo que nos comentó C. a la entrada. Poco después empezamos el descenso, con bastante cuidado. Como todo el mundo sabe, o debería saber, los descensos son mucho más peligrosos que los ascensos, sobre todo por una escalera inestable y mojada.
Quince minutos después estamos delante de unas jarras de cerveza, y pese a que solo son las 12 de la mañana decidiendo que comer. Para quien no lo sepa, entre los que me incluyo, la hora de comer habitualmente en Eslovaquia es entre las 12 y las 13. Al final será C. como conocedor de la gastronomía local, quien decida por nosotros. El menú será para compartir entre los tres y de este modo poder probar de todo, elegimos Gulash que es un estofado de carne y el único plato que A. y yo hemos comido con anterioridad, una especie de sopas de ajo, Cesnačka es su nombre, y que nos calienta el cuerpo en la fría y lluviosa mañana eslovaca que acompañamos con unas empanadillas, pirohy, de fina masa rellenas de carne y para completar el menú Vyprážaný syr que así, bajo este impronunciable nombre es como llaman a unas lonchas de queso rebozadas en pan rallado y fritas. Para terminar un café expreso.
La carretera discurre entre bosques de abetos y hayedos que dan paso a prados de un tono de verde tan intenso y fresco que dan ganas de ser vaca para disfrutar de la hierba. De vez en cuando clavadas en los arboles vemos señales que indican la presencia de osos y también los indicadores de los innumerables senderos que recorren toda Eslovaquia. Nos dirigimos al pueblo de Vlkolinec, un pequeñísimo lugar, situado en lo alto de la montaña. La lluvia que sigue cayendo intermitentemente y las nubes nos impiden la visión de las cumbres. Al llegar aparcamos justo enfrente de una roulotte que vende miel. Andamos bajo la fina lluvia una decena de metros hasta llegar a la entrada del pueblo. Justo ahí, hay un pequeño establo construido en madera rodeado de una pequeña valla de madera que da paso a un prado que se extiende inacabable delante nuestro hasta perderse colina abajo. Viéndolo, me pregunto en qué momento aparecerán Heidi y Pedro empujando a Clara monte abajo.
El pueblo esta recorrido por una única calle a la que divide un pequeño riachuelo, y son tan pocas las casas que lo componen, no más de una veintena, que no es posible escribir todas las letras de patrimonio de la humanidad, que ese es su galardón, en sus paredes. Es un pueblo realmente bonito y pintoresco. Casas de una planta, con pequeñas ventanas en los laterales, construidas totalmente en madera, con tejados a dos aguas hechos con tejas también de madera, con un pequeño jardín o a veces u huerto delante de las mismas y pintadas en vivos colores, aunque hoy debido a la llovizna y a las nubes bajas luce algo desvaído. La mayoría de las casas siguen estando habitadas, y los dueños de las mismas hartos de que los turistas se metan en el jardín de sus casas para fotografiarles han colgado carteles prohibiendo que se les hagan fotos. Una de las casas es ahora una pequeña tienda para turistas y otra se ha convertido en un museo que muestra cómo era la vida de estas personas hasta mediados del siglo XX, una tercera lógicamente es una serrería y carpintería. Para completar el cuadro costumbrista, el pueblo tiene además un pozo y un campanario también construidos como no puede ser de otra manera en madera. Me llama mucho la atención que el único edificio construido en piedra sea en la iglesia. Por otro lado, quizás sea el lugar con más bocas antiincidencios que haya visto nunca, prácticamente hay una delante de cada casa. Son bocas de esas de película, altas, con tres tomas en la parte superior, pintadas de verde.
Empieza a anochecer cuando retornamos por la autovía hacia Bratislava, con un bote de miel eslovaca en la mochila, y el sol casi oculto ilumina con sus últimos rayos los campos de cereales, dándole a todo el paisaje un color dorado, como de cuento de hadas. En el horizonte los restos de otro Hrad, realmente hay decenas de castillos esparcidos por toda Eslovaquia, se recortan contra los últimos rayos de sol.