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El desayuno en el Best Western, de 10, nuestro chocolate con carita sonriente dibujada con el cacao, un panal de miel para servirte, masa de gofres y gofrera para hacértelos al momento, y mil detalles más que hicieron del desayuno un auténtico banquete. Y al finalizar una de las camareras le da a Hugo una bolsita con chocolatinas y dulces. ¿Qué más se puede pedir?
Toda la noche ha estado lloviendo, parece que ahora incluso quiere salir el sol, así que rápidamente dejamos el hotel y decidimos obviar Gotinga y dejarlo para el lunes, e intentar visitar Hamelin sin lluvia.
Estamos a una hora y cuarto de camino de esta bella ciudad, allí conocida sin la última i: HAMELN.
Y bueno ya se sabe que es archifamosa por el cuento del flautista, pero por si alguno le cuesta recordar su niñez ahí va un pequeño resumen:
En 1284, mientras la aldea de Hamelín sufría una invasión de ratas, apareció en el lugar un personaje muy singular vestido con ropa multicolor que decía que con el poder mágico de la melodía de su flauta era capaz de liberar de ratas toda la aldea. A cambio, recibiría una cantidad de dinero. Los aldeanos, a su vez, prometieron pagarle por la expulsión de las ratas. El flautista pasó a la acción, las ratas salieron de sus escondrijos y las condujo al río, donde murieron ahogadas. Sin embargo, cuando los habitantes del pueblo se vieron libres de las ratas, no cumplieron su promesa y se negaron a pagarle. Enfurecido, el flautista salió de Hamelín y juró regresar para vengarse. Días más tarde, mientras el pueblo se preparaba para una fiesta, el flautista regresó e hizo sonar su flauta de nuevo. La melodía, en esta ocasión causó estragos entre los niños que sin saber por qué comenzaron a seguirle. El flautista se llevó a ciento treinta niños, que desaparecieron ante los ojos impávidos de los mayores. Solo tres consiguieron salvarse: un cojo que no pudo seguir el ritmo, un sordo que no escuchaba la música y un ciego que no podía ver hacia dónde iban.
Mi hijo llegó maravillado con la historia, solo quería ver al flautista...y se hizo realidad:
Y es que Hamelin debió de quedar prendada por los roedores y el flautista porque están por toda la ciudad: en el suelo, recorriendo el camino que hizo el flautista con los niños, en las tiendas, en las panaderías que venden panes con forma de ratón, e incluso en los semáforos...
Así que el recorrido es sencillo, seguir a las ratitas esculpidas en bronce en el empedrado de la ciudad para conocer el recorrido que hicieron los niños, hasta llegar a la calle del silencio, que fue la última calle por donde pasaron (Bungelosenstrasse), y en su memoria en ella no se puede reir, ni gritar ni tocar ningún instrumento.
En esa misma esquina está la casa del cazador de ratas, la Rattenfängerhaus, hoy convertida en restaurante y a la que nos asomamos para ver sus bonitas paredes todas decoradas con escenas del cuento.
El mercado navideño gira en torno a las calles del Altstadt, comenzando en su arteria principal, la Osterstrasse, y las calles aledañas.
A las 13:05h sonaba el carrillón de la Hochzeitshaus, la famosa Casa de Bodas, donde nunca se ha casado nadie, pero albergó la farmacia del descubridor de la morfina, y que al sonar sale el flautista dejando embelesados a los niños. Con motivo de la navidad, también colocan en él el calendario de adviento. También suena a las 15:35 y 17:35.
Encontramos también la tienda de las pócimas para ratas, donde puedes degustar diferentes licores que desde luego saben a "matarratas" literal.
Y paseamos entre sus calles, parando a tomar el primer glühwein del 2019 en una de sus casetas.
Hamelin apenas sufrió los bombardeos de la segunda guerra mundial, por lo que conserva intacto su casco histórico. Esta ciudad no solo es famosa por albergar el descubrimiento de la morfina y por el flautista, sino también porque aquí fueron ejecutados los condenados en los juicios de Bergen/Belsen, por sus crímenes contra la humanidad.
Alrededor de las 2 de la tarde dejamos Hamelin, llevándonos de recuerdo un panecillo con forma de rata.
Llegamos a HILDESHEIM bajo una lluvia ligera, además el aparcamiento nos costó un poco más y estábamos bastante retirados, y nos tocó alargar el paseo.
Su mercado navideño está ubicado en la misma plaza del mercado y un par de calles más. Es muy pequeño pero coqueto, y en su plaza destaca la casa de los carniceros:
Comimos en uno de los puestos del mercado y nos marchamos porque la lluvia cada vez era más fuerte y el coche estaba lejos. Es una localidad prescindible a no ser, como a nosotros, que te pille de camino. Os dejo unas últimas fotos:
Si no hubiese sido por la lluvia, nos habríamos acercado a ver la conocida como rosa milenaria del Hildesheim. Hablan de ella más que como un rosal como un árbol que crece sin control. Aunque ahora no florecen las rosas nos hubiera gustado ver el rosal.
La planta creció bajo uno de los laterales de la catedral de Hildesheim, milagrosamente siguió creciendo durante siglos y desplazándose hacia el ábside. Durante la guerra mundial la catedral fue bombardeada y quedamada, y con ella el rosal, pero sus raíces eran fuertes y volvió a florecer al llegar la primavera; ostentando así el record de ser la rosa más antigua de la Tierra.
No pudo ser, así que reservamos este punto para un próximo viaje. Y nos dirigimos ya al que será nuestro hotel durante las dos siguientes noches: el hotel Harsshof, en Salzgitter, a media hora de Goslar.
Hotel mega antiguo, que necesita una reforma integral en todos los aspectos, pero que ofrece un desayuno espectacular y delicioso (fue lo ùnico bueno del hotel).
Dejamos las maletas, y nos acercamos a GOSLAR, que aunque no deja de llover tenemos la esperanza de que lo haga a lo largo de la tarde.
GOSLAR es otro pueblo salido de un cuento, ya en las montañas del Harz, con mina incluida que funcionó durante más de mil años. Es otro pueblo de casas de entramado de madera, suelos empedrados y pequeños canales, que además en navidad parece sacado de un verdadero cuento.
Lo más novedoso para nosotros fue el Bosque de la Navidad, cientos y cientos de abetos iluminados a modo de bosque y en su interior varias casetas navideñas donde degustar los vinos especiados y otras delicatessen. Entre los abetos se crean pequeños escondites donde los alemanes se reunen con familia y amigos y se toman el glühwein. Fue simplemente mágico:
Dimos una vuelta rápida por el mercado y nos fuimos porque la lluvia ya era muy fuerte, y estaba todo a tope de gente.
Decidimos que nos alejaríamos de tanto bullicio y buscaríamos un sitio para cenar en algún sitio menos turístico.
Regresamos al hotel, y el dueño nos recomendó el restaurante alemán Das Wirtshaus, en Chemnitzer Str. 8, en el distrito de Salzgitter. Cenamos muy bien, y no fue caro la verdad.
Y tras la cena nos fuimos al hotel esperando que el día siguiente no lloviese tanto.
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