Cuando terminamos de comer en Portimao, nos pusimos en camino hacia Aljezur, si bien nuestro punto de destino para pernoctar esa noche era Sagres, en la zona más occidental del Algarve, muy cerquita del Cabo de San Vicente. En realidad, desde Portimao a Sagres solamente hay 52 kilómetros si se va directamente por el sur, pero todavía era temprano y nos dirigimos hacia el noroeste para visitar previamente el pueblo de Aljezur, que me habían recomendado en el foro. La primera idea era ver también de paso Monchique y el Miradouro da Foia, pero íbamos algo justos de tiempo y decidí dejar estos dos puntos para el día siguiente, ya que quería visitar la fortaleza de Sagres antes de que cerrasen.
ALJEZUR.
Desde Portimao hay 48 kilómetros hasta Aljezur, una pequeña localidad de la Costa Vicentina, que cuenta con algo menos de tres mil habitantes, si bien el municipio del que es capital supera los cinco mil.
Situación de Aljezur en el mapa del Algarve.
El núcleo urbano se asienta sobre las laderas de tres cerros, el principal coronado por la antigua fortaleza, y cuenta con una parte nueva y otra antigua, que es la más interesante a nivel turístico.
Parte antigua
Llegando por la carretera, con el río a nuestra derecha, distinguimos también la zona nueva, en la que destaca a primera vista la Iglesia Matriz de Nuestra Señora del Alba, construida a finales del siglo XVIII como punto inicial de la reubicación de la localidad, que resultó muy dañada por el terremoto de 1755.
Parte nueva.
Tras dejar el coche en un aparcamiento junto al río, vimos unos carteles informativos sobre la pequeña ruta que se puede seguir en el casco antiguo. Igualmente, nos acercamos a ver el río desde el puente, que ofrece una bonita perspectiva con sus casas reflejadas en unas aguas en las que nadaban unos cuantos patos. El río Aljezur surge de la confluencia en este mismo lugar de los ríos de las Cercas y de las Alfambras. El río desemboca en la playa da Moreira y fue navegable hasta el siglo XV, lo que permitió a esta localidad disfrutar de un puerto fluvial que la convirtió en un importante centro comercial en la Edad Media.
Cruzamos la carretera, dispuestos a afrontar la inevitable cuesta que nos conduciría hacia el castillo, siguiendo la ruta circular que habíamos leído en el panel informativo.
Como daba igual en un sentido que en otro, fuimos directamente hacia el castillo, pasando también por el Museo Antoniano. Según ganábamos altura, las vistas hacia la sierra y la parte nueva se hacían más amplias y atractivas sobre valles, colinas y vegas, pues buena parte del territorio municipal pertenece al Parque Natural del Suroeste Alentejano y la Costa Vizantina.
Aunque se conocen asentamientos en la zona que se remontan a la Edad del Bronce, Aljezur fue fundada por los árabes en el siglo X, mientras que el castillo fue obra de los almohades, que lo edificaron entre los siglos XII y XIII. Conserva parte de los muros exteriores y dos torres, una circular y otra cuadrada; asimismo, destaca una cisterna almohade y otros lugares de almacenamiento excavados en la roca. Tras la conquista cristiana, el castillo tuvo otras utilidades, como el alojamiento de tropas, hasta que fue abandonado.
Para regresar, tomamos otra calle, completando la ruta circular sugerida, que nos llevó junto a la Iglesia de la Misericordia, que data del siglo XVI, con portada de estilo renacentista, si bien fue reconstruida tras el terremoto de 1755. No entramos porque estaba cerrada. Tras bajar una empinada calle, llegamos hasta un mirador frente al Museo Municipal. De allí, nuevamente al río.
El municipio de Aljazur también es famoso por sus playas (Amado, Amoreira, Arrifama, Bordeira, Odeceixe…), que no nos dio tiempo a visitar, pero merece la pena detenerse en el pueblo y dar un paseo por la zona antigua, pues cuenta con rinconcitos con mucho encanto.
SAGRES.
Tras pasar por Pola do Bispo sin detenernos, llegamos hasta Sagres, que nos mostró un aspecto bastante distinto del que yo, al menos, me había forjado en la mente. Y es que no vi un pueblo como tal, sino una conjunción de casitas formando calles que casi parecían de urbanización.
Vila do Bispo.
Situación de Sagres en el mapa del Algarve.
Buscando nuestro hotel, pasamos por delante de la fachada de la fortaleza que constituye uno de los atractivos turísticos principales del lugar, el otro es el surf, como quedó de manifiesto incluso en la decoración de la coqueta habitación que nos facilitaron en la Casa Azul de Sagres, Hoteles y Apartamentos. El alojamiento con desayuno nos costó 76,50 euros. Lo intenté en la Pousada, pero el precio me pareció demasiado alto para estar solo unas horas.
Sin entretenerme mucho, salí a visitar la fortaleza, ya que no sabía a qué hora cerraban. Por fortuna, tenía horario amplio, hasta las ocho de la noche y, además, el acceso era gratuito. Ignoro si es así habitualmente o era ese día concreto. Nada más empezar a caminar pude notar el tremendo viento que azota en esta zona, totalmente expuesta a las corrientes del Atlántico, algo que ya habíamos observado en un momento dado, unos kilómetros antes de llegar, cuando el paisaje cambió bruscamente y el bosque dejó paso a un entorno desolado, donde apenas crecía la vegetación. Venía con manga corta y allí necesité ponerme un forro polar, que en ningún momento me sobró. De repente, habíamos pasado de veintitantos grados a poco más de quince, algo que hay que tener en cuenta tanto aquí como en Cabo San Vicente.
De paso hacia la fortaleza pude contemplar el furioso batir de las olas en Praia da Mareta, que estaba casi absolutamente desierta (salvo por mi sombra) lo mismo que la Praia das Poças.
Sin embarrgo, la más impresionante de todas me pareció la Praia do Tonel, asentada entre acantilados, expuesta a las corrientes y los vientos atlánticos, una de las preferidas por los amantes del surf para practicar su deporte favorito. El viento era terrible y apenas podía sujetar el móvil para hacer fotos, ya que la cámara me la había dejado olvidada en el hotel.
A continuación, entré en la fortaleza, que se supone está situada sobre lo que fue un promontorio sagrado en los tiempos en que algunos consideraban estos lugares como el fin de la tierra conocida.
El origen de esta fortaleza (Monumento Nacional desde 1910) hay que buscarlo en el siglo XV y surgió como consecuencia de la necesidad que tenían los barcos de encontrar abrigo del viento y el oleaje en sus travesías hacia el Mediterráneo y el noroeste de Europa.
En 1434 se construyó una casa y hospital de la orden franciscana para atender a los navegantes, y nueve años después, las villas de San Vicente y Sagres, abandonadas y en ruinas por los ataques de los piratas berberiscos, así como su promontorio, fueron donadas por el Regente, don Pedro, duque de Coimbra, a su hermano Enrique, el Navegante, que comenzó una labor de reedificación, que incluía la construcción de una fortificación inexpugnable, protegida por los acantilados por tres de sus cuatro lados.
Como no voy a entrar en las vicisitudes por las que pasó esta construcción, señalar solamente que cuenta con unas murallas que se levantan sobre un gran patio al que se accede tras pasar un Portón Monumental de estilo neoclásico. Se puede acceder a ellas subiendo un terraplén, donde se encuentran seis baterías y garitas. Desde lo alto, se contemplan unas vistas imponentes de la costa, en la que, a lo lejos, se vislumbra claramente el faro y el Cabo de San Vicente.
Muy cerca, en la plaza interior, está la Iglesia de Santa María de Gracia, cuyo origen se remonta a 1570, si bien tuvo que ser reconstruida tras el terremoto de Lisboa.
Comienza aquí un sendero empedrado (aunque no todo el camino) que conduce hasta la misma punta de la pequeña península, bastante más allá del faro. El actual se construyó en 1960 y es de pequeñas dimensiones para no perturbar el entorno. No es muy vistoso, quizás porque está un poco lejos del acantilado, cuya línea costera es lo más interesante que hay para contemplar en una pequeña caminata que lleva en torno a una hora y que presenta una forma circular. También se pueden contemplar algunas cuevas o algares; además, existe una especie de laberinto que no sé qué pinta aquí.
A lo largo del recorrido hay paneles informativos y vallas que está prohibido traspasar por la posibilidad cierta de una caída al abismo. En algunos tramos, sin embargo, está abierta y es posible asomarse al vacío, si bien con todo tipo de precauciones porque el viento, literalmente, te arrastra. Es increíble su fuerza. Viendo las fotos, casi más que la fuerza de las olas, recuerdo que me impresionó su tremendo rugido al romper y el sonido ululante del fortísimo viento.
También merece la pena contemplar la flora que se entrevé entre las rocas y la tierra de los acantilados, con especies tan llamativas como el astrágalo, la margarita de mar, el polio vicentino, el esparto, el puerro, las malvas y el perejil de mar, si bien se aprecian mejor en el entorno del Cabo de San Vicente.
Tras ver la fortaleza, tenía la intención de reunirme con mi marido para coger el coche e ir al Cabo de San Vicente, que está a unos seis kilómetros de distancia, para ver la puesta de sol, que ya se anunciaba en el horizonte hacia el oeste.
Pronto descartamos la idea tanto porque ya eran más de las ocho y a la vuelta resultaría imposible encontrar un lugar cenar, pero, sobre todo, porque el viento todavía era más fuerte y frío, y resultaba prácticamente insoportable. Así que decidimos buscar un sitio para cenar. A esa hora no había demasiada oferta (seguramente es distinto para el almuerzo) y decidimos quedarnos en un restaurante que vimos en la misma calle de nuestro hotel, se llama Carlos, y nos sentaron en la terraza, pero en un lugar totalmente protegido del viento, con lo cual estuvimos francamente bien. El restaurante no es barato, pero tiene buena calidad y nos atendieron divinamente. Aparte de los entrantes (no los recuerdo, pero no eran los habituales y estaban ricos), tomamos una sopa de verduras, otra de marisco, un pescado local cuyo nombre no recuerdo, calamares a la plancha y una ración de tarta, además de una botella de vino blanco. Total, 62 euros.
Luego, intentamos dar una vuelta para bajar la cena, pero fue imposible. Aunque nos habíamos rellenado un poco, el viento nos seguía arrastrando. Así que volvimos enseguida a la habitación. Por nuestra experiencia, salvo que se sea muy aficionado al surf, me parece mejor visitar Sagres y el Cabo de San Vicente en una excursión durante el día, en vez de alojarse allí, aunque solo sea para una noche. No es que me arrepienta de haberlo hecho, porque el sitio es descarnado y salvaje, con poco turismo, pero faltaba un poquito de ambiente, y el frío y el viento molestaban mucho