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Madrugón al canto, el primero de todos los días que pasamos en París. Cogimos el metro hasta la Gare de Lyon, donde teníamos que subir al tren de las 8:05 dirección Laroche Migennes. Aprovechamos para desayunar y subimos a los vagones rotulados sin reserva de plaza.
A las 8:45 habíamos llegado a Fontainebleau Avon y después de atravesar un subterráneo aparecimos en la parada de autobús situada en frente de la estación. Allí cogimos el Aerial A, para el que también sirvió la París Visite, y en cuestión de cuarto de hora estábamos en el palacio.
Había tres visitas guiadas, pero a la misma hora, así que optamos por la del Museo Napoleón (6’50 € adultos, 5 € mi hijo mayor y gratuito el pequeño). Mientras esperábamos al guía, aprovechamos para comprar la Museum Pass de cuatro días, aunque no empezamos a utilizarla porque el palacio es gratuito el primer domingo de mes y las audioguías (1 €).
Como la visita era en francés y estábamos solos, le dijimos al guía que podía ahorrarse las explicaciones y que nos dejara vagar a nuestro aire. Cuando abrió la puerta de la galería, nos quedamos impresionados. Allí estaban los trajes del emperador, los regalos que le habían hecho otros mandatarios, la tienda de campaña, sus útiles cotidianos, la cuna alucinante de sus hijos y los vestiditos que usaban. Cuando teníamos alguna curiosidad, nos la explicaba en medio castellano-medio inglés.
Cuando salimos, empezamos el recorrido por el palacio. Está muy bien conservado y restaurado. El museo oriental de la emperatriz, la capilla, la sala del trono, la biblioteca, el dormitorio y el despacho del emperador son una preciosidad y los techos no tienen desperdicio.
Después de recorrer todas las estancias, salimos a una cafetería a la derecha del recinto y pedimos comida para llevar. Nos sentamos en los jardines, comimos y dimos una vuelta por los mismos. El día estaba espléndido y era muy agradable pasear alrededor del lago, en el que pudimos ver a una pareja de cisnes cuidando su nido.
El pueblo tenía una feria ecológica y compramos un pastel de chocolate delicioso con el que desayunamos al día siguiente. Al ir a coger el autobús para volver a la estación, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que había una carrera y se habían suprimido varias paradas. La policía nos indicó el camino hasta la primera parada hábil, pero viendo que el autobús no venía y que llevábamos medio camino recorrido, optamos por continuar caminando.
Llegamos a la estación muertos y estuvimos esperando un ratito hasta el tren de las 16:04. Como íbamos muy bien de tiempo cuando llegamos a Gare de Lyon, decidimos coger la línea 14, transbordar en Saint-Lazare y ver Saint Denis aprovechando la París Visite que caducaba esa noche.
La basílica es una maravilla, aunque por fuera no lo parezca. Los trajes de coronación de los reyes, expuestos en una vitrina lateral, son una preciosidad; así como las vidrieras. Luego se imponía la visita a la cripta y aunque iba dispuesta a pagar la entrada porque no quería empezar a utilizar la tarjeta PMP a esas horas, no tuvimos que hacerlo y nos dejaron pasar sin validarla.
A cada mausoleo abríamos más la boca, nos resultó curioso el suelo, que representaba los signos del zodiaco, algo demasiado pagano para una basílica. También son muy curiosos los restos de anteriores edificios, que se han aprovechado como cimientos.
Cuando salimos tomamos algo en una cafetería de la plaza, y como nos parecía aún muy pronto, optamos por irnos a ver el Sacre Coeur y quitárnoslo del planing del viernes.
Subimos en el funicular, y seré rarita, pero no puedo decir que me impresionó demasiado. Será la edad, pero no me gustan los mogollones ni los pseudobotellones. Además, me tocó las narices el negro de la puerta y como venganza, aunque estaba prohibido, hice varias fotos. Es lo que tiene no usar flash.
Bajamos las escaleras, los negros de las pulseritas nos ignoraron y decidimos comprar unas crepes. Serán famosas, pero estaban más bien tirando a asquerositas y muy sosas, además de hacerse eternas.
Compramos varias láminas en las tiendecitas, una bola de nieve parisina y le dimos al enano el capricho de llevarse su nombre con unas letras dibujadas con varios símbolos que vendía un oriental por 5 €. Era alucinante verle dibujar con unos trazos precisos y con gran rapidez.
Y para casa, que ahora el día sí que nos pesaba en las piernas.
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