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Pipipipi, pipipipi, pipipipi. Venga, todo el mundo para arriba, que nos espera Versalles. El plan original era bajar andando hasta la parada del Rer, pero por vaguería cogimos el metro y transbordamos en Saint Michel al Rer C de las 7:49 con destino Versailles Rive-Gauche.
Qué espanto de tren, con los asientos plastificados y bastante incómodos. Casi cuando estábamos llegando, aparecieron cuatro revisores controlando los billetes. Y ¡oh, sorpresa!, los nuestros no están validados a pesar de que los habíamos pasado por los tornos en dos estaciones. Por tanto, nos los hicieron unos cuantos agujeritos y nos los autografiaron. Y para abajo, que ya estamos aquí.
Como hacía un poco de bastante hambre, desayunamos en un McDonald que había enfrente de la estación. Todo estaba buenísimo.
Para llegar al palacio, sólo hay que ir hasta el primer cruce y torcer hacia la izquierda. Apenas se tarda 10 minutos.
Con la Museum Pass entramos por la puerta C sin apenas esperar, cosa que agradecimos considerando la enorme cola que se estaba formando a nuestra izquierda para comprar las entradas. Nos pusieron la notita de “V7” y para dentro. En información había una mujer encantadora que nos dio unos cuantos planos y nos explicó en español como movernos por allí.
El estado de conservación es bastante penoso, hay muchas grietas y las maderas de las puertas y paredes están cuarteadas. Mucha diferencia con Fontainebleau.
Empezamos la visita y ¡horror! nos siguen los mismos chinos de ayer. Daba igual donde te pusieras, ellos se ponían delante haciendo aspavientos como las gallinas. Las primeras salas las vimos un poco deprisa para quitárnoslos de encima y así luego pudimos ir un poco más tranquilos al llevarles ventaja.
El palacio no estuvo mal, pero me esperaba algo más. Salimos a los jardines, otra desilusión, todo muy verde, pero ni una sola flor. No se parecía en nada a las fotos que había visto, hacía frío y el suelo estaba embarrado por la lluvia de la noche anterior.
Empezamos a hacer el recorrido de las fuentes y aquello se nos hacía eterno. Vimos los carritos de golf y decidimos alquilar uno, pero no habíamos contado con que era necesario el carnet de conducir. No nos quedó más remedio que hacer el camino a patita, atravesando por el bosque desde el estanque de Apolo.
Llegamos al Grand Trianon. Al entrar se nos quitó un poco la mala leche. Aquello tenía muy buena pinta.
Y de allí al Petit Trianon. Todo iba muy bien hasta llegar a la cocina, en la que una de las cámaras se nos cayó al suelo y pasó a mejor vida. RIP.
Muy cabreados salimos a los dominios de María Antonieta a ver si conseguíamos encontrar la dichosa aldea. El paseo y el pueblecito fueron lo mejor de la jornada. El teatro de la reina y el Belvedere eran una maravilla.
Y hay que tener narices para tener a los animales con una cerca interior electrificada. ¡Pobres bichos!
Creo que fue el mejor momento de la visita, por lo menos mi enano, que llevaba todo el día refunfuñando, se animó bastante.
Como casi no teníamos pies y no queríamos pringarnos de barro otra vez, cogimos el trenecito por los pelos, porque va a reventar (3 € por cabeza) y llegamos de nuevo al palacio, donde decidí hacer una sentada en las escaleras mientras mi contrario le daba al vídeo.
A la vuelta tampoco pudimos validar los billetes porque no funcionaban los tornos, y el viaje nos vino genial para descansar los pies.
Nos bajamos en Saint Michel y decidimos encaminarnos hacia el Louvre. La visita estaba planeada para el día siguiente, pero así nos íbamos haciendo una composición del lugar.
Por el camino vimos en un escaparate de una tienda de antigüedades una figura maravillosa de cuatro chinos jugando al mahjong hecha de colmillos de mamut y entramos a preguntar. Cachis, que no llevo 11000 € encima ahora mismo, pero me fui tan contenta con un huevo de bronce hecho a mano y decorado con flores y pájaros por 135 €.
Cruzamos por el puente del Carrousel y entramos en el patio interior, donde dimos cuenta de una enorme bolsa de gusanitos. Y al atravesar el arco pudimos ver por primera vez las famosas pirámides. Las fuentes no estaban en marcha porque era día de cierre del museo.
Continuamos ante el Arco del Triunfo del Carrusel, donde hicimos las fotos de rigor. Pensábamos caminar por el jardín de las Tullerías, pero estábamos tan cansados que torcimos en frente de la estatua de Juana de Arco y nos fuimos para el apartamento.
Aprovechamos para comprar en el súper de la vuelta de la esquina (con precios similares a los de aquí) y subimos para arriba. Pero como somos culos inquietos y estaba anocheciendo, dejamos a los niños tirados en el sofá y nosotros nos dirigimos a ver la Torre Saint Jacques que la teníamos pendiente, y tener el primer contacto con el Hotel de la Ville. Y ahora sí, de vuelta a casa que nos espera otro día largo.
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