13:15. T4. Barajas. Madrid.
Tras nuestra breve Escapada a Madrid, por fin llegó el momento. Tras un estresante día por las calles de la capital, decidimos tomarnos este con más “tranquilidad”.
Esta es nuestra primera vez… que montamos en avión… que salimos de España… que nos vamos tanto día fuera de casa… Así que eso de tranquilidad estaba muy entrecomillada.
Nos sentamos frente a una pantalla donde poco a poco se iban desgranando las puertas de embarque de los distintos vuelos. De pronto, la pantalla cambió. Nos levantamos de un salto… para comprobar que no era nuestro vuelo.
Había perdido la cuenta de las veces que me había levantado. Parecía tener un muelle en el culo que se accionaba al unísono con la pantalla.
Por fin, a las 15 más o menos, salió nuestra puerta de embarque. Nos dirigimos hacia el mostrador de facturación.
- Buenas. Tenemos un vuelo a Londres. Y posteriormente salimos con otra compañía aérea hacia Nueva Zelanda. ¿Sabe usted como tenemos que hacer en Londres para cambiar de terminal?
- No se preocupen, que los aeropuertos hoy en día los hacen para tontos…
Me cambió el semblante de la cara. No era el momento de recordar nuestro encuentro con el metro… ya que todavía escocía un poco. Pero al ver mi cara, se apresuro a explicar su respuesta.
- Ehhhhh… esto… está todo muy bien indicado. De esta forma se evitan tener que contratar a más personal de información. Tienen que seguir los carteles de Flights Connections. No hay pérdida.
No estoy muy seguro de esta última parte. Pero como allí no podíamos solucionar nada mas, continuamos hacia nuestra siguiente parada.
Fue todo bastante rápido, y sin apenas darnos cuentas, nos encontrábamos sentados en el avión. Como la experiencia es un grado, decidí sujetar la mano de mi mujer con la mía. Todavía tenía las marcas del anterior vuelo.
Y como si fuese un deja vu, la operación se repitió de nuevo.
“Comenzamos a movernos por la pista. Se está colocando para despegar, pienso.
Stop.
El rugido de los motores comienza a subir. Parece el sonido de una cafetera. Cada vez más alto.
Arrancamos. Adquirimos poco a poco velocidad.
Lo siento.
De repente acelera bruscamente.
Lo sientooooooo.”
Esta vez mi brazo se salvó. Pero mi mano acabó morada…
Sin contratiempos aterrizamos en Heathrow. En la T3. Y nuestro vuelo hacia Auckland salía desde la T1. Teníamos 3:15 de margen, para llegar hasta allí…
Hay un bus que conectaba todas las terminales del aeropuerto. Lo cogimos y en 10 minutos nos llevó a nuestra terminal. Seguimos las flechas de “Flights Connections”. Esto era una maravilla. Incluso yo, con mis antecedentes, había encontrado el camino.
Pasamos el pertinente control de seguridad y fuimos hacia la zona de facturación.
Localizamos el mostrador de Air New Zealand, la compañía con la que íbamos a volar.
(La conversación está traducida para su mejor interpretación).
- Hola, buenos días.
- Wuachu wuachu wuachu tickets.
Una gota de sudor me cayó por la frente. Creí haber entendido la palabra tickets. Así que sin mucha convicción saqué las hojas donde aparecían los datos de reserva y demás. Intenté poner mi mejor sonrisa, ya que me dio la sensación que nos había tocado la persona más borde del aeropuerto.
- Creo que es esto…
Me los arrancó literalmente de la mano.
- Passports
Esto último lo entendí bien. Vale, mi oído se está acostumbrando más rápido de lo que pensaba al inglés. Sacamos los pasaportes y se los entregamos.
- Wuachu… wuachu… wuachu.
Falsa alarma. No había entendido ni papa.
- Disculpe, ¿le importaría repetirlo?
- Wuachu… wuachu… wuachu – Le seguía sin entender.
- Disculpe. No hablo inglés muy bien. ¿Podría repetirlo más despacio?
- Wuachu… wuachu… wuachu.
Ahora sí que la hemos hecho buena, pensé. No tenía ni idea de que me estaba diciendo esta tía. Y en lugar de hablar despacio, la tipa sin inmutarse siquiera, nos decía lo mismo una y otra vez. Miré a la señora del mostrador. Completamente imperturbable. Me devolvió la mirada. No sabría describir si había algún atisbo de sentimiento en aquellos oscuros ojos. Respiré hondo. E intenté mostrarme tranquilo.
- Disculpe. No entiendo. ¿podría repetirlo…? Pero despacio, Por favor.
- Wuachu… wuachu… wuachu…- En el fondo, creo que le gustaba vernos allí, sudando la gota gorda sin saber qué hacer. Hablar despacio… y una leche.
Mi mujer me miró. Ella en teoría hablaba menos inglés que yo. Pero se ve que estaba algo más tranquila y dijo.
- No sé. Pero creo que ha dicho algo de nombres.
La mire. Volví a mirar a la mujer del mostrador. A mi mujer. A la del mostrador. Para ese entonces, la tranquilidad la tenía en la planta de los pies.
- Despacio – digo. Aunque sabía de sobra que la tipa no iba reducir la velocidad a la que hablaba.
- Wuachu… wuachu… nombres… wuachu… billetes… wuachu… pasaportes
En ese momento, y por un fugaz instante, un rayo de felicidad atravesó mi cara. Seguía sin saber que decía. Pero al menos había entendido alguna palabra. La alegría fue momentánea. Duró el tiempo que tardé en darme cuenta que había un problema.
Volví a poner mi mejor sonrisa… bueno, una mueca que parecía una sonrisa.
- ¿Cuál es el problema? – pregunto.
Pues resulta, que el problema era, que la reserva estaba hecha con un nombre y un apellido. Y como en el pasaporte ponen, nombre y dos apellidos, a ella no le valía.
Total que al final tras echarnos la bronca, creo, ya que solo entendía wuachu… wuachu por aquí. Wuachu… wuachu… por allá. Nos dio las tarjetas de embarque. Uffff que respiro.
Sería que realmente, los aeropuertos los hacen para tontos, como nos dijo la chica de Madrid, pero encontramos la puerta de embarque a la primera.
21:00.
Embarcábamos en nuestro avión. Y el proceso comenzó a repetirse de nuevo. Pero cuando apenas habíamos comenzado a movernos… nos paramos. Esto no entraba dentro de los planes. La gente alrededor nuestra, no mostraba signos de extrañeza. Así que intenté relajarme, pensando que todo iba bien.
Comenzamos a movernos de nuevo. Vale, esto había sido una falsa alarma. Y volvemos a pararnos. Pero ¿qué pasa aquí?
Se repitió de nuevo el proceso. Nos movemos… nos paramos… nos movemos… nos paramos… ahora giramos un poco… coño, una novedad.
Me había tocado ventanilla en este vuelo. Y pude comprobar las causas de este dilema. Había un montón de aviones delante nuestra esperando para despegar. No sé, estaba oscuro, estaba lloviendo y se mezclaban las luces. Pero al menos debía haber 20 aviones delante del nuestro. Pero era increíble. Cada minuto más o menos despegaba uno.
20 minutos más tarde, nos llegó el turno. Esta vez el avión es bastante grande. Así que los movimientos no eran tan bruscos. Mi mano apenas cambió de color esa vez.
La diferencia horaria de Nueva Zelanda con España es de 10 horas. En su verano, nuestro invierno son 12 horas. Así que el tema del jet lag es algo que hay que tener en cuenta. Todo el mundo dice que tardas dos o tres días en adaptarte. Por lo tanto, lo que nos propusimos fue intentar adelantar el jet lag. En el momento que despegamos pusimos la hora de Nueva Zelanda. Por lo tanto, eran las 22 hora local. Pero para nosotros eran las 8. Que cacao.
Teníamos pantallas personales para cada asiento. Un auténtico lujo. Podías elegir ver entre un montón de películas, series, documentales, oír música, juegos… El único problema era que la mayoría no estaban en español. Pero en fin, que como había que ir practicando, era un mal menor.
A las dos horas o así, comenzaron a repartir la cena. Me sorprendió agradablemente, ya que estaba todo bastante bueno. Ahora no recuerdo que comimos, pero solían dar un primero, un segundo (a elegir entre dos opciones), postre, bebida, pan… Y claro, lo de los segundos, como uno era wuachu wuachu y el otro era wuachu wuachu. Para no reñir pedí uno de cada, jejeje.
3:00 hora España, 4:00 hora London, 13:00 hora Nueva Zelanda... Ufff.
Recogieron las bandejas. Las luces se apagaron y todo el avión se preparó para dormir.
El caso, que claro, mientras todo el mundo dormía, nosotros éramos los únicos que nos manteníamos despiertos. Así que cayeron El Secreto de Thomas Crown, Ángeles y Demonios, un partido de rugbi de los All Blacks, un par de reportajes sobre Nueva Zelanda, un poco de música (AD/DC, Guns And Roses, Metallica… vamos un poco de cañita para aguantar el tirón). Y por supuesto unos cuantos paseos para estirar las piernas.
Fuera ya había amanecido. Aquí adentro era todo oscuridad. Me atreví a levantar un pelín la persiana de la ventana y dejé que el sol bañase mi cara… delicioso.
Bueno a todo esto, tengo que comentar, que no todo fue bien. Entre las prisas y los nervios por el tema de los aeropuertos y las nuevas legislaciones, no me metí el cacao de los labios en el equipaje de mano. Resultado, tras 12 horas de vuelo, en un ambiente seco, tenía los labios completamente abiertos. Unas profundas heridas los cruzaban. Salía hasta sangre… y no exagero.
Bueno, retomando el hilo, el avión se disponía a tomar tierra en Hong Kong. Era una escala técnica de hora y media o así.
16:30 horas local (9:30 hora española, 19:30 hora Nueva Zelanda).
La ciudad desde el aire era una pasada, preciosa.
Salimos del avión. Y nos colocamos en dos filas. Por un lado los que se quedaban en Hong Kong y por otro los que continuábamos vuelo a Auckland. Unos asistentes simpatiquísimos se encargan de explicarnos esto. Claro, en comparación con la elemento del aeropuerto de Londres, cualquiera parecía simpático.
Nos dimos una vuelta por el aeropuerto buscando una farmacia. No localizamos ninguna. Así que nos metimos en una tienda de cosméticos. Y si mi inglés era malo, imaginaos con los labios abiertos lo que podía vocalizar.
Allí estaba yo, señalándome los labios y diciendo (bueno intentado decir), necesito cacao para los labios.
La dependienta que tenía delante me miraba, se sonreía y ya está.
Recuerdo que llevamos un diccionario en la mochila. Lo saqué. Busqué cacao labial. Se lo señalé a la chica. Me miró y volvió a sonreír.
No me lo podía creer. Esto no podía ser. Ya me veía otras 12 horas de avión hasta Auckland. Cuando llegara allí, en lugar de labios, tendría salchichas reventadas…
Pero insistí. Me volví a señalar los labios.
- I’ve pain in my lips.
- Wuachu… wuachu…
Una dependienta algo mayor que rondaba por allí al ver que algo pasaba, decidió acercarse. Volví a la carga.
- Pain… lips… look
Hacía todo esto señalándome los labios. Se dio la vuelta, fue hasta un estante y cogió un botecito de pomada reparador labial. Estábamos salvados.
- Cuesta nosecuanto…
Me daba igual. Le di la tarjeta.
Pues al final. Fueron 18 eurazos el botecito de las narices… mejor dicho de los labios, jejeje. Pero al menos, ahora los labios los llevaba siempre embadurnados con aquella pomada.
18:10 hora local (11:10 hora española, 21:10 hora Nueva Zelanda)
Se abrió la puerta de embarque y volvimos a subir al avión
Esta vez intenté dormir un poco, ya que nos acercábamos a la noche neozelandesa. No lo conseguí, pero 3 ó 4 horas a intervalos, si que dormiría.
Día 18/07/2009
Nos íbamos acercando al final del viaje. Todas las persianas estaban levantadas. Hacía un sol radiante y volábamos sobre un manto de nubes. De postal.
Anunciaron que comenzábamos a descender. Y todo cambió de repente.
Atravesamos las nubes, pero estas nos siguieron hasta casi tomar tierra.
Nueva Zelanda nos estaba recibiendo con lluvia y con aire. Tampoco esperábamos un caluroso recibimiento. Pero hombre, un poquito de sol no hubiera estado mal para comenzar nuestra andadura Kiwi.
La lluvia azotaba con violencia las ventanillas del avión mientras nos acercábamos a la pasarela de desembarque.
9:00 hora Nueva Zelanda (23:00 hora España) Recogimos el equipaje. Fuimos a la aduana. Enseñamos pasaportes y la hoja donde teníamos apuntados todos los vuelos del viaje.
De aquí pasamos a la zona de control de bioseguridad… a todo esto hay que decir que en el avión tienes que rellenar una hoja de entrada al país. Es muy similar vayas donde vayas. Son una serie de preguntas, graciosísimas ellas, sí señor. Que si llevas bombas en el equipaje, que si tienes intención de cometer algún acto terrorista… en fin, vaya preguntitas. Estuve tentado en poner que si a todo… pero mejor no tentar a la suerte.
En el apartado de deportes, puse que llevábamos botas de trekking. Mejor prevenir que curar, pensé. Cuando nos tocó nuestro turno, nos preguntaron por las botas. Las llevamos puestas, así que le enseñamos la suela y se queda conforme. Abrí una mochila y le enseñé otro par de botas que llevaba allí. También estaban impolutas. Mi tiempo me tomé en limpiar todas las botas para evitar sorpresas. Todo muy correcto y muy rápido.
En el hall de aeropuerto había unos teléfonos desde los que se podía llamar gratuitamente a la compañía de alquiler. De hecho, la mayoría de los teléfonos para reservar actividades, agencias y demás, son gratuitos.
- Wuachu… wuachu … wuachu. – Vaya ya empezamos pienso.
- Hola, soy de España. Tengo contratada una campervan con ustedes.
A lo que me responde léntamente:
- No se retire que le va a atender una persona en español.
No me lo podía creer. Eso sí que era suerte. Y dicho y hecho. Oí una voz en español que me daba la bienvenida y me indicaba que en 5 minutos vendrían a recogernos.
Así que salimos a la puerta de la terminal donde teníamos que esperar al transporte. Uffff, el primer contacto que teníamos con el clima neozelandés, nos dejó un poco helados. Llovía. Hacía aire. Hacía frio… bueno, en realidad no era demasiado, 13 grados. Pero claro. Si contamos que hacía 2 días estábamos a 40 grados en Madrid... el cambio era brutal.
Efectivamente, en 5 minutos estaba allí un coche de United (la compañía con la alquilamos la campervan) que nos llevó a la sede de la compañía. Está ubicada en un polígono al lado del aeropuerto.
Aquí nos enteramos de las últimas noticias. Dos días antes, hubo un terremoto que afectó a la parte de Fiordland y había riesgo de Tsunamis. Además la zona de Auckland estaba previsto que se viese afectada por una tormenta tropical. El aire y el agua con el que nos había recibido eran los primeros coletazos.
Genial, pensé. Hemos venido en el mejor momento.
El colmo de casualidades. La chica que nos atendió por teléfono era de Sudamérica por lo que hablaba español. Su compañero también era sudamericano, por lo que también hablaba español. Y una pareja que había llegado un poco antes que nosotros eran de Jaca. Por lo que también hablaban español. Vamos, que nos sentíamos como en casa.
Allí nos explicaron un poco el funcionamiento de la campervan. Las cuatro cosas básicas. El resto, lo iríamos descubriendo sobre la marcha.
Aquí nuestra inseparable compañera de viaje durante los próximos 34 días.
Esta era la primera vez… que conducía por la izquierda. La cuestión es familiarizarse con el aparato, dimensiones, visión desde el “otro lado”, cambio de marchas con la zurda... Unas vueltas por la zona bastaron, para que nos decidiésemos a dar el salto a la carretera.
Pusimos rumbo a la SH1. En la zona de Auckland es autovía, así que en cuanto la vimos nos metimos en ella sin pensarlo.
Las primeras impresiones eran bastante buenas. Me sorprende lo respetuosa que es la gente. No sé si al ver la campervan, piensan: turistas que nunca han conducido por la izquierda… déjales espacio por si acaso… o simplemente son así de educados hasta en el coche.
La carretera comenzó a girar a la izquierda… algo raro, pensaba, pero bueno. Igual el mapa que habíamos mirado estaba mal.
Comenzamos a atravesar un puente… esto no me gusta, pienso, no hay ningún puente hasta el enorme que atraviesa la bahía…
No había que ser un lince para saber que nos habíamos equivocado de carretera. Habíamos pillado la South Western Mwy, y no llevaba la dirección que buscábamos.
Bien, la primera en la frente. Allí estábamos nosotros, con un bicho enorme a cuestas. Perdidos en una ciudad con millón y medio de personas… De momento no llovía… pero casi… vamos, lo que nos faltaba para rematarla.
Hicimos lo único que podíamos hacer en ese caso, pillar la primera salida y parar.
Un vistazo detenido al mapa, nos demostró que no andábamos muy lejos de nuestro destino. A un par de manzanas, callejeando un poco, se encuentra la ansiada SH1. Tras repasar una vez más, las calles por las que tenemos que pasar desde aquí hasta el camping, nos volvimos a lanzar a la aventura. Tardó en dejarse encontrar, pero al final, lo conseguimos.
Llegamos a Takapuna Holiday Park (35NZ$). Este camping se encuentra en Takapuna, en la parte norte de Auckland. Lo elegimos, por estar muy bien situado para realizar visitas a la ciudad. Está a una hora andando de Devonport. Y tienes autobuses urbanos que te llevan a la terminal de ferry. Aquí se coge el ferry que atraviesa la bahía y te lleva al Downtown.
El camping no es gran cosa, pero tiene unas vistas increíbles. Está a 2 metros del mar. Y tenemos una vista increíble con la Rangitoto Island en el horizonte
Vista desde el camping. Golfo de Hauraki. Rangitoto Island
16:00 (hora local… digamos, que ya me he olvidado de qué hora es en España).
Comemos en un bar que hay al lado del camping un bocado para ir aguantando. Como es tarde no hay restaurantes abiertos, así que nos conformamos con lo primero que pillamos. Importante, aquí los horarios de las comidas son muy anglosajones.
Después de comer nos disponemos a buscar un banco para cambiar euros por dólares. Y nos damos una vuelta por Takapuna sin encontrar nada de nada. Claro, es cuando me doy cuenta que es sábado. Y aquí, los sábados por la tarde, los bancos están cerrados (como en todos los sitios, digo yo).
Regresamos al camping y preguntamos al dueño, por algún lugar para cambiar dinero. Nos dice que hoy imposible. Tendremos que esperar a mañana y probar suerte en el centro comercial. Hay una sucursal que abre los domingos.
Y ahí estamos. Con euros y sin dólares. El problema es que para pagar el bus, necesitamos dinero. Pero bueno, no nos desanimemos, que acaban de comenzar las vacaciones.
17:00.
Decidimos dar un paseo y acercarnos andando hasta Devonport y allí ver si saltamos a Auckland. Vemos lo que podamos y allí seguro que localizamos algún sitio para cambiar. Así que nos ponemos en marcha.
Seguimos un paseo que va bordeando las playas. Continuamos por unas calles de zonas residenciales… Poco a poco la luz se va diluyendo. Ya no llueve. Hace aire, pero es soportable. Parece que de momento la tormenta no llega. Y continuamos nuestro paseo.
17:30.
Es noche cerrada. Y aparece… el jet lag.
Mi mujer va como zombi. No puede con su alma. Así que nos damos la vuelta y regresamos al camping. Se queda dormida bastante antes de llegar al camping. Pero la guío como buen perro lazarillo que soy, guau guau.
A mí no me ha afectado el jet lag. No sé si es de la emoción de ver el sueño cumplido o si realmente ha funcionado el cambiar la hora de los relojes. Decido aguantar un rato despierto para adaptarme al horario. Repaso guías, apuntes… pero el cansancio también viene por mí. No en vano nos hemos recorrido medio mundo en dos días. Y han sido días de muchas emociones y de dormir poco.
22:00.
Buenas Noches. Cierro los ojos.
*** Notas X ANIVERSARIO***
Quizás no haga falta recordarlo, pero Nueva Zelanda son nuestras antípodas. Quiere decir que te da igual ir por el oeste que por el este, que te cuesta lo mismo. En nuestro caso, con el cambio horario aplicado, salimos el 16 a las 16:30 de Madrid y llegamos el 18 a las 9:00 a Auckland. Por lo que el viaje nos costó 41.5 horas.
Una opción muy válida es ir por una lado y volver por el otro, y de esta manera puedes presumir de dar la vuelta al mundo. En nuestro caso, el precio de los billetes hizo que desechásemos esta opción.
Otra alternativa para limitar el impacto del jet lag, es hacer uno o dos días de escala en mitad del viaje (bien Oriente, bien America), así el cuerpo se aclimata mejor.