A nuestra vuelta de Lalibela disponíamos de dos días más para pasar en Addis Abeba. Sé que la ciudad, por sí sóla no es motivo suficiente para viajar a Etiopía, en absoluto, pero teníamos nuestros motivos para estar en ella dos días más. El dia anterior a irnos de Addís lo pasamos en Entoto. Queríamos despedirnos de la ciudad recordando sus vistas desde lo alto. Entoto es la cadena montañosa que rodea Addis. Ya he comentado que en su cima hay un par de iglesias ortodoxas (Bete Maryam y San Raguel), un mercado lleno de tiendas con productos típicos y, en especial, la oportunidad de ver la inmensa ciudad desde una perspectiva global.
Junto a la iglesia Bete Mariam se ubica el antiguo palacio de Menelik II y su esposa Taitu. El complejo del palacio está custodiado por un guarda, un hombre de mediana edad, sencillo, bajito, menudo, que masca hierba de tabaco y al que le faltan algunos dientes. Mi amiga le fotografió el año pasado, cuando estuvo también en Addis. Se dirigió a saludarle aunque suponía que el hombre no la recordaría. Mi amiga sacó una foto y se la mostró al hombre: era él mismo, en el mismo lugar, con la misma vestimenta, pero meses atrás. El hombre reía, se llevaba las manos a la cabeza, no salía de su asombro al contemplar su propia imagen. Mi amiga le regaló la fotografía. Quizá le llamó la atención que una extraña se hubiera acordado de él; quizá ese hombre no tenía ningún otro retrato, al menos de sí mismo.
Estoy segura de que en unos años, quizá meses, no me acordaré del nombre de muchos de los lugares que allí conocí. Pero son esas pequeñas e insignificantes anécdotas las que recordaré siempre, las imágenes, sumamente valiosas que guardaré en el disco duro de mi memoria y en mi retina como tesoros. Por este motivo mis diarios de viaje nunca servirán de estricta guía para nadie: me gusta viajar sin planificar demasiado, sólo lo justo, dejarme llevar y quedarme en cada lugar los dias que me apetezca en ese momento, aunque suponga romper la ruta inicial o cambiar de rumbo. Admiro a quien es capaz de viajar y verlo todo. Yo soy incapaz. Prefiero disfrutar con tiempo de las pequeñas cosas. A veces, cuando regreso de un viaje, me culpo por no haber apurado el tiempo y haber visto más cosas, más lugares, pero siempre me consuela pensar que volveré, sin duda. Aunque nunca tenga la seguridad de ello, para mí ya es casi un hecho. Espero que al menos este relato sirva para que, quien esté interesado, conozca un poquito mejor la esencia del pueblo etíope, aunque ésta sea la mía particular, tan subjetiva y tan personal.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Recuerdo cada uno de los olores de Addis, a especias, a eucalipto; los cálidos colores del lago Tana; la solemnidad de Lalibela; el bullicio y alegría de Bahar Dar; el esplendor que antaño debió de rodear a Gondar; las risas de los niños ( ¡farenyi, konyo nesh! ), la dignidad del pueblo etíope. Recuerdo a los amigos accidentales que allí quedaron.
El amigo accidental es aquel que encuentras de forma casi casual cuando viajas y que hace que la aventura sea mucho más agradable. Al regresar tienes la sensación de que el viaje no hubiera sido igual, tan especial, si no lo hubieras conocido, a pesar de saber que dificilmente volverás a verlo. En Etiopía nos tropezamos así, de repente, sin esperarlo, con muchos amigos de esa especie tan necesaria para sentirse acogido y arropado en un país extraño. Gracias a tantas personas hospitalarias y amables que allí conocimos, sentimos que lo importante de un viaje no son los lugares que uno visita, sino las personas y que en un tiempo, creemos que no muy lejano, volveremos a encontrarnos.
Junto a la iglesia Bete Mariam se ubica el antiguo palacio de Menelik II y su esposa Taitu. El complejo del palacio está custodiado por un guarda, un hombre de mediana edad, sencillo, bajito, menudo, que masca hierba de tabaco y al que le faltan algunos dientes. Mi amiga le fotografió el año pasado, cuando estuvo también en Addis. Se dirigió a saludarle aunque suponía que el hombre no la recordaría. Mi amiga sacó una foto y se la mostró al hombre: era él mismo, en el mismo lugar, con la misma vestimenta, pero meses atrás. El hombre reía, se llevaba las manos a la cabeza, no salía de su asombro al contemplar su propia imagen. Mi amiga le regaló la fotografía. Quizá le llamó la atención que una extraña se hubiera acordado de él; quizá ese hombre no tenía ningún otro retrato, al menos de sí mismo.
Estoy segura de que en unos años, quizá meses, no me acordaré del nombre de muchos de los lugares que allí conocí. Pero son esas pequeñas e insignificantes anécdotas las que recordaré siempre, las imágenes, sumamente valiosas que guardaré en el disco duro de mi memoria y en mi retina como tesoros. Por este motivo mis diarios de viaje nunca servirán de estricta guía para nadie: me gusta viajar sin planificar demasiado, sólo lo justo, dejarme llevar y quedarme en cada lugar los dias que me apetezca en ese momento, aunque suponga romper la ruta inicial o cambiar de rumbo. Admiro a quien es capaz de viajar y verlo todo. Yo soy incapaz. Prefiero disfrutar con tiempo de las pequeñas cosas. A veces, cuando regreso de un viaje, me culpo por no haber apurado el tiempo y haber visto más cosas, más lugares, pero siempre me consuela pensar que volveré, sin duda. Aunque nunca tenga la seguridad de ello, para mí ya es casi un hecho. Espero que al menos este relato sirva para que, quien esté interesado, conozca un poquito mejor la esencia del pueblo etíope, aunque ésta sea la mía particular, tan subjetiva y tan personal.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Recuerdo cada uno de los olores de Addis, a especias, a eucalipto; los cálidos colores del lago Tana; la solemnidad de Lalibela; el bullicio y alegría de Bahar Dar; el esplendor que antaño debió de rodear a Gondar; las risas de los niños ( ¡farenyi, konyo nesh! ), la dignidad del pueblo etíope. Recuerdo a los amigos accidentales que allí quedaron.
El amigo accidental es aquel que encuentras de forma casi casual cuando viajas y que hace que la aventura sea mucho más agradable. Al regresar tienes la sensación de que el viaje no hubiera sido igual, tan especial, si no lo hubieras conocido, a pesar de saber que dificilmente volverás a verlo. En Etiopía nos tropezamos así, de repente, sin esperarlo, con muchos amigos de esa especie tan necesaria para sentirse acogido y arropado en un país extraño. Gracias a tantas personas hospitalarias y amables que allí conocimos, sentimos que lo importante de un viaje no son los lugares que uno visita, sino las personas y que en un tiempo, creemos que no muy lejano, volveremos a encontrarnos.